BENEDICTO XVI: ¿Esta en el camino del Concilio Vaticano II?

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Siguiendo con la discusión respecto a la fidelidad del Papado actual al Concilio Vaticano II, a continuación una reflexión de Lisa Palmieri Billig sobre el último Libro de Marco Politi sobre el papa Benedicto XVI denominado como “Joseph Ratzinger: crisis de un papado”. El artículo apareció en el Diario La Stampa, el 5 de enero pasado.


Por: Lisa Palmieri Billig

El análisis de Marco Politi sobre el papado de Benedicto XVI es una lectura apasionante y muy bien escrita, un fascinante estudio psicológico e histórico de los rasgos complejos y contradictorios del hombre, Joseph Ratzinger, que generaron «la crisis de un papado»
El autor es un renombrado periodista vaticano, coautor —junto con Carl Bernstein, famoso por el escándalo Watergate— de la biografía best-seller de Juan Pablo II,Su Santidad. Ahora, en este retrato profundo del sucesor del gran Wojtyla, Politi traiciona su genuina admiración y simpatía por «las fascinantes cualidades intelectuales y espirituales» de Joseph Ratzinger, su «incuestionable autoridad intelectual», su personalidad amable, refinada, modesta; su capacidad para escuchar y comunicarse íntimamente con cada uno de los individuos con que se encuentra. Al mismo tiempo, Politi examina y cuestiona despiadadamente las directrices ultraconservadoras del papado de Ratzinger, su recorte de las reuniones con líderes internacionales religiosos y laicos —que podrían haberlo ayudado a «tomar el pulso» de los acontecimientos actuales—, su empeño en evitar buscar el asesoramiento de los oficiales de la Curia, entrenados en el arte milenario de la diplomacia vaticana.
Tales consultas, sostiene Politi, podrían haber evitado que el papa Ratzinger hiciera elecciones problemáticas, que llevaron a repetidas crisis y debilitaron la imagen internacional de la autoridad moral papal, personificada con éxito durante más de un cuarto de siglo por Juan Pablo II. Aludiendo a la escasez de comentarios vaticanos con respecto a las vastas consecuencias de la «primavera árabe», por ejemplo, Politi escribe que el papado ahora se limita a «la dimensión meramente cristiana», mientras que anteriormente resonaba como una voz importante en la defensa de los derechos humanos a escala mundial.
Politi recuerda que el papa Wojtyla hacía un seguimiento de los tiempos y del estado de mundo a través de la información que recibía personalmente del constante flujo de comensales invitados para desayunar, almorzar y cenar. Benedicto XVI, en cambio, redujo drásticamente tales encuentros, prefiriendo dedicar la mitad de su tiempo a la lectura y la escritura. Detrás de las decisiones del Papa se encuentran su predilección por el catolicismo tradicionalista, su miedo a la secularidad, el sincretismo, el relativismo moral, las amenazas de la modernidad, y una personalidad acostumbrada a buscar su propio consejo y a decidir su curso de acción en soledad.
Paradójicamente, cuando era joven, y a lo largo de todo el Concilio Vaticano II, el teólogo Joseph Ratzinger era un liberal. El último acto «reformista» de Ratzinger antes de cambiar el rumbo data de 1970, cuando, como miembro del Comité Doctrinal de la Conferencia de Obispos de Alemania, firmó un memorándum llamando a «una revisión exhaustiva y un examen más detallado de la ley sobre el celibato en la Iglesia latina, en Alemania y en el mundo entero». Dos futuros cardinales fueron cofirmantes: Karl Lehmann (expresidente de la Conferencia de Obispos de Alemania) y Walter Kasper (presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y de la Comisión Pontificia para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo). En 1972, Joseph Ratzinger se separó abruptamente del grupo reformista y cofundó la revista conservadora Communio.
Según el autor, Benedicto es principalmente un teólogo y un académico que «no se suponía que llegara a ser papa». En cambio, se encontró con la carga de la portentosa responsabilidad del liderazgo religioso mundial de 1,2 mil millones de personas. Su formación no le proporcionó las herramientas que le hubieran permitido evitar las dificultades de la diplomacia internacional. Llenó la Curia de colegas conservadores, almas gemelas, a menudo amigos de larga data, que no cuentan con capacitación alguna en ciencia política.
