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Ejercicio del taller

“Sábado en la tarde” por Juan Francisco Ayma

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Salí de mi casa, le comenté si me quería acompañar a recoger el vino que había dejado en la escuela, ese que me pidieron en la exposición para veintiocho de Julio, a mí me tocó llevar una bebida típica, pensaba llevar un Pisco amaserado en fruta seca, pero los veinticinco soles que me proporcionó mi padre no ayudaban mucho, así que llevé un “Queirolo”, total es de Ica, algo peruano. Insistí mucho en que no se lo bebieran en el colegio, aludía que era de mi padre y que se molestaría mucho si se entera que unos mocosos se habían tirado su vino.

Ella aceptó acompañarme sin mucho pensarlo. Se trataba de un sábado nublado, atribuible a la monótona insistencia grisácea del ambiente diario de Lima. El viernes ya habíamos tenido nuestro primer acercamiento, era el último día de exámenes bimestrales y luego llegaban las vacaciones de medio año, es cuando ella, tan sinuosa como hiperactiva a su medida, aparentemente había bebido algún trago que infiltraron en el colegio, pensé era parte de la actitud de dejadez de los de quinto de media, si era su último año ya nada importaba más que acabar con unos buenos recuerdos. A la hora de salida de ese día ella se comportaba extraña, más insinuante que de costumbre, torcía su cuerpo hacia atrás, su cintura, su vientre, se contorneaba en plena calle. ¡Lorena, qué te pasa¡ le dije con un tono secante, ella mostraba una sonrisa a medio abrir de boca, algo picaresca, seguía en su plan hilarante, agarraba mi cuello, se tiraba para atrás, me besaba en el cuello. Ese día caminamos hacia un parque, me senté y ella sentó en mis piernas, sus muslos cada vez más apretujaban mi cintura, yo no supe que actitud tomar, me sonrojé con una timidez franca, no estaba acostumbrado a tales muestras de afecto tan explícitas, pensé que eran los frutos de meterme con una chica algo mayor que yo, en realidad sólo unos tres años más que yo, pero mi inexperiencia era resaltante. Le dije que parara, que la gente nos miraba, que las viejas que pasaban ponían una cara de extrañeza y murmuraban mirándonos fijamente. Entonces pude deducir que estaba algo borracha, pero aún tenía dudas en su situación, pensaba que podía fingirlo todo, total las mujeres siempre nos sorprenden con algún desconcierto.

Ella me acompañó, quedamos en encontrarnos en el paradero frente a mi casa. Llegué, ella estaba allí, con su cara de aparente tranquilidad y sonrisa bienaventurada, expresión con el que cualquier chico podría enamorarse de sólo mirar; con unos pantalones muy apretados que resaltaban los contornos de sus muslos y de su parte trasera, y un polo que, a mi parecer, lograba mucha distinción entre su piel blanca y el color tenue y pasivo de la tela. Yo siempre guardaba mi distancia, no quería enamorarme. Llegamos al colegio, ella me esperó afuera, recogimos el vino, y había llegado el momento que ansiaba, ya lo había planeado y repensado, hoy vería qué actitud guarda. Agarré el vino, lo metí en mi mochila, nos dirigimos hacia algún lugar, ella se comportaba con una actitud nuevamente insinuante, sonrisa picaresca, besos que estremecían mi piel y nuevamente tornaba a sonrojarme; ya no veía la hora para abrir la botella, pero lo pensé dos veces. Dónde podríamos tomar el vino, en un parque, en mi casa no, mis padres estaban allí, y en su casa menos, si se parece su padre y nos encuentra en pleno jugueteo seguro que me mata; entonces lo dejé de pensar, caminando, cerca al colegio vimos una especie de callejón un par de puertas en su haber, la entrada a las casas estaban precedidas de un pequeño camino de concreto que sobresalía del suelo como un muro pequeño, ideal para que tomara asiento, ella se sentó en mis piernas.

