Archivo por meses: mayo 2007

“No debiste hacerlo” por Cynthia Téllez

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-Me echarán del colegio ¿Qué dirán mis padres? ¿Qué les diré? Tengo miedo Nicki.- dijo Sthefani mientras temblorosa tomaba el teléfono.
-Nosotras te dijimos claramente que tenías que negarlo todo. Te advertimos que no dijeras la verdad. – replicó Nicki con algo de molestia; estaba apunto de depilarse las piernas.
-No había manera de mentir. Ellas dijeron que contratarían a un detective. Dijeron que era muy grave. Tengo mucho miedo por lo que pueda pasarle a Anne.- dijo Sthefani con lagrimas que no podía contener.
-Sabes que realmente eres tonta, deja de llorar como niña; nada te va a pasar; no fue tan grave lo que hicimos. Espera un toque, olvide algo.- le advirtió Nicki. Se paró para ir a sacar la cera del microondas. No podría hablar y depilarse a la vez. Tomó el quitaesmalte; también la tijerita de cortar uñas, la toco, sintió su filo y rápidamente regresó a sentarse y dijo:-Pero fuiste tonta al decir la verdad. Por tu culpa pudieron habernos botado del colegio a Karen y a mí también. Felizmente no somos como tú. Cuando nos llamaron dijimos que tú nos habías obligado porque querías vengarte de Anne. Además, dijimos que tú recortaste las letras del periódico, que utilizaste tu cámara para tomar las fotos y que pusiste la nota en la mochila de Anne al salir al recreo. Sthefani, tú la odiabas más, eres la culpable de todo.
-¡Que mentirosas!, saben que eso no es cierto. Yo solo quería que se diera cuenta de cómo hacia sufrir a los demás ¡No soy la culpable! La idea fue tuya y de Karen, tú querías vengarte de Anne.- dijo, indignada, Sthefani.
-Lo sé, pero la culpable de que se enteraran fuiste tú, así que solo tú mereces que te boten. -dijo Nicki, mientras miraba sus manos y la manga de su blusa blanca contrastada por el oscuro color de su falda.
-Fuiste tú quien persiguió a su papá para tomarle las fotos con sus amantes, tú eras quién más quería que Anne sufriera por quitarte el enamorado.- dijo Sthefani mientras recordaba el odio en los ojos de Nicki cuando se enteró de que la engañaban.
– ¡Yo no quería seguir con ese imbécil! Pero me alegra mucho que sufra, se lo merece. Esa nos ha echo tanto… Además mi ex es un idiota, no creo que este sufriendo por Anne. Seguro está con otra ahora, me gustaría que Anne lo sepa-dijo Nicki, hacía fuerza para seguir hablando a pesar del dolor que empezó a sentir.
-Nicki, no tienes límite. Ella quiso matarse- dijo Sthefani con seriedad.
-¿Acaso no entiendes, Sthefani? ¡Ella no es una inocente!- dijo Nicki mientras recordaba los peores momentos que había vivido n el colegio, desde su primer día de clase. Su cuerpo parecía no tener la misma firmeza.
-Creí que a Anne le era entretenido hacerle maldades al resto y esto le haría cambiar. No debimos hacerlo Nicki, estoy arrepentida. No importa que me boten, vayamos a disculparnos con ella al hospital, me dijeron que está grave.
-No me disculparé con ella. Te dijeron que esta grave para hacerte hablar ¡tonta! ¿Como puedes ser tan crédula?- dijo Nicki, que empezó a temblar de frió. Ya no podía bien pronunciar palabra.
-Ya me canse de hablar sobre la estúpida de Anne. Preocúpate en buscar otro colegio. Tengo muchas cosas que hacer.-dijo Nicki, mientras las mangas de su blusa seguian tiñéndose de rojo.
Tuuuuuuu|
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“Un día perfecto para el pez plátano” por D.J. Salinger

