Archivo por meses: mayo 2007

“Sábado en la tarde” por Juan Francisco Ayma

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Salí de mi casa, le comenté si me quería acompañar a recoger el vino que había dejado en la escuela, ese que me pidieron en la exposición para veintiocho de Julio, a mí me tocó llevar una bebida típica, pensaba llevar un Pisco amaserado en fruta seca, pero los veinticinco soles que me proporcionó mi padre no ayudaban mucho, así que llevé un “Queirolo”, total es de Ica, algo peruano. Insistí mucho en que no se lo bebieran en el colegio, aludía que era de mi padre y que se molestaría mucho si se entera que unos mocosos se habían tirado su vino.

Ella aceptó acompañarme sin mucho pensarlo. Se trataba de un sábado nublado, atribuible a la monótona insistencia grisácea del ambiente diario de Lima. El viernes ya habíamos tenido nuestro primer acercamiento, era el último día de exámenes bimestrales y luego llegaban las vacaciones de medio año, es cuando ella, tan sinuosa como hiperactiva a su medida, aparentemente había bebido algún trago que infiltraron en el colegio, pensé era parte de la actitud de dejadez de los de quinto de media, si era su último año ya nada importaba más que acabar con unos buenos recuerdos. A la hora de salida de ese día ella se comportaba extraña, más insinuante que de costumbre, torcía su cuerpo hacia atrás, su cintura, su vientre, se contorneaba en plena calle. ¡Lorena, qué te pasa¡ le dije con un tono secante, ella mostraba una sonrisa a medio abrir de boca, algo picaresca, seguía en su plan hilarante, agarraba mi cuello, se tiraba para atrás, me besaba en el cuello. Ese día caminamos hacia un parque, me senté y ella sentó en mis piernas, sus muslos cada vez más apretujaban mi cintura, yo no supe que actitud tomar, me sonrojé con una timidez franca, no estaba acostumbrado a tales muestras de afecto tan explícitas, pensé que eran los frutos de meterme con una chica algo mayor que yo, en realidad sólo unos tres años más que yo, pero mi inexperiencia era resaltante. Le dije que parara, que la gente nos miraba, que las viejas que pasaban ponían una cara de extrañeza y murmuraban mirándonos fijamente. Entonces pude deducir que estaba algo borracha, pero aún tenía dudas en su situación, pensaba que podía fingirlo todo, total las mujeres siempre nos sorprenden con algún desconcierto.

Ella me acompañó, quedamos en encontrarnos en el paradero frente a mi casa. Llegué, ella estaba allí, con su cara de aparente tranquilidad y sonrisa bienaventurada, expresión con el que cualquier chico podría enamorarse de sólo mirar; con unos pantalones muy apretados que resaltaban los contornos de sus muslos y de su parte trasera, y un polo que, a mi parecer, lograba mucha distinción entre su piel blanca y el color tenue y pasivo de la tela. Yo siempre guardaba mi distancia, no quería enamorarme. Llegamos al colegio, ella me esperó afuera, recogimos el vino, y había llegado el momento que ansiaba, ya lo había planeado y repensado, hoy vería qué actitud guarda. Agarré el vino, lo metí en mi mochila, nos dirigimos hacia algún lugar, ella se comportaba con una actitud nuevamente insinuante, sonrisa picaresca, besos que estremecían mi piel y nuevamente tornaba a sonrojarme; ya no veía la hora para abrir la botella, pero lo pensé dos veces. Dónde podríamos tomar el vino, en un parque, en mi casa no, mis padres estaban allí, y en su casa menos, si se parece su padre y nos encuentra en pleno jugueteo seguro que me mata; entonces lo dejé de pensar, caminando, cerca al colegio vimos una especie de callejón un par de puertas en su haber, la entrada a las casas estaban precedidas de un pequeño camino de concreto que sobresalía del suelo como un muro pequeño, ideal para que tomara asiento, ella se sentó en mis piernas.

Tomamos el vino a pico de botella, pero ella lo engullía con rapidez, como si quisiera emborracharse, entonces ella empezó con el jugueteo, pero yo siempre retraído no podía responder a sus besos ni caricias, me temblaban tanto las manos como los labios, hasta mis muslos que la soportaban; fue cuando ella cambió repentinamente su expresión por una mirada perpleja de ondulante confusión, guardó un breve silencio y dijo: no me quieres, luego volvió a sonreír, esta vez notaba su fastidio, se volvió seria, blanda, gobernada por una nube de tristeza y cansancio.

