Perú: El tren de la discriminación

Por Jorge Bruce

Han ocurrido tres hechos significativos esta semana, unidos por un hilo que puede resultar invisible para muchos. ¿Qué tienen en común la atroz matanza de Accomarca, la modificación del Artículo 130º del Código Penal, que tipifica la injuria racista y el debate sobre la ordenanza municipal contra la discriminación por opciones sexuales en locales públicos? La manera más sencilla de responder esa pregunta es que cuando se niegan sus derechos a las personas, cuando se las relega a categorías denigradas, cuando se les considera seres inferiores, se les convierte en prescindibles para la comunidad.

Peor aún: para muchos su eliminación es secreta o no tan secretamente deseable.

Accomarca, donde un conjunto de militares, al mando del subteniente Telmo Hurtado, asesinó a 39 adultos y 23 niños, es la expresión extrema de ese odio mortífero. El pretexto esgrimido fue la guerra contra Sendero Luminoso. El desprecio racista no fue el único motivo del crimen de lesa humanidad. Se requiere una combinación de omnipotencia narcisista, odio, miedo, escisión de la culpa y goce tanático para perpetrar un acto tan salvaje. La verdad es que acaso no lleguemos a comprenderlo del todo nunca. Lo cierto es que sin la devaluación de la condición humana que permite ver al otro como una basura apta para ser evacuada, ese comportamiento sería improbable. Ese fue el “aporte” del racismo en ese día fatídico.

Por eso es una noticia vital que las injurias racistas sean tipificadas como delitos. Cuando se ofende a personas por su apariencia u origen, en programas como la Paisana Jacinta o el Negro Mama, cuando se publican columnas cargadas de munición discriminatoria en ciertos diarios o cuando se contamina la red con injurias racistas para descalificar al otro bando político, se está poniendo en marcha el tren cuya estación final se llama Accomarca.

Lo mismo sucede cuando se trata a personas con opciones sexuales que difieren de las impuestas por la Iglesia Católica como si fueran enfermos. El congresista Juan Perry se opuso a la ordenanza capitalina para impedir la discriminación de homosexuales en lugares públicos, aduciendo que se deberían crear centros psicológicos “para que los gays se puedan recuperar”. De lo único que tendrían que recuperarse, señor Perry, es de la violencia ignorante de propuestas como la suya. Y para eso no se necesitan centros psicológicos, sino respeto de los derechos y la igualdad.

Hay homosexuales con problemas psicológicos, claro está, tal como los tienen los heterosexuales: lo sé por una larga experiencia de trabajo. Cuando el regidor Iván Becerra lamenta que “Si dos personas del mismo sexo comienzan a besarse, yo como dueño del local no podría sacarlos”, aborda el mismo tren arriba mencionado. Los crímenes de odio contra gays o travestis provienen de prejuicios aberrantes como los citados.

La imagen de los trenes de la muerte es inseparable de los campos de concentración nazis. También ahí se recurrió a la discriminación contra judíos, gitanos u homosexuales, a fin de poderlos despojar de su humanidad y matarlos. Ese es el hilo infectado al que me refería, el que nunca más deberíamos ocultar.

Fuente: La República

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