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jds

[…]
Mientras sonaba el teléfono, con el pincelito del esmalte se repasó una uña del dedo meñique, acentuando el borde de la lúnula. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del alféizar un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de noche, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya hecha y-ya era la cuarta o quinta llamada-levantó el auricular del teléfono.
-Diga-dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que llevaba puesto, junto con las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño.
-Su llamada a Nueva York, señora Glass-dijo la operadora.
-Gracias-contestó la chica, e hizo sitio en la mesita de noche para el cenicero.
A través del auricular llegó una voz de mujer:
-¿Muriel? ¿Eres tú?
La chica alejó un poco el auricular del oído.
-Sí, mamá. ¿Cómo estás?-dijo.
-He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no has llamado? ¿Estás bien?
-Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos aquí han…
-¿Estás bien, Muriel?
La chica separó un poco más el auricular de su oreja.
-Estoy perfectamente. Hace mucho calor. Este es el día más caluroso que ha habido en Florida desde…
-¿Por qué no has llamado antes? He estado tan preocupada…
-Mamá, querida, no me grites. Te oigo perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después…
-Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que… ¿estás bien, Muriel? Dime la verdad.
-Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo.
-¿Cuándo llegasteis?
-No sé… el miércoles, de madrugada.
-¿Quién condujo?
-Él-dijo la chica-. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada.
-¿Condujo él? Muriel, me diste tu palabra de que…
[…]

En “Un día perfecto para el pez plátano”, J.D. Salinger (Nueva York, 1919) compone sobre la base de diálogos, en dos escenas contrapuestas, una aproximación proteica a su universo de seres sensibles condenados a la vulgaridad del mundo. Teniendo a vista la fuerza expresiva que adquiere una escena en este relato, los talleristas se sometieron a la prueba de delinear un cuento breve en el mero intercambio de palabras entre personajes que se construyen en su propio lenguaje. He aquí los ejercicios que me parecieron destacables. Sigue leyendo

“Despertando para dormir” por Jeisson Sandoval

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Abrió abruptamente los ojos, un estruendoso ruido lo había despertado. Giró la cabeza hacia la ventana, estaba amaneciendo y medio sol se metía por ella. La otra mitad la tapaba un alto y angosto rectángulo gris que junto a otro de igual tamaño se imponían sobre los más pequeños.

Bajó del sillón, se acercó hacia aquel cuadro, soportó su negro cuerpo sobre las blancas patas traseras y saltó hacia él. Parado al borde de la ventana vio que unas palomas se acercaban rápidamente, se veían asustadas, y cuando según su instinto pensó en atrapar alguna, el vuelo de estas ya era demasiado alto. Decepcionado, volvió a dirigir su atención hacia los rectángulos grises. El sol parecía no tener forma, y parecía que sobre él nacía una gran nube oscura, tan oscura como nunca vio en los días más grises y lluviosos de New York, una nube sucia que seguía creciendo.

Luego de que la nube negra hubiera tomado mil formas vio acercarse a una paloma grandiosamente extraña, tenía las alas estáticas y hacía un ruido hueco y tosco, un ruido parecido al auto del que le daba de comer. La paloma se empezó a alejar cuando reaccionó, aún la sentía tan cerca que estiró una pata para intentar atraparla, no lo consiguió, dudo unos segundos, más extrañado ahora por lo alcanzable que la veía que por la rareza del animal y decidió hacer un último intento. Estiró la pata derecha todo lo que pudo, pero solo consiguió perder el equilibrio y caer del edificio. Mientras sentía otra rara sensación, esta vez en el estómago, dirigió la mirada hacia la paloma que seguia tan cerca como antes, movió las patas intentando atraparla hasta que un estruendo dos veces más fuerte que el primero cerró sus amarillos ojos.
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“Los troncos gemelos” por Renato Mendoza

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El gato estaba en el viejo tejado de un rústico hotel en el centro de Manhattan, el 11 de setiembre del 2001. Se acercaba silenciosamente hacia un cuervo que estaba parado en el filo de una teja. Arrastrándose, iba pensando varias cosas en torno a su presa. “Quédate ahí miserable criatura hija de Poe”, “Muy pronto estarás reposando en mi estómago… Parece muy distraída”. “¡Salto o no salto, he aquí el problema!”. Ya casi sentía al ave entre sus patas cuando un sonido estridente pasó por encima de su cabeza y la presa salió volando despavorida. “Demonios”, pensó el gato “Otra vez su hermano al rescate”, “Pero que impertinencia el venir a molestar justo cuando estoy a punto de desayunar”, “Parece que se va a estrellar contra ese gran árbol sin ramas”, “Lo perseguiré para comérmelo cuando caiga”. El gato salta de tejado en tejado mientras la gran cosa atraviesa el cielo. El gato se queda mirando su objetivo. “Sin duda alguna se va a chocar con el árbol”. Se oye un estruendo devastador, la tierra se remece y una gran bola de fuego se levanta cientos de metros hacia el cielo. “Miaaaauuu”, exclama el felino “Ya tenían preparado el horno”, “Vaya forma de preparar la comida de estos humanos”, “Veo que se les pasó la mano con el carbón porque el humo está que invade sus casas”, “Y yo que quería comerme ese animalito”, “No importa, esperaré otro”, “Solo espero que no llegue a ese otro tronco igualito del costado”. Sigue leyendo