Él no me quiere. No siente nada por mí, nunca me lo dijo, y pienso que no me lo dirá. Que no es suficiente para él estar con la mujer más deseada del colegio, no sabe qué piropos me dicen al pasar por la calle, tantas cochinadas, y yo me ofrezco a él, y no sabe que decir, ¿acaso tiene otra?, que le pasa. ¡Es un cojudo ¡nada más que hacer. Siempre lleva esa actitud distante, esa mirada esquiva y sus palabra cortantes, ya me llega su miradita de yo no fui, cojudo.
– Sí te quiero. – Dije después de algún rato mostrando un fastidio desvergonzado, ella volvió a sonreír, dijo que no.
Tan hipócrita puede llegar a ser una persona. Desconfiado. Niño de casa, de su madre. Como si no supiera que su tímida actitud atrajera cada vez más a las demás putitas del colegio. Algo en él me atrajo, es tan guapo, por eso me metí con él, por su aire de tranquilidad, algo intelectual, pensaba que era de esos que te llenaban de poemas pidiendo que no los dejes jamás, tonto, y más tonto, no me quieres y yo no e sabido comprenderlo hasta hoy, pero sus manos, su toque al apretarme la cintura, el tomarme el cabello, sí lo quiero.
– No me repliques más, sabes porque me metí contigo, sabes para qué sirves –
– Si me metí contigo es porque eras una putita de esas, dónde me sería fácil mantener mi distancia, no me digas más, cosas como esta son muy a la ligera. –

¡Ja!, cojudo tenías que ser, tienes razón, mucha razón. Cosas como esta son muy a la ligera, no importa si no me quiere ya, es pura arrogancia mía. Total me metí con él porque todas querían hacerlo, lo deseaban, yo gané, te gané Carolina, siempre con tu falda hasta más allá del muslo, esa dónde se te ve todo al subir las escaleras, ¡ja!, les gané eso es lo que importa. Pero me duele, me sigue doliendo, te quiero, sí, te quiero, nunca nadie me había rechazado de tal manera. Te odio, te odio.

Ella mostró una expresión hastiada, con los ojos algo sollozantes, perpleja mirada hacia la nada, se mantuvo callada, en silencio. Repentinamente se enrojeció, parecía que iba a explotar en un ataque energúmeno, no lo hizo.

–Te veo mañana, sigamos pasando el rato, no existe amor ahora, todo es “muy a la ligera” – dijo Lorena con tono resignado y al mismo tiempo acongojada y desafiante.
– No entiendes, mujer, ya no quiero verte.
Qué feo se siente, qué feo dolor, es arrogancia mía. Sí te quiero. No se lo diré, total me siento así porque me acabé la botella de vino, ¡ja! pendejito, que habrá pensado hacer conmigo después de beber. No mucho más de lo que yo deseaba, no importa, me gusta como soy, que me llame como quiera. Pero sí, lo quiero.
– Me despido, te dejo en tu casa.
– No, gracias, me voy sola
– No te resientas, por favor, como si no hubieras dicho nada.
– Mejor que todo se sepa, no te creas el que lo sabe todo. Adiós, no volverás conmigo jamás. – Lo quiero.
–Adiós Lorena.
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“Ay Romina” por Jeisson Sandoval