Politi delinea sistemáticamente una lista de acontecimientos —incluido el tsunami de la pederastia que azotó a la Iglesia y, por una mera y accidental cuestión de tiempos, llegó a las costas del papado de Benedicto XVI en lugar del de Juan Pablo II— que desencadenó una crisis tras otra. En más de una oportunidad, el papa Ratzinger se vio obligado a dar marcha atrás en sus decisiones y, en algunos casos, a pedir disculpas personales con la justificación sincera de no haber sido informado sobre todos los hechos, como en el caso del escándalo Williamson.
De hecho, el ejemplo más flagrante de los errores de cálculo de Benedicto XVI fue su invitación prematura a los miembros de la Fraternidad (Sociedad) de San Pío X (SSPX) a regresar al rebaño. Los cuatro obispos, ordenados ilícitamente por el fallecido cardenal Marcel Lefebvre, él mismo excomulgado por Juan Pablo II por negarse a aceptar las reformas del Concilio Vaticano II, incluían al sacerdote que negara el Holocausto, Richard Williamson. Según se dijo, Benedicto XVI quedó estupefacto cuando los medios dieron la noticia sobre la declaración de Williamson en la televisión sueca en la que afirmaba que el Holocausto era una mentira y que nunca había sucedido. El papa Ratzinger admitió públicamente que no había sido informado adecuadamente y reprendió a su equipo por no mantenerlo actualizado y por un uso insuficiente de internet.
Luego de explorar el sanctasanctórum de los secretos del cónclave del 2005, Marco Politi examina metódicamente la evidencia que sostiene la tesis de su título, comenzado con los informes de caso sobre los teólogos liberales purgados o bajados de clase por el cardenal Ratzinger antes de su elección papal, durante sus 24 años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (históricamente, el antiguo «Santo Oficio» de la Inquisición). Politi escribe que el cardenal Ratzinger se distinguió por su inflexible oposición a la teología de la liberación.
Las relaciones de Benedicto XVI con el islam son abordadas en el capítulo «La catástrofe de Regensburg». Durante el discurso que el papa Ratzinger dirigió en el 2006 a los estudiantes de la Universidad de Regensburg en Alemania, pareció no saber que el mundo estaría escuchándolo. Allí, citó un texto del siglo xv en el que un emperador bizantino afirmaba: «Mostradme qué ha traído Mahoma que fuera nuevo, y allí sólo encontraréis cosas malignas e inhumanas, como su orden de difundir mediante la espada la fe que predicaba».
Masivas protestas anticatólicas estallaron en el mundo musulmán en los días siguientes, lo que llevó a Benedicto XVI a expresar sucesivas «aclaraciones» y tuvo como resultado una cumbre católico-musulmana en el Vaticano y una declaración conjunta en Roma sobre principios comunes. De este modo, como en otras ocasiones, se logró transformar un conflicto inicial en un gran paso hacia adelante.
Las relaciones con el mundo judío son exploradas en el capítulo titulado, con cierto dramatismo, «La ira de los rabinos». En un contexto más amplio de continuidad y de diálogo católico-judío respetuoso, Politi recuerda la sucesión de episodios responsables de un malestar, temporal pero sentido, en la relación. Esta lista incluye, entre otras cosas, la controversia sobre la decisión de acercar a la santidad a Pío XII mediante el reconocimiento de sus «virtudes heroicas», y la rehabilitación de la misa latina tridentina preconciliar, con su «Oración por la Conversión de los Judíos» del Viernes Santo.
El autor señala justamente la falta de comunicación dentro de la Curia como un factor preponderante en todos estos contratiempos. Podemos respaldar esta afirmación con un testimonio personal. Durante el período en el que el Vaticano intentó convencer a sus pares judíos de que no estaba en los planes intentar algún tipo de proselitismo, una delegación internacional de representantes judíos fue invitada a una reunión en la Secretaría de Estado. Allí se discutieron los cambios a la nueva edición de la oración, pero ninguno de los altos oficiales del Vaticano que se encontraba presente sabía que la oración revisada ya había sido publicada sin que las palabras «la conversión» fueran quitadas del título, una modificación que se les había asegurado previamente a los representantes judíos.
