Por Guillermo Giacosa
Para muchos de los países obligados a importar alimentos, este rubro puede llevarse el 70% de sus ingresos. Está históricamente comprobado que cuando el precio de las harinas y los granos sube un 30%, la gente sale a la calle. Y lo hace con una furia que es proporcional al hambre que comienzan a padecer sus hijos. El derrumbe de dictaduras como las de Túnez, Egipto y Libia, por ejemplo, no está alimentado por ideales políticos o religiosos, como afirma el tambaleante Gadafi, sino por la miseria, cuya expresión más movilizadora es el hambre. La prensa de los países ricos de occidente comienza a expresar su preocupación por este fenómeno y señala una diferencia: en el 2008 hubo disturbios, en el 2011, revoluciones. Y revoluciones que, como la de Libia, están afectando el precio del petróleo que, por el momento, entre los adinerados, es más importante que el pan.
La FAO advirtió en diciembre: “Los precios en los mercados agropecuarios internacionales anuncian riesgos crecientes y más frecuentes para la seguridad alimentaria del mundo. Hay un creciente consenso sobre que el sistema global de producción de alimentos es más vulnerable y susceptible a episodios de extrema volatilidad de precios”.
Fuente: Perú 21