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En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Aaamén. Ja ja ja. Listo. Entró. Girar, ahora girar, ábrete. Despacio, despacio, despacio. Mierda todo está borroso. No crujas puerta, no hagas ruido. Maldita vieja madera de mierda. A ver, lento, suave, ciérrate, despacio, no, no, no hagas ruido, despacio, despacio. Listo. Ahora camina despacio, zapatillas de porquería, ¿no pueden no hacer ruido? Mierda todo esta borroso, estoy cagada. Vieja no te despiertes, vieja no: mamá, se dice mamá, debe estar jato, ¡otra vez!, ¡jato no!, dormida, dormida, se dice dormida. Romina debes de hablar bien, como el profe de literatura. Profesor, profesor, profesor, profesor Romina, ¡profesor!, ese huebón esta buenazo, que cuero que está. Pero más cuero está Julio, que piernas, que brazos. Todos lo días al gimnasio, y al regresar suda que suda, que cruel, que cruel que es conmigo. Vieja ni se te ocurra subirle la pensión. Carajo. Mamá, mamá, mamá no se te ocurra, no lo hagas por favor, si se va porque no puede pagar, ¡no pues madre no!, no lo hagas, bota al baboso de Rodrigo, ese imbécil, jode que jode todos los días, cuándo Romina, cuándo pues Romina, cuándo te bota mi vieja imbécil. ¡Vieja no!, mamá mamá mamá. Llegué. Nuevamente. En el nombre del Padre, del Hijo, ja ja ja, ya está, ya entró, listo, girar, girar despacio, ábrete sésamo, ya está. Listo, ahora ciérrate, pero despacio, despacio, despacio. Listo. Ahora a ja…, a dormir, a dormir, a dormir Romina a dormir, ta que rica la sábana, mierda, ta no, ta no, ta no, puta, se dice puta Romina, p-u-t-a. Que mierda a dormir. Fuera pantalón, fuera polo, asu como apesta, que tal huasca carajo. Ay sábana, linda sábana, rica sábana, increíble sábana. No, pero no tan rica ni increíble como yo. Ay Julio ¿por qué no me dices un puto piropo?, ¿por qué casi no hablas?, ¿acaso no te parece que tengo un cuerpazo?, ay si soy tan rica. Mierda Julio, solo sonríes cuando te pregunto o digo algo mientras almorzamos, hola romina, hola julio, chau, chau cuidate, solo esas palabras te he oído decir. ¿Por qué eres tan cruel?, ay julio, que piernas, que brazos, que cuerpo. Que rico, así Julio, así, ay no Julio, sí sí sí julio sí. Toda Julio, toda, toda, toda. ¿La tendrá grande?, claro que sí, ¿tremendo cuerpazo y nada? Ni cagando pues. Seguramente tiene uuuno. Ay julio, así, así, así, mmm mmm mmm. Que buen amante debe ser, creo que también se masturba. La cama que le dio mi vie…, mamá mamá mamá. La cama que le dio mi mamá suena ni bien la tocas, y todas las noches te escucho, te imagino masturbándote pensando en mí. Ay julio, julio, julio. ¿O será Rodrigo?, no, no, no, es julio es julio ¡eees j-u-l-i-o! mierda julio, así, así julio, así. Que chucha me meto a su cuarto. No me saca ni cagando. No, no me bota, pero mierda, ¿así nomas? No, un polito aunque sea. Entra polo de porquería, entra. No no me bota, solo si fuera cabro, ni cagando, es un machazo. Ábrete puerta de mierda, Julio me va a hacer el amor. Ta mare todo borroso otra vez, vamos Julio ya llego a tu cuarto, pobre que arrugues o seas impotente, le digo a mi vieja que te bote. Ay Julio, ay Julio, siento que ya te estoy tocando. La puerta del fondo, la puerta de Julio, la última, debe de estar abierta, espero que no la hayas cerrado Julio, te cagas conmigo. Au mierda ¿qué hace esto acá?, carajo, au mierda, ta mare, mi cabeza. Que importa ya estoy en la puerta, una vaina que todo este oscuro. Aca está, ay julio, que rico, no sabes como te va a gustar, me debo venir rico o le digo a mi vieja que te bote. Que este abierto, que este abierto, gira, gira, gira. Ahora ábrete, despacio, despacio, despacio. Mierda acá tampoco se ve nada, porque tienes la cortina cerrada imbécil. Ayyy no importa Julio igual me gustas, igual me vas a hacer el amor. Mírame ¿acaso no ha sentido que he entrado?, mejor. Despiértate, despiértate, despiértate, no no no mejor no, no palabras, palabras no. Polvo y a la mierda. Hazme un espacio huebón. Besa besa besa que bien besas, ay el cuello que rico Julio, que bien me entiendes, sabía que también me deseabas, sí, sácalo, polo de mierda no debí ponérmelo, sácate, sácate todo, sí, sácame, sácame todo, si fuera, fuera fuera fuera ropa. “uhmm” si la tiene grande. Mierda que rico julio, sí, así julio así. Pero… tus brazos no son tan gruesos como creía, mierda tus piernas, carajo la cama no suena. ¡Rodrigo! Qué chucha. Que rico Rodrigo, sí, así Rodrigo así. Sigue.

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“La noche de Vulgarcito” por María del Rosario Zúñiga

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– Y bueno… ¿qué hora es? – Pete tenía el rostro completamente colorado. Sus sobresalientes y alargadas orejas lo hacían ver más idiota que nunca. Con el rostro inmóvil y las manos temblorosas sobre las rodillas, las grisáceas pupilas de Pete no dejaban de oscilar exaltadamente de lado a lado. Ay Pete. ¡Pobre Pete!, tan guapetón y tan falto de experiencia. “¡A tus 35 ya no te deberían de sorprender tal par de tetas!”

Pete pareció leer mis pensamientos en el momento en que solté una repentina carcajada tras terminar de beber la octava, novena, no se qué numero lata de cerveza. Su mirada cobró un matiz resentido. Con el terno desarreglado y ese ánimo encaprichado, Pete no parecía más un abogado – Discúlpalo, preciosa. Es la primera vez que viene aquí –

La tetona que había estado bailando empeñosamente alrededor de Pete tomó la parte superior de su bikini del suelo y se fue en hilo dental indignada. Su amiga, la del tatuaje de la serpiente alada en la cadera se quedó bailando para mí. Ella contraía su vientre y daba giros sensuales con la cintura. Se llevaba los brazos a la cabeza, al cuello, al pecho, viniendo cada vez más cerca, más cerca, más cerca. Siéntate encima mío. Te pagaré en dólares si así lo deseas. Anda, muévete un poco más. Llévame a donde tú quieras. Quítame la respiración con tu pecho. No veo nada, no veo más.

– ¡Maldita sea, Pete! ¿Qué estás haciendo?! – Pete había tomado a la mujer del tatuaje del brazo con brusquedad. – Estás ebrio – dijo. – Tú no quieres hacer esto de verdad –

¿Que yo no quiero hacer esto de verdad? ¿Qué sabe ese imbécil de lo que quiero o no quiero? ¡Lo que quiero es mear! ¡Sí señores! ¡Eso quiero! ¡Quiero mear toda la vida! ¿Y saben por qué? Ahoritita les digo. Ahoritita nomás. ¡Que no me cojas el maldito brazo, maricón! Sí, sí, puedo caminar bien. ¿Qué no ves que me mantengo de pie? Oye Pete, ¿por qué no hay música en este lugar? Ja ja. ¡Las luces brillan como diminutos asteriscos Pete! ¿Lo ves Pete? ¿Por qué carajo no me respondes Pete? Mejor lárgate quieres. Tu solo no puedes ni con un par de tetas. Maricón eres ¿no?. Mariconcito de los buenos. ¿Pete? ¿Pete? ¿Dónde estas cabrón? No shiento mish labiosh Pit. ¡Uy! ¡Qué comodidad! ¿Cómo llegó eshta cama aquí? Umm, que calor. Besas bien tetota. No pares, pod favod. Espeda, quiedo ved tu daduaje. Sí, sí. Voltéate mejor. No vayas a gritar ¿si? La esdúpida de mi mujer nunca se da la vuelta…dice gue shoy impodente, quién se ha greidoqueesss. Siempre me está reclamando, siedpre me está criticagndo. No es como tú preciosa. No esd como tú,

tú, tú, tú, tú, tú…
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S/T por Felipe Mera

