Por Nelson Manrique
La historia de Lucanamarca durante los años 80 es semejante a las de varios otros pueblos de la región, donde inicialmente SL gozó de un significativo respaldo entre la población, especialmente entre los jóvenes, gracias al adoctrinamiento realizado por sus “escuelas populares”. Cuando el ejército asumió la represión del brote subversivo, a inicios del año 1983, cambió la situación: los militares exigían a los pobladores zanjar con SL bajo amenaza de muerte. Los comuneros de Lucanamarca decidieron alzarse contra SL y capturaron al responsable de la organización en el pueblo, Olegario Curitomay, lo llevaron ante la puerta de la iglesia y lo ejecutaron bárbaramente: fue quemado vivo, dos veces (en la primera sus ataduras ardieron e intentó huir; fue alcanzado y atado, esta vez con alambre, y lanzado nuevamente al fuego).
Todo este proceso, así como la exhumación de los cuerpos, realizada por la CVR, su traslado a Lima para su identificación y su sepelio final, es meticulosamente reconstruido en “Lucanamarca”. Paralelamente se despliega la historia de la violencia a través de los testimonios de numerosos comuneros. El documental de Cárdenas y Gálvez no intenta imponer al espectador ninguna conclusión sino presentarle las distintas y contradictorias versiones de los mismos hechos que narran sus protagonistas. En “Lucanamarca” no hay buenos y malos, terroristas y patriotas, blanco y negro. La realidad es mucho más compleja, imposible de reducir a esquemas maniqueos.
De este infierno se desprende la desoladora conclusión de que la violencia de SL destruyó a Lucanamarca no solo materialmente, sino, de manera mucho más profunda, en su tejido social. Los resentimientos, envidias, la pérdida del capital social representado por los jóvenes (un comunero se lamenta de que murieron los jóvenes más inteligentes y por eso Lucanamarca no podrá desarrollarse como las otras comunidades) impiden dejar atrás definitivamente ese capítulo doloroso. Lo mismo sucede en muchos otros lugares de este país atormentado.
Se ha criticado mucho a Aldo Mariátegui durante estos días por su campaña contra la congresista Hilaria Supa. Pero debemos agradecerle un gran servicio. Hay quienes creen que el discurso neoliberal es una patente de modernidad y por eso es bueno que nos recuerden qué son para esta derecha la democracia, la tolerancia, el derecho de los otros y el respeto a la diferencia. Por lo demás, Aldo es a José Carlos lo que Correo es a Amauta.
Fuente: La República