Se cumplen, hoy, 13 de julio, 80 años del secuestro y posterior asesinato en Madrid del político conservador español, José Calvo Sotelo. Menos de una semana después, el 18 de julio de 1936, con el levantamiento de las guarniciones del ejército en las antiguas posiciones del protectorado español en Africa (actual Marruecos), se iniciaba el golpe militar que culminaría en la terrible guerra civil que desangró y postró por décadas a España.
La cercanía en las fechas de estos dos acontecimientos, han llevado a historiadores, periodistas y políticos en estas ocho décadas, a asegurar, unos, que este crimen fue la causa principal del estallido del conflicto, otros, que fue el detonante, la “gota que rebalsó el vaso” para desencadenar su inicio. Quiero, con este artículo, recordar el momento y también, tomar partido por una de ambas posturas.
Durante el verano de 1936, España se debatía en una crisis social y política de enorme envergadura. En febrero, 6 meses antes, el Frente Popular, suma de fuerzas republicanas y de izquierda, moderadas y radicales, había vencido en las elecciones generales a su opositor, el Frente Nacional, suma a su vez de las derechas, las monárquicas y otras más modernas, que contaban con el apoyo de las siempre influyentes y poderosas fuerzas armadas y la iglesia católica.
Sin embargo, se trató de un triunfo, si bien inobjetable, obtenido con un margen diferencial muy escaso, lo que dejaba al país polarizado y prácticamente dividido en dos. Ambas coaliciones no estuvieron dispuestas a terminar su enfrentamiento con el recurso a las urnas, llevaron su disputa a las calles, con todo lo ello significaba: asesinatos selectivos dirigidos contra miembros del “enemigo”, los que originaban de inmediato, la posterior represalia en forma de un nuevo crimen, incendios y destrucción de propiedades civiles y religiosas, huelgas interminables en el campo y en la ciudad. No había espacio para el acuerdo o el dialogo: se trataba de “ellos o nosotros”, “blanco o negro”.
En ese contexto altamente explosivo, la tarde del domingo 12 de julio de 1936, en la puerta de su casa en Madrid, era asesinado el teniente José del Castillo, miembro de la Guardia de Asalto (cuerpo policial antidisturbios creado durante la república), y conocido militante socialista, que además de sus funciones como policía, cumplía labores de adoctrinamiento dentro del cuerpo de seguridad. Los autores del crimen fueron pistoleros de la Falange, el movimiento fascista, “a la española”, creado por José Antonio Primo de Rivera pocos años antes.
En represalia, actitud que, como se ha dicho, era moneda corriente en esos días, un grupo de guardias compañeros de armas y de ideología con la víctima, mas el apoyo de elementos de la Guardia Civil, también de izquierda, salieron en la madrugada del lunes 13 a saciar su sed de venganza. Fueron al domicilio del más visible líder de las derechas, el diputado José María Gil y Robles, pero no lo encontraron (Gil y Robles había salido del país días antes para exiliarse en Francia, en donde pasó escondido toda la guerra civil).
Al no encontrarlo, se detuvieron, sobre las tres de la madrugada, en el número 89 de la madrileñísima calle de Velásquez, en donde vivía Calvo Sotelo, diputado, ex ministro de Hacienda y prominente líder monárquico. A pesar de sus protestas y en presencia de su familia, fue sacado a viva fuerza del domicilio e introducido en una camioneta de la Guardia de Asalto. A menos de dos cuadras de su casa y de manera por demás artera, el guardia Luis Cuenca, le disparó dos tiros en la nuca a quemarropa. El cuerpo fue dejado en la puerta del cementerio de la Almudena, donde fue encontrado y reconocido con las primeras horas del día.
El asesinato de Calvo Sotelo, sumado al del teniente Castillo, conmocionó y polarizó aún más al país. Ambos sepelios se realizaron el martes 14, con horas de diferencia pero con los ánimos absolutamente crispados en ambos sectores. Ante los restos del diputado monárquico, su correligionario, José Antonio Goicochea, dio un célebre discurso que terminó con proféticas invocaciones: “Ante esta bandera colocada como una reliquia sobre tu pecho, ante Dios que nos oye y nos ve, empeñamos juramento solemne de consagrar nuestra vida a esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte, salvar a España. Que todo es uno y lo mismo, porque salvar a España será vengar tu muerte, e imitar tu ejemplo será el camino más seguro para salvar a España”.
No se puede encontrar en este alevoso crimen, sin embargo, la causa definitiva de la guerra fratricida que durante tres interminables años iba a asolar España, los militares que abiertamente conspiraban contra la república con el apoyo de varios movimientos y organizaciones civiles, se venían reuniendo desde hacía meses y estaba ya decidido que se interrumpiría la vigencia de la legalidad republicana, solo faltaba señalar fecha y lugar.
No obstante, pienso, como muchos, que si se puede reconocer en este atentado, el hecho que terminó por decidir y convencer a los últimos jefes militares indecisos; el propio general y futuro dictador, Francisco Franco reconocería muchos años después, que el asesinato de Calvo Sotelo terminó por convencerlo que había que acabar con la república para, en su lógica, “salvar al país”. Fue, en términos coloquiales, “la gota que rebalsó el vaso”. En pocos días se iba a dar comienzo, en clave taurina y en las palabras del hispanista Hugh Thomas, a la más trágica de las corridas de la historia española.