Por Susana Villarán
Mas ¿no puedes, Señor, contra la muerte, contra el límite, contra lo que acaba?, escribió Vallejo. Nadie mejor pudo expresar mis sentimientos en estos días ante la muerte de dos mujeres que han partido de nuestras vidas y nos han sumido en la tristeza: Leonor Luna, Nosa, como la llamábamos, y Rosa Góngora. Pertenecían a mundos diferentes. Una de Pacasmayo, tierra de mar y sol. La otra, vio la luz en los Andes, en la comunidad de Wacwas, provincia de Tayacaja en Huancavelica. Dos lugares muy distantes en muchos sentidos pero ambas comprometidas con las causas justas y, sobre todo, con la vida. Nosa poseía una gran belleza y sensibilidad; tenía el arte de dar gracia a las cosas y a su entorno, desde la manera en la que se vestía, la decoración de su casa, los artículos que fabricaba y vendía; una experta en arte popular que fue, sin embargo, mucho más diestra en el difícil arte de llenar de luz a quienes la rodeaban y de entregar ternura sin reservas. Deja a Rafael su esposo, a sus hijos René y Santiago y a todos nosotros, amigas y amigos suyos. Libró grandes batallas por su vida desde muy tierna cuando la abatió un cáncer al que pudo vencer; luego serían enfermedades del corazón y los riñones que no pudieron con su tenaz amor a esta tierra. Esta vez, la muerte a la que había esquivado tantas veces, se la llevó finalmente.
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