Crece la desigualdad en el mundo

Por Nelson Manrique

Ya en el siglo XVIII varios de los padres fundadores del liberalismo político, como Jean-Jacques Rousseau, desconfiaban profundamente del liberalismo económico (entonces llamado “librecambismo” y hoy “neoliberalismo”). Consideraban que este impulsa la desigualdad económica y esta, llegada a un cierto punto, se convierte en enemiga de la democracia.

El tiempo les ha dado la razón. La concentración de la riqueza impulsada por la liberalización de la economía de las últimas décadas se ha convertido en una seria amenaza para la democracia, como lo constata un informe publicado por Oxfam en diciembre: “Si como dice el viejo adagio ‘el dinero es poder’, entonces el crecimiento de la desigualdad en los países representa una seria amenaza para la democracia. Este poder puede ser ejercido legalmente, a través de los cientos de millones que gastan cada año en muchos países los políticos y los grupos de presión, o ilegítimamente utilizando el dinero para corromper el proceso político y democrático de toma de decisiones” (Oxfam, The cost of inequality: how wealth and income extremes hurt us all, “El costo de la desigualdad: cómo los extremos de riqueza y de ingresos nos hacen daño a todos”, en adelante Informe Oxfam)

El Informe Oxfam coincide con la opinión de Joseph Stiglitz y otros economistas que han demostrado que la liberalización financiera otorgó un poder enorme a la industria financiera, y esta utilizó ese poder político para impulsar una mayor liberalización económica. “La captura de la política por las élites es también muy frecuente en los países en vías de desarrollo, dando lugar a políticas que benefician a los más ricos, a unos pocos y no a la mayoría pobre, incluso bajo regímenes democráticos” (Informe Oxfam). Si les suena conocido no es una coincidencia.
A inicios del siglo XXI el presidente del Banco Mundial, James D. Wolfensohn, advirtió que mil millones de personas controlaban el 80% del Producto Bruto Interno de todo el mundo, mientras otros mil millones luchaban por vivir con menos de un dólar diario. “Este es un mundo desequilibrado”. La situación se ha agravado desde entonces.

Veamos algunos datos del Informe Oxfam. La proporción del ingreso nacional que concentra el 1% del NSE superior en los EEUU se ha duplicado desde 1980 –cuando se inició la apertura neoliberal–, pasando en estas tres décadas del 10% al 20%. El 0,01% superior ha ido más allá, cuadruplicando sus ingresos. A nivel mundial la concentración ha sido igualmente frenética; los ingresos del 1% superior han aumentado en un 60% en veinte años y el crecimiento de los ingresos ha sido aún mayor para el 0,01% superior. La actual crisis económica no ha sido una traba para la concentración de la riqueza sino más bien la ha estimulado: los 100 mayores billonarios del mundo incrementaron sus ingresos en 240 mil millones de dólares en el 2012. La cuarta parte de esa fortuna bastaría para acabar con la pobreza extrema en el mundo.

Con el crecimiento de la desigualdad económica la movilidad social ha disminuido rápidamente en muchos países. Cuando las élites ricas utilizan su dinero para comprar servicios privados –ya sea en la enseñanza, la salud o la seguridad– tienen menos interés en la calidad de los servicios públicos o en pagar impuestos para financiarlos. El resultado es que los paraísos fiscales albergan hoy cerca de 32 billones de dólares (una cuarta parte de toda la riqueza mundial), los que podrían generar 189.000 millones de dólares adicionales en recaudación impositiva. Poder económico, poder político e informalidad van de la mano.

Oxfam advierte de que la concentración de la riqueza y los ingresos extremos no solo no es ética, sino que además es económicamente ineficiente, políticamente corrosiva, divide a la sociedad y es medioambientalmente destructiva. La monopolización de la tierra y el agua cierra las posibilidades de un futuro sostenible y combatir la pobreza se hace más difícil cuando los recursos naturales se vuelven más escasos.

La concentración de la riqueza, por otra parte, deprime la demanda y agrava las crisis económicas. Como explica el multimillonario Nick Hanauer, que es consciente de que no se debiera continuar reduciendo los impuestos a los ricos, por más dinero que él siga acumulando no va a poder generar más demanda que comprar unos pocos autos, mientras que un incremento de los ingresos de la clase media generaría una demanda de millones.

Fuente: La República

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