Archivo del Autor: Alexis Vladimir Iparraguirre Castro

“Oh Cora” por Jeisson Sandoval

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Cora apareció algún día hace tres años entre los compasivos brazos de mi hermana menor. Acompañada de ladillas y piojos, el pequeño animal parecía una pequeña bola negra que no dejaba de quejarse y despertarnos a cada hora de la madrugada. Hoy, Cora es algo diferente, ya no tiene la cola de rata cuando pequeña, tampoco la tremenda panza que no la dejaba caminar después de tomar tanta leche como podíamos darle. Ha crecido y dejado el negro total para acariciar en sus orejas pizcas de ocre y marrón, algo de lo mismo, pero atigrado, en sus patas traseras, y más de eso, en la cola, pero con una pizca de rojo que la asemeja a su muy, pero muy lejano e hipotético antepasado, Pastor alemán. El resto de su tosco pelaje, sigue siendo tan negro como la noche en que llego a mi casa.
De Cora detesto tanto sus orejas caídas como su torcida cola, sin embargo a veces toman la posición que me agrada y la adoro, sus orejas se levantan, olvida que tiene cola y la deja caer, se ve tan elegante, se ve astuta, ladra, dirige una mirada hacia lo que no le doy importancia, pero luego me ve, se alegra, se pone estúpida, olvida las orejas y levanta la cola, no deja de moverla, saca la lengua, se me va acercando, echa una mirada hacia el suelo, la levanta algunas veces mientras se me acerca, me recuerda a una hiena de Animal Planet, se apresura, noto que se acerca medio de costado, me recuerda a una canción de los Enanitos Verdes, me mira igual que la primera vez, me dice que me quiere, me agradece no sé qué, y entonces me alejo de ella indiferente, no sé si la quiero, no le puedo mentir.
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“Delirios sobre el Nautilus proferidos por el Capitán Nemo con fiebre de 48 grados” por Marco Trigoso

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Habitante marino que suele golpear buques y barquitos para utilizar el ancla como hilo dental. Cuenta con estructura ósea y metálica según el tiempo y la estación; generalmente usa la metálica en tiempos de procreación para contrarrestar el efecto de la sobrepoblación androide. Cuenta también con termostato incluido para aguantar el calentamiento global. Se le puede alimentar con nitrógeno líquido y arsénico carbónico en polvo como método nutricional. Le gusta jugar a las escondidas con tiburones y cachalotes en Groenlandia, a pesar de perder siempre por no haber piedra tan grande como para ocultarla.
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“El león camanejo” por Felipe Mera

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Las grandes garras que posee lo convierten en un animal solitario. De pocos movimientos al cazar y una melena cenicienta, el león camanejo ha aprendido los secretos montañeses. Suele cazar de noche, cuando los animales noctívagos, desprotegidos por su falta de experiencia, adentran en sus territorios. De día el león camanejo dormita en las sombras de las montañas, rugiendo entre la atmósfera de polvo que sus movimientos recrea. Vive más años que su hermano africano, aunque eso no desaparece el pesar de su mirada al beber en una de las tantas quebradas que le permiten vivir. Sigue leyendo

“Kremé, la araña” por Ethel Barja

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Lustrosas antorchas asaltan la noche, ojos abiertos distribuidos ordenadamente en la cabeza de un pequeño ser. Se hace más visible mientras avanza hacia la luz de la luna. Está cubierta de una vellosidad de color castaño amarillento. Avanza temerosamente con sus ocho delicadas extremidades, dándome la sensación de que no toca el suelo. Tiene unas insignificantes uñas venenosas que salen de su boca, parecen querer esconderse en su cuerpo, como si tuvieran algún remordimiento. A diferencia de otras de su especie, ella no posee dientes. Cuando era joven persistió en segregar su líquido enzimático hasta que éste terminó por corroerlos. La ansiedad de aquel tiempo la obligaba a cambiar continuamente de madriguera. La seda, que persistentemente producía, terminaba por ocupar completamente su espacio. Con el tiempo su capacidad de hacer telarañas ha disminuido por la falta de proteínas.
Acaba de pasar una cucaracha, ella ni siquiera volteó a verla. Continúa su paso hasta una hoja de aliso, que engulle rápidamente como parte de su dieta diaria. Mientras siente la hoja pasar por su faringe, vuelve a su mente el día fatal en el que ella y sus hermanas saborearon a su madre como primer alimento.
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“El hombre albatros” por María del Rosario Zuñiga

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Tras un día de descanso, al octavo día Dios creó al hombre albatros. Nacido del tronco de un viejo árbol dentro de la espesura de un bosque muy lejano en lo alto de una montaña, el hombre albatros juró de cuclillas al cielo proteger este mundo de alevosías. Solitario y asiduo visitante de montañas desnudas y rocosas cuyos picos sobrepasaban la altura de las nubes, el hombre albatros lo observaba todo como si fuese la mano derecha de su creador. Dios le había dado forma humana pero no la condición de Adán. De su espalda desnuda sobresalían voluminosas alas blancas y de sus caderas germinaban plumas espesas del mismo color hasta un poco más arriba de las rodillas. Con la mano derecha sostenía un macizo tridente dorado cuyo arpón aventajaba la altura de su cabeza. Su cabeza iba casi siempre bien en alto y su fisonomía era fina a pesar de ese ceño fruncido que medrosamente trataba de ocultar cuando mediante rayos de sol, Dios le daba caricias. El hombre albatros tenía la mirada perdida, casi no comía y en invierno dormía en posición fetal abrigado por la magnitud de sus alas. Su cabello dorado fue perdiendo su resplandor, sus ojos azules se tornaron grises y su única mano libre fue adoptando la posición de un doloroso y permanente puño. Abatido por ventiscas interminables, durante la noche refugiado en una cueva gélida, el viento mediante golpizas le musitaba al oído por qué Dios no podía darle una Eva. El hombre albatros en silencio y atormentado, trémulo pero de pie, daba golpes con su tridente al vacío sin ver. La oscuridad y las golpizas del viento desaparecieron justo cuando el tridente clavó el tronco del viejo árbol de donde nació. De su inmensa copa una manzana muy roja cayó sobre sus pies. Dejando caer el dorado tridente de sus manos, el hombre albatros, ya de rodillas y con la cabeza gacha, invocó al viento moviendo ligeramente los labios. Una nueva y ligera ventisca retornó y, tras jugar coquetamente con sus cabellos dorados, con sigilosos silbidos se lleva la fruta a la mujer prohibida. No fue grande su sorpresa cuando sus alas cobraron un tamaño estrecho y de su cuerpo desnudo fueron brotando plumas grises por doquier. De sus labios surgieron planchas óseas y de su rostro un pelaje delgado y blanco. Sus brazos se contrajeron hacia su pecho y sus piernas se redujeron a pequeñas garras. El hombre albatros no era más el hombre albatros. Ahí, junto al viejo árbol de donde había nacido, Dios lo iluminó con un rayo de sol. El animal albatros cubrió su rostro con una de sus alas.

Sin soportar esa luz que lastimaba sus ojos, corrió lejos y prendió vuelo desde un precipicio hacia la nada.

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Felipe Mera

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¿Qué gano con escribir? Llevo mucho tiempo preguntándome y hasta ahora todas mis respuestas son insostenibles. Considero a la escritura como una forma de expresión que calla mientras hablamos. Escribir es fragmentar la realidad, cortarla por donde no te agrada, crear una atmósfera verosímil que permita ver realizadas tus fantasías.
Al principio pensé que escribiendo tendría mejores notas en el colegio, que desarrollaría una aptitud poco común y que el resto caería por su propio peso, lamentablemente me equivoqué, jamás fui de los primeros en clase pero sí de los más distraídos.
Crear un cuento es darle voz y vida a un personaje que habita en nosotros, es como si cada cuento fuera una prolongación de nuestro vacío, una situación ajena a la realidad pero que nos come por dentro. Sigue leyendo

Martín Marcelo

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¿Por qué quiero aprender a escribir?

El principal motivo por el cual deseo escribir es porque para ser un ingeniero hábil en todos los campos en lo que respecta su función, lo principal que tiene que aprender es saber escribir y también saber expresarse ante los demás con toda naturalidad, otro motivo seria que al aprender a escribir y a expresarse primero tenemos que aprender a comprender todo lo que leemos y vemos y poder rescatar todo lo beneficioso que nos deje cada contexto. Creo que para saber escribir tenemos que ser cultos en lo que respecta a lo intelectual. Esto no quiere decir que una persona sea más inteligente que otra por solo leer, sino, que al ser hábil en diferentes campos te hace cada ves mas completo y compacto. Estoy completamente seguro que el taller de narrativa me ayudara muchísimo para desarrollar un campo más en lo que respecta a mi trayectoria académica.
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Carolina Vásquez

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¿Por qué escribo?