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mis dientes estáticos altivos me arden la nariz la sangre la sangre retumba sin fin sin escuchar nadaa aaaaaaaaaaaaaaaaa las vueltas regresan la comida pero no sale se detiene en mi lengua y la trago es una galleta aguada sabor carne me entra frío putamarequebuenaestáestamierda las luces se apagan se prenden se apagan se prenden me hipnotiza me detiene me recuerda es noche pero hay luz ventana abierta cama con voces intento intento no consigo porque pierdo me jode lo lento que va mi ojo derecho mi cuerpo se “nubea” con nubes verdes el jardín está en mí porque no camino carajo ruedo por lo verde está húmedo y meloso como lágrimas de vainilla ¿por qué estoy así? gravitación universal teoría cuántica tantas mierdas que me enseñaron para ser una abogada mierdas sola termino mi vida drogada amputada social un chisme de mierda sí ella tiene sexo con su perro putaaa ese virginia putaaa que chucha se mete solterona ociosa para viendo su novelita necesito otra línea mis piernas tambalean son malaguas perro perro perro en instantes tenerlo sobre mí sobre mi soledad entonces la realidad es otra que se adhiere como chicle a la base de una mesa de madera de preferencia caoba para no ser un adorno oriundo de Juliaca que Juliaca no es ciencia ninguna voz es ciencia porque droga es perro perro es exclusión la droga me ha excluido de mi droga ven ven si mis palabras son viento que venga dios y me mate estoy en pie eso creo porque todo es más chato y la mesa con chicles y droga y una tarjeta para jalar aahhhhhh hasta el cerebro neuronas marchitas cagada manicure sí me muero no no tengo tan buena suerte…

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“El descubrimiento de América” por Alfredo Bryce

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psicina

[…]

Lloraba sentada mirándose el sexo, y cubriéndose los senos pudorosamente con los brazos. Pensaba en las monjas de su colegio, en sus padres, en la bodega y en sus hermanos. Pen¬saba en sus amigas, y se miraba el sexo, y sentía que aquel ardor volvía. Hubiera querido amar mucho a Manolo, que parecía un muerto, a su lado, y que sólo deseaba que las lágrimas de América fueran gotas de agua de la piscina. Trataba de no pensar porque estaba muy cansado… Cuántos días. Soportar sin ver a Marta. Contarle. Todo. Hasta la sangre. Contar que estoy tan triste. Tan triste. ¿Qué después? ¿Qué ahora? Marta va a hablar cosas bien dichas. Si fuera hombre le pego. Mejor se riera de mí para terminar todo. Ahí. Aquí. Anda, lávate. ¡Cállate, mierda! No gimas. Te he querido tanto y ahora estoy tan triste y tú podrás decir que fue haciendo gimnasia y ya no volveré porque te hubiera querido. Antes antes antes. Mandar una carta. Explicarte todo. Desaparecer. Matarme en una carrera con mi auto nuevo. Simplemente desaparecer. Marta te cuenta todo. Cobarde. Decirte la verdad. Sobre todo irme. Si supieras lo triste perdonarías pero nunca sabrás y esto también pasará. Sí. No. Ándate. Ándate un rato. Vete. Cuando me ponga la corbata todo será distinto. Te llevaré a tu casa. No te veré más. Tal vez te des cuenta en la puerta de tu casa, y mañana irás a comprar ropa de verano y no veré tu ropa nueva más apretada. Culpa. Cansancio. Se está vistiendo en ese cuarto de la casa. Soy amigo del jardinero ni mis padres están en Europa. Tal vez te escribiré, América. Con mi corbata. Mi padre no está en Europa. Mentiras. Culpa. Mi padre. Su corbata allá en el cuarto de Miguel. Te llevaré a tu casa, América. Tu casa de tus boleros donde también he matado he muerto. Mi corbata tan lejos. Morirme. Ser. To be. Dormir años. Marta. La corbata allá allá allá allá.
América se estaba cambiando.

Alfredo Bryce (Lima, 1939) es, tal vez, el escritor peruano más popular y autor de uno de los libros de cuentos y escenas mejor logrado en la literatura peruana, Huerto Cerrado. De él extraemos “El descubrimiento de América”, cuyos monólogos interiores han motivado que nuestros talleristas se enfrenten al reto del flujo de pensamiento libre para expresar estados de conciencia alterado (en el ejercicio propuesto, por el alcohol). Aquí los interesantes resultados de esta semana. Sigue leyendo

“Elegante Jeane” por María del Rosario Zúñiga

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Ella terminó de beberse la copa de vino tinto de un solo golpe. Tras llevarse un cigarrillo a medio acabar hacia los labios, con manos temblorosas contestó el teléfono luego de siete timbradas.

Del auricular ella escuchó la voz de él.

