Estados Unidos: Frente al desafío ambiental

Por Gisella Evangelisti*

13 de noviembre, 2012.- El cambio climático ha sido el gran ausente en los debates entre los principales candidatos a la presidencia en EEUU, centrados sobre los problemas de la economía o la política exterior.

El país se ha recuperado con dificultad de la tremenda crisis financiera del 2008, provocada por los bancos que habían difundidos a plenas manos créditos sin cobertura, y especulado de manera desenfrenada, hasta parar de financiar el sistema productivo.

Se quemaron 8,7 millones de puestos de trabajo, la crisis se propagó a Europa y, en menor medida, en el resto del mundo. La preocupación de la gran mayoría de la población trabajadora norteamericana es ahora simplemente mantenerse a flote, conseguir un trabajo decente, que permita pagar la hipoteca de la casa, (para los que pueden permitírsela), o el seguro (carísimo ) de salud. Muchos no lo tienen, y rezan todos los santos para no enfermarse.

Durante la campaña electoral Romney había declarado irónicamente: “Obama quiere salvar el planeta, yo quiero ocuparme del bienestar de ustedes y vuestros hijos”. ¿A quién se refería con ustedes? No a los obreros, pues si una fabrica como la General Motors no vende suficientes carros, hay que dejarla ir a pique y despedir los trabajadores; ni a los inmigrantes indocumentados, que deberían ser tan amables de “autodeportarse”, ni a las mujeres, que no deberían obtener gratuitamente la contracepción, ni a los gays, que deben encerrarse en sus armarios, ni a los 26 millones de pobres, que definitivamente, (como afirmó en un evento privado que terminó grabado), le tienen sin cuidado, así como non le interesan el 47 % de los americanos trabajadores, de quienes no conocía exactamente en cuanto consistían los salarios medios. Sin embargo para atraer sus votos trató de presentarse al público como un hombre que partió como “pequeño empresario”, olvidándose el detalle que su “pequeña empresa” tenía 35 millones de capital, y su trabajo consistió en gran parte en despedir enteras plantillas de trabajadores americanos y trasladar actividades en la barata China. Es la globalización, chicos y chicas.

Entonces ¿de quiénes quería ocuparse Romney? Por fin, lo hemos entendido: de los millonarios que a pesar de vivir en una islas de privilegios, deben pagar en impuestos solo el 15% de la renta, muchos menos que sus empleados (como denunció Warren Buffet, uno de los pocos millonarios que consideran injusto pagar ese porcentaje, mientras a su secretaria se le exige el 35% de la renta). A los millonarios, afirmaba Romney, hay que facilitarles la vida, bajándoles los ya bajos impuestos, para que se luzca toda su capacidad creativa (sic) en las inversiones. O en las mismas especulaciones, que pueden llegar a reproducir crisis financieras como la del 2008, pues no han sido establecidas suficientes reglas para que no se repitan. Romney quería apoyar a los que considera los verdaderos habitantes de la “América que ruge”, los aspirantes a ricos, con vagas promesas de millones de puestos de trabajo que deberían salir, como las palomas, del mantel de un mago.

¿Por qué bajar los impuestos a los ricos, que ya tanto tienen? Se preguntarán los parroquianos y parroquianas de a pie, como nosotros. Pues ellos tienen muchísimos gastos, no crean, amigos y amigas.

Por ejemplo, Romney, que tiene un patrimonio calculado en aproximadamente 250 millones de dólares y no hizo pública su declaración de renta, (pues según los jueces, allí hay gato encerrado), el año pasado hizo una donación de 4,1 millones de dólares a la iglesia mormona, de la cual había sido obispo. Los fieles de las innumerables iglesias (mormonas, metodistas, adventistas, etc) que se ven en las esquinas de Norte América, dan sus óbolos, o su diezmo, sin chistar a sus iglesias, pues ellas no solo ofrecen unas creencias que ayudan en la vida y la muerte, sino muchas veces tienen una escuela donde los hijos pueden ser educados sin mezclarse con gente “peligrosa”, y proporcionan contactos y ayudas en caso de necesidad. En fin, funcionan también como clubes sociales, y redes de apoyo, consideradas más cercanas que un anónimo Estado. Los millonarios las financian abundantemente, no solo para asegurarse un puesto en paraíso, sino también, cuando les interesa, para ser elegidos por los fieles en algún terrenal escaño político.

