Eloisa y Abelardo (siglo XII)

Eloisa y Abelardo (siglo XII)

 

20140919-e_y_a.jpg

En la Biblioteca Nacional de París, Étienne Gilson,un célebre medievalista, encontró la correspondencia que prueba la existencia de una historia de amor imposible del siglo XII: la de Abelardo y Eloísa.

Abelardo nace en 1079 en Pallet (Bretania-Francia). Pertenece a la pequeña nobleza. A diferencia de sus hermanos dedicados al oficio de las armas, él decide dedicarse al estudio. Se interesa por la dialéctica y por participar en apasionadas discusiones de la época. Es la primera gran figura de intelectual moderno en el siglo XII, el primer profesor.
Pedro Abelardo llega a Paris para ser discípulo de Guillermo de Champeaux, uno de los filósofos más influyentes de Europa, pero desde el comienzo interfiere las clases con sus críticas hasta lograr desacreditarlo. Así logra destronarlo para ocupar su lugar en la Montaña Santa Genoveva y transformarse en un académico exitoso. Inteligente, sagaz, atractivo, Abelardo, clérigo y canónico, se convierte en profesor de teología y de filosofía y logra ocupar, en Paris, un lugar de privilegio.
Sus ideas son radicales y muy revolucionarias para la época. Sus exposiciones se van a centrar en un problema filosófico clave para la Edad Media: “la cuestión de los universales” (1)
Entre sus alumnos estaba un tal Fulberto (hombre de letras y de la iglesia) que tenía a su cuidado a una joven sobrina, Eloísa, quien poseía una gran cultura y además, dominaba el latín, el griego y el hebreo. Abelardo se las ingenia para convencer a Fulberto  para que lo nombre preceptor de su sobrina. Éste será el fin de sus éxitos y el comienzo de una gran tragedia. Así lo relata en su autobiografía Historia Calamitatum
Abelardo tenía 39 años y Eloísa 17, pero en cuanto conoció a la joven comenzó su tarea de seducción que incluyó el uso de la fuerza física. Sucedió que finalmente ambos se enamoraron y comenzaron a encontrarse secretamente. Poco tiempo después Eloísa queda embarazada y estalla el escándalo. Fulberto se siente traicionado y humillado. Eloísa había sido deshonrada y, a la vez, perdía su imagen de importante mujer de letras.
Para reparar la falta Abelardo ofrece casarse con Eloísa, pero en secreto para no afectar su prestigio como académico y porque teme que el matrimonio trabe el desarrollo de su carrera. Luego la envía a la casa de una hermana suya en las afueras de París.
En la Europa del siglo XII la enseñanza de la filosofía y la teología exigía ser célibe, porque no se trataba de una profesión sino de un estilo de vida. Ser célibe era una condición necesaria para vivir la vida de un sabio.
Asimismo, Eloísa no aceptaba el casamiento porque sabía que esto afectaría el futuro de Abelardo. Ella no quería ser un obstáculo en su carrera y le propone ser su amante. Esta actitud corresponde a una fuerte corriente anti-matrimonial que aparece en el siglo XII. La mujer ya no es considerada una propiedad del hombre y, además, ya nadie duda  si tiene alma. El matrimonio cae en descrédito tanto entre los nobles (surge el amor cortés, carnal o espiritual) como en los medios escolares. Aparece la teoría del amor natural (Roman de la Rose de Juan de Meung).
Los goliardos, grupo de intelectuales  al que Abelardo pertenecía, reivindicaban para los clérigos e incluso para los sacerdotes el goce de los placeres carnales. Consideraban que el hombre y la mujer poseen órganos cuyo uso no deben desdeñar. Eloísa que apoyaba estas ideas le escribe:
“No podrías ocuparte con igual cuidado de una esposa y de la filosofía… quienes deben preocuparse por el dinero y las cuestiones materiales no pueden entregarse a su ocupación de teólogos o de filósofos”.
Personajes como Cicerón, en la antigüedad, Teofrasto y San Jerónimo, también condenaban el matrimonio del sabio.
Como el casamiento se había efectuado sólo ante la presencia de Fulberto y algunos pocos parientes y amigos, y luego Eloísa había desaparecido de Paris, comienzan las habladurías y Fulberto  se siente nuevamente humillado y engañado: ese matrimonio no existía para las demás personas. Eloísa vivía en un convento de monjas y sólo se encontraba en secreto con Abelardo.
La sensación de ridículo hizo reaccionar violentamente a la familia de Eloísa. Sobornaron a un    sirviente de Abelardo, descubrieron el lugar donde se escondía y una noche entraron en su habitación y se vengaron castrándolo. La historia de amor se transformó en una tragedia, no sólo para Abelardo y Eloísa, sino para todos los demás: Fulberto fue detenido y se le confiscaron todos sus bienes, al servidor y dos parientes les vaciaron los ojos y los castraron.
Abelardo decide entonces convertirse en monje y obliga a Eloísa a tomar los hábitos y ella obedece. Él se convierte en un filósofo al servicio de la voluntad de Dios. Es en esta época que produce la mayoría de sus obras: la Dialéctica, los comentarios de Porfirio y Aristóteles y sus tratados de teología.
Primero fue aceptado por los monjes de la abadía de San Dionisio. Allí escribe un libro sobre la Trinidad que es condenado y quemado públicamente. Luego investiga sobre la historia de la abadía y descubre que era falsa la afirmación de que Dionisio la había fundado, ya que nunca había estado en ese lugar de Francia. Su actitud de constantes críticas lo obliga a dejar la Abadía.  Primero se instala en un lugar solitario, pero rápidamente comienzan a llegar estudiantes que se afincan en tiendas. Debido a esto, san Norberto y san Bernardo lo persiguen. Acepta entonces ir como Abad a una abadía bretona. Al instalarse descubre que se trata de monjes violentos y corruptos que buscan en él al cabecilla de una banda de ladrones. Empieza así su lucha por reformarlos, y escribe Historia Calamitatum, donde cuenta que le echaron veneno en el cáliz mientras celebraba misa. Luego escribe Sic et non, donde señala divergencias entre la Biblia y diferentes obras de los Padres de la Iglesia, poniendo de manifiesto su cuestionamiento a la autoridad. Finalmente, en 1141 sus doctrinas son consideradas heréticas en el Concilio de Siena y condenadas. Abelardo decide viajar a Roma a fin de ser reconocido por el Papa. Nunca llega ya que muere en el camino. Pasa sus últimos días con los monjes de Cluny (únicos en darle apoyo) y muere en abril de 1142 a los 63 años de edad. El Abad de Cluny envía la noticia a Eloísa, quien le solicita que le envíe el cuerpo.
En contrapartida, Eloísa desarrolla una vida religiosa exitosa, organiza su comunidad y es nombrada abadesa. Sin embargo, nunca dejó de considerarse la amante de Abelardo. Dice Eloísa:
 “Aquellas voluptuosidades de amantes que hemos disfrutado juntos han sido para mí tan dulces que no puedo recordarlas sin pena. Me vuelva hacia donde me vuelva ellas se imponen  siempre a mi vista; ellas y sus deseos…Yo, que debería lamentarme por lo que he hecho, suspiro ante lo que he perdido”.”Los hombres dicen que soy casta porque no han descubierto que soy hipócrita”.
Eloísa murió en 1164 y fue enterrada y acostada sobre la misma piedra en la tumba donde se hallaba Abelardo.
Los aportes más importantes de Abelardo fueron en el campo de la dialéctica (Manual de Lógica para principiantes. Es un nominalista (se contrapone a los realistas) que considera que las palabras están hechas para significar, pero están fundadas en la realidad, pues corresponden a las cosas que significan.
Da mucha importancia a la introspección: “… el pecado no es más que una falta” (no es una sustancia), por lo tanto el centro de la vida moral es el poder del hombre para consentir o rechazar lo que no es correcto.
Como humanista, reconoce en todo hombre al hijo de Dios (no importa a la religión que pertenece). Hay que ser tolerante y, en ese sentido, buscar lo que une a los hombres.
(1)Los universales: apunta a una pregunta lógico-metafísica central para la filosofía de la Edad Media. ¿De qué estamos hablando cuando utilizamos palabras como “hombre” o “caballo”?. ¿Estos términos refieren a algo real que existe en alguna parte, a ideas que sólo están en nuestra mente o a una cualidad compartida por distintos objetos?
Los platónicos decían que cuando digo caballo entiendo a que se refiere porque alude a una entidad real, por lo tanto, esos términos tienen un significado que no varía en diferentes contextos. Comprendo lo particular “este caballo”, porque contiene algo que es inmutable y universal. Abelardo consideraba que las esencias inmutables eran una fantasía. Un universal no es más que una palabra, un sonido que designa una idea general obtenida de nuestra experiencia; es una función lógica del lenguaje.
BIBLIOGRAFÍA
Pablo Da Silveira, Historia de filósofos, ed. Extra Alfaguara, Buenos Aires, 1997
Régine Pernoud, Eloísa y Abelardo, ed. Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1973
Jaques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media, ed. Gedisa, Barcelona, España, 1986
Fuente:http://elcieloporasalto.blogspot.com/2013/03/eloisa-y-abelardo-siglo-xii.html

Sigue leyendo

El Cantar de Rolando y El Cantar de los Nibelungos

El Cantar de Rolando y El Cantar de los Nibelungos
El presente texto tiene como eje central a los Cantares de Gesta europeos y está dividido en dos partes principales: primero, una visión general sobre las características de los cantares; segundo, un análisis comparativo entre el Cantar de Rolando y el Cantar de los Nibelungos.
Importancia de los Cantares de Gesta
Las obras literarias tienen la especial característica de pertenecer a un pasado remoto en su producción y, aún en la lejanía temporal con el lector, seguirán contribuyendo en la formación cultural del hombre. Es por esto, que hoy podemos leer con agrado los cantares de gesta que están enmarcados en lo que hoy conocemos como Alta Edad Media.
Según Hauser “toda época cultural tiene su Homero propio, su Nibelungos propio y su cantar de Roldán propio”[1]. La importancia de estas obras no sólo radica en su pertenencia temporal sino que también a su pertenencia local como cantos identitarios de pueblos como el griego en el caso de Homero y hasta en el chileno si recordamos el poema épico La Araucana.

Antecedentes
Los cantares de gestas tienen su significado desde la palabra latina “gesto, ōrum”[2] que significa hazaña; por consiguiente, se trata de cantos que celebran las hazañas de alguien no sin importancia.
Los antecedentes directos de los cantares de gestas están reflejados en las epopeyas clásicas de Homero. Wolfgang Kayser nos dice que “a la epopeya parece serle esencial referirse a algo existente fuera de la obra”[3] que en el caso nórdico, germano e inglés tienen elementos legendarios y míticos pero en Francia como en España hay un componente histórico en su épica porque “el recuerdo parecía más cercano”[4].

Evolución
“Primeramente fue el hecho histórico. En seguida fue la leyenda. Después, la canción de gesta”[5]. La cita anterior engloba muy bien como fue el proceso de construcción del cantar aunque siga en discusión la veracidad de cada una de las teorías que abordan este tema. Algunas teoría creen firmemente en la adición de elementos hasta llegar a la concretización del cantar por medio de la escritura; sin embargo, otros investigadores niegan esta adición y dan mayor valor a la labor del poeta como creador. Lo que si se debe tener claro es que los cantares de gestas nacen en forma escrita en el periodo de la Alta Edad Media, es decir, alrededor de los siglos XI y XII.

Poetas
Según Romero en la elaboración de la leyenda épica el poeta es en muchas veces un clérigo que desea introducir en el héroe el elemento previsto por el espíritu de las cruzadas[6], al parecer son ellos quienes desean guiar a los lectores hacia ciertos valores dignos de imitar y hacia cierto fervor religioso con determinados lugares. Esta presunción teórica parece cumplirse en el caso de los cantares españoles y franceses porque en los demás casos la intención parece ser otra debido a su carácter legendario.
En el caso germano podemos descubrir una evolución del poeta desde un origen primitivo hasta una mayor concretización en skop y skald. El skop es el poeta profesional de lo germano occidental y meridional; el skald es de la zona septentrional y siguió siendo poeta de profesión y guerrero. Ambos contribuyen a dar las formas definitivas a los cantares pero es el skald quien tiene realiza mayormente la creación personal según explica Hauser[7]

Los Cantares de Gesta europeos
– la épica anglosajona: tiene como obra representativa a Beowulfo que data del siglo VII y cuya redacción ocurre alrededor del año 1000. “Por su asunto pertenece a un fondo común de leyendas teutónicas”[8]. Beowulfo realiza grandes hazañas para liberar a su rey Hrothgar del monstruoso Grendel. Es una composición igual a toda la poesía germánica primitiva.
– épica nórdica: está compuesta por los Edda escandinavos que son el conjunto de tradiciones legendarias de la época de los vikingos (800-1100) y donde aparecen personajes como Sigfrido, Atila, Brunilda, etc.
– épica francesa: nace alrededor de Carlomagno como figura de múltiples hazañas que fueron difundidas a través de varios cantares. El más importante es el Cantar de Rolando, surgido al calor de las luchas entre cristianos y los infieles, según José Luis Romero[9]
– épica germánica: según Johannes Bühler, la principal característica es la capacidad para asimilar todas las sugestiones de fuera y por eso logra el “universalismo germánico”[10]. La épica germánica primitiva está oculta para nosotros porque al convertirse los pueblos al cristianismo fue desestimada por pagana, sin embargo tenemos el Cantar de Hildebrando del siglo IX donde el padre combate con su hijo Hadubrando. El más importante cantar es el de los Nibelungos (Nibelungenlied) que está ambientado en el s VIII pero fue refundido en el s. XIII, es el canto grandioso a una raza que luchó hasta la muerte. Gudrun, según Gili Gaya[11] es otro cantar que data de 1220 y donde el protagonista es exaltado por ser duro, fiel, inquebrantable y constante.

El Cantar de Rolando
Pertenece a lo que se conoce como el siglo de Carlomagno[12]quien es el personaje histórico pero también es quien logra sistematizar la cultura al mandar coleccionar y escribir los “antiguos cantos bárbaros”[13]. Como se dijo anteriormente, hubo un hecho histórico que es el regreso de Carlomagno a Francia luego de no haber podido conquistar España, lo hace formando sólo una columna: la retaguardia estaba custodiado por Rolando y sus hombres, pero fueron atacados sorpresivamente por los moros y muerto el heroico protagonista… Carlomagno vuelve a vengar la muerte de Rolando. Sin embargo, la escritura que fue varios siglos después del hecho histórico está distorsionada al agregarse el elemento “traición” a la trama.
El texto que hoy tenemos del Cantar de Rolando figura en un manuscrito registrado en la Biblioteca Bodleinana de Oxford desde 1634 pero su escritura de ser anterior 1170[14].

El Cantar de los Nibelungos

Pertenece a la edad de oro de la literatura germánica y está compuesto de dos grandes momentos: primero, la campaña de Sigfrido para casarse con Krimilda y la ayuda que brinda al rey Gunter para casarse con Brunilda; segundo, ya pasada la muerte de Sigfrido cuando Krimilda se casa con Atila sólo para vengar a su primer esposo, lo que terminará con el exterminio de los nibelungos.
¿Quiénes son los Nibelungos? “Los nibelungos es la antigua denominación germánica de una raza poseedora de inmensa riqueza, que según la leyenda estaban guardadas por el enano Alberich, al que Sigfrido derrotó, apoderándose de su tesoro y del nombre de este legendario pueblo”[15]. El cantar posee tres fuentes de las leyendas germánicas: a) la saga de Sigfrido y Brunilda (Sigfried und Brünhild Sage), b) destrucción del reino burgundio a manos de Atila y los hunos eslavos (Burgunde Sage) y c) la muerte de Atila.
El Cantar de los Nibelungos está perfectamente resumido en palabras de Kayser quien nos da tres características formales de la estructura: la parte original de la historia, junto a ella está la abreviación por efecto de la condensación de la historia y un retrabajo en un sentido esperanzador que tiene que ver con la finalidad de la obra[16].

Comparación de los dos cantares
La comparación pretende mostrar más nítidamente como ambos cantares, tanto La Chanson de Roland y Nibelungenlied, siendo de europea y refundidos en un mismo periodo histórico presentan diferencias importantes en cuanto los motivos, a el asunto, a la función de la obra, la religiosidad y a la concepción de la mujer.
Los Motivos
Kayser define el motivo como “una situación típica que se repite; llena, por tanto, de significado humano”[17]. En el caso de Nibelungenlied el motivo es la culpa que está concatenada desde el inicio hasta el final del cantar: primero es Sigfrido que oculta sus reales intenciones, al rey Gunter, de casarse con Krimilda; después prosiguen las culpas entre Sigfrido y Gunter al engañar, por medio de la capa que vuelve invisible a quien la usa, a Brunilda como vencida en el combate para que se case con Gunter… así las culpas van uniendo, cual tragedia griega, hasta terminar con la supuesta venganza de la muerte de Sigfrido a través de su viuda pero que significa la muerte para muchos: entre ellos los nibelungos. Cada acción va involucrando a los personajes, cada uno será culpable de un porcentaje del resultado: la tragedia del exterminio.
La Chanson de Roland tiene como motivo la soberbia de Rolando, lo que los griegos llamaban el pecado de híbriz. Al ver Oliveros que serán atacados por los moros y, por consiguiente, que corren peligro por estar en desventaja le aconseja a Rolando que toque el olifante para avisarle a Carlomagno de la batalla; Rolando cree ser lo suficientemente fuerte y capaz de llevar la batalla a buen puerto pero cuando se vio en apuros toca el olifante y ya es demasiado tarde porque la muerte los espera.
Pese a que los motivos son distintos en los cantares vale mencionar que ambo se refieren a aspectos ya presentes en la antigüedad clásica: el pecado de hibriz y el concepto de tragedia.

El Asunto
Según Kayser “lo que vive en una tradición propia, ajena a la obra literaria y va a influir en su contenido, se llama asunto”[18]. Parecerá imposible conocer el asunto de cada uno de los cantares por su lejanía en el tiempo pero hay luces esclarecedoras.
En Nibelungelied el o los asuntos son las leyendas, de allí nace la causa para cantar la tragedia de los nibelungos que pese a toda su valentía no tuvieron la posibilidad de continuar su raza.
En La Chanson de Roland el asunto es claro por medio de la historiografía que nos habla del fallido intento de Carlomagno de conquistar España que le significó retirarse y ser atacados en la zona de Navarra por los vascos y no por los moros como dice el texto aunque parezca feo que los cristianos ataquen a cristianos.

Función de la Obra
Nibelungenlied cumple la sencilla función de cantar a la valentía de los nibelungos que lucharon aún cuando sabía que iban a morir y narra la triste tragedia.
En el otro lado, La Chanson de Roland tiene por función, según algunos investigadores, el mostrar a Carlomagno como el primer peregrino de Santiago de Compostela porque la ruta histórica efectivamente pasa por el lugar donde está sepultado el apóstol Santiago. Los poetas clérigos recurrían a estas artimañas “casi propagandísticas” para lograr fieles que peregrinasen a los lugares santos donde había algún artículo de un santo y se arrodillasen ante él. Algunos dicen que en todo el texto no hay mencionada una vez a Santiago de Compostela a lo que podrán responder otros: “si el poeta no cita, justamente, el término del viaje”[19].

Religiosidad
En Nibelungenlied la religiosidad está dada por las leyendas de las Edda. Como conjunto de tradiciones que a ojos cristianos son paganas. Quedan de estas tradiciones la leyenda de los nibelungos propiamente tal como los forjadores de un anillo que puede dominar el mundo, la capa que vuelve invisible a Sigfrido y su inmersión en sangre de dragón y que lo vuelve invulnerable excepto en un punto, etc.
La Chanson de Roland es un muestrario de la defensa del cristianismo que llevan a cabo Carlomagno y sus hombres al luchar contra los moros, aún cuando históricamente fueron atacados por los vascos (no hubiese sido bien visto que fueran cristianos contra cristianos). Aún cuando Rolando fallece en la batalla, Carlomagno venga la muerte de su fiel vasallo.

Presencia de la mujer
Este es el punto más discutible desde el punto valórico: por un lado, es el Cantar de los Nibelungos quien presenta a dos mujeres decididas, con participación y coraje como lo son Krimilda y Brunilda; en cambio, las dos mujeres del Cantar de Rolando son cuidadas y su realización completa está determinada por el dominio de un hombre.
Como el asunto del Cantar de los Nibelungos está en tradiciones vikingas desde el siglo VII el matiz de la mujer es sumamente pagano a ojos cristianos: mujeres que determinan la muerte del otro, pero que en el caso de Krimilda es bárbaramente fiel a la imagen de su marido asesinado hasta llegar a cobrar venganza.
En el Cantar de Rolando hay dos casos excepcionales para representar la mujer cristiana: Alda y Bramimunda. En primer lugar Alda es la mujer que cumple el deber supremo de “amar al marido”[20] y lo cumple a cabalidad al mostrar su desprecio por la vida al saber que su prometido está muerto, queda incompleta y porque le falta más de la mitad de su ser. Bramimunda, la viuda del rey Marsil acepta convertirse al cristianismo, ella cumple con la segunda imagen salvadora –después de María- y es el de María Magdalena como la pecadora redimida.
La Edad Media fue construida casi en su totalidad por los hombres a través de la escritura (no el único medio), por lo que “no aparece nada femenino sino a través de la mirada de los hombres”[21]. En el Cantar de Rolando esto se cumple a cabalidad porque las dos imágenes de mujeres que guían el comportamiento de otras mujeres son María la madre de Jesús y María Magdalena; en el Cantar de los Nibelungos, al parecer, es predominante la imagen de Eva como la que busca mayor poder y arrastra a los demás con sus errores.

Sin lugar a dudas, los Cantares de Gesta europeos, pese a la unidad geográfica y temporal, presentan cualidades diferenciadoras que logran unirlos en un solo punto: en cantar a una hazaña hecha por un personaje importante adoctrinando al público lector. Tanto las leyendas como los hechos históricos son la masa con la que trabaja el poeta en el siglo XI y XII.
Bibliografía
– El Cantar de los Nibelungos. Ed. Porrúa, Argentina 1982.
– El Cantar de Rolando. Ed. Nascimento, Santiago 1982.
– Georges Duby. Mujeres del siglo XII. Volumen I. Ed. Andrés Bello, Santiago 1997.
– Georges Duby y Michelle Perrot, ed. Historia de las Mujeres en Occidente. Ed. Taurus, Madrid 1992.
– José Luis Romero. La Edad Media. Fondo de Cultura Económica, México 1956.
– Consultor Estudiantil. Literatura Alemana/ Rusa /Escandinava. Volumen IV. Ed. Grijabo, Barcelona 1987.
– Johannes Bühler. Vida y Cultura en la Edad Media. Fondo de Cultura Económica, México 1957.
– Enriquez Vásquez Pita, “¿Plagió Tolkien a Wagner? Análisis de las fuentes literarias de “El Señor de los Anillos””. Enwww.geocities.com/europanamochila/tolkien.htm
– Wolfgang Kayser. Interpretación y Análisis de la Obra Literaria. Ed. Gredos, Madrid 1985.
– Herausgegeben von Wolfgang Kayser. Kleines Literarisches Lexikon. Francke Verlag Bern und München, 1961.
– Agustín Blánquez Fraile. Diccionario Latino-Español. Ed. Ramón Sopena, Barcelona 1961.
– Samuel Gili Gaya. Iniciación en la Historia Literaria Universal. Ed. Teide, Barcelona 1954.
– Arnold Hauser. Historia Social de la Literatura y el Arte. Ed. Debate, Madrid 1998.
[1] Arnold Hauser. Historia Social de la Literatura y el Arte. Ed. Debate, Madrid 1998. Pág. 203
[2] Agustín Blánquez F. Diccionario Latino-Español. Ed. Ramón Sopena, Barcelona 1961. Pág. 758
[3] Wolfgang Kayser. Interpretación y Análisis de la Obra Literaria. Ed. Gredos, Madrid 1985. Pág. 71
[4] José Luis Romero. La Edad Media. Fondo de Cultura Económica, México 1956. Pág. 175
[5] El Cantar de Rolando. Ed. Nascimento, Santiago 1982. Traducción, prefacio y notas de Braulio Arenas. Pág. 19
[6] Romero, 151
[7] Hauser, 195
[8] Samuel Gili Gaya. Iniciación en la Historia Literaria Universal. Ed. Teide, Barcelona 1954. Pág. 64
[9] José Luis Romero, 148
[10] Johannes Bühler. Vida y Cultura en la Edad Media. Fondo de Cultura Económica, México 1957. Pág. 27
[11] Gili Gaya, 70
[12] Gili Gaya, 70
[13] Hauser, 193
[14] Braulio Arenas, 40
[15] Enrique Vásquez Pita. “¿Plagió Tolkien a Wagner? Análisis de las fuentes literarias de “El Señor de los Anillos””. Enhttp://www.geocities/.com/europanamochila/tolkien.htm
[16] Herausgegeben von Wolfgang Kayser. Kleines Literarisches Lexikon. Franke Verlag Bern un München, 1961. Pág. 595. „Das Epos ist in drei Fassungen erhalten: B, die dem Original am nächsten steht, A, eine Kürzung, u. C. Eine Umarbeitung in höfischem Sinne“ (La epopeya es sostenida en tres sentidos: en el original, junto a está ubidado una abreviación y un retrabajo en un sentido espiritual)
[17] Wolfgang Kayser. Interpretación y Análisis de la Obra Literaria. Ed. Gredos, Madrid 1985. Pág. 77
[18] Kayser, 71
[19] Hauser, 200-201
[20] Georges Duby, Michelle Perrot, ed. Volumen II. Historia de las Mujeres en Occidente. Ed. Taururs, Madrid 1992. Pág. 138
[21] Georges Duby. Mujeres del siglo XII. Volumen I. Ed. Andrés Bello, Santiago 1997. Pág. 13
Fuente: http://sersur.blogspot.com/2007/10/cantares-de-gesta-europeos_24.html

Sigue leyendo

Dante Alighieri y la Divina Comedia

Dante Alighieri

Dante tituló a su poema Comedia, aunque una larga tradición iniciada por Boccaccio la ha adjetivado comoDivina, tanto por su excelsitud a los ojos del primer biógrafo de Dante como por tratar de asuntos no terrenales. No se sabe con exactitud cuándo comenzó Dante la redacción de laComedia. Las palabras del autor al final de la Vita Nuovahacen pensar en que la idea del triunfo de Beatriz más allá de la muerte le surgió antes de ser desterrado, pero nada indica que comenzara el trabajo de forma inmediata. Es posible que la composición tuviera su inicio hacia 1306-1307, desde poco después de iniciar su destierro, hasta poco antes de morir (1320), o sea, durante unos quince años.

El argumento

La Divina Comedia relata el viaje de Dante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, guiado por el poeta romano Virgilio. El poema comienza con el encuentro de Virgilio con Dante, que se ha perdido en una selva y tropieza con bestias salvajes. Virgilio le confiesa al poeta que ha venido en nombre de Beatriz, una dama virtuosa, y lo conduce por un largo viaje de redención que comienza en el Averno: aquí, van pasando por círculos infernales; en el primero, están “los infelices que nunca estuvieron vivos”, los niños que no pudieron recibir el bautismo antes de morir y personas de grandeza espiritual como Virgilio, que intuyeron la revelación cristiana. En el segundo círculo ya el Infierno se muestra con toda propiedad: a la entrada de un pozo se halla Minos, una especie de juez. En los círculos superiores moran los que se dejaron guiar por la incontinencia; en los inferiores, los que respondieron a sus más bajos instintos. Luego se describen los perversos, que al final de sus vidas quedaron solos; los lujuriosos, vencidos por el puro placer sexual; los avaros; los enfermos de ira, condenados a golpearse eternamente hundidos en el fango…

La sección del Infierno es la más conocida de todas precisamente por la altura que cobran sus escenas monstruosas, como si asistiéramos al mal de una manera directamente visual: por ejemplo, los estafadores nadan en una masa hirviente de pez. El Purgatorio radica en una montaña rodeada de precipicios, y allí las almas deben consagrarse al Bien para expiar sus culpas y ser finalmente salvadas por Dios. Dante tiene oportunidad de ver el ascenso del alma del poeta Estacio hacia el cielo después de haber sido purificado. En la sección del Paraíso Dante logra la máxima perfección espiritual: ve las procesiones simbólicas, los misterios de la fe como la Encarnación Divina, y en una nube de flores dispuesta por los ángeles logra ver a Beatriz (su redentora), que sube al carro de la Iglesia.


Dante

El tema central de la Comedia es el viaje que realiza Dante, a lo largo del cual encontrará su propia identidad. Pero, ya desde antiguo, el viaje representa la condición humana, de tal forma que no sólo se trataría de la adquisición de unas experiencias sino que además hay que buscar un simbolismo a cada una de las etapas, a cada uno de los pasos por los que transita el caminante: el Infierno comienza en la noche, equivalente de la desesperación; la llegada al Purgatorio se produce al alba, símbolo de la esperanza, mientras que la entrada en el Paraíso es a mediodía, como clara muestra de la salvación por la abundante luz que hay.

Partiendo de unas coordenadas cronológicas reales (el viaje se iniciaría el año jubilar de 1300, posiblemente la noche del Jueves Santo y duraría ocho días), la obra se organiza sobre dos ejes esenciales, perfectamente atestiguados en la tradición literaria anterior: los libros de viajes (frecuentemente al Más Allá) y la literatura de visiones, aunque Dante modifica ambos géneros y los adapta a su peculiar planteamiento. En todo caso, Dante lleva a cabo una profunda y rica reelaboración de los textos que le han servido de base.

La estructura

La Comedia está dividida en tres partes (InfiernoPurgatorioParaíso), cada una de las cuales consta de 33 cantos, que con el canto que sirve de introducción suman un total de cien cantos. A su vez, el Infierno se divide en 9 círculos, elPurgatorio en 9 partes y el Paraíso en 9 cielos. Los condenados se agrupan en tres series (incontinentes, violentos y fraudulentos). Los que purgan sus pecados también forman tres grupos (los que siguieron un amor que les llevó al mal, los que amaron poco el bien y los que manifestaron un amor desmesurado a los bienes terrenales) y en el Paraíso se encuentran los seglares, los activos y los contemplativos, según el grado y tipo de amor que hayan mostrado a Dios.

El número cien es simbólico y constituye una cantidad habitual en los textos medievales de carácter didáctico; del mismo modo, el número tres, base de la concepción estructural de la Comedia, también tiene un alto valor simbólico en la numerología medieval, como muestra de la perfección y de la unidad en la diversidad: en definitiva, sería la interpretación numérica del misterio de la Trinidad.

El Infierno se estructura según las culpas de quienes se encuentran allí; siguiendo los mismos principios organizadores, en el Purgatorio nos encontramos con una montaña con siete cornisas, en las que se agrupan los condenados según sus inclinaciones pecaminosas. Al llegar al Paraíso terrenal, Virgilio, que había guiado los pasos de Dante por el Más Allá, es sustituido por Estacio. El Paraísoaloja eternamente a los escogidos que se han salvado y que se agrupan, según sus virtudes, en las nueve esferas del sistema celestial descrito por Ptolomeo (siete de los planetas, el de las estrellas fijas y el del Primer Motor). El Empíreo se encuentra fuera del sistema celestial y, por tanto, resulta ajeno al paso del tiempo a la vez que encierra en sí mismo a todos los cielos.


El bosque de las arpías (ilustración de Gustave Doré)

Según ya se ha visto, la estructura general de la Comedia se basa sobre el número tres, al que se le da una sentido especial, además de conservar todas las connotaciones simbólicas sacras y profanas. Pero la importancia de este número llega más lejos: la estrofa utilizada es el terceto endecasílabo, es decir, una estrofa de tres versos de once sílabas: cada estrofa consta de 33 sílabas. Por otra parte, unas estrofas se unen a otras con un juego de rimas en el que también se puede hablar de un indudable protagonismo del número tres: el segundo verso de una estrofa rima con el primero y el tercero de la siguiente, dando lugar al sistema métrico denominado terceto encadenado. De este modo se mantiene una línea melódica y rítmica a lo largo de todo el canto. Frecuentemente, el sentido se organiza apoyado en tres tercetos, lo que da a estos grupos un indudable aire de silogismo (en cierto modo, ocurre lo mismo con la estructura del soneto).

Significación de la Divina Comedia

Son tres los ejes fundamentales de la Comedia desde el punto de vista filosófico: el cosmos, la razón y la fe, la predestinación y el libre albedrío. El primero se resuelve con la creación de un universo propio en el que el infierno y el paraíso se oponen simétricamente, y entre los que se sitúa el purgatorio. Sobre el eje de la razón y la fe se estructuran las ideas sobre filosofía y teología: la primera tropieza continuamente con unos límites estrechos, que son los del conocimiento humano. La teología, por el contrario, abre en todo momento unos horizontes inabarcables e ignotos; el paso de la una a la otra es el que convierte al poeta en poeta-teólogo, como se manifiesta explícitamente enParaíso, XXV.

El tercer eje es el formado por las cuestiones relativas a la predestinación y libre albedrío, que constituyen una de las preocupaciones más frecuentes para los pensadores medievales, incluidos teólogos y filósofos naturales: todos los seres, animados e inanimados, están señalados por el influjo de los astros, que les transmiten determinadas cualidades o virtudes, o que (según algunos) les marcan el futuro. Al plantearse estas cuestiones, Dante no es una excepción en el panorama medieval; y la distancia que separa esas creencias de unos planteamientos deterministas es mínima. En efecto, si los astros marcan el destino individual, la persona no es completamente libre en sus actuaciones y, por tanto, no debe ser castigada o premiada. Dante acepta el influjo de los astros en el hombre, pero a la vez considera que el alma intelectiva (que sólo depende de Dios) es ajena a ese influjo y, por tanto, es acreedora de la salvación o de la condena, pues decide libremente (Purgatorio, XVI).

Como viajero por una tierra desconocida, Dante es acompañado por sucesivos guías que son también sus maestros en el viaje poético (Virgilio y Estacio) y en el de la fe (Matelda, Beatriz y San Bernardo). Sólo ellos pueden llevar al hombre, al pecador, hacia la alta meta que sigue: el proceso de purificación espiritual exige una ayuda externa y es ése el papel que desempeñan estos acompañantes. Los cambios de guía indican las etapas más importantes del camino recorrido: por eso, se producen a la entrada en el Paraíso terrenal y al final del camino por el Paraíso, cuando ya sólo queda pasar al Empíreo para la contemplación divina. En la primera, se hace libre el albedrío del caminante y en la segunda su alma abandona la esclavitud. Es obvio el doble nivel de significados que hay, en el que también participa la figura del propio Dante como viajero y poeta. Así, los cinco guías (Virgilio, Estacio, Matelda, Beatriz y San Bernardo) representan otros tantos grados en el proceso de formación y perfeccionamiento de Dante, que le llevará hasta la contemplación divina.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/monografia/dante/divina_comedia.htm

Sigue leyendo

LOS 3 GRANDES TRAGICOS GRIEGOS

LOS 3 GRANDES TRAGICOS GRIEGOS

 
Esquilo: (525 a.C.-Gela, Sicilia, 456 a.C.) Trágico griego. Esquilo vivió en un período de grandeza para Atenas, tras las victorias contra los persas en las batallas de Maratón y Salamina, en las que participó directamente.De las noventa obras que escribió Esquilo, sólo se han conservado completas siete, entre ellas una trilogía, la Orestíada (Agamenón, Las coéforas y Las Euménides, 478 a.C.). Se considera a Esquilo el fundador del género de la tragedia griega, a partir de la lírica coral, al introducir un segundo actor en escena, lo cual permitió independizar el diálogo del coro, aparte de otras innovaciones en la escenografía y la técnica teatral.Se sabe que en su juventud luchó en las grandes batallas que enfrentaron a Griegos con los Persas, como fue la batalla de Maratón o la de Salamina, y ello le influiría de manera significativa en sus obras. De la gran cantidad de tragedias que escribió, se le conocen unas 79, se han conservado siete de ellas, que explicaremos brevemente. El sistema antiguo estaba basado en una obra dividida en tres, una trilogía escenificada, con intervenciones corales y con gran sensibilidad poética en los momentos culminantes.Los Suplicantes: de esta obra se conserva sólo una parte de la trilogía que básicamente es de tipo coral, el tema se relaciona con el matrimonio de las hijas de Danao.Esquilo falleció en Gela (Sicilia) en el 456 a.c. 20 años antes de que la Guerra del Peloponeso enfrentara a los Griegos. Tal fue su importancia que en Sicilia le erigieron un monumento en su recuerdo.
Sófocles: (Colona, 495 a.C.-Atenas, 406 a.C.) Poeta trágico griego. Hijo de un rico armero llamado Sofilo. En el 468 a.C. se dio a conocer como autor trágico al vencer a Esquilo un concurso teatral que se celebraba anualmente en Atenas, cuyo dominador había sido Esquilo. Comenzó así una carrera literaria sin parangón: Sófocles llegó a escribir hasta 123 tragedias, aunque solo seconservan completas las de su madurez AYAX, escrita alrededor de 445 a.c Edipo en Colona, las traquinias y Antigona, escrita entre 441 a.c y 440 a.c. Electra, Edipo rey y Filoctetes son posteriores. A Sófocles se deben la introducción de un tercer personaje en la escena, lo que daba mayor juego al diálogo, y el hecho de dotar de complejidad psicológica al héroe de la obra.Sófocles murió en el 406 a.c. a la edad de 90 años, y le debemos las mejores obras dramáticas que aún ahora se siguen representando en teatros de todo el mundo.
Eurípides: (Salamina, 480 a.C.-Pella, 406 a.C.) Poeta trágico griego.Tuvo como maestros a Anaxágoras, Protágoras y Pródicos y a Sócrates, cuyas enseñanzas se reflejan en su obra.En el 455 a.C. Eurípides presentó a concurso su primera tragedia, Los Pelíadas, con la que obtuvo el tercer puesto. Seguirían 92 obras más, de las cuales se han conservado diecisiete tragedias, que, sin embargo, poca fama y reconocimiento le aportaron en vida: medea (431 aC), Las bacantes(405 aCLas troyanas (415 aC), Electra Andrómaca.Eurípides murió en Pella el año 406 antes de Cristo.
Fuente: http://wikiteatro.blogspot.com/2012/05/los-tres-grandes-griegos.html