– ¿Estás sola? –
– Sí – le dijo – Estoy en la habitación del hotel –
– Perfecto. Ya sabes lo que tienes que hacer –

Ella no respondió. Llevaba un vestido de seda. Era guinda, su color favorito. Por unos cuantos segundos ella pareció perderse en el brillo de las lentejuelas que lo adornaban. Tras una larga bocanada de humo, apretó la colilla del cigarrillo sobre el cenicero al lado del teléfono. La demandante voz de él volvió a aturdirla.

– Jeane, ¿me estás escuchando? –
– Sí, y ya te dije que no me llamaras Jeane – le increpó.
– Ah. Lo siento. Olvidaba tus aires de fama –
– Ya basta Os – A poca distancia, ella se dirigió frente al espejo ovalado que se encontraba colgado sobre la pared. Moviendo la cabeza de lado a lado lucía un chal de blanca piel que caía elegantemente sobre sus hombros desnudos.
– No es el momento para tus tonterías –
– ¿Ah no? ¿Y entonces cuando? Mientras tú vistes joyas de inimaginables quilates, yo tengo que soportar este estúpido trabajo en el almacén –
– Os, cariño, no es mi culpa que te vaya tan mal. Deberías agradecer que al menos tengas trabajo – Ella se dirigió a la cama y se sentó en el borde cruzando las piernas. Sus dedeos jugaban con el cordón del teléfono.
– Jeane, yo no quiero un trabajo. Quiero justicia. Ese hombre que se hace llamar demócrata estuvo jugando con nosotros. La muerte de muchos ha sido en vano. Los cadáveres siguen pudriéndose sin reconocimiento alguno en tierra cubana. ¿Hasta cuando esperar, Jeane? ¿Hasta cuando? –

Ella ahora tocaba la piel del chal blanco una y otra vez, mirando el perfecto corte de uñas que se había hecho la noche anterior.
– Os, esto de la guerra te tiene muy ofuscado. Es hora de que lo olvides. Matar a John no va a revivir a tus amigos de la muerte –
– ¿John? ¿John? ¿Ahora le dices John? ¿No deberías llamarlo acaso Sr. Presidente o algo por el estilo? –
Ella pareció titubear.
– Pues…pues sí. Es sólo que nos estamos haciendo amigos. Es un buen tipo. No es cómo lo pintas –
– Maldita prostituta –
Las manos de ella empezaron a temblar nuevamente. Tratando de evitar una voz quebrada le dijo:
– ¿Perdón? –
– Lo que oíste. Eres una prostituta. ¿Te has acostado con él verdad? ¡Ese no había sido el maldito plan! –
– ¿Y qué si no quiero seguir el plan? ¡Tú y tu maldita paranoia de la guerra contra los comunistas me tienen harta! ¡Ya no quiero ser tu herramienta! Tengo una nueva vida. ¡Puedo hacer lo que quiera! –
– ¡Ni se te ocurra querer dejarme en esto solo, Jeane! Sabes que me debes demasiado. ¡He sido prácticamente tu única familia! ¡Yo te saqué de esa pesadilla que tenías por hogar! –
Ella se levantó de la cama y alzó el rostro bien en alto.
– Lo siento Oswald. Él me ama y yo también –
– ¡Jeane! ¡Jeane! No cuelgues el maldito teléfono, ¡¿me oyes?! ¡No cuel…-

Demasiado tarde. Ella colgó el teléfono justo en el preciso instante en que llamaron a la puerta.
– ¿Si? – dijo ella sin abrir.
– ¿Srta. Monroe? ¿Marilyn Monroe? –
– Sí, con ella –
– El Sr. Presidente desea verla –

Marilyn no pudo evitar sonreír.
– Un momento, por favor. Dígale al Sr. Kennedy que en seguida salgo –

Dando pequeños y excitados saltos hacia el espejo ovalado, dio un beso al aire ligeramente de perfil para asegurarse que el lápiz labial rojo aún permanecía intacto sobre sus labios.
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“Teleprepotencia” por Ronald Cotaquispe