Tomamos el vino a pico de botella, pero ella lo engullía con rapidez, como si quisiera emborracharse, entonces ella empezó con el jugueteo, pero yo siempre retraído no podía responder a sus besos ni caricias, me temblaban tanto las manos como los labios, hasta mis muslos que la soportaban; fue cuando ella cambió repentinamente su expresión por una mirada perpleja de ondulante confusión, guardó un breve silencio y dijo: no me quieres, luego volvió a sonreír, esta vez notaba su fastidio, se volvió seria, blanda, gobernada por una nube de tristeza y cansancio.

Él no me quiere. No siente nada por mí, nunca me lo dijo, y pienso que no me lo dirá. Que no es suficiente para él estar con la mujer más deseada del colegio, no sabe qué piropos me dicen al pasar por la calle, tantas cochinadas, y yo me ofrezco a él, y no sabe que decir, ¿acaso tiene otra?, que le pasa. ¡Es un cojudo ¡nada más que hacer. Siempre lleva esa actitud distante, esa mirada esquiva y sus palabra cortantes, ya me llega su miradita de yo no fui, cojudo.
– Sí te quiero. – Dije después de algún rato mostrando un fastidio desvergonzado, ella volvió a sonreír, dijo que no.
Tan hipócrita puede llegar a ser una persona. Desconfiado. Niño de casa, de su madre. Como si no supiera que su tímida actitud atrajera cada vez más a las demás putitas del colegio. Algo en él me atrajo, es tan guapo, por eso me metí con él, por su aire de tranquilidad, algo intelectual, pensaba que era de esos que te llenaban de poemas pidiendo que no los dejes jamás, tonto, y más tonto, no me quieres y yo no e sabido comprenderlo hasta hoy, pero sus manos, su toque al apretarme la cintura, el tomarme el cabello, sí lo quiero.
– No me repliques más, sabes porque me metí contigo, sabes para qué sirves –
– Si me metí contigo es porque eras una putita de esas, dónde me sería fácil mantener mi distancia, no me digas más, cosas como esta son muy a la ligera. –

¡Ja!, cojudo tenías que ser, tienes razón, mucha razón. Cosas como esta son muy a la ligera, no importa si no me quiere ya, es pura arrogancia mía. Total me metí con él porque todas querían hacerlo, lo deseaban, yo gané, te gané Carolina, siempre con tu falda hasta más allá del muslo, esa dónde se te ve todo al subir las escaleras, ¡ja!, les gané eso es lo que importa. Pero me duele, me sigue doliendo, te quiero, sí, te quiero, nunca nadie me había rechazado de tal manera. Te odio, te odio.

Ella mostró una expresión hastiada, con los ojos algo sollozantes, perpleja mirada hacia la nada, se mantuvo callada, en silencio. Repentinamente se enrojeció, parecía que iba a explotar en un ataque energúmeno, no lo hizo.

–Te veo mañana, sigamos pasando el rato, no existe amor ahora, todo es “muy a la ligera” – dijo Lorena con tono resignado y al mismo tiempo acongojada y desafiante.
– No entiendes, mujer, ya no quiero verte.
Qué feo se siente, qué feo dolor, es arrogancia mía. Sí te quiero. No se lo diré, total me siento así porque me acabé la botella de vino, ¡ja! pendejito, que habrá pensado hacer conmigo después de beber. No mucho más de lo que yo deseaba, no importa, me gusta como soy, que me llame como quiera. Pero sí, lo quiero.
– Me despido, te dejo en tu casa.
– No, gracias, me voy sola
– No te resientas, por favor, como si no hubieras dicho nada.
– Mejor que todo se sepa, no te creas el que lo sabe todo. Adiós, no volverás conmigo jamás. – Lo quiero.
–Adiós Lorena.
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“Ay Romina” por Jeisson Sandoval