Sigue leyendo

Safo y ‘Oda a afrodita’

La lírica de SAFO

 

20140912-safo.jpg

Safo (Σαπφώ en griego), poetisa griega que vivió entre el VII y el VI siglo a.C. nació en Ereso, en la isla de Lesbos, pero transcurrió la mayor parte de su vida en Mitilene, la ciudad más importante de la isla.
No se conoce tampoco la fecha de su  muerte ni las circunstancias en la que se produjo, aunque por una composición se deduce que alcanzo la tarda edad. La leyenda quiere que murió tirandose desde un faro en la isla de Lefkada, a causa del amor no correspondido hacia el joven Faón.
La oda a Afrodita es posiblemente  una de las más bellas y delicadas líricas pervenidas, Safo expresa la pena y la ansiedad por un amor no siempre correspondido y el tormento que este le da.
Esta lírica asume la forma de una oración en la que Safo intenta involucrar la diosa en su favor y esta prontamente interviene de manera directa.
En esta poesía la fuerza emotiva se conjuga con la elegancia y la suavidad de las expresiones
ODA A AFRODITA
¡Tú que te sientas en trono resplandeciente,
inmortal Afrodita!
¡Hija de Zeus, sabia en las artes de amor, te suplico,
augusta diosa, no consientas que, en el dolor,
perezca mi alma!
Desciende a mis plegarias, como viniste otra vez,
dejando el palacio paterno, en tu carro de áureos atalajes.
Tus lindos gorriones te bajaron desde el cielo,
a través de los aires agitados por el precipitado batir de sus alas.
Una vez junto a mí, ¡oh diosa!, sonrientes tus labios inmortales,
preguntaste por qué te llamaba, qué pena tenía,
qué nuevo deseo agitaba mi pecho,
y a quién pretendía sujetar con los lazos de mi amor.
Safo, me dijiste, ¿quién se atreve a injuriarte?
Si te rehuye, pronto te ha de buscar;
si rehúsa tus obsequios, pronto te los ofrecerá él mismo.
Si ahora no te ama, te amará hasta cuando no lo desees.¡Ven a mí ahora también, líbrame de mis crueles tormentos!
¡Cumple los deseos de mi corazón, no me rehúses tu
ayuda todopoderosa!
Lamento:
Dulce madre mía, no puedo trabajar,
el huso se me cae de entre los dedos
Afrodita ha llenado mi corazón
de amor a un bello adolescente
y yo sucumbo a ese amor. 


Fuente: http://poesialiricagriega.blogspot.com/2011/01/la-lirica-de-safo.html

Sigue leyendo

LA EDAD MEDIA. LA LÍRICA MEDIEVAL

LA EDAD MEDIA. LA LÍRICA MEDIEVAL

tapiz, escuela  de trovadores

En la Edad Media, periodo que va desde el 476 d.c. (caída del Imperio Romano) hasta finales del siglo XV, el latín, que era la lengua implantada durante el imperio, comienza un proceso de descomposición que desemboca en la aparición de las diferentes lenguas romances. En la Península, las lenguas derivadas del latín fueron el castellano, el gallego, el leonés, el navarroaragonés, el catalán y el mozárabe;  ésta última era la lengua hablada por los cristianos en el territorio ocupado por los árabes.

Las primeras manifestaciones en lengua romance fueron unos poemas líricos llamados jarchas, escritos en mozárabe, y unos breves comentarios en prosa encontrados en obras latinas, que servían para facilitar la comprensión de determinados vocablos latinos (las más conocidas son las glosas emilianenses ysilenses, encontradas en los monasterios San Millán de la Cogolla y  Santo Domingo de Silos, respectivamente).

 

Contexto socio-histórico y cultural

La Edad Media se inicia con las invasiones germánicas (o invasiones bárbaras), siglo V,  las cuales suponen el declive y la desaparición del Imperio Romano. En el siglo VIII, en el año 711, las tropas musulmanas comienzan a invadir la península, dominándola casi por completo y manteniendo su supremacía hasta el siglo XIII, momento en el que los pueblos cristianos iniciaron la Reconquista. Por tanto, la Edad Media no sólo fue un periodo de continuos enfrentamientos entre musulmanes, cristianos y judíos (asentados también en la Península), sino que también fue una época en la que convivieron con sus lenguas, culturas, costumbres y religiones, lo cual se ha reflejado en las distintas manifestaciones literarias del medievo. Sólo hay que recordar la ingente labor de la Escuela de Traductores de Toledo tanto en la traducción de obras de diversa procedencia y disciplina, como en la elaboración de otras por orden de Alfonso X el Sabio.

 

En cuanto a la sociedad en la Edad Media, se caracterizaba por ser una sociedad estamental, es decir, dividida en estamentos o agrupaciones cerradas: nobleza, clero y campesinos (tercer estado o “no privilegiados”). Se organizaba en torno al denominado sistema feudal, que consistía en la concesión de feudos (casi siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una prestación política y militar; consistía, pues, en un contrato de homenaje y fidelidad.

La pirámide feudal sería la siguiente:

Piramide_feudal_a

 

 

 

Por consiguiente, la sociedad medieval estaba jerarquizada y, además del Rey, la nobleza, los caballeros y el clero eran grupos sociales dominantes y poseían privilegios; aquellos se ocupaban de la defensa del reino; y estos, los clérigos, tenían la labor de difundir la cultura y la doctrina cristiana.

Los no privilegiados eran los campesinos, los cuales debían trabajar las tierras de los señores y, además, ofrecerles parte de la cosecha.

Formaban también parte de la sociedad medieval los burgueses, habitantes de los burgos o ciudades, dedicados, junto con los artesanos,  al comercio.

Con respecto al pensamiento y cultura  medieval, hay que señalar su marcada religiosidad, de ahí que imperara el denominado teocentrismo, es decir, Dios se consideraba el centro del universo. Los clérigos, que sabían leer y escribir, eran los responsables de transmitir la cultura, primero en latín y, posteriormente, en lengua romance; recordemos las primeras incursiones de la prosa en lengua romance, las glosas. Asimismo, se conoce con el nombre de mester de clerecíaaquellas obras compuestas por los clérigos durante los siglos XIII y XIV, frente a las composiciones propias del denominado mester de juglaría, oficio de los juglares,  que transmitían oralmente  (cantando y recitando en las plazas públicas) toda la poesía popular de tradición épico-lírica.

juglares

LA LÍRICA TRADICIONAL. CLASIFICACIÓN

Mapa conceptual (Ampliación) 

 

La lírica tradicional

 

LA LÍRICA CULTA. CLASIFICACIÓN

Mapa conceptual (Ampliación) ←

Lírica culta

 

Fuente: http://ealcazar.wordpress.com/la-edad-media-la-lirica-medieval/

 

Sigue leyendo

La Medea de Eurípides Hacia un psicoanálisis de la agresión femenina y la autonomía

La Medea de Eurípides
Hacia un psicoanálisis de la agresión femenina y la autonomía

Roxana Hidalgo Xirinachs
Traducido por Irene Meler

 

20140910-medea.jpg

ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD:
LA MEDEA DE EURÍPIDES COMO SUJETO FEMENINO TRÁGICO

El retorno a los orígenes míticos, a las imágenes oscuras y a la vez esclarecedoras de los mitos, representa una vía de acceso fundamental a la relación íntima entre las experiencias subjetivas individuales y las imágenes de mundo colectivas. En este sentido, la interpretación creativa de los mitos griegos, cultivada por los antiguos poetas trágicos durante una impactante etapa de transición histórica, hace más de dos mil años, sigue ofreciendo hasta hoy en día formas cautivantes para la comprensión de la conexión que une los mundos vivenciales subjetivos con el contexto cultural. Para la cultura griega, el desarrollo de la tragedia como un nuevo género literario, significa un hito histórico en una época en la que la creación cultural experimentó un avance que difícilmente se podría repetir. La Atenas Clásica constituye una fase de transición, en la cual los poderes divinos del origen, representados en los viejos conceptos míticos y las prácticas religiosas, se enfrentaron con los nuevos principios jurídicos, políticos y filosóficos que surgieron con el sistema democrático (ver Vernant, 1972). La insuperable discrepancia entre el mundo original de los mitos y la nueva estructura social de la democracia, marcaba para el ciudadano de Atenas el comienzo definitivo de una nueva época.

Las contradicciones y rupturas irreconciliables, que caracterizaron el siglo 5 a. C. en Atenas, permitieron según Vernant (1972), el desarrollo de la creación literaria como ficción. Los textos trágicos ya no son meras descripciones de determinados eventos históricos o relatos míticos, sino que representan las primeras interpretaciones literarias, en las cuales el autor se toma la libertad de crear historias propias basadas en la realidad. Como apogeo cultural, que marca el origen de la ficción literaria en la antigüedad, la tragedia griega parece proporcionar imágenes paradigmáticas, que permiten acercamos a una cantidad de situaciones vivenciales conflictivas que ocurren en la intimidad de las relaciones familiares. En este panorama, el sujeto trágico pone en escena una personificación provocativa del antiguo héroe griego, en la cual lo enigmático de las relaciones humanas se sobrepone a la interpretación homogeneizante de los viejos héroes y dioses de la mitología. Estos mundos vivenciales subjetivos nacen de la relación entre la realidad etnográfica, histórica y mítica de la Atenas Clásica, por un lado, y la capacidad individual de autorreflexión, representada por el autor de la tragedia, por otro lado. En las tragedias surge de forma impresionante el enlace entre las fantasías inconscientes del autor y la etapa de transición socio-histórica, cuyas consecuencias trágicas para la cultura griega ya eran predecibles.

De los tres autores trágicos, Eurípides es el autor que no sólo toma una mayor distancia crítica frente al mundo antiguo de la mitología griega, sino también frente a los nuevos principios sociales, políticos y filosóficos que surgieron con la democracia ateniense (ver Nancy 1992, March 1990 y Williamson 1990). Esta posición crítica en relación con los conceptos religiosos de la época condujeron a que, en la obra de Eurípides, los héroes legendarios los poderosos dioses griegos aparecieran menos idealizados y heroicos que en los otros autores trágicos. El conflicto entre el mundo celestial de los dioses y el mundo terrenal de los humanos se traslada hacia las contradicciones internas del sujeto trágico, poniendo a éste en el primer plano de la puesta en escena dramática. Asimismo, las relaciones entre los géneros y las imágenes sobre la feminidad obtienen en sus dramas, de forma extraordinaria, un carácter de búsqueda de lo nuevo, radical para esta época. Aunque, por lo general, en las tragedias las figuras femeninas toman la palabra de forma manifiesta, es en la obra de Eurípides, en la cual ellas se apoderan activamente de las discusiones políticas y sociales de su tiempo (ver Nancy, 1992).

En este sentido, Medea personifica, como sujeto femenino trágico, una figura paradigmática. Medea es una figura trágica ubicada en un espacio entre el mundo de lo divino y lo terrenal. Por un lado está la figura de la mujer enamorada y madre de sus hijos, y por otro lado encontramos la mujer asesina, que no muestra piedad con sus enemigos. De esta posición ambigua que caracteriza la Medea de Eurípides, resulta un sujeto femenino, que personifica una mujer luchando por la realización de su propio proyecto de vida, la cual rompe, en este proceso, con la posición cultural de la mujer como objeto de intercambio, asignada a la misma por las reglas del matrimonio. En Medea encontramos una figura femenina que se apropia de sus deseos sexuales y expresa activamente su agresión y fuerza de voluntad. En una época, en la cual la mujer ocupaba una posición social restringida políticamente, ella personifica una figura femenina con capacidad de autodeterminación y autoafirmación. Sin embargo, en contraste con otras figuras trágicas que representan mujeres independientes, Medea no recibe un castigo directo ni de los dioses ni de los seres humanos. La legitimación de estas características en la Medea de Eurípides convierte a la figura principal en un sujeto femenino trágico, que representa capacidades potenciales, todavía utópicas para la mujer en aquellos tiempos.

