“No más estambre” por Ethel Barja

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La gata ve a la niña y se le eriza el pelo plomizo. Repugna sus pequeños dedos apretándole la cola, le disgusta que termine engañándola una y otra vez con la bola de estambre, tratándola como si fuera uno de sus peludos juguetes. Parece que poco a poco la gata se ha ido dando cuenta de lo que viene después de encontrar, casualmente, un enorme ovillo a la vista. Hoy no caerá. Ha visto el ovillo, casi en el mismo lugar de siempre, pero sabe que la niña vendrá. Por ese motivo se ha alejado de la bola lanuda, trata de buscar refugio mirando afuera de la casa a través de una ventana abierta.
Podría huir si quisiera. Mas no puedo hacer eso, éste es mi hogar. Extrañaría mucho limar mis uñas en la alfombra, comer a mis horas, entre otras cosas; pero pensándolo bien ¿Acaso no podría encontrar un lugar mejor?, se dice a sí misma, con los ojos amarillos puestos en los edificios ubicados en incontables corredores; piensa en su próxima vida -quinta o sexta ya perdió la cuenta-. Eleva la mirada, edificios y más edificios. Si ella tendría que elegir un nuevo hogar, elegiría el edificio más grande que existiera, uno digno de ella. Aunque no le molestaría vivir en uno de esos dos edificios que observa a lo lejos, los más altos que alcanza a ver, le resulta difícil decidir si escogería al de la derecha o al de la izquierda, son exactamente iguales; de todos modos escogería cualquiera de los dos. Se acaricia los blancos bigotes mientras se imagina instalándose, lejos de cualquier mano atrevida, en un nuevo espacio, donde el piso estuviera completamente alfombrado, donde contara con una importante reserva de ratones en la despensa; pensaba en la posibilidad de tener a su disposición un paraíso gatuno terrenal.
Percibe algo extraño. De hecho no escapa de lo que antes ha visto. Unos objetos, que parecen ser aves rígidas, merodean a la distancia. Pero nunca antes éstos han estado tan cerca de los edificios. Al menos ella no recuerda algo parecido, pero no cree que eso tenga algo de malo. Ella sigue pensando. Se lame la pata delantera derecha. En su siguiente vida sería más feliz, estaba segura. Tal vez, por qué no creerlo, en su nuevo hogar tendría una enorme bola de estambre. Un ovillo gris gigante sólo para ella. Casi lo podía ver, pero no era uno sólo, eran dos ovillos grises en pleno crecimiento. Podía sentir su textura entre los dientes, hundir su nariz en su blandura. Estaban allí, justo frente a ella. En ese instante sintió deseos incontrolables de ir a jugar con ellos. Sin ni siquiera pensarlo, avanzaba cada vez más hacia delante, en dirección de los ovillos; alcanzarlos fue el último sueño de aquella atormentada felina antes de caer por la ventana.

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