Para el ala extremista de los republicanos, el “Tea Party”, el Estado puede llegar a estorbar, cuando pide impuestos para facilitar (o salvar) la vida, con algún apoyo social, a las madres solteras, o los desempleados, a los ancianos sin recursos, que según ellos no supieron ser bastante competitivos en nuestro mundo despiadado. Siempre según ellos, Europa está declinando porque ha sido demasiado indulgente con los pobres y ha creado un “estado social”, con escuelas y sanidad publica de calidad para todos. A los del “Tea Party” no les importa averiguar, por ejemplo, como Dinamarca es ahora mejor lugar que Estados Unidos para quien apueste a mejorar su posición social partiendo de cero; o como España, con sus buenos servicios públicos, tuviera el presupuesto estatal en equilibrio, hasta que le tocó gastar millonadas para rescatar los bancos fraudulentos en quiebra.

¿Y el cambio climático? Pues… para Romney y los republicanos (o sea, casi la mitad de los electores norteamericanos) son todas exageraciones. Mejor no ver, no saber, no opinar. El mundo, allá al fondo, puede hundirse sin que nos moleste.

Sí, claro, en 2006 el ex vicepresidente de Clinton, Al Gore, había puesto en la mesa esa verdad incomoda: que el mundo industrializado no podía seguir con sus consumos exagerados, que las industrias no podían seguir emitiendo gases dañinos, que el clima estaba cambiando y nos vendrían en cima desastres. Pero muchos lo consideraron un sabelotodo, y las compañías más contaminantes pagaron científicos que declararan que todo estaba perfecto. En el año 2000 Al Gore había perdido en unas cuestionadas elecciones presidenciales, contra un miembro de una familia de petroleros, George W. Bush que en manga de camisa y un estilo populachero logró conectar con las mayorías, agitando el fantasma del terrorismo, e inventándose enemigos con “armas de destrucción masiva”, como Saddam Hussein, para hacer guerra a Iraq y asegurarse el petróleo medio oriental. Por supuesto, también procedió a quitar de la Casa Blanca los paneles solare que le había puesto el presidente Carter.

Fue una triste “década perdida” para el planeta, la del Dos mil, en que los Estados Unidos han brillado por su falta de compromiso en las cumbres medioambientales, empañando sus logros. Mientras tanto el deshielo del Ártico y de los nevados andinos, procedían a velocidad impresionante. Hasta que un huracán tropical, el Sandy, después de haber hecho estrago en el Caribe, llegó con ráfagas de 140 km por hora a tocar a la puerta de los rascacielos de New York, la ciudad vitrina y orgullo de los Estados Unidos, en un evento definido histórico.

Inundó de agua los túneles de la metropolitana, destrozó casas de playa, ahogó personas y carros, hizo volar la fachada de un edificio de cuatro plantas, dejando al descubierto sus aterrados habitantes, y dejó la ciudad casi a oscuras. La gente se quedó en casa, con reservas de baterías y enlatados, encogida. Para alguien, sin embargo, fue una verdadera emoción romper la rutina del trabajo y asistir en vivo y directo a un gran evento, como si fuera una de las mejores películas catastrofistas de Hollywood.

Obama, como le competía, coordinó las acciones de la recuperación y lo hizo de manera impecable, mereciéndose cumplidos hasta de los republicanos.

Pasada la tormenta, era un buen momento para hacer una reflexión sobre cómo Estados Unidos (además de Europa) tiene una gran responsabilidad histórica en el calentamiento global. Es más: si todos los habitantes de la tierra consumieran energía y recursos naturales como los estadounidenses, necesitaríamos varios planetas.

Pero los periódicos se callaron, salvo raros artículos para intelectuales; los canales televisivos más populares se limitaron a mostrar los estragos del huracán y la valentía de los bomberos, los candidatos evadieron el tema. No de casualidad. Por un lado, la Chevron y otras compañías petrolíferas, de carbón y gas, destinaron ingentes fondos para la campaña de Romney, con el objetivo de mantener, en caso de victoria, el modelo económico basado en combustibles fósiles: los que justamente más emiten gases invernaderos. (En total, con 928.638.361 millones de dolares recaudados para los dos candidatos hasta el 30 de septiembre, según la Comisión Electoral Federal de EEUU, estas elecciones resultaron las más caras en la historia del país).

Obama, por su lado, no podía perder el apoyo de estados donde es muy fuerte la producción de carbón (recordamos que Estados Unidos juntos con China e India tiene una de las mayores reservas de carbón del mundo), sacando un tema incómodo como el del medio ambiente: los obreros, de momento, son más sensibles a mantener sus puestos de trabajo, que al cambio climático.

A pesar de los fondos millonarios de los que dispuso, Romney perdió clamorosamente, y fue para él una amarga sorpresa. Les dieron la espalda las mujeres, los hispanos, los inmigrantes, los gays: en fin, más del 50% de los americanos trabajadores, de los que decía lo tenían sin cuidado.