La mujer que se apropia de sus propios deseos sexuales y que actúa de acuerdo con sus propios intereses, que rompe con la tradición y subvierte el lugar social asignado a la mujer es representada a menudo en la literatura o la mitología a través de figuras deformes o grotescas. Desde una perspectiva patriarcal la tendencia en la mujer hacia la autonomía y la autoafirmación tiende frecuentemente a estar asociada con la desmesura, la aberración o la crueldad como expresiones de aquello que trasciende la cultura y se ubica en el mundo de la naturaleza. La imagen de lo femenino como continente oscuro, como aquello siniestro que se vuelve inabordable para la conciencia ha sido un tema de análisis fundamental dentro de la teoría psicoanalítica desde sus orígenes. Es esta imagen mistificada de la feminidad, que yo pretendo desconstruir con base en el análisis de Medea, una figura ejemplar de la mitología griega, que en cierta forma no corresponde con esta imagen estereotipada de la mujer. Medea representa una figura femenina, que incluso trasciende la fantasía masculina de la mujer como encarnación del mal, siendo ella presentada también como una mujer autónoma y una madre poderosa.

Una interpretación socio-psicoanalítica de la Medea de Eurípides abarca un espacio interdisciplinario, que va desde un análisis crítico socio-cultural de los conceptos de feminidad en la edad antigua, pasando por una discusión de las complejas relaciones entre mitología y tragedia griega, hasta un debate crítico sobre los aportes modernos de una comprensión teórica de la feminidad desde el psicoanálisis. En el presente trabajo voy a abordar el caso de la tragedia de Medea con base en los fundamentos de la comprensión hermenéutica desde una perspectiva tanto psicoanalítica como socio-histórica (ver Lorenzer 1986; Pietzcker 1992; Raguse 1993). El énfasis en vincular la interpretación psicoanalítica de textos con un análisis socio-cultural e histórico del fenómeno que se esté analizando, se fundamenta en la necesidad de abordar la relación entre el texto, el contexto social y las relaciones intertextuales. La comprensión del texto en sí mismo, a partir de la experiencia subjetiva del intérprete, implica un primer momento en el acercamiento a éste. El texto como tal tiene una cierta autonomía que a partir de la relación intérprete-texto permite elaborar una comprensión primordial tanto de los contenidos manifiestos como de los contenidos latentes, es decir, de aquellas manifestaciones inconscientes tanto individuales como culturales. En este sentido, el abordar la relación entre el intérprete y el texto desde la hermenéutica profunda permitiría interpretar tanto la puesta en escena subjetiva que ocurre en el intercambio entre ambos interlocutores como las manifestaciones de mundos de la vida subjetivos dramatizados en el texto. Tanto el análisis sistemático de la contratransferencia como el análisis teórico-conceptual de los datos interpretados hace posible el mantener una tensión crítica en la relación intersubjetiva entre el lector y el texto. Por otra parte, el análisis del contexto social, cultural e histórico concreto, así como la comprensión del mundo social representado en el texto mismo, implica abordar la interdependencia entre las experiencias subjetivas escenificadas en el texto y la realidad social tanto textual como contextual. Finalmente, el análisis de las relaciones intertextuales, es decir, de la recepción histórica del texto, en términos de los análisis o interpretaciones que se hayan hecho sobre el mismo, permite acercarse a una comprensión más objetiva de los mundos de la vida subjetivos escenificados en el texto. Pasemos a continuación a presentar a nuestra heroína desde esta perspectiva interdisciplinaria aquí esbozada.

DESENCADENAMIENTO DE LO TRÁGICO:
MEDEA COMO FIGURA FEMENINA MÚLTIPLE

»Ojalá la nave Argo no hubiera volado sobre las sombrías Simplegádes 2 hacia la tierra de Cólquide«, (v.1-2) dice, la Nodriza, lamentándose, al comienzo de la tragedia.3 La llegada de Jasón como capitán de los argonautas a la patria de Medea representa el inicio de una historia de amor cuyo desenlace trágico está marcado por el encuentro de mundos lejanos e irreconciliables. Medea, hija de Aietes, rey de tierras bárbarasal este del mar Negro, y Jasón, héroe civilizatorio y jefe legendario del viaje mítico de los argonautas, se encuentran bajo condiciones adversas e inician una intensa relación amorosa que los llevará finalmente al exilio. Medea, una joven virgen, pero con conocimientos profundos sobre la magia, »herida en su corazón por el amor a Jasón« (v.8), decide ayudarlo en su misión y luego abandonar para siempre a su familia y a su patria. Una historia que comienza con el enamoramiento adolescente en la mujer y la separación abrupta de la familia, en la que el »antagonismo entre la familia y la cultura« se pone en escena de forma violenta (ver Erdheim 1982).

Medea apoya a los argonautas y de esta forma traiciona a su padre, asesina a su hermano para poder huir y, posteriormente, utilizando a sus hijas, asesina a Pelias, el rey de Iolcos. El proceso de desprendimiento adolescente va a estar representado, además, por un largo y peligroso viaje »a través del mar nocturno« y de las »sombrías Simplegádes«, un viaje sin retorno ni reconciliación: un parto por medio del cual, Medea va a dejar de ser una joven inocente y virgen para convertirse en una mujer casada, en una madre y en una sabia reconocida. A través de este difícil viaje por las aguas oscuras y por entre dos peligrosas rocas gemelas, imágenes metafóricas que recuerdan escenas del embarazo y el parto, Medea se convierte, por medio de su unión con Jasón, en la creadora de su propia feminidadA diferencia de otras figuras míticas que son tomadas como esposas o dadas en matrimonio por sus padres, lo cual era la vía legítima en la Grecia antigua, Medea se enamora apasionadamente de Jasón y decide autónomamente abandonar su patria con él. Sin embargo, esta decisión propia y este amor intenso deberá pagarlos con el abandono y la traición del mismo Jasón. La separación de la familia como decisión propia en la mujer, aparece en la tragedia como una salida prohibida y, por lo tanto, como una experiencia que debe ser castigada. El abandono y la traición al padre le van a ser devueltas a través de la traición del esposo, éste la abandona para casarse con la hija del rey de Corinto, tierra donde ambos se encuentran en condición de exiliados. Además, por medio de un nuevo exilio, el rey Creonte, la va a desterrar por temor a su magia y a una posible venganza. El abandono, la traición y el exilio aparecen como los castigos que debe sufrir Medea, por haber asumido, incluso desde muy joven, una posición activa como mujer. Justo en esta decisión, encontramos en Medea, como figura femenina, un aspecto central que no corresponde fácilmente con la imagen polarizada de la mujer en la Atenas clásica. El ser una maga famosa y una mujer sabia, que al mismo tiempo es madre y esposa, hacen de la Medea de Eurípides un personaje mítico heterogéneo, una figura femenina compleja, que encarna una paradoja.

En la figura de Medea, nos enfrentamos con una heroína que representa, a un mismo tiempo, lo divino y lo terrenal, lo humano y lo animal, una imagen femenina donde confluyen lo destructivo y lo productivo. Las relaciones de Medea, nieta de los dioses Helios y Océano, con la maga Circe y la diosa de las profundidades, Hécate, y con las diosas del matrimonio y del amor, Hera y Afrodita, la hacen codearse con el mundo sagrado de las divinidades griegas. Asimismo, la figura de Medea está asociada con otras heroínas como Ariadna, ayudante del gran héroe Teseo, con Procne, mujer que se venga de las humillaciones que su esposo le infringe asesinando a un hijo común, y, finalmente, con Ino y Agave, mujeres que asesinan a sus hijos en un estado de demencia provocado por los dioses. Estas similitudes asocian a Medea con lo terrenal, con las pasiones desenfrenadas de la locura o con las fuerzas salvajes de la naturaleza. Su cercanía con los dioses la asocian, por el contrario, con lo divino, con el mundo sagrado de aquellos poderes originarios que se imponen sobre el mundo terrenal.

En Medea confluyen la figura de una maga curandera, rejuvenecedora y salvadora de los argonautas, legendarios héroes griegos, con la imagen de una maga maléfica, asesina temible para sus enemigos. Siguiendo la tesis de Johnston (1997), el rol de la joven virgen, ayudante del hombre, encontrado en la mayoría de las culturas, coexiste con la figura de la mujer vengadora y con la imagen de un demon femenino, asesino de niños. De acuerdo con la au tora, Medea, al contrario de la imagen típica de los héroes griegos, se ubica en un lugar intermedio entre el sí mismo y el otro, entre lo propio y lo extraño, encarna tanto lo bárbaro como lo griego. Es una figura mítica que encaja, por un lado, con el comportamiento femenino socialmente esperado y deseable, por otro lado, personifica posturas prohibidas y roles tabuizados para la mujer en la sociedad. »Ella se nos presenta como mitad caris y mitad ménade« dice Grillparzer sobre la figura principal en su versión sobre Medea, El Vellocino de Oro. De forma semejante, dice el Aquiles de Kleist sobre Pentesilea: »Mitad furia y mitad gracia« (ver Schulz 1987, traducción de la autora).

Esta posición intermedia que Medea comparte con Pentesilea, donde las fronteras entre el bien y el mal se vuelven permeables, pertenecía ya a los rasgos distintivos de la Medea de Eurípides. Esta representa, por un lado, a la mujer común y a la madre ateniense, víctima de la institución del matrimonio y de la exclusión del lugar que ocupa el ciudadano libre, único con participación activa en la vida cívica y política dentro del sistema democrático griego. Por otro lado, representa a la mujer asesina, vengadora implacable del destino de las mujeres, con voz propia y con una posición de lucha frente al lugar de marginación de la mujer. Es una víctima del amor, objeto del abandono y la traición del hombre. Al mismo tiempo, representa un sujeto femenino, una mujer con una posición activa en la lucha por encontrar un espacio propio en el lugar donde se instaura la diferencia entre los géneros.

Vista desde una perspectiva histórica, la figura mítica de Medea aparece, como posible representante de una tradición ancestral, donde la mujer bajo relaciones sociales más equitativas, tenía un mayor reconocimiento social y un status valorado en la sociedad. El mito de Medea podría representar aquella fase de transición entre una época basada en una organización social matrilineal y otra, donde predominaba una organización patrilineal, con rasgos marcadamente patriarcales (como era la sociedad ateniense durante la época de Eurípides, ver Dettenhofer 1994, Lefkowitz 1986, Pembroke 1967 y Thomas 1973). Este lugar de transición podría ayudar a entender la complejidad que encarna la creación de una figura femenina tan poco convencional e inequívoca, una figura no apegada al lugar tradicional de la mujer en la historia. Ya desde el siglo V a.C. los griegos representaban a Medea como una figura femenina heterogénea, en la que confluían sentimientos contradictorios, roles sociales muy diversos e imágenes conflictivas difíciles de unificar (Johnston Op. cit.).

LA INTERPRETACIÓN DE MEDEA COMO SUJETO TRÁGICO Y
LA COMPRENSIÓN PSICOANALÍTICA DE LA SEXUALIDAD Y AGRESIÓN FEMENINA

La tabuización del placer femenino como lugar vacío frente a una sexualidad masculina que gira alrededor del pene y la erección como características fálicas y, finalmente, la reducción de la diferencia entre los géneros al conflicto entre la posesión o la carencia, son algunos de los principios teóricos, por los cuales la sexualidad femenina ha sido categorizada, dentro del psicoanálisis, como algo extraño e inaccesible. La sexualidad femenina es considerada como parte de un continente oscuro, el cual amenaza con salirse fuera de control, si no se le ponen los límites culturales correspondientes. Al mismo tiempo, la agresión femenina aparece como extraña dentro del rol tradicional de la mujer en la sociedad, asociado con la maternidad y la capacidad de cuido, protección y abnegación. La feminidad va a ser asociada con la pasividad y una deficiente autonomía en la toma de decisiones y en la capacidad de autodeterminación o, por el contrario, con una agresión destructiva sin límites. Imágenes sobre la feminidad, que van más allá de esta polarización, todavía no han encontrado una mayor representación dentro de la teoría psicoanalítica.

Las mujeres aman demasiado. El deseo secreto de sentirse necesitada es el título de un bestseller norteamericano sobre la dependencia de las mujeres en el amor (ver Norwood, 1985). La mitología y la literatura, junto con la teoría psicoanalítica, parecen no querer terminar de contarnos del amor pasional y a menudo incomprensible de las mujeres, de que el amor es un lugar, donde el sí mismo autónomo del sujeto femenino se disuelve en un océano de fusiones, humillaciones y decepciones. La supuesta tendencia de la mujer a una dependencia extrema del hombre, su necesidad urgente de reconocerse en el amor y la disolución de la feminidad en la maternidad, aparecen como imágenes mitificadas, en las cuales lo femenino se ve confrontado con la imposibilidad o gran dificultad, de realizar un proyecto de vida propio. Es como si en el amor y la maternidad se pusieran en escena, en forma privilegiada para la mujer, el conflicto extremo entre su posición social tradicional y su deseo de superarla. En este sentido, algunos de los temas fundamentales que han sido discutidos en los últimos años dentro de la teoría psicoanalítica, en relación con la diferencia entre los géneros, están ligados directamente con la vinculación entre sexualidad, agresión femenina y elaboración de un proyecto de vida propio en la mujer. Partiendo de un análisis de la interdependencia entre el amor, la agresión y lo extraño en la figura de Medea, me interesa abordar a continuación, de que modo estos niveles altamente conflictivos están entretejidos con la forma específica, en la cual confluyen en la mujer la aspiración a la autonomía, la autodeterminación y la autorrealización.