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En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Aaamén. Ja ja ja. Listo. Entró. Girar, ahora girar, ábrete. Despacio, despacio, despacio. Mierda todo está borroso. No crujas puerta, no hagas ruido. Maldita vieja madera de mierda. A ver, lento, suave, ciérrate, despacio, no, no, no hagas ruido, despacio, despacio. Listo. Ahora camina despacio, zapatillas de porquería, ¿no pueden no hacer ruido? Mierda todo esta borroso, estoy cagada. Vieja no te despiertes, vieja no: mamá, se dice mamá, debe estar jato, ¡otra vez!, ¡jato no!, dormida, dormida, se dice dormida. Romina debes de hablar bien, como el profe de literatura. Profesor, profesor, profesor, profesor Romina, ¡profesor!, ese huebón esta buenazo, que cuero que está. Pero más cuero está Julio, que piernas, que brazos. Todos lo días al gimnasio, y al regresar suda que suda, que cruel, que cruel que es conmigo. Vieja ni se te ocurra subirle la pensión. Carajo. Mamá, mamá, mamá no se te ocurra, no lo hagas por favor, si se va porque no puede pagar, ¡no pues madre no!, no lo hagas, bota al baboso de Rodrigo, ese imbécil, jode que jode todos los días, cuándo Romina, cuándo pues Romina, cuándo te bota mi vieja imbécil. ¡Vieja no!, mamá mamá mamá. Llegué. Nuevamente. En el nombre del Padre, del Hijo, ja ja ja, ya está, ya entró, listo, girar, girar despacio, ábrete sésamo, ya está. Listo, ahora ciérrate, pero despacio, despacio, despacio. Listo. Ahora a ja…, a dormir, a dormir, a dormir Romina a dormir, ta que rica la sábana, mierda, ta no, ta no, ta no, puta, se dice puta Romina, p-u-t-a. Que mierda a dormir. Fuera pantalón, fuera polo, asu como apesta, que tal huasca carajo. Ay sábana, linda sábana, rica sábana, increíble sábana. No, pero no tan rica ni increíble como yo. Ay Julio ¿por qué no me dices un puto piropo?, ¿por qué casi no hablas?, ¿acaso no te parece que tengo un cuerpazo?, ay si soy tan rica. Mierda Julio, solo sonríes cuando te pregunto o digo algo mientras almorzamos, hola romina, hola julio, chau, chau cuidate, solo esas palabras te he oído decir. ¿Por qué eres tan cruel?, ay julio, que piernas, que brazos, que cuerpo. Que rico, así Julio, así, ay no Julio, sí sí sí julio sí. Toda Julio, toda, toda, toda. ¿La tendrá grande?, claro que sí, ¿tremendo cuerpazo y nada? Ni cagando pues. Seguramente tiene uuuno. Ay julio, así, así, así, mmm mmm mmm. Que buen amante debe ser, creo que también se masturba. La cama que le dio mi vie…, mamá mamá mamá. La cama que le dio mi mamá suena ni bien la tocas, y todas las noches te escucho, te imagino masturbándote pensando en mí. Ay julio, julio, julio. ¿O será Rodrigo?, no, no, no, es julio es julio ¡eees j-u-l-i-o! mierda julio, así, así julio, así. Que chucha me meto a su cuarto. No me saca ni cagando. No, no me bota, pero mierda, ¿así nomas? No, un polito aunque sea. Entra polo de porquería, entra. No no me bota, solo si fuera cabro, ni cagando, es un machazo. Ábrete puerta de mierda, Julio me va a hacer el amor. Ta mare todo borroso otra vez, vamos Julio ya llego a tu cuarto, pobre que arrugues o seas impotente, le digo a mi vieja que te bote. Ay Julio, ay Julio, siento que ya te estoy tocando. La puerta del fondo, la puerta de Julio, la última, debe de estar abierta, espero que no la hayas cerrado Julio, te cagas conmigo. Au mierda ¿qué hace esto acá?, carajo, au mierda, ta mare, mi cabeza. Que importa ya estoy en la puerta, una vaina que todo este oscuro. Aca está, ay julio, que rico, no sabes como te va a gustar, me debo venir rico o le digo a mi vieja que te bote. Que este abierto, que este abierto, gira, gira, gira. Ahora ábrete, despacio, despacio, despacio. Mierda acá tampoco se ve nada, porque tienes la cortina cerrada imbécil. Ayyy no importa Julio igual me gustas, igual me vas a hacer el amor. Mírame ¿acaso no ha sentido que he entrado?, mejor. Despiértate, despiértate, despiértate, no no no mejor no, no palabras, palabras no. Polvo y a la mierda. Hazme un espacio huebón. Besa besa besa que bien besas, ay el cuello que rico Julio, que bien me entiendes, sabía que también me deseabas, sí, sácalo, polo de mierda no debí ponérmelo, sácate, sácate todo, sí, sácame, sácame todo, si fuera, fuera fuera fuera ropa. “uhmm” si la tiene grande. Mierda que rico julio, sí, así julio así. Pero… tus brazos no son tan gruesos como creía, mierda tus piernas, carajo la cama no suena. ¡Rodrigo! Qué chucha. Que rico Rodrigo, sí, así Rodrigo así. Sigue.