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Miró una vez más el reloj de la pared sin darle no más que un vistazo, pero lo suficiente como para dolerse con el lento desplazamiento de las manecillas. “¡Falta, aún, carajo!”, pensó. Mientras tanto, el continuo sonido emitido por el segundero en su andar lo seguiría perturbando. No podía esperar más. La espera solo hacía que sus ansias de vanagloriarse a sí mismo aumentaran. De pronto, sintiéndose consumido desde lo más hondo de su ser por la aparente perpetuación de su aguarde, se decidió a actuar; resolvió llamar pese a lo temprano que era aún. Con un movimiento un tanto violento se pone la auricular del teléfono al oído y marca de manera apremiada el número que desea. La llamada tarda mucho en entrar. Esta parecía no ser grata. Finalmente, esta llega a ser contestada.
─Aló, papá─dijo la voz que contestó la llamada.
─Oye, huevón ─dijo el padre, queriendo mostrarse imponente desde el primer momento─, a qué hora piensas volver. Ya es tarde.
─No, pues, aún es temprano─dijo el joven mostrándose quejoso pero a la vez sereno.
─Huevón, ven ya, ahora─dijo el padre
─No─replica el joven─, te había dicho que volvería aún más tarde. ¡Recuerdas! Tú asentiste. Y aún no es la hora acordada.
─¡Carajo! Acá hay cosas qué hacer. Deja de hacer huevadas y ven. Yo siempre lo estoy haciendo todo─dijo el padre tratando de ponerse en la supremacía; acaso intentando justificarla.
─Tú saliste toda la mañana─dijo el joven como objetando.
─Yo tuve que hacer un trabajo.
─¿Cuál? ¿Traerás plata?─dijo el hijo─. No tienes chamba, pues.
─Ven… ¡Carajo! Es peligroso a esta hora. Te van a robar. Ahora, yo te tendré que esperarte en el paradero─dijo el padre.
─Yo ya he vuelto antes a esta misma hora─reclama el hijo.
─Carajo, te van a ver la cara y te robarán─arguye el padre─. Yo voy a tener que esperarte en el paradero ahora. ¡Tengo que estar yo!
─¿Contigo no sería lo mismo?─dijo el muchacho alzando levemente el tono de voz.
─Háblame bonito─dijo el padre tratando de mantener la fiereza.
─¿Tú lo haces?
─Yo soy tu padre.
─Cálmate, pues.
─Acá te quiero ya─dice el padre con una voz fuerte pero no como en las primeras veces, tratando de retomar la discusión; acaso donde creía ser fuerte.
─Mira, solo un tato más. No tardo─dice el hijo alzando la voz más que antes.
─¿Vas a venir? ¿Quieres que te saque la mierda?─dijo el padre aún intentando lo suyo sin medir sus palabras y lo que estas podían conllevar.
─¡Ya! Voy en este momento─dijo el joven un tanto agresivo a modo de contestar lo último dicho por su padre, lo que este sugirió sin querer; acaso aceptándolo.
La llamada es cortada por el hijo apenas terminó de decir sus últimas palabras. El padre, invadido por una preocupación que calaba en lo más hondo de su ser, colgó el teléfono lentamente con la mano medio tembleque. Sabía lo que se vendría. Ahora, se revelaría su verdadera realidad, su verdadero ser, el cual no era el de un alguien prepotente.
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S/T por Marco Trigoso

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Cogió el teléfono con desesperación y marcó, se recogió un poco en el sillón y, poniendo su mano en la entrepierna, habló:
– ¿Cómo estas, preciosa?
– Bien papi, ¿y tú? – dijo la niña
– Caliente- respondió gimiendo mientras se pasaba varias veces la lengua sobre los labios
– ¿Hace calor ahí papi? – preguntó
– Demasiado, quisiera poder bañarme, pero no te quiero dejar- dijo él sobándose la entrepierna con mucho cuidado
– ¿Qué tienes puesto? – preguntó él
– El vestidito rosa que me mandaste
– Entonces, ¿Si te llegó? Desearía poder verte – dijo él
– Tú sabes que mi mami no lo dejaría – respondió
Él empezaba a sudar y en su entrepierna un bulto se iba formando.
– Papi, ¿estás ahí? – preguntó ella
– Sí, es que me estoy arreglando la ropa – respondió
– Papi, ya me tengo que ir – dijo ella
– Pero yo le di bastante dinero a mami para que te dejara más tiempo conmigo – dijo él
-Chau papi, cuidate – finalizó ella
La llamada se cortó y él levantándose del sillón se acercó a la cómoda, miró el cartelito que decía: “El placer total con una sola llamada. Niña ricotona a sólo $ 3.14 el minuto”, lo pensó varias veces y marcó:

-Hola papi ¿Cómo estas? – preguntó una niña
-Muy bien, hijita, muy bien

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“¿Por qué lo hizo?” por Jeisson Sandoval

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_ ¿Hola Horacio? – preguntó Lucía, bastante animada.
_ ¿Otra vez tú Lucía? Vamos ya me has llamado cinco veces, acaso no entiendes que estoy cansado, deja de molestar, son las 2 de la mañana – le respondió malhumorado.
_ Pero es que acabo de dar con la respuesta, ya casi no tengo dudas – le respondió.
_ ¡Oh, vamos!, ¿acaso no entiendes?, sencillamente no tiene respuesta, es imposible que des con la solución, ya que no la hay.
_ Toda pregunta debe tener una respuesta, el hecho de poder ser formulada lo debe implicar. En todo caso, tú dijiste que era una muestra de originalidad.
_ Jamás te hubiese preguntado. Bueno, dime cual crees que pueda ser la razón – le preguntó resignado.
_ Porque al frente había un gallo.
_ ¿Y a eso le llamas originalidad?, vamos ¿no se te pudo ocurrir algo mejor Lucía?
_ Al menos tiene lógica.
_ ¡Que tiene lógica! Por favor no me vuelvas a llamar.
_ OK, te llamo cuando se me ocurra algo mejor.
_ No lo hagas, te digo la respuesta, escucha, la gallina cruzó la calle porque – pero Lucía ya había colgado el teléfono.
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S/T por Gonzalo Silva

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Como todas las ocho de la noche de todas las noches, Lucio estaba en el baño leyendo los ingredientes del shampoo o la composición de la pasta dentífrica cuando su mamá le gritó para decirle que tenía una llamada telefónica.
-¡Aló! – dijo Lucio agitado y con los pantalones a la altura de las rodillas. – ¡Aló! – volvió a repetir, esta vez casi gritando.
– Hola – dijo una tímida, pero emocionada voz.
– Ah, eres tú. ¿Qué tal? – dijo mientras apoyaba los codos en la mesa para estar más cómodo.
– Bien. Oye, te cuento que me seleccionaron para el trabajo del sábado. Estoy feliz.
– ¡Qué bueno, mujer! Ehhh… este… ¿Solo llamas para eso o tienes algo más importante para decirme?
– Bueno… Te quería contar eso, quería saber cómo estabas, también – dijo, siempre con el tono de emoción, aunque después agregó quejándose -. ¿Por qué me hablas así ah? Siempre me cagas.
– No. Estoy bien. Estoy cagando. – Esto último lo dijo casi murmurando.
– ¿Qué estás qué? – Dijo escéptica Cristina.
– Nada, nada, olvídalo.
– Ya. Entonces dime de qué quieres hablar o me vas a decir que quieres colgar – dijo reprochándole. Luego hubo un pequeño, pero sentido silencio –. Bueno, ya que no me vas a hablar de algo, mejor no te quito más el tiempo. Chau –dijo molesta Cristina.
– No te resientas pues- se quejó Lucio.
– No me resiento. De verdad. Un beso. Chau.
– OK, descansa. Te quiero ah, chau.
Lucio colgó el teléfono y regresó al baño saltando como en una carrera de sacos. Cuando se volvió a sentar su mamá volvió a llamarlo. Tenía una nueva llamada de teléfono.
– ¡Aló! – dijo casi molesto y frunciendo el seño.
– ¿Por qué no me quieres hablar? – se quejó Cristina.
– Cristina, de verdad estoy cagando. – dijo con un tono muy explicativo.
– ¿De verdad? ¿Por qué no me dijiste? – dijo Cristina entre risas.
– Porque no quería que te resientas y pienses que paro poniendo excusas.
– Ayayay. Te pasas – dijo mientras se seguía riendo –. Ya anda a cagar no más y no t olvides de jalar la cadena. Sorry. Chau.
– Chau.
– Oye, oye, espera. – dijo Cristina. – Te quiero, te quiero mucho, ahora sí, chau.
– Ya. Chau. – dijo Lucio y colgó el teléfono. – Sí quería colgarte.- Se dijo a sí mismo.
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