“Rata miserable” por Ronald Cotaquispe

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Soy un animal muy diminuto, no más grande que un pie humano. Estoy cubierto por un pelaje oscuro. Poseo, además, unos grandes ojos negros y unas orejas redondas. Entonces, qué de malo hay en ser una “rata miserable”. Me acusan de ser un inquilino indeseable, de repugnante portador de enfermedades, de horrible ladrón de comida y, en sí, de ser una “rata miserable”. Pues bien, he estado en los lugares menos imaginables sin el permiso de nadie, pero gracias a ello he sido huésped de las más notables residencias, he cruzado océanos completos en las más lujosas embarcaciones y hasta he llegado al espacio exterior. ¿No es más bien meritorio todo lo que he logrado con esta actitud? Por otra parte, la paloma, animal de quien nadie dice nada, transmite muchas más enfermedades que yo. ¿No es injusto, pues, recriminarme este detalle solo a mí? Por otro lado, la ardilla, quien es muy similar a mí, coge también la comida de otros sin permiso. ¿Por qué, entonces, él es un tierno comedor de nueces y yo una “rata miserable”? Si se piensa en estas cosas, se vería que no soy tan horrible como comúnmente se cree. Se apreciaría lo mucho que se ha estigmatizado mi imagen: la de una “rata miserable”.

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