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“La noche de Vulgarcito” por María del Rosario Zúñiga

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– Y bueno… ¿qué hora es? – Pete tenía el rostro completamente colorado. Sus sobresalientes y alargadas orejas lo hacían ver más idiota que nunca. Con el rostro inmóvil y las manos temblorosas sobre las rodillas, las grisáceas pupilas de Pete no dejaban de oscilar exaltadamente de lado a lado. Ay Pete. ¡Pobre Pete!, tan guapetón y tan falto de experiencia. “¡A tus 35 ya no te deberían de sorprender tal par de tetas!”

Pete pareció leer mis pensamientos en el momento en que solté una repentina carcajada tras terminar de beber la octava, novena, no se qué numero lata de cerveza. Su mirada cobró un matiz resentido. Con el terno desarreglado y ese ánimo encaprichado, Pete no parecía más un abogado – Discúlpalo, preciosa. Es la primera vez que viene aquí –

La tetona que había estado bailando empeñosamente alrededor de Pete tomó la parte superior de su bikini del suelo y se fue en hilo dental indignada. Su amiga, la del tatuaje de la serpiente alada en la cadera se quedó bailando para mí. Ella contraía su vientre y daba giros sensuales con la cintura. Se llevaba los brazos a la cabeza, al cuello, al pecho, viniendo cada vez más cerca, más cerca, más cerca. Siéntate encima mío. Te pagaré en dólares si así lo deseas. Anda, muévete un poco más. Llévame a donde tú quieras. Quítame la respiración con tu pecho. No veo nada, no veo más.

– ¡Maldita sea, Pete! ¿Qué estás haciendo?! – Pete había tomado a la mujer del tatuaje del brazo con brusquedad. – Estás ebrio – dijo. – Tú no quieres hacer esto de verdad –

¿Que yo no quiero hacer esto de verdad? ¿Qué sabe ese imbécil de lo que quiero o no quiero? ¡Lo que quiero es mear! ¡Sí señores! ¡Eso quiero! ¡Quiero mear toda la vida! ¿Y saben por qué? Ahoritita les digo. Ahoritita nomás. ¡Que no me cojas el maldito brazo, maricón! Sí, sí, puedo caminar bien. ¿Qué no ves que me mantengo de pie? Oye Pete, ¿por qué no hay música en este lugar? Ja ja. ¡Las luces brillan como diminutos asteriscos Pete! ¿Lo ves Pete? ¿Por qué carajo no me respondes Pete? Mejor lárgate quieres. Tu solo no puedes ni con un par de tetas. Maricón eres ¿no?. Mariconcito de los buenos. ¿Pete? ¿Pete? ¿Dónde estas cabrón? No shiento mish labiosh Pit. ¡Uy! ¡Qué comodidad! ¿Cómo llegó eshta cama aquí? Umm, que calor. Besas bien tetota. No pares, pod favod. Espeda, quiedo ved tu daduaje. Sí, sí. Voltéate mejor. No vayas a gritar ¿si? La esdúpida de mi mujer nunca se da la vuelta…dice gue shoy impodente, quién se ha greidoqueesss. Siempre me está reclamando, siedpre me está criticagndo. No es como tú preciosa. No esd como tú,

tú, tú, tú, tú, tú…
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S/T por Felipe Mera