En el discurso a la nación después de la re-elección, Obama ha retomado el tema de las energías renovables, y del uso del gas natural, que pueden crear muchos puestos de trabajo. Pero no será fácil enfrentarse a los intereses de las lobbies del carbón, del petroleo y de la energía nuclear, más dispuestas a gastar millones en comprar políticos, que a usar sistemas de producción más respetuosos del ambiente, o compensar las comunidades afectadas por la actividad minera. Y eso que hay soluciones tecnológicas alternativas. Alemania ha renunciado a la energía nuclear, y apuesta a las energía renovables; Portugal produce con viento y sol casi la mitad de la energía eléctrica que usa.

¿Cómo hacer un cambio energético de gran envergadura, como exige el planeta? Por ejemplo tasando más a los ricos, disminuyendo los gastos de la defensa, mejorando la eficiencia energética de los edificios, tasando a las empresas que emiten carbono, poniendo un pequeño impuesto a los millones de transacciones financieras cotidianas (“Tasa Tobin”), etcétera. Así sería posible invertir en energías renovables, y a la vez crear trabajo. Pero son medidas difíciles a nivel político, que deberán ser negociadas, párrafos tras párrafos, con un Congreso republicano hostil, que muchas veces ha paralizado las leyes propuestas por Obama. Para eso, debería tener el apoyo de más gente informada y sensible, también a través de las redes sociales. Las firmas de millones de personas para favorecer o abolir una ley, defender selvas y pueblos, han dado muchas veces resultado.

Hubo alguien, en estas elecciones, que trató de hacer sentir fuerte su voz, gritando que necesita un grande cambio de conciencia, en Norte América y en el mundo, para llegar a influir sobre los políticos egoístas o corruptos. Pero Jill Stein, representante del Partido Verde y candidata presidencial, no tenía millones por gastar en publicidad, como Romney, ni millares de voluntarios dispuestos a ir puerta a puerta a convencer los electores a votar para él, como Obama., y llegó a obtener menos de 300 mil votos.

El grito de Jill fue como una voz en el desierto. Los mass media la han ninguneado, y ha tenido que recurrir en un mes a dos acciones radicales, y ser arrestada por pocas horas, para tener algo de notoriedad. Una fue contra la implementación del oleoducto desde Canadá a la costa del Golfo estadounidense, que causará fuertes emisiones de gas invernadero; la otra intentando entrar sin autorización en la sala donde iba a tenerse el debate entre Obama y Romney en New York.

Jill Stein, 62 años, una mujer de traje sencillo y pelo gris, es una doctora graduada en la misma universidad de Obama y Romney, Harvard, y habla sin tapujos. Según el “New York Times” es la voz del movimiento “Occupy Wall Street”, que en el septiembre del 2011 invadió plazas y calles de Estados Unidos, lanzando un importante mensaje: “Los ciudadanos de a pie somos el 99% de la población; los financieros y millonarios que nos imponen sus leyes y manejan gran parte de la riqueza del país son solo el 1% (en realidad son aun menos, aproximadamente el 0, 03% de la población de los EEUU). Retomemos nuestro poder, haciendo sentir nuestra voz, exigiendo leyes más justas”.
Pero el movimiento “Occupy” se debilitó rápidamente, no solo por la represión policial, sino por sus divisiones internas. Sin embargo sus mensajes brotan por aquí y por allá, tomando formas inusuales. Jill Stein, una de sus voces, pide para cambiar el mundo un nuevo modelo energético más respetuoso de la naturaleza, el fin de las guerras, (¡qué sueño!), y (¿por qué no? ) la legalización de la marijuana, para relajarnos un rato entre tantos problemas.

En fin: la sociedad americana está cambiando: la marijuana ha sido legalizada, con referendum populares, en dos estados; los gays ahora pueden casarse en ocho estados, y las mujeres han obtenido importantes avances, llegando a constituir el 20 % de los senadores. Pero los que quedan sobre la mesa de Obama son los problemas más gordos. Uno, enfrentar el “abismo fiscal”, (el déficit público ) que acecha Estados Unidos. El otro, el abismo medio ambiental que acecha a todo el mundo. Y hasta ahora se ha perdido demasiado tiempo.

No hay que esperar de brazos cruzados que lleguen más y más Sandy, a tocar las puertas, ahogando culpables e inocentes. Nos toca también a nosotros, el 99% de la población, en todos los países, hacer lo posible para cambiar modelos de producción y consumo, y estilos de vida, para un mundo más saludable.

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* Gisella Evangelisti es escritora y antropóloga italiana.

Fuente: Servindi

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