El nuevo texto fue rescrito por el mismo Benedicto, como una especie de transigencia entre los tradicionalistas católicos y el Gran Rabinado de Israel. Esto fue aceptado a regañadientes por ambas partes. Politi comenta que hubiera sido mucho más sencillo reemplazar la oración tridentina con la versión latina de la oración del Viernes Santo posconciliar titulada, simplemente, «Oración por los judíos».
Sin embargo, fue el «Caso Williamson» el que causó la crisis más grave en las relaciones católico-judías. Podríamos agregar que, en el caso poco probable de una verdadera reconciliación con los lefebvrianos, una tormenta colosal se vislumbraría en el horizonte. Parecería que, a pesar de los pasos dados para someter a la Comisión Ecclesia Dei (responsable de los contactos con la SSPX) a la autoridad de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no se está prestando atención suficiente a la larga historia del uso en la literatura y en los sitios de internet de la SSPX de la acusación teológicamente deslegitimada de «deicidio» para menospreciar al pueblo judío. Además, las ofensivas calumnias contra el papa Benedicto XVI proferidas por los obispos lefebvrianos no han impedido la continuación de las negociaciones. Afortunadamente, la negación constante de la fraternidad a aceptar el Concilio Vaticano II probablemente evite otra catástrofe. «Un pasado que regresa» es el nombre del capítulo que trata principalmente sobre la SSPX. Las duras contradicciones implícitas en el deseo persistente de Benedicto XVI de hacer la paz con este grupo cismático parece ser vista por Politi como una clave para entender los tormentos interiores de Joseph Ratzinger. Benedicto XVI ha criticado las «malas interpretaciones» del «Espíritu del Concilio Vaticano II», así como del «Espíritu de Asís».
«El espíritu del Concilio», dice Politi, a su parecer, ha «dañado a la Iglesia y la ha arrastrado hacia orillas peligrosas al deformar los documentos para sustentar utopías personales.» Aún así, la aceptación leal y convencida del papa Ratzinger de todos los documentos del Concilio Vaticano II, incluidos aquellos que corresponden a las relaciones interreligiosas, ampliamente refutados por la SSPX, se ve evidenciada en sus acciones. En la reciente celebración del 25.º aniversario de la primera Cumbre Mundial de Líderes Religiosos en Asís, Benedicto XVI reemplazó el programa de oraciones simultáneas de 1986 con una invitación a la oración o a la meditación individual en habitaciones separadas ofrecidas a cada delegado. Algunos interpretaron esto como una marcha atrás en las intenciones de Juan Pablo II. Pero el rabino David Rosen, director internacional de Asuntos Interreligiosos del AJC, que estuvo (muy simbólicamente) sentado al lado del Papa durante la ceremonia, recuerda que en la Cumbre Interreligiosa de Asís del 2001 convocada por Juan Pablo II, en la que se hicieron arreglos para dar lugar a oraciones similares simultáneas pero separadas, el entonces cardenal Ratzinger le había dicho con una sensación de satisfacción: «Creo que hemos refinado el espíritu de Asís».
Antes de ingresar al cónclave que concluyó con su elección, Joseph Ratzinger «denunció la “dictadura del relativismo”, un concepto que se convertiría en el eje de este pontificado», escribe Politi, junto con su misión primaria vista como la de «reconciliar la fe con la razón». Sin embargo, recientemente, dice el autor, cada vez más personas expresan «sentimientos de ternura por la intensidad de este hombre, de edad avanzada, que parece estar caminando contra el viento».

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Acerca del autor

Luis Alberto Duran Rojo

Abogado por la PUCP. Profesor Asociado del Departamento de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Director de ANALISIS TRIBUTARIO. Magister en Derecho con mención en Derecho Tributario por la PUCP. Candidato a Doctor en Derecho Tributario Europeo por la Universidad Castilla-La Mancha de España (UCLM). Con estudios de Maestria en Derecho Constitucional por la PUCP, de Postgrado en Derecho Tributario por la PUCP, UCLM y Universidad Austral de Argentina. Miembro de la Asociación Peruana de Derecho Constitucional, del Instituto Peruano de Investigación y Desarrollo Tributario (IPIDET) y la Asoción Fiscal Internacional (IFA).

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