La agresión femenina, comparada con las manifestaciones de la agresión masculina, constituye un punto esencial dentro de los estudios sobre la feminidad con orientación psicoanalítica. Allí encontramos de nuevo una imagen mistificada y escindida de la mujer. Por un lado, la mujer aparece como menos agresiva y belicosa que el hombre. Más bien, se le presenta con rasgos depresivos y masoquistas, que parecen corresponder a una imagen desexualizada, pasiva e impotente de la mujer – y en especial de la madre – y a una descripción desvitalizada de lo femenino. Por otro lado, la figura de la mujer agresiva y destructiva que seduce y destruye a los hombres, se ve transformada en el psicoanálisis en una madre omnipotente, castradora y devoradora. 4 Comparto con Rohde-Dachser (1991) la opinión, de que en la teoría psicoanalítica, la mujer fue transformada, por medio de la imago de la mala madre, en el chivo expiatorio de la modernidad, en esta otra mujer que nace de la demonización de lo femenino. En este sentido, Medea se nos presenta como una figura femenina trágica, ideal para personificar la imagen de la madre castradora y asesina, esta imagen arcaica de la furia femenina devastadora, que no conoce ninguna frontera y decide sobre la vida y sobre la muerte de los otros. Medea aparece como representante de esta feminidad asesina, la cual como las Erinias, la Esfinge o la Medusa – todas mujeres – se convirtió en una figura monstruosa y aterrorizante, que se debe eliminar para protegerse de la destrucción, la derrota y la muerte representadas en ella. Las imágenes sobre la feminidad, las fantasías arcaicas sobre los genitales femeninos, sobre el rol de la madre en la escena primaria, sobre el embarazo y parto, sobre los regalos que cada mujer lleva en su cuerpo – los niños, las heces y los penes – se encuentran entrelazados con esta imagen temprana de la madre malamistificada dentro del psicoanálisis. Sin embargo, Medea constituye una figura paradigmática de un sujeto femenino trágico, que de múltiples formas no corresponde con esta imagen mistificada de la mujer. Dentro de esta discusión sobre sexualidad y agresión femenina, la figura de Medea representa una imagen literaria provocadora, que se mueve al margen entre el rol de víctima de la mujer-madre, transmitido por la tradición, y la posición del sujeto femenino, que se puede enfrentar de forma activa con los roles femeninos asignados socialmente. En adelante, quiero elaborar más detenidamente, cómo la representación, en la figura de Medea, tanto de los deseos sexuales como de la agresión en la mujer, cuestiona los conceptos femeninos socialmente tabuizados dentro de la teoría psicoanalítica.

Cuando tratamos el tema de la mujer como asesina, llama la atención, en primer lugar, el papel diferente que el homicidio ocupa en la relación entre los géneros. No sólo las imágenes de homicidas en la literatura y la mitología, sino también en las investigaciones sobre criminalidad en mujeres, remiten a un tipo específico de homicidio. Jones (1986) elabora un análisis histórico sobre casos famosos de asesinas mujeres en los Estados Unidos, desde el tiempo colonial hasta el presente y observa: »A diferencia de los hombres, que acuchillan una persona totalmente extraña en una riña instigada por el alcohol o disparan contra inocentes con un rifle de gran calibre, nosotras las mujeres, por lo general, matamos a los que están más cercanos: Matamos a nuestros hijos, maridos, nuestros amantes.« (12, traducción de la autora) Las mujeres matan, en la mayoría de los casos, a seres afectivamente cercanos, es decir, miembros de su familia u otros parientes cercanos. Los hombres asesinan con frecuencia en público. Sus víctimas son personas, con las cuales no necesariamente tienen una relación afectiva, sino que su relación se puede atribuir a determinadas actividades dentro del espacio público, como por ejemplo, el ámbito de los negocios, la guerra o la política. Ahora bien, en vista de que los hombres cometen con creces el mayor número de crímenes, también el asesinato de parientes ejecutado por hombres es mayor (ver Wiese, 1993).

En cuanto al deseo de la mujer de matar a sus hijos, Rheingold (1964) opina, basado en sus experiencias clínicas, que este es mucho más frecuente, de lo que generalmente se supone. Aun así, la agresión de la madre contra los hijos constituye un tema que se discute poco, especialmente en vista de la tabuización general que la sociedad ejerce sobre la agresión femenina. El asesinato de un(a) hijo(a) a manos de su propia madre representa, por ende, una situación extrema, que rompe con uno de los tabúes sociales más fuertes hasta hoy en día (ver Wiese, 1993; Hidalgo y Chacón, 1994). La imagen mistificada de la mujer nos demuestra la urgencia de repensar el mito de la madre desexualizada, sin fuerza creativa y erótica, al igual que el mito de la madre arcaica omnipotente, sin frustración o separación (ver Kristeva, 1991, 445). Esta doble cara de la maternidad nos lleva a una relación íntima entre la mujer y la muerte, existente en la cultura occidental desde la antigüedad, una unión, en la cual lo femenino condensado en la imagen de la gran madre omnipotente está transformada en una metáfora de la muerte (ver Macho, 1987, cit. por Rohde-Dachser, 1991). Con Bronfen (1987), se podría decir, que lo mismo ocurre en cuanto a la metáfora del cadáver bello en la literatura occidental de los últimos dos siglos. La madre representa el origen, este lugar indescriptible del cual todos provenimos, el útero, el cuerpo materno capaz de concebir o la tierra fértil. A la vez simboliza el lugar del retorno, del deseo absoluto de fusión con los orígenes, con la tierra materna en el regazo de la muerte. Volviendo a la figura de Medea, encontramos en ella un plano de proyección, sobre el cual podemos proyectar tanto la imagen de la madre omnipotente o mujer autónoma, como también el de la mujer como homicida, en cuya expresión de la agresión femenina podemos encontrar tanto lo destructivo y mortal, como también este componente creativo de la agresión, necesario para separarse y crear algo nuevo.

Diferentes autores de orientación psicoanalítica y psiquiátrica han relacionado, mediante el término complejo de Medea , los sentimientos de odio y los deseos de muerte de la madre hacia sus propios hijos con la tragedia antigua de Eurípides. Inicialmente, Wittels (1944) habla de un complejo de Medea en relación con el odio inconsciente, la rivalidad y la envidia de la madre frente a su hija adolescente. Poco después, Stern (1948) ya no relaciona el complejo de Medea con los deseos de muerte de la madre hacia su hija, sino hacia sus hijos, en vista de que, según la mitología, Medea mató a sus hijos varones. Al igual que en el mito entran en juego los deseos de venganza de la mujer contra su marido, Orgel y Shergold (1968) interpretan, ante todo, los regalos mortíferos de la Medea de Eurípides, en cuanto al rol seductor de los regalos en la relación padres-hijos. Estos autores interpretan la venganza asesina y la seducción en la figura de Medea, como consecuencia de la frustración de la satisfacción narcisista de fantasías de omnipotencia y la comparan con algunos casos de mujeres, en los cuales analizan fantasías narcisistas destructivas de fusión y una dependencia simbiótica en la relación con sus madres. Friedman (1960) interpreta el caso de una mujer con deseos de muerte obsesivos hacia su hijo menor, la cual sufre de una profunda devaluación de su autoestima, como una protesta enérgica contra el rol de la mujer en la sociedad. El complejo de Medea es retomado también por Greenacre (1950) y Kuiper (1968), quienes interpretan los deseos extremos de venganza de la mujer contra su marido como consecuencia de una humillación narcisista, que refiere una transformación patológica del complejo de castración y una fuerte envidia del pene. Mediante dos descripciones de casos, Babatzanis y Babatzanis (1992), analizan las consecuencias destructivas del maltrato infantil y el abuso sexual en mujeres. Ellos presentan el resultado de la psicoterapia con una mujer que, en una depresión psicótica, asesinó a su hijo de seis años, así como el resultado de la terapia infantil con su hija de siete años. Los autores se refieren al mito de Medea, para investigar el vínculo entre relaciones incestuosas violentas, tanto en la familia como en la relación amorosa, y el potencial de destrucción femenino. Warsitz (1994) también presenta la descripción del caso de una mujer con depresión psicótica y su respectivo análisis, para el cual utilizó la interpretación de la Medea de Eurípides. El autor intenta entender la estructura psíquica de la melancolía en la mujer, analizando la vergüenza, los sentimientos de culpa y la destructividad narcisista como posibles trastornos del estado melancólico.

En la mayoría de estos trabajos, sin embargo, no se encuentra ninguna discusión en relación con la desigualdad entre los géneros predominante en la sociedad, la cual se instaura en el mundo interior de la mujer bloqueando el desarrollo creativo de un proyecto de vida propio. Hasta la fecha, la pregunta sobre las condiciones psíquicas y sociales que limitan o facilitan el manejo autónomo de la mujer con sus agresiones y deseos sexuales, no constituye un tema relevante dentro de la recepción psicoanalítica del mito de Medea. Como una de las pocas excepciones, quiero resaltar la sugestiva interpretación de Leuzinger-Bohleber (1996 y 1997), sobre el análisis de determinantes inconscientes de la agresión femenina en mujeres psicógenas estériles en tratamiento psicoanalítico. Mediante la interpretación de los conflictos femeninos edípicos y pregenitales descritos en la tragedia de Eurípides, ella parte de que estas mujeres sufren de miedos arcaicos ante el potencial destructivo siniestro tanto de las propias funciones corporales y deseos sexuales como también de la propia maternidad. Estos temores amenazantes son provocados por una fantasía inconsciente, llamada por la autora la fantasía de Medea: »Esta fantasía se centra en la ›verdad‹ inconsciente, de que la sexualidad y la pasión femeninas, así como la maternidad están relacionadas con el peligro de verse involucradas en un profundo proceso regresivo, mediante el cual podrían ser liberados impulsos destructivos incontrolables en contra de ellas mismas, el compañero afectivo y, en especial, en contra de los propios hijos. Frigidez psicógena y esterilidad son posibles consecuencias de temores y conflictos asociados con esta fantasía« (92, traducción de la autora).

La imagen contradictoria de la Medea de Eurípides en la historia de recepción del drama, especialmente en los estudios de la filología clásica pero también en posteriores versiones literarias sobre el tema, está a menudo caracterizada por una demonización de la feminidad o, al contrario, por la asignación forzada del rol idealizado de la figura materna como víctima. Por un lado, se resalta la imagen monstruosa de la mujer asesina: la hechicera nefasta, la salvaje proveniente del país de los bárbaros o la mujer obsesionada por una furia incontrolable, comparable con la Medusa o la Escila en los mares de Tirrenia, asume el mando de forma triunfante. Por otro lado, está la mujer como víctima del amor y de su dependencia del hombre, objeto pasivo de un destino inevitable, en el cual no tiene ni voz ni voto, como tampoco la posibilidad de ser sujeto de su propia historia. Una situación que conlleva a que el homicidio de sus hijos no se discuta, se legitime o se niegue. El homicidio de los propios hijos representa un tema sensible, en el cual la polarización de la figura de Medea entra en juego de forma apasionante. Para los defensores de la maternidad instintiva, el homicidio está concebido como último acto irracional, como algo inentendible o incluso, como una acción reprochable e inhumana. La imagen de la madre homicida se reduce en la historia de recepción a una figura monstruosa y deshumanizada, que amenaza a otros con su ilimitada fuerza destructiva, como un tipo de fantasma de la imago materna negativa en el psicoanálisis. Al mismo tiempo, para los defensores de la venganza femenina, partiendo de la idealización de la mujer en su rol de víctima, el asesinato de un hijo se convierte en un tipo de defensa legítima de la mujer abandonada y traicionada.

