Por María Elena Castillo
“Eran tiempos difíciles cuando conocí a Tomás. Parecía estar siempre furioso. Por esa época, ya se sabía quiénes eran los asesinos, incluso él mismo había reconocido el rostro de Santiago Martin Rivas ¿Por qué nadie quiere detenerlos?, me increpaba…
Quería hablarles, quería que lo vieran, quería que le explicaran si acaso él no merecía justicia…
Al terminar la audiencia que sentenció ejemplarmente a Alberto Fujimori, llamé a Tomás y me dijo: Ahora me siento tranquilo, ya no tengo cólera. Aunque nada me devolverá mis piernas, estoy tranquilo. Y estoy vivo…
Hoy es momento de decirte gracias, Tomás. Gracias por resistirte a la muerte. Gracias por contagiarnos con tu coraje y valentía. Gracias por no callar”.
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