“Moderno Asterión” por Marco Trigoso

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Rodolfo, el gato, se sentaba todos los días en la esquina del balcón de su casa, siempre en la mañana para ver a la Sra. Puntiaguda. “Con esa malla negra que voluptuosidaba la forma vúlvica de su sexo”, pensaba él.
No sabía como entender esta atracción que le hacia acordar mucho sobre la historia del Asterión, aquella que le contaba la chica con quien vivía; tal vez sin saberlo era él una especie de divinidad como lo fue el toro, padre de Asterión.
Decidió no prestar atención a sus pensamientos gatunos y bizarros, y acudir al encuentro que tenía con la vecina (sin el conocimiento de ella, por más obvio que parezca). El felino trepó rápidamente hasta el balcón y muy cuidadosamente (con aquel instinto que tienen los gatos) llegó a la esquina de la baranda del balcón desde donde veía a su sensual vecina hacer ejercicios. Esta ya había iniciado su rutina de aeróbicos y el gato encontraba eróticos aquellos movimientos que ejercitaban el cuerpo de la señora y que probablemente a un ser humano común y corriente le hubiesen parecido hasta estúpidos.
La televisión, que según su programación, debía presentar el programa de ejercicios cambió repentinamente a una imagen sin mucho movimiento, donde se presentaban dos edificios cubiertos en sus parte más altas por humo. El felino no comprendía las imágenes, pero prestaba mucha atención a las reacciones de la vecina que desde su habitación sufría un arrebato de alegría inexplicable. El felino pudo entonces ver muy tranquilo como un avión rápidamente penetraba a uno de los edificios y se quedaba “estacionado” dentro de éste. Todo sucedía tan rápido que el felino no comprendía la alegría de la señora ni porque un avión colisionaba con un edificio (siempre le habían parecido seres diferentes, que nunca estaban conectados mas que por el simple hecho de que los aeroplanos surcaban el cielo muy cerca de las azoteas); estaba totalmente confundido con estas acciones humanas y llegó a la conclusión de que sí era una divinidad y no comprendía (y tampoco lo haría) a esos seres de gran tamaño, pero de poco raciocinio.
Ya con la condición de divinidad aceptada, Rodolfo dispuso de sí (“y tal como lo hacen todos los seres importantes”, resonaba en sus adentros) y ubicándose muy cuidadosamente brincó hasta el balcón vecino, se deslizó y observando muy de cerca y en silencio a su fruto de deseo se lanzo a la penetración con el único objetivo de “dominar a una raza tan inferior como la humana y someterla al dominio del fruto de su atracción hacia la vecina: un moderno Asterión”
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“Kaiser” por Cynthia Téllez

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Soy sólo un viejo gato.

Así se autodenomina Káiser. Ayer, casi solo, a la ventana del departamento de sus dueños como todos los días, pensaba en lo que pudiera haber transcurrido desde el día anterior.

Bien se que hoy es un día malo…

Clu, una engreída paloma, pasó por la ventana y le dijo: “Hola, ¿Qué bello inicio de primavera no? Feliz día de la juventud Káiser. Discúlpame, olvide que ya eres abuelo. Cada día te veo más pelado eh jajaja.”

Me gustaría atrapar a esa paloma.
Sé bien que no podría atraparla.
Mi cuerpo no tiene tanta fuerza.
Me estoy quedando sin pelusas;
cada día me abandonan más de ellas.
¡Traidoras!, todas son iguales.
Esta es mi última vida y se está extinguiendo

(Rostro melancólico).

Rob, el perro de la casa, miraba a Káiser con molestia. “Gato viejo, aburres”, murmuró.
En ese momento pasaron por la ventana Alanis y Greta, unas palomas con sus años.
“Si yo fuera ese gato me alegraría de tenerlo todo a la mano”, dijo en voz baja Greta, con mal ánimo. Alanis, por su parte, se acercó y le dijo: “Káiser, amigo, sin pelusas menos enfermedades”.Luego ambas se fueron.

Enfermedad, la causo.
Yo causo enfermedad, es cierto.
Será mi culpa si el niño enferma,
Si él se enferma, me echarán a la calle.
¿Dónde viviré? ¿Qué comeré?
Moriré de hambre, frío y soledad.
(Mirada fija, garras en la boca).

Rob con un rostro de seguridad le dijo: “Káiser ellos solos se contaminan; tú lo sabes. Mira los carros que pasan y esos aviones volando bajo. Ellos solos se contaminan, ¡entiéndelo!”

