S/T por Felipe Mera

[Visto: 3074 veces]

cerebro

Con minuciosidad carpintera cincelas el hueso. Destapas el cráneo. Hay silencio. Siempre ante lo maravilloso se enmudece. El legendario órgano reposa desconcertado, con súbito frío. Tú lo observas: es rojizo, con venas, con callos por tantos problemas. Los ojos de tu paciente están desorbitados. Los muertos no cierran los ojos. Él te invita a seguirlo (no es el primero). Él no siente nada, no ha dicho ni un aú. Te cambias de guantes. La sangre es viscosa. Tu oficina es tu infancia. Te aproximas al cuerpo, está amarillo, no te sorprendes, el sol no ha dejado de seguirte. Eres una extensión del mar. Su sangre es el mar en donde te bañabas con Raúl. Tantas comparaciones que inventaste mientras pesabas su hígado, sus riñones, mientras abriste su pecho y examinaste el corazón. Has visto demasiados corazones como para amar. Los has tocado. No son tibios. La vida es una autopsia permanente, por eso estudiaste medicina. Levantas y pesas el cerebro. Un kilo cuatrocientos gramos de humanidad. A eso nos reducimos. Convives con muertos pero sólo uno murió a tu lado. Eras niño. El tiempo ha desempeñado su oficio sobre ti. El calendario de tu oficina indica el cinco de agosto, sin embargo, al cerrar los ojos, regresas al dieciocho de noviembre, más precisamente, a las tres con veintidós minutos de la tarde. El cerebro yace en lo alto de su trono metálico, contemplando su cuerpo hinchado, carente de sentimientos. Raúl también pasó por esto y contempló su cuerpo hinchado carente de sentimientos y lloró sin ojos y gritó sin boca. Regresas el cerebro a su tumba profanada. Aprietas stop en la grabadora. El nombre es el mismo. Siempre.

Puntuación: 0 / Votos: 0

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *