Por César Hildebrandt
Al entrar he visto, parada en la puerta, mirando hacia la calle, a una nana vestida entera de blanco. ¿Es una nana o es una enfermera? ¿Y qué hace allí en la puerta, disciplinadamente inmóvil?
En el café hay mucha gente. En una de las mesas conversan dos mujeres. Una de ellas tendrá sesenta años. La otra, que parece su madre, debe andar por los noventa.
La sexagenaria le dice cosas con cierto aire de desgano. La anciana la mira con esos ojos acuosos de quienes han emprendido la tarea de vivir hasta el extremo. Es imposible saber si asiente o se desagrada y si lo que escucha es una amonestación o alguna anécdota. Se diría que ni la boca ni la mirada la obedecen.
Toman té las dos mujeres. Té y pastelitos. Unos suntuosos para la más joven. Un trozo de algo indefinidamente inglés para la madre. Sí, es la madre. La otra le ha dicho hace unos instantes y en voz alta: