Seminario Internacional “Regulación y empresas financieras en tiempos de crisis”
Exposición del Dr. Sergio Rodríguez Azuero
He seguido con deleite la presentación del profesor Andrew Powell (BID) y es muy ilustrativo sobre lo que está haciendo el mundo en relación a esta profunda crisis financiera. Es estimulante saber lo que está pasando en Estados Unidos, lo que hace la Comunidad Europea y los aportes que trae Basilea en su nueva versión sobre el tema regulatorio. Y naturalmente creo que todo es muy importante.
No quiero quitarle un ápice de interés a la necesidad de hacer profundas reflexiones en relación a lo que vendrá en el entorno regulatorio. Pero no resisto en decirles que ese no es el problema. El problema no es de regulación. Claro que es posible mejorar la regulación, pero centrar el debate en ese punto es desconocer que fue lo que causó la crisis.
La crisis norteamericana tiene muchas causas, desde luego una de ellas es la falta de regulación. Y lo es porque a partir del gobierno del presidente Reagan -y con el apoyo de ambos partidos- se entronizó como principio -y nos dominó por muchos años- el concepto de autorregulación. No era necesaria la regulación, no interesaba la regulación. Los actores podían dictarse sus propias normas de comportamiento y los mecanismos de control se debilitaron.
Cuando uno ve hoy post crisis lo que ocurrió en casos sonados como Madoff o Stanford, cuando uno ve de que manera el mercado de capitales se salió de control, cuando uno ha tomado como modelo el americano respecto de su sistema de supervisión y concluye -de Enron para acá- la dramática carencia de vigilancia, entonces, uno tiene que entender que ese fue un factor que naturalmente incidió profundamente en la crisis. Pero incidió igualmente la codicia de quienes que manejaban los instrumentos financieros. Cuando la Revista The Economist (en mayo de 2009) dice en una frase lapidaria: “La crisis norteamericana es una mezcla de falta de regulación, codicia y estupidez”, dice efectivamente lo que le pasó al mundo.
Ante la crisis, nos traen más normas. Y nos gastamos horas discutiendo nuevas disposiciones complejísimas, llenas de matices. Europa toma normas por un lado, Basilea por otro, Estados Unidos intenta con su ley otra respuesta, pero encubrimos una falta gravísima: Cada vez que tenemos un problema sacamos una ley.
Pienso que el factor fundamental estuvo vinculado no con la falta de normas, sino con su aplicación. Mi tesis es que bastaba con la aplicación de 3 de los 25 principios de regulación prudencial de Basilea para evitar lo que pasó en los Estados Unidos. Era cuestión de aplicar normas de regulación prudencial elementales (sobre cómo se miden los riesgos y como se supervisa) pero se hizo todo lo contrario a lo que esas normas mandaban. La crisis norteamericana no se debió a la falta de normas, se debió mucho más a la falta de aplicación, a la voluntad política para aplicarlas.
Un problema ético
En segundo lugar, además de la falta de aplicación, la crisis ha puesto en evidencia de manera muy dolorosa (del caso Enron en adelante), que hay un problema ético, de conducta en los actores del sistema. Considero que los sistemas han fallado pero no por falta de normas, sino por falta de hombres honestos para aplicarlas o por falta de hombres honestos para autorregular bien la actividad bancaria. Eso es lo que ha fallado.
Entonces, el debate que habría que hacer en el mundo de hoy -además de hacer modelos matemáticos- es ver qué hacemos con la ética de los hombres. El gran problema es ver de qué manera los países reeducan a sus comunidades, de qué manera desde la niñez hacemos personas que realmente tengan un sentido cívico, de solidaridad social y no piensen que en la economía de mercado todo es lícito y es posible enriquecerse no importando el costo. Es un debate filosófico más que económico, pero debe hacerse pues las fallas en los Estados Unidos y en el mundo han sido garrafales en ese sentido.
Entonces cuando se dice que el manejo de los banqueros norteamericanos quebró el mundo y no pasó nada, comienzo a entender porqué aparece el movimiento de “los indignados” que salen a las calles, y porque lamentan que no haya nadie en la cárcel.
Recientemente nos invitaron a un almuerzo privado con el gran economista norteamericano, Michelle Roubini, y le pregunté ¿donde están los banqueros y reguladores que generaron esta crisis en Estados Unidos? Y me contestó sin vacilar: Están ahí, son los mismos, eso no ha cambiado nada. De manera que, este es un punto fundamental para entender la crisis que estamos viviendo ahora.
El problema del capital
Ahora bien, otro punto importante es la cuestión del capital en la regulación de los sistemas financieros. Desde antes de que se expidiera Basilea I, recorrí América Latina expresando mis inquietudes en relación con unas recomendaciones valiosísimas pero al cual formulé críticas. Toda Basilea ha partido de un elemento que se llama capital. Para cada uno de los riesgos, se exige poner más y más capital.
Hoy el profesor Andrew Powell nos ha contado, en la misma línea, como Basilea III está planteando unas coberturas mayores para evitar capitales artificiales, pero yo digo: No todo se soluciona con capital. Muchas veces los excesos de capital en las entidades financieras esconden ineficiencias en la gestión. El tener más y más capital, no solucionan la crisis. Pregunto, ¿no se hubiese producido la crisis de EEUU si los banqueros hubieran tenido más capital? Claro, si uno mira los informes al iniciarse la crisis, éstos muestran que los grandes bancos norteamericanos estaban apalancados 1 – 40, que es un exabrupto, ¿pero si hubieran estado mostrados en relación al capital, no se hubiera producido la crisis?
Pienso que la solución al problema no es poner más capital sino ver como calificamos a los activos de riesgos. Los bancos ni los sistemas financieros quiebran por falta de capital sino por pérdidas en su portafolio. Si usted coloca bien sus recursos y tiene capacidad de recuperarlos, el capital se vuelve una variable neutra, inexistente. Pero si usted con el capital que tenga, coloca mal sus recursos, hace operaciones especulativas y se dedica a liberar cartera de riesgos -como en EEUU con las hipotecas subprime-, pues allí está el problema. Es un problema de enfoque. Estamos gastando todas las energías en ver como ponemos más capital y el problema, en mi opinión, está en las colocaciones. Detengámonos en las colocaciones.
Desde que empezaron los debates para Basilea I, me permití hacer la siguiente crítica: No es posible que se defina que las colocaciones de los bancos en deudas soberanas, generan riesgo cero. ¿Cómo se les va a ocurrir que los bancos en vez de cumplir su función intermediadora se dediquen a tomar su liquidez y colocarlos en papeles del Estado? Ese es un error garrafal.
La crisis Argentina precisamente puso en evidencia qué pasa cuando se tiene las colocaciones en papeles del Estado, como ahora sucede con Grecia. No existen riesgos soberanos cero y la historia muestra el costo gigantesco de no entender esto. Los banqueros y supervisores pensaron de buena fe que si el dinero se colocaba en papeles del Estado estaban en mejor colocación. Probablemente sí, pero no hay que olvidar que siempre existe un riesgo. Ese es el mensaje que quiero darles. En la crisis Argentina, cuando la decisión de insolvencia condujo a reconocer 25 centavos por cada dólar de deuda, no se defraudó a los grandes acreedores o banqueros extranjeros, sino a los jubilados argentinos a quienes se sacó del bolsillo las tres cuartas partes de sus ahorros porque los dineros de las AFP estaban colocados en papeles del Estado. El Estado le sacó a sus nacionales sus ahorros de jubilación de años. Era una cosa dramática desde el punto de vista social.
El problema europeo
Por ello, yendo al caso de Grecia, ¿cuál es el gran problema europeo en este instante? ¿Por qué Francia y Alemania no pueden dejar caer a Grecia? No es simplemente por el efecto político devastador de decir que la zona del euro se resquebrajaría (pues Grecia no pesa nada), sino por el gravísimo problema que la banca europea tiene colocaciones en papeles de deuda griega que quebraría a varios bancos europeos y entrarían en una situación delicada. De nuevo, insisto, el problema no es el capital sino la colocación. Y eso nos remite al problema de la ética, de los hombres falibles, de los hombres de mala fe. En Grecia pasó lo mismo. Se falsificaron los balances del Estado, le presentaron al mundo unos informes que eran falsos.
Siguiendo las recomendaciones de Basilea, los bancos europeos invirtieron en papeles de deuda del Estado griego con muy buenas tasas de interés, pero Grecia se les cayó. Y si no lo sacan adelante, se caen ellos. De nuevo, el problema está en el activo, no en el capital y eso es lo que tendría que atacarse. Es importante tomar en cuenta que cuando la rentabilidad de los papeles de deuda se sale de los estándares normales del mercado, es obvio que eso tiene que alertar a cualquier inversionista prudente, pero los banqueros colocaron imprudentemente todas las sumas en países que tenían mucho riesgo. El problema está en las colocaciones, no en el capital.
Otra crítica fundada que hice a Basilea II fue el tema de permitir que los sistemas estándar de medición de riesgo sean reemplazados por sistemas internos o particulares de medición del riesgo. En un artículo dije que esa recomendación no era conveniente pues los grandes bancos mundiales iban a inventarse sus propios sistemas de medición de riesgos. Y que al final, iban a terminar apalancándose mucho más allá de lo que la prudencia recomendaba. ¿Y qué paso? Resulta que por un lado América Latina cumplió el estándar con sentido de disciplina, pero los grandes bancos del mundo se dedicaron a ver como montaban indicadores de riesgo mucho más generosos que el estándar. Ese es un error que se está manteniendo. Uno no debería cometer esa insensatez.
El otro tema es la Ley Dodd-Frank (Ley de reforma financiera de los EEUU). Sobre ella, tengo que decir tres cosas: Primero, cuando analicé la crisis norteamericana, dije que parte de las causas que la generaban era la complejidad del sistema. Desafortunadamente, la Ley Dodd-Frank no mejora un ápice o un mínimo la complejidad del sistema financiero americano. Fue una ley que, a pesar de ser apoyada por el presidente Obama y de tener algunas cosas interesantes, no resolvió el problema.
A pesar de la ley, el sistema norteamericano sigue siendo tremendamente complejo, pero con un agravante: La ley necesitaba por lo menos de 160 reglamentaciones pero el Partido Republicano, especialmente la extrema derecha norteamericana, se dedicó a boicotear los reglamentos para que no se aplique la ley. Por otro lado, los analistas sostienen que hay una variable económica: los EEUU no han iniciado o dar un paso tratando de resolver su problema fiscal. El déficit fiscal se mantiene en unos niveles gigantescos, sin precedentes. El nivel de papeles contaminados en los mercados del mundo continúa prácticamente inalterados de la crisis para acá. Eso lamentablemente hace que las posibilidades de asignarle a la locomotora norteamericana un gran peso en la recuperación de los mercados, sean vean muy lentas.
Fortaleza de América Latina
Por último, quisiera referirme a la fortaleza y los méritos de América Latina en la crisis. Desde luego los banqueros locales han tenido algunos méritos, pero la verdadera fortaleza de América Latina ha estado en la calidad de sus reguladores y supervisores. Después de las dolorosas experiencias del pasado, hoy por hoy, la calidad de la supervisión y de los reguladores de América Latina es de alto nivel. A pesar de los cantos de sirenas que decían que hay que dejar de regular, nuestros supervisores de América Latina siguieron controlando. El contraste fundamental estuvo no en la regulación sino en la calidad de los reguladores y supervisores.
En síntesis, me parece que es necesario seguir de cerca las propuestas de Basilea III, pero necesitamos “adaptar” antes que “adoptar” Basilea. Segundo, no creo que la solución esté exclusivamente en los rendimientos de capital sino en la calidad de las colocaciones y el seguimiento a los criterios y políticas para asumir los riesgos. Tercero, me parece que es una lástima que Basilea -que en los ochenta tuvo la audacia de recomendar normas de regulación prudencial- no haya hecho énfasis en recomendar la capacidad del supervisor para calificar a los que intervienen en los mercados financieros. Esa facultad le permitiría rechazar a un accionista que considere inadecuado o incluso remover las administraciones incompetentes. Si el problema está en el hombre, entonces hay que reforzar esas facultades. Finalmente, me parece que en el problema de las colocaciones, todas las técnicas que nos ha dado Basilea en materia de calificaciones, provisiones, de seguimientos son de la mayor utilidad.
Por ello, quisiera terminar diciendo que la gran fortaleza de América Latina para afrontar los coletazos de la crisis está en la calidad de su supervisión y la actuación de sus reguladores.