Nos acercamos al tramo final de una carrera electoral atípica, sobre una ruta con sobresaltos por las olas devastadoras de la pandemia y agujereada de baches por la crisis política, pero con la esperanza de cerrar una cruda etapa e iniciar otra mejor para el Perú y sus habitantes, aunque las dudas y el desaliento nos asalten cada mañana.
No hay mucho para elegir, el menú está medio raquítico y servido. Son los platos disponibles que esta sociedad fragmentada -caótica a veces- ha producido para el año del Bicentenario de la Independencia Nacional y del inicio de la segunda década del siglo 21. Restan sólo quince días para votar o botar, eso lo decidimos los electores.
Todavía desconocemos la dimensión real que tomará la expansión del Covid-19, pero sus impactos en la salud, empleo e ingresos, producción, alimentación y educación, son ya devastadores en el mundo y en el Perú sus efectos son aún mayores, entre otras razones, por la debilidad de la infraestructura y los servicios públicos, la limitada capacidad productiva y la baja productividad del país, la pobreza, y la desigualdad estructural.
Ante ello las políticas sociales del Estado, como nunca antes, tienen hoy el enorme desafío de fortalecer los sistemas de protección social, ampliar la estructura de oportunidades económicas que ofrecen los programas y proyectos productivos, y articular ambos servicios para favorecer el tránsito de la población vulnerable y en pobreza hacia espacios más sostenibles para el desarrollo familiar y comunitario. A todas luces, no bastará. El hambre no está tocando la puerta de los hogares más pobres, ha ingresado ya a la vida cotidiana de miles de peruanos, afectando sus capacidades humanas en un escenario con puertas muy estrechas para salir de él.
La estrategia Hambre Cero, lanzada en enero pasado para la lucha “contra la inseguridad alimentaria de manera focalizada, diferenciada y gradual”, es una de las primeras respuestas de emergencia del gobierno de Francisco Sagasti. A sus tres componentes (desarrollo productivo, apoyo alimentario y articulación territorial) deben sumarse los gobiernos regionales y locales, pero estos necesitan desprenderse de prácticas y vicios que por largos años menoscaban programas como el Vaso de Leche y Comedores Populares, los cuales requieren reinventarse para recuperarlos de la ineficiencia, la filtración y del clientelismo político.
Estas y otras urgencias configuran el camino hacia el domingo 11 de abril, se insertarán ineludiblemente en la agenda del nuevo gobierno, y delinearán su perfil y su carácter.
Así es, un panorama complicado ya no hay tiempo para teoría sino es tiempo de actuar con objetivos y metas alcanzables, realistas y de impacto.
Excelente reflexión