El día de hoy esta más oscuro que el de ayer.
¿Has notado eso? ¿Acaso no te das cuenta Rob?
Sí, está más oscuro Rob, pronto no habrá luz.
Hoy está más caliente que ayer. Siento más calor.
Estoy seguro de que el mundo se esta calentando.
Pronto los polos quedaran derretidos. ¡Todo se inundara!
Se irán todos. Me dejarán solo. Me ahogaré, ¡Moriré!
Tendré una muerte desdichada. Que difícil aceptarlo.

(Patas encogidas, mirada perdída).

Rob jugaba con su hueso de espaldas a Kaiser. Se tornó hacia él con expresión incrédula y le dijo: “Muerte, muerte, tonterías. Deja de decir eso, no seas ridículo, no ocurrirán catástrofes así”. Moriremos de viejos. Si nadie se preocupa ¿por qué tu si? De verdad eres bien cobarde. Káiser, eres un gato estúpido”.
Kaiser simplemente calló.

El perro miró el violento choque de los aviones contra las torres gemelas. Ambos notaron el espeluznante suceso. Rob corrió hacia la puerta, saltó sobre ella, sobre la manija, ladró.
Kaiser lo miró con rostro sereno.
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“No más estambre” por Ethel Barja

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La gata ve a la niña y se le eriza el pelo plomizo. Repugna sus pequeños dedos apretándole la cola, le disgusta que termine engañándola una y otra vez con la bola de estambre, tratándola como si fuera uno de sus peludos juguetes. Parece que poco a poco la gata se ha ido dando cuenta de lo que viene después de encontrar, casualmente, un enorme ovillo a la vista. Hoy no caerá. Ha visto el ovillo, casi en el mismo lugar de siempre, pero sabe que la niña vendrá. Por ese motivo se ha alejado de la bola lanuda, trata de buscar refugio mirando afuera de la casa a través de una ventana abierta.
Podría huir si quisiera. Mas no puedo hacer eso, éste es mi hogar. Extrañaría mucho limar mis uñas en la alfombra, comer a mis horas, entre otras cosas; pero pensándolo bien ¿Acaso no podría encontrar un lugar mejor?, se dice a sí misma, con los ojos amarillos puestos en los edificios ubicados en incontables corredores; piensa en su próxima vida -quinta o sexta ya perdió la cuenta-. Eleva la mirada, edificios y más edificios. Si ella tendría que elegir un nuevo hogar, elegiría el edificio más grande que existiera, uno digno de ella. Aunque no le molestaría vivir en uno de esos dos edificios que observa a lo lejos, los más altos que alcanza a ver, le resulta difícil decidir si escogería al de la derecha o al de la izquierda, son exactamente iguales; de todos modos escogería cualquiera de los dos. Se acaricia los blancos bigotes mientras se imagina instalándose, lejos de cualquier mano atrevida, en un nuevo espacio, donde el piso estuviera completamente alfombrado, donde contara con una importante reserva de ratones en la despensa; pensaba en la posibilidad de tener a su disposición un paraíso gatuno terrenal.
Percibe algo extraño. De hecho no escapa de lo que antes ha visto. Unos objetos, que parecen ser aves rígidas, merodean a la distancia. Pero nunca antes éstos han estado tan cerca de los edificios. Al menos ella no recuerda algo parecido, pero no cree que eso tenga algo de malo. Ella sigue pensando. Se lame la pata delantera derecha. En su siguiente vida sería más feliz, estaba segura. Tal vez, por qué no creerlo, en su nuevo hogar tendría una enorme bola de estambre. Un ovillo gris gigante sólo para ella. Casi lo podía ver, pero no era uno sólo, eran dos ovillos grises en pleno crecimiento. Podía sentir su textura entre los dientes, hundir su nariz en su blandura. Estaban allí, justo frente a ella. En ese instante sintió deseos incontrolables de ir a jugar con ellos. Sin ni siquiera pensarlo, avanzaba cada vez más hacia delante, en dirección de los ovillos; alcanzarlos fue el último sueño de aquella atormentada felina antes de caer por la ventana.
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Lo que vio un gato en New York

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Con frecuencia se confunde el fenómeno de focalización con el de la voz narrativa. Un buen ejercicio para diferenciarlos es proponer un relato en tercera persona, focalizado en alguno de los personajes. A pesar de que narrador no es el personaje, solo podemos conocer lo que los ojos de este nos permite. Aquí tienen algunos ejercicios de cómo un gato contempló el 11 de setiembre del 2001. Sigue leyendo