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mis dientes estáticos altivos me arden la nariz la sangre la sangre retumba sin fin sin escuchar nadaa aaaaaaaaaaaaaaaaa las vueltas regresan la comida pero no sale se detiene en mi lengua y la trago es una galleta aguada sabor carne me entra frío putamarequebuenaestáestamierda las luces se apagan se prenden se apagan se prenden me hipnotiza me detiene me recuerda es noche pero hay luz ventana abierta cama con voces intento intento no consigo porque pierdo me jode lo lento que va mi ojo derecho mi cuerpo se “nubea” con nubes verdes el jardín está en mí porque no camino carajo ruedo por lo verde está húmedo y meloso como lágrimas de vainilla ¿por qué estoy así? gravitación universal teoría cuántica tantas mierdas que me enseñaron para ser una abogada mierdas sola termino mi vida drogada amputada social un chisme de mierda sí ella tiene sexo con su perro putaaa ese virginia putaaa que chucha se mete solterona ociosa para viendo su novelita necesito otra línea mis piernas tambalean son malaguas perro perro perro en instantes tenerlo sobre mí sobre mi soledad entonces la realidad es otra que se adhiere como chicle a la base de una mesa de madera de preferencia caoba para no ser un adorno oriundo de Juliaca que Juliaca no es ciencia ninguna voz es ciencia porque droga es perro perro es exclusión la droga me ha excluido de mi droga ven ven si mis palabras son viento que venga dios y me mate estoy en pie eso creo porque todo es más chato y la mesa con chicles y droga y una tarjeta para jalar aahhhhhh hasta el cerebro neuronas marchitas cagada manicure sí me muero no no tengo tan buena suerte…

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“El descubrimiento de América” por Alfredo Bryce

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psicina

[…]

Lloraba sentada mirándose el sexo, y cubriéndose los senos pudorosamente con los brazos. Pensaba en las monjas de su colegio, en sus padres, en la bodega y en sus hermanos. Pen¬saba en sus amigas, y se miraba el sexo, y sentía que aquel ardor volvía. Hubiera querido amar mucho a Manolo, que parecía un muerto, a su lado, y que sólo deseaba que las lágrimas de América fueran gotas de agua de la piscina. Trataba de no pensar porque estaba muy cansado… Cuántos días. Soportar sin ver a Marta. Contarle. Todo. Hasta la sangre. Contar que estoy tan triste. Tan triste. ¿Qué después? ¿Qué ahora? Marta va a hablar cosas bien dichas. Si fuera hombre le pego. Mejor se riera de mí para terminar todo. Ahí. Aquí. Anda, lávate. ¡Cállate, mierda! No gimas. Te he querido tanto y ahora estoy tan triste y tú podrás decir que fue haciendo gimnasia y ya no volveré porque te hubiera querido. Antes antes antes. Mandar una carta. Explicarte todo. Desaparecer. Matarme en una carrera con mi auto nuevo. Simplemente desaparecer. Marta te cuenta todo. Cobarde. Decirte la verdad. Sobre todo irme. Si supieras lo triste perdonarías pero nunca sabrás y esto también pasará. Sí. No. Ándate. Ándate un rato. Vete. Cuando me ponga la corbata todo será distinto. Te llevaré a tu casa. No te veré más. Tal vez te des cuenta en la puerta de tu casa, y mañana irás a comprar ropa de verano y no veré tu ropa nueva más apretada. Culpa. Cansancio. Se está vistiendo en ese cuarto de la casa. Soy amigo del jardinero ni mis padres están en Europa. Tal vez te escribiré, América. Con mi corbata. Mi padre no está en Europa. Mentiras. Culpa. Mi padre. Su corbata allá en el cuarto de Miguel. Te llevaré a tu casa, América. Tu casa de tus boleros donde también he matado he muerto. Mi corbata tan lejos. Morirme. Ser. To be. Dormir años. Marta. La corbata allá allá allá allá.
América se estaba cambiando.

Alfredo Bryce (Lima, 1939) es, tal vez, el escritor peruano más popular y autor de uno de los libros de cuentos y escenas mejor logrado en la literatura peruana, Huerto Cerrado. De él extraemos “El descubrimiento de América”, cuyos monólogos interiores han motivado que nuestros talleristas se enfrenten al reto del flujo de pensamiento libre para expresar estados de conciencia alterado (en el ejercicio propuesto, por el alcohol). Aquí los interesantes resultados de esta semana. Sigue leyendo