Hace algunos meses comencé a escribir poemas e historias cortas por la sencilla razón de que me gusta hacerlo y me relaja. Sin embargo, mientras lo hacía, me fui dando cuenta de que en realidad tengo varias razones más que sólo esas.
Para empezar, nunca fui una persona con mucha imaginación, y creo que escribir fue la única forma que encontré de crear; y que además me sirve para poder liberarme de algunos sentimientos e ideas.
Otro punto importante es que muchas veces nos suceden cosas que vale la pena recordar, y en las historias que uno escribe, aunque sean ficción, a veces de cierta forma se retratan algunas experiencias vividas.
El taller de narrativa me pareció interesante, por que aunque me gusta escribir, la verdad es que no creo ser buena. Quizás para la poesía me defienda, pero para la narrativa definitivamente no. Por eso, pienso que este taller me va a servir mucho, por que me va a ayudar a mejorar en algo que me gusta hacer.

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Claudia Cayetano

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¿POR QUÉ ESCRIBO Y POR QUÉ QUIERO ESCRIBIR?

Escribo por placer. Escribo porque necesito plasmar mis ideas, sentimientos y emociones en un papel. Porque lo hago con total autonomía, y al hacerlo me olvido de las preocupaciones y de los problemas del mundo. Quiero escribir porque cuando lo hago yo soy yo, sin más rodeos ni marcos; porque soy capaz de volar a infinitos horizontes sin la necesidad de despegar de mi asiento; porque admiro paisajes totalmente bellos, situaciones hermosas, sucesos inolvidables, sucesos que algunas veces vi en mis sueños y que, por eso, están muy alejados de la realidad. Quiero escribir porque necesito inventar, aunque sea por un instante, un lugar nuevo y transformarlo en mi mundo, un mundo sin parámetros ni fronteras, un mundo irreal que solo existe en mi ser. Y cuando lo hago me siento libre; porque creo a los personajes que yo quiera, quienes tienen mucho, poco o nada de mí, dependiendo de lo que me haya sucedido, sea esto bueno o malo, lógico o absurdo, pasado o venidero. Escribo sobre situaciones graciosas, tristes, alegres y unas cuantas melancólicas. Escribo por placer y libertad; porque con tan solo dejar que el lapicero dibuje lo que siento en una hoja conforto mi alma; porque cuando lo hago estoy en mil lugares distintos y puedo conocer nuevos rostros; porque cada una de los personajes que creo me enseña algo diferente; porque al escribir yo soy yo, y nadie más existe. Sigue leyendo

Rosario Zuñiga

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Para mí, lo personal ha sido siempre como un video de VHS que se limita a retroceder a una sola velocidad. Preguntarme por qué escribo es recordar por qué lo hago, es preguntarme algo tan personal como si soy feliz o si estudiando derecho haré lo que realmente quiero. Preguntas de ese tipo son las que me hacen imaginar sola y sentada en el centro de un cuarto gris frente a una mesa vacía en medio de un silencio sepulcral. En ese cuarto que se asemeja a un interrogatorio de detenidos, siento miradas invisibles a la expectativa de una respuesta que tendrá ecos sempiternos muy dentro de mí. Ahí me encuentro yo en estos momentos, perdida y navegando en mis pensamientos. Recuerdo con dificultad como una película ya olvidada, todos aquellos momentos en los que alguna vez en mi vida, desde pequeña, llegué a relacionarme con un lápiz y un papel. Las escenas de un recuerdo vago que va cobrando consistencia me dicen que escribo desde que tengo uso de razón. Los garabatos de una niña de 4 años que aún no sabía escribir tenían harta a la hermana mayor quien tajantemente debía responder “no” cuando esa niña le preguntaba entusiasmada si por fin había logrado escribir una palabra. Con el tiempo los garabatos se tornaron palabras de verdad. Los papeles retenían historias triviales, fantasiosas y sin sentido. Sin embargo, esa inocente imaginación que aún jugaba con mariposas fue madurando conforme vivía. La manera de entender las cosas, de sentirlas, de pronto le hizo cobrar una forma en particular de querer expresarlas. Así, los escritos eran sólo situaciones. Muy pocas veces escribía de ella. Al parecer, ella se reflejaba, muy de vez en cuando, en personajes y metáforas que hacía y deshacía, que imaginaba o experimentaba, que gustaba y disgustaba. Todo era imaginación, entendimiento e interpretación personal. “Ella escribe porque le gusta” – responde la chica del cuarto de detenidos. Y tan sencillo como eso, decido poner stop a ese video empolvado que guardo con llave en un viejo cajón. Sigue leyendo