“Kremé, la araña” por Ethel Barja

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Lustrosas antorchas asaltan la noche, ojos abiertos distribuidos ordenadamente en la cabeza de un pequeño ser. Se hace más visible mientras avanza hacia la luz de la luna. Está cubierta de una vellosidad de color castaño amarillento. Avanza temerosamente con sus ocho delicadas extremidades, dándome la sensación de que no toca el suelo. Tiene unas insignificantes uñas venenosas que salen de su boca, parecen querer esconderse en su cuerpo, como si tuvieran algún remordimiento. A diferencia de otras de su especie, ella no posee dientes. Cuando era joven persistió en segregar su líquido enzimático hasta que éste terminó por corroerlos. La ansiedad de aquel tiempo la obligaba a cambiar continuamente de madriguera. La seda, que persistentemente producía, terminaba por ocupar completamente su espacio. Con el tiempo su capacidad de hacer telarañas ha disminuido por la falta de proteínas.
Acaba de pasar una cucaracha, ella ni siquiera volteó a verla. Continúa su paso hasta una hoja de aliso, que engulle rápidamente como parte de su dieta diaria. Mientras siente la hoja pasar por su faringe, vuelve a su mente el día fatal en el que ella y sus hermanas saborearon a su madre como primer alimento.

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