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Las instituciones de Honduras, entonces, se las arreglaron para resolver su crisis política sin intervención de ningún poder extranjero –caribeño, norteamericano e incluso el de un gobierno brasileño que ejerció una diplomacia torpe y arrogante– aunque sí dio espacios para mediaciones neutrales que no se dejasen coaccionar por los jefes del presidente derrocado.
La extraña dictadura de Honduras agoniza gracias a la ejecución de las elecciones preestablecidas antes de que Micheletti tomara el cargo de Zelaya, con los mismos candidatos y partidos que ya habían realizado sus procesos primarios, y cumplió cabalmente con la cronología de los comicios. La cuestionada observación internacional pudo tener más legitimidad si la insulsa OEA y el desprestigiado Centro Carter hubiesen decidido participar en la resolución del conflicto, como el mediador Óscar Arias terminó por aceptar con pragmatismo.
Toda dictadura es reprochable, pero la de Honduras por unos meses no gozó del hipócrita apoyo internacional de las que violan sus constituciones constantemente en el nombre de falsas democracias.
Fuente: La República