Dentro del psicoanálisis, estas dos formas de interpretación se encuentran en los conceptos de feminidad de la mujer castrada y devaluada, como antítesis de la mujer fálica o narcisista. Estas imágenes se relacionan ya sea con la imago de la madre mala o con la de una madre desexualizada. Una posición intermedia asume Leuzinger-Bohleber (1997) en su interpretación de la novela Goce de Jelinek (1989), cuando considera el homicidio de un hijo como la última y más extrema venganza, como una reacción psíquica de emergencia frente a la profunda humillación narcisista de la mujer. El homicidio del propio hijo significa, entonces, huir de la dependencia insoportable del compañero y de los hijos y, en última instancia, de la propia feminidad que está amenazada por la disolución del sí mismo (778). Una posición similar asumen Hidalgo y Chacón (1994) en su investigación con mujeres sentenciadas por haber matado a su propio hijo. Mediante el estudio de cinco casos, las autoras se ocupan de la interrelación entre el maltrato infantil y el abuso sexual, tanto dentro de la propia familia como en la relación de pareja, con el homicidio contra el hijo. Ellas interpretan el homicidio de la madre contra su propio hijo no sólo como destrucción de la propia creación materna, sino también como una última y desesperada acción contra las insoportables experiencias de impotencia y dependencia, generadas a causa de una relación de pareja altamente destructiva. Entre esta posición intermedia y las imágenes anteriormente mencionadas en la literatura secundaria del homicidio contra el hijo, quiero encontrar una opción alternativa de lectura, que vaya más allá de la devaluación o la idealización de la figura de Medea. En este sentido, me interesa la interpretación de la figura de Medea partiendo de sus aspectos multifacéticos, en los que se manifiesta la unificación tanto de los componentes productivos y creativos como de aquellos destructivos y asesinos en la agresión femenina. El amor apasionado de la mujer se convierte en manifestación activa de la agresión femenina, que no sólo se expresa en las acciones asesinas, sino también en la capacidad de separación, acción autónoma y autodeterminación en Medea.

El doble rol social de Medea como maga agresora y salvadora, perteneciente al mundo de lo humano y lo divino, madre y asesina a la vez, y la aspiración a la separación y autodeterminación en cuanto a su patria, su familia y su esposo, representan el punto de partida que nos acerca a los conceptos de feminidad en la tragedia. La tensión entre lo tradicional en relación con el país de los bárbaros, y lo moderno, relacionado estrechamente con el desarrollo de las florecientes ciudades griegas, aparece como un elemento central en la historia de Medea. La elección de su compañero se relaciona con el abandono de su patria y sus viajes por algunas de las más importantes ciudades de Grecia. Estas significan un importante espacio cultural, en el cual Medea obtiene prestigio y reconocimiento social, tal y como lo describen Eurípides y Ovidio. Aún así, es precisamente el amor unido a estas circunstancias, el que finalmente desencadena la tragedia. El amor apasionado se manifiesta en Medea en la incompatibilidad de sus roles sociales, es decir, el conflicto entre sus capacidades de exigir autonomía, brindar restauración y protección, y estas otras que aparecen como destructivas y asesinas. La dependencia de la mujer del hombre y la maternidad parecen estrechamente ligadas a la pasión intensa, en la cual se borra la diferencia entre los géneros y, a la vez, a una furia destructiva y vengativa que no conoce límites. Medea no representa una madre desexualizada o una mujer obediente, sino una mujer enamorada y apasionada, que lucha por un camino hacia su propia autonomía y encuentra, en este proceso, una pista mortal, sin que ésta al final la destruya o la venza. En ella, no buscamos una heroína que nos represente de forma idealizada, sino una figura femenina trágica, que nos brinde alguna luz en estas impenetrables confusiones, que en la teoría psicoanalítica siguen, todavía hoy en día, caracterizando las relaciones entre lo femenino, la agresión y la autonomía.

APORTES DE LA INTERPRETACIÓN DE MEDEA A
LA COMPRENSIÓN DE LA FEMINIDAD EN EL PSICOANÁLISIS

El aproximarse a un tema tan inquietante a partir del análisis de una figura trágica como la Medea de Eurípides, en la que se encuentran condensadas imágenes tan conflictivas y perspectivas tan diversas sobre la mujer ha sido un reto no solo en el nivel del conocimiento sobre la feminidad, sino también en el nivel de mi propia experiencia subjetiva como mujer. En la figura de Medea se encuentran dramatizados aquellos componentes de la feminidad que han sido socialmente tabuizados y que generalmente solo a través de fantasías masculinas que están al servicio de la producción inconsciente encuentran una forma de manifestarse (ver Theweleit, 1977). Por el contrario en Medea nos encontramos con un sujeto trágico en el que no sólo la sexualidad sino sobretodo la agresión femenina van a ser representadas de forma consciente. En una misma figura encontramos condensadas las contradicciones internas y la intensa ambivalencia que la manifestación consciente de la agresión en la mujer conllevan. La fascinación que puede suscitar una figura femenina que trasciende su propia época histórica, al desmitificar de forma radical las imágenes tabuizadas sobre la agresión y la sexualidad femeninas, va acompañada necesariamente de experiencias de repulsión y miedo difíciles de tolerar.

El análisis sistemático de las propias reacciones contratransferenciales que acompañaron la investigación fue un recurso fundamental para enfrentarme con las fantasías, la angustia y las defensas inconscientes que la interpretación de la figura de Medea provocaban. Quizá el reto principal de este trabajo ha sido poder sostener la intensa ambivalencia que representa el conflicto entre la figura de Medea como personificación de una »asesina en serie« y su condición de sujeto femenino trágico, cuyas acciones son legitimadas a través del desarrollo de la tragedia. Por una parte nos enfrentamos con los violentos asesinatos que llegan a su clímax con el homicidio de sus propios hijos y que bloquean la experiencia de empatía y compasión hacia la figura. Por otra parte nos encontramos con su extraordinaria capacidad de actuar e imponerse de forma autónoma como figura femenina, llegando incluso hasta el extremo de poder escaparse del castigo de forma escandalosamente triunfal. Mantener la ambivalencia entre atracción y repulsión sin caer en la idealización ilusoria del personaje como una especie de heroína feminista o en la devaluación implacable reduciéndola a una monstruosidad irreconocible como fantasía masculina no constituye una tarea fácil. El drama se encuentra atravesado por una contradicción inmanente entre el carácter de otredad de la agresión homicida en la protagonista y el reconocimiento de la agresión femenina como legítima a través de la creación de un »sujeto autónomo«. Ante esta contradicción siempre estuvo presente en los diferentes momentos de la interpretación psicoanalítica la dificultad que la tendencia defensiva a la patologización de Medea como figura psicológica conlleva. En este sentido el mantener la tensión entre la perspectiva de Medea como creación artística, como área de proyección de fantasías inconscientes, y la perspectiva del análisis psicológico de la figura constituyó un recurso fundamental durante la interpretación. La comprensión de las diversas facetas de Medea como sujeto femenino trágico pasa por este doble movimiento. Por un lado se nos presenta en el drama una imagen sobre el desarrollo psicológico de una figura femenina, por otro lado la protagonista aparece como personificación de fantasías masculinas que se transforman en el escenario en imágenes utópicas sobre la feminidad. En este sentido el análisis del contexto cultural de la tragedia como complemento de la interpretación psicoanalítica fue fundamental para abordar la separación y al mismo tiempo el enlace entre ambas perspectivas.

La consternación y la intensa perturbación que se observa en la historia de recepción de la tragedia, tanto en el nivel literario como en el campo de la filología clásica, pone de manifiesto la posición transgresora que encarna la Medea de Eurípides. Sin embargo el desconcierto que provoca no ha impedido su recepción, al contrario constituye una condición fundamental para que esta obra se haya convertido en el referente principal para la mayoría de las versiones modernas de la tragedia. Desde Séneca en el siglo primero, pasando por Corneille en el siglo XVII y la trilogía de Grillparzer en el siglo XIX, hasta las versiones modernas de Jahnn (1926, 1959), Anouilh (1948) o Jeffers (1947), por citar solo algunas de las versiones más significativas, la mayoría están escritas tomando como base el drama de Eurípides. A pesar de la imagen paradójica y desconcertante en Eurípides, o más bien por la misma razón, esta obra se ha convertido en la imagen paradigmática que ha marcado la recepción de Medea en la literatura europea e incluso más allá de sus fronteras.

En contraste con la amplia recepción del drama durante el siglo XX, en la teoría psicoanalítica el mito de Medea no aparece como una figura significativa. Dejando de lado el intento malogrado de desarrollar un complejo de Medea en relación con el tema del infanticidio materno, no nos topamos dentro de la teoría psicoanalítica con una discusión seria y sistemática sobre la figura de Medea como sujeto femenino. Esta aparece más bien como ausencia, como un lugar vacío en relación con el conocimiento sobre el desarrollo psíquico en la mujer. Incluso en los aportes modernos de las teorías sobre la feminidad con orientación psicoanalítica difícilmente se encuentran análisis atractivos sobre otras figuras trágicas que ayuden a desentrañar las mistificaciones que todavía rodean la comprensión psíquica sobre lo femenino. Figuras trágicas como Antígona o Medea ofrecen perspectivas sugerentes sobre la relación entre la agresión femenina y la tendencia hacia la autonomía y la autoafirmación en la mujer. 5 Sin embargo, mientras la Antígona de Sófocles ha sido recibida por la cultura occidental con gran júbilo como heroína femenina, el logro impresionante de la Medea de Eurípides no ha sido reconocido en su complejidad. Las diversas imágenes que la figura de Medea personifica tienden a verse disgregadas en sus componentes destructivos o productivos, ablandándose de esta forma el contenido provocador del personaje.

En Medea nos encontramos con un nuevo tipo de feminidad, en el que un personaje femenino se atreve a romper con el precepto social que considera a la mujer objeto de intercambio a través de las reglas del matrimonio. La validez de este precepto no será en realidad cuestionada históricamente en las sociedades occidentales sino hasta 2500 años más tarde. Sin embargo, al contrario de lo esperado ante semejante subversión del orden social nuestra heroína no es reducida a lo animal o monstruoso; más bien como poseedora del logos surge del corazón de la ciudad y encarna en la figura de una mujer culta la poderosa imagen del héroe griego. Aquí aparece en toda su fuerza la ambivalencia de la heroína trágica. Mientras en su posición de sabia representa al ciudadano griego con capacidad para la argumentación racional, como extranjera personifica al Otro, aquello que amenaza el orden establecido. En este lugar intermedio entre lo propio y lo extraño Medea encarna la posibilidad, todavía utópica para aquella época, de que una mujer actúe de forma individual y se apropie de la capacidad de autorreflexión y autorrealización. Al romper con las reglas del matrimonio y escoger por sí misma su pareja amorosa, la protagonista personifica de forma prematura un drama adolescente. Ella toma sus propias decisiones, se apropia de la capacidad para asumir la responsabilidad sobre sus propias acciones y de esta forma da nacimiento a algo nuevo, a su propia feminidad. En la tragedia se pone en escena la fuerza del enamoramiento adolescente y la fantasía de la gran pareja amorosa que no se hará realidad sino hasta en la época moderna. Medea personifica tanto la capacidad de decidir de forma individual sobre sus deseos sexuales como de manifestar de forma consciente la agresión femenina prohibida socialmente. Al romper con la tradición y escoger su propio proyecto de vida opta por el riesgo y la incertidumbre que este paso hacia la individualidad implican. Se arriesga a perder el reconocimiento social y a vivir la exclusión que la capacidad de autodeterminación en la mujer podía traer como consecuencia.

La única forma de poder superar esta posición es a través de la manifestación activa de la agresión, no sólo en sus componentes productivos y creativos, sino también en su potencialidad destructiva y asesina. Para poder negarse a ser objeto de intercambio, Medea no sólo se enamora y se separa de su padres voluntariamente, sino que traiciona a su padre y mata a su hermano, dejando solo ruinas detrás de sus actos. En el drama de Eurípides la experiencia adolescente en la mujer – separación de la familia y escogencia del objeto amoroso – tiene como consecuencia una manifestación violenta de la agresión de separación. Por un lado la agresión femenina aparece como señal de advertencia – cuidado con el poder de la mujer –, por otro lado va a ser legitimada en la escena final al escapar la protagonista de forma triunfal en el carro del sol. La separación abrupta y la ruptura de todos los vínculos aparecen en el drama de forma repetida como la destrucción de una parte de sí misma, como autodestrucción. Medea personifica una mujer autónoma y orgullosa de sí misma, pero al mismo tiempo una madre que llora y se lamenta de su destino. Además encarna una paradoja en la maternidad; la madre herida y sufriente es al mismo tiempo la madre asesina, que mata para defender su honra y sus intereses. En la figura de Medea la masiva identificación masculina representada en la imagen potente del héroe griego y en la figura del dios del sol, coincide con la identificación femenina representada en la imagen poderosa de las diosas griegas. La capacidad de autodeterminación y de autoafirmarse como mujer surgen en la figura de Medea a partir de la integración de un poder masculino con una potencia creativa femenina. Sin embargo, esta integración de un principio masculino con uno femenino es acompañada en la protagonista por la devaluación de una parte de su feminidad, que se dramatiza en la destrucción de su maternidad. Medea se opone a la adaptación patriarcal de la mujer y escoge su propio camino, pero para hacerlo debe recurrir a la agresión asesina que le permite recuperar de nuevo su dignidad y su autovaloración.

