“La combi y mi moreno” por Patricia Mendoza

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moreno

Otra vez mojé la maldita cama. No puedo retener la orina y lo mojo todo. El doctor me dijo que nunca más volveré a controlar mi vejiga y que nunca más podré ver ni caminar. Qué estupidez. ¿Habrá algo que no vaya contra mí en esta vida?
Me molesta esta soledad y detesto esta habitación llena de gente. Tengo ganas de romperlo todo con esta furia que me mata, pero no puedo porque mis brazos y pies están atados a esta cama. Ya creo que ni siquiera siento mi cuerpo. Solo veo vendas y muchas agujas. Todo esto me enferma más.
Solo hace tres días que salí de una largo coma y me sorprende la felicidad que siento por ello, porque yo me proclamaba como el ser que odia la vida y que deseaba estar muerto. Pero así de conflictivos son mis deseos. No se puede hacer nada contra eso.
No recuerdo nada después del impacto con el otro carro, pero recuerdo perfectamente lo que paso antes. Todas las noches me persiguen esos recuerdos, pero yo no me siento mal por nada que haya hecho. No siento ningún remordimiento y creo que encontré lo cómico de todo. Por esto, por las mañanas, siento una furia y un odio que me gustaría sentir que todo el mundo sufra. Me imagino como un exterminador de todo y de todos; pero, en las noches, olvido la rabia y vuelven aquellos recuerdos persistentes. Así que, en la noche, me ataca una risa muy larga que asusta a los otros enfermos y a las estúpidaz enfermeras.
Uno de mis pasatiempos, en este cuarto lleno de enfermos, es contar varias veces mi historia de corto plazo a los dos enfermitos que están a mi lado: el hombre de la derecha sufre de esquizofrenia y la mujer de la izquierda de paranoia. Siempre la cuento de la misma manera y empieza así:
Hace un mes, llegué a Lima. No me gusto para nada. Pero decidí quedarme a trabajar. Fui cobrador y era uno de los más vivos. Me conocían como el “sapo”, espero que por mi viveza y no por mi cara. En las mañanas, me levantaba muy temprano a despertar al señor de la combi. Este era muy bueno que a veces me cansaba y era tan precavido que hasta a los pasajeros se molestaban.
Me gustaba ser cobrador, era divertido a pesar de las quejas y caras feas de los pasajeros cuando les cobraba más. Para mí, era muy gracioso ver como mis compañeros se fijaban en los traseros de las chicas cuando ellas subían. Me decían que tenían el lugar predilecto para ver el material; pero yo nunca me estremecí por una mujer, nunca sentí deseos de besarlas o ver sus cuerpos con ganas de devorarlos. No llegue a sentir eso nunca. Pero, cuando subía un hombre, sí que lo disfrutaba. Soy hombre y me gustan los hombres, yo lo acepté, desde hace años, y no me ahogué en un vaso de agua por ello, sino que empecé a verlos, porque como dicen hay muchos peces en el mar.
Todo cambio cuando el señor de la combi sufrió un accidente. Se había roto los dos brazos. Nunca me enteré la razón. Tuvo que buscar un reemplazo para el puesto de chofer. Yo no me ofrecí, porque no sé conducir. Me contaron que la persona que iba reemplazarlo iba a llegar el lunes de la segunda semana. Así que me dispuse a esperarlo.
Cuando lo vi me pareció hermoso. Era un hombre de piel negra como el carbón. En ese momento, cuando lo salude, pensé que lo oscuro tiene un encanto. Sé que lo vi con deseo, ya que yo casi nunca escondo lo que siento. Me gustó que él hiciera lo mismo. Cuando tenemos uno tiene experiencia en materia de hombres, uno puede reconocer esos sentimientos. Esta seguro que yo le gustaba y, de manera general, que le gustaban los hombres.
Subió al carro y todo ese día trabajamos lanzándonos miradas extrañas pero con cariño. En la noche, nos dimos un beso. Me contó su vida y era un moreno tan extrovertido, muy cariñoso. Esa misma noche empezamos a bailar alcatraz. Me imagino que para muchos seria muy gracioso, que dos hombres bailen con tal sensualidad y coqueteo. Pero de lo que sí estoy seguro, es que los dos fuimos aquellos hombres. Mi relación con él fue increíble, es lo único que ahora, verdaderamente, extraño.
Después de una semana llena de caricias con mi morenazo (así yo lo llamaba), creo que casi había olvidado toda la porquería de vida que llevé en mi pueblo y de las penas producto de una familia de alcohólicos. Cada mañana me levantaba entusiasmado y nos veíamos antes de trabajar, tomábamos desayuno y conversábamos. A veces se quedaba en su cuarto o él en el mío. Debo admitir, aunque me cueste, que estaba enamorado. Fue a única vez y la última en que experimente amor por alguien.
Recuerdo el viernes de la tercera semana, acordamos para ir a cenar un lugar agradable para hablar. Ambos esperábamos con ansias aquella cena. Por eso, el viernes íbamos a dejar la combi en casa de uno de sus amigos para poder salir temprano. Todo parecía perfecto. Eran más o menos las cuatro de la tarde y había solo dos pasajeros en la combi y no había tráfico. Era la situación perfecta para que mi morenazo loco empezara a pisar el acelerador como tanto le gustaba. Pero no sé como apareció un carro muy grande delante de nosotros y mi moreno no tuvo tiempo para poder evitar el choque. Todos empezamos a gritar y a sentir que ya estábamos a punto de morir. En ese momento, se dio el impacto. Todo pasó muy rápido y no puedo recordar nada.
Cuando desperté del coma, me dijeron que yo fui él único sobreviviente. Todas las personas de la combi murieron y mi morenazo también. Pero no estoy triste, prefiero recordarlo por las noches con muchos ataques de risa recordando todas las travesuras que hicimos.
Ahora que ya no voy a poder caminar nunca más, ni ver, ni retener mi orina. Sé que me molesta, pero ya no se puede hacer nada. Esta mi historia de corto plazo se las he contado a la mujer de izquierda y al hombre de mi derecha cientos de veces. Espero que no se enfermen más por esa historia repetitiva, ya que para mí fue lo único que lleno esta vida de algo realmente valioso.

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