Pero, ¿aprender esencialmente qué?, pues bien, a crecer, a ser más, es decir, aprender a cristalizar la proyección constante de nuestro ser en relación con los demás, aprender a volver realidad la posibilidad de ser humano que constituímos cada uno de nosotros, haciendo uso de nuestras propias capacidades y oportunidades de una manera libre y ética; todo lo cual implica una serie de aprendizajes que se basan fundamentalmente en un aprender a ser, un aprender a vivir juntos, un aprender a hacer y un aprender a conocer, tal y como lo dijera Jaques Delors en La educación encierra un tesoro (1996). Sin embargo, ¿cómo hacemos esto?…, consideramos que aprendiendo a educarnos y ayudando también a los demás a aprender a educarse; una cuestión que en realidad nos es posible porque desde el inicio de los tiempos aprendemos desde que nacemos ya sea por nosotros mismos o con la ayuda de los demás, y todo debido a que ninguno de nostros nace sabiendo, esto es, aprendemos a hablar, aprendemos a caminar, aprendemos a comer, aprendemos a leer, aprendemos las buenas maneras, aprendemos que no es bueno mentir, en fin, aprendemos muchas cosas, desde bien pequeñitos, desde casa, en familia y como parte de nuestra propia existencia.
El verdadero capital (segunda parte)
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Mencionábamos en nuestro artículo anterior que para lograr el adelanto de una sociedad no había mejor camino que propiciar el desarrollo de su gente, concebida ella misma como el verdadero capital que todo pueblo posee. Para esto, reflexionábamos además acerca del papel primordial que juega la educación dentro de este desarrollo, enfatizando dentro de este proceso la importancia de prestar una atención especial a la formación moral si es que realmente queremos lograr el crecimiento integral de cada individuo y en consecuencia el de toda su comunidad. Decíamos también que este crecimiento constituía operativamente en cada uno de nosotros una cuestión de aprendizaje, aquel conjunto de experiencias que duran toda la vida y que no se acaban nunca.