En Medea se dramatiza el problema de la autonomía del sujeto como un enfrentamiento autorreflexivo con las espectativas sociales y las tradiciones culturales, es decir como resistencia y no sólo como adaptación frente a los controles institucionales. La autonomía aparece como actitud autoconsciente del individuo sobre sí mismo y sobre los otros. Sin embargo el enfrentamiento de un sujeto femenino consigo mismo y con la sociedad implica en el caso de Medea un proceso autodestructivo que se manifiesta como autocastigo. Como representante de la ruptura con la tradición Medea se convierte en sujeto trágico. De alguna forma el amor prohibido y la manifestación activa de la agresión femenina tabuizada socialmente deberán ser castigados, sin embargo, no por los dioses ni por los hombres, sino por ella misma. Recordemos que la acción autónoma del amor apasionado en Medea y su capacidad de imponerse frente a las dificultades que se le presentan no siempre obtendrán reconocimiento social. Ni Jasón, ni Creon o la nodriza son capaces de comprender su tendencia hacia la autonomía y la autoafirmación. Como consecuencia lo único que les queda es recurrir a fantasías masculinas, en las que la feminidad aparece como encarnación de una maldad sin límites. En estas fantasías Medea queda reducida a las fuerzas impulsivas de la naturaleza o a la monstruosidad de personajes míticos legendarios. Sin embargo la imagen que Medea tiene de sí misma no corresponde con estas fantasías masculinas, sino más bien con una imagen caracterizada por la autovaloración, el orgullo y la confianza en sí misma. En este sentido el autor se encarga de enfatizar a lo largo del drama la posición de sabia de la protagonista. Sin embargo, a pesar de ser conocida en toda Grecia y de gozar de gran prestigio, será condenada por su sabiduría. Las fantasías masculinas dominantes en la Atenas clásica coinciden en los dramas de Eurípides con fantasías utópicas sobre lo femenino que trascienden el lugar social que la mujer ocupaba en la antigüedad. El extraordinario manejo de la ambivalencia y la tematización de las contradicciones en la Medea de Eurípides están al servicio de hacer conscientes componentes culturalmente tabuizados que pertenecen a la antropología de la mujer.

Esta ambivalencia interna en la Medea de Eurípides constituye el hilo conductor de esta interpretación. En Medea nos encontramos con una figura femenina, en la que las imágenes de una mujer orgullosa y poderosa se mezclan con las de una mujer sufriente, pero también asesina. Estas diversas caras se unen en una figura trágica, que representa el nacimiento de un sujeto femenino. En la figura de Medea, los componentes productivos de la agresión humana que estimulan la autonomía y la creación cultural forman una unidad con aquellos componentes destructivos y asesinos, para no quedar una vez más escindidos en un polo femenino y otro masculino. En Medea se manifiestan la agresión femenina, el amor apasionado y los componentes creativos de la maternidad en su capacidad de autodeterminación y acción autónoma. Sin embargo, debe convertirse en una mujer asesina, para poder reconstruir su carácter de sujeto femenino y su valoración de sí misma. Como paradigma de un sujeto femenino trágico Medea constituye una personificación de la desmitificación de aquellas imágenes tabuizadas de la agresión, la sexualidad femenina y la maternidad.

Hoy en día nos encontramos, tanto en la literatura, el arte, la ciencia y los medios de comunicación, como también en la teoría psicoanalítica con imágenes sobre la feminidad mistificadas, en las que las mujeres son asociadas con una carencia en la capacidad de actuar autónomamente y de imponer su voluntad. Al respecto, afirma Musfeld (1997): »Yo sigo en mis discusiones la hipótesis, de que no sólo en la identidad femenina, sino también en las concepciones feministas sobre la mujer, el significado de la agresión sigue siendo ignorado y permanece excluido tanto de la discusión, como de las experiencias subjetivas y las imágenes sobre sí mismo« (8, traducción de la autora). Al mismo tiempo, para las mujeres se han abierto, tanto en el espacio privado como en el mundo público, nuevos espacios potenciales, en los que la tendencia hacia la autonomía y la autoafirmación no sólo es estimulada, sino que también aparece como legítima. Las características asociadas tradicionalmente con la feminidad como la capacidad para el vínculo y la compasión frente a los otros, en cierta medida, no son vistos necesariamente como irreconciliables con la capacidad y los deseos hacia la diferencia, la separación y la autodeterminación. La maternidad y la vida familiar empiezan, lentamente, en la cotidianidad, a coexistir con los espacios de trabajo de la mujer en el mundo público, para dejar de presentarse como espacios sociales irreconciliables o contradictorios.

En este sentido, se vuelve fundamental explorar como las mujeres, actualmente, se resisten a la adaptación patriarcal que la sociedad les sigue exigiendo, como escogen caminos propios y de qué formas intentan mantener o recuperar su dignidad, orgullo y autovaloración como sujetos. Se vuelve imperante estudiar de qué manera las manifestaciones de la agresión que estimulan la autonomía y la capacidad de acción autónoma, así como, las manifestaciones activas de la sexualidad femenina están presentes en las imágenes dominantes sobre lo femenino. En otras palabras, explorar cómo las condiciones de socialización y de constitución de la identidad femenina posibilitan o dificultan el desarrollo de un proyecto de vida autónomo en las mujeres. La luchas por recuperar la autoconfianza y la autovaloración, así como las manifestaciones conscientes de la agresión y la sexualidad como condiciones fundamentales para el desarrollo de la autonomía en las mujeres deben ser abordadas a partir de las transformaciones que se vienen desarrollando en las relaciones de poder entre los géneros.

Son estos espacios potenciales donde Medea surge como una figura femenina paradigmática, que representa tanto una comprensión diferente de la agresión y la sexualidad femeninas como de la capacidad de la mujer para la autorrealización y la autorreflexión. Como una figura femenina que actúa de forma independiente personifica Medea no sólo una mujer asesina, como se le presenta a menudo en la historia de recepción de la tragedia, sino también una imagen temprana de la mujer moderna.

Notas

* Este artículo será publicado próximamente en la Revista “Subjetividad y Cultura” , México D.F.

2 Dos rompientes rocosos muy peligrosos que se debían atravezar para llegar desde Grecia a la Cólquide, tierras bárbaras bajo el reinado de Aietes, padre de Medea.

3 La tragedia de Eurípides fue escrita en el año 431 a. C.. El drama se basa en un mito griego donde la hija del rey ayuda a un extranjero, jefe de los legendarios argonautas, a superar aventuras y peligros, huye con este, posteriormente es repudiada y abandonada, para finalmente vengarse del mismo. El prologo comienza con una conversación entre la nodriza y el pedagogo, en la cual se exponen los antedecentes de la historia (el viaje de los argonautas, la lucha de Jasón por el Vellosino de Oro, la ayuda de Medea, el amor, el matrimonio y la desavenencia entre Jasón y Medea) y la amenaza inminente (el rey Creon desea expulsar a Medea de Corinto). La próxima entrada en escena de Creon, en la que Medea logra que su expulsión se posponga de forma decisiva por un día, nos brinda un juego atractivo en el que se pone en escena la superación de la astucia del que no tiene poder sobre la torpeza del poderoso. En la primera conversación entre Jasón y Medea se representa la escena típica del agon retórico: Jasón interpreta su infidelidad como un acto de protección y transforma la imprudencia de la indignada Medea en injusticia, por su parte, Medea desenmascara esta intención sofista con una propia interpretación del pasado, en la que la argumentación de Jasón se descubre como manipulación. Posteriormente, en la escena de Egeo, en la que aparece el motivo común del extranjero que se entrelaza en la historia, el rey de Atenas le promete a Medea asilo. El conflicto entre razón y pasión marca el monólogo de Medea, en el que ella, convencida del logro seguro de su venganza sobre Creon y su hija, se decide a matar a sus hijos: Medea maldice por un lado su acción como crimen y como algo que le va a provocar a ella misma el mayor de los dolores, pero por otro lado ve en el asesinato de sus hijos el único medio para destruir finalmente a Jasón. En la próxima escena, después de la horrorosa narración del mensajero sobre la muerte de Creon y su hija, Medea mata a sus hijos. Con el asesinato de sus hijos Medea se convierte definitivamente para los otros en un monstruo que no se puede comparar más con lo humano; así aparece en la escena final con Jasón: Ella triunfa sobre su adversario, quien no podrá impedir que la maga huya en el carro del sol con sus hijos (ver Kindlers Neues Literaturlexikon, Tomo 5, 324-325, 1988, traducción de la autora).

4 Para una discusión crítica sobre esta imagen de escisión entre la agresión y la sexualidad femeninas dentro de la teoría psicoanalítica comparar, entre otros, Chodorow (1978, 1999), Benjamin (1988, 1995), Mitscherlich (1978, 1985), y Rohde-Dachser (1991, 1996).

5 En relación con la Antígona de Sófocles como paradigma de un sujeto femenino, comparar Rohde-Dachser (1989, 1991) y Butler (2000).

Literaturverzeichnis

Anouilh, Jean, 1948/1953 (1963) Medea. En: Schondorff, Joachim (comp.), 1963, 319–346.

Babatzanis, John y Georgie Babatzanis, 1992: Fate and the Personal Myth in Medea’ s Plight: Filicide. En: P. Hartocollis y G.I. Davidson (comps.), The Personal Myth in the Psychoanalytic Theory. Madison, International University Press, 235–255.

Benjamin, Jessica, 1988: The Bonds of Love. Psychoanalysis, Feminism, and the Problem of Domination. New York, Pantheon. Traducción española de Jorge Piatigorsky (1996). Los lazos del amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación, Buenos Aires, Paidós.

Benjamin, Jessica, 1995: Like Subjects, Love Objects. Essays on Recognition and Sexual Difference. New Haven, Yale University Press. Traducción española de Jorge Piatigorsky (1997). Sujetos iguales, objetos de amor. Ensayos sobre el reconocimiento y la diferencia sexual. Buenos Aires, Paidós.

Bronfen, Elisabeth, 1987: Die schöne Leiche. Weiblicher Tod als motivische Konstante von der Mitte des 18. Jahrhunderts bis in die Moderne. En: Renate Berger e Inge Stephan (comps.), Weiblichkeit und Tod in der Literatur. Köln, Böhlau.

Butler, Judith, (2000): Antigone´s Claim. Kinship between Life and Death. New York, Stanford University Press.

Chodorow, Nancy, 1978: The Reproduction of Mothering. Berkeley, University of California Press. Tradución española de Oscar R. Molina (1984). El ejercicio de la maternidad. Psicoanálisis y sociología de la maternidad y paternidad en la crianza de los hijos. Barcelona, Gedisa.

Chodorow, Nancy, 1999: The Power of Feelings. Personal Meaning in Psychoanalysis, Gender and Culture. New Haven and London, Yale University Press.

Clauss, James J. y Sara Iles Johnston (comps.), 1997: Medea. Essays on Medea in Myth, L

Sigue leyendo

Mitología griega: la historia de Edipo

Mitología griega: la historia de Edipo

Edipo es un personaje de la mitología griega que da nombre a un famoso síndrome mental: el complejo de Edipo, descubierto por Freud. Pero, ¿quién fue Edipo?

Era hijo de Layo y Yocasta, reyes de Tebas. Cuando éstos iban a contraer matrimonio, el oráculo de Delfos les advirtió de que el hijo que tuvieran llegaría a ser el asesino de su padre y más tarde se casaría con su madre. Cuando nació su primogénito, Layo encargó a un conocido suyo que matase al niño para que no se cumpliera el funesto futuro que les había augurado el oráculo. Esta persona se fue hasta el monte Citerón, perforó los pies del niño y le colgó de un árbol para que muriera poco a poco.

Sin embargo, pasaba por allí un pastor, Forbas, que escuchó el lamento del bebé y le salvó. Se lo entregó a Polibio y a su esposa, Peribea. Juntos le criaron y le pusieron por nombre Edipo, que significa el de los pies hinchados.

 src=

Edipo y la esfinge

Al igual que muchos otros héroes de la mitología griega, cuando era un adolescente mostró su gran habilidad para la gimnasia, algo que levantó la admiración de muchos oficiales militares, que le veían como un futuro soldado. Uno de sus compañeros sentía envidia y le espetó que no era más que un hijo adoptado y que por tanto no tenía honra. Por ello acudió a su madre y le preguntó en reiteradas ocasiones si ella era su verdadera madre, pero Peribea veía que la verdad podría hacerle daño, así que insistió en asegurarle que era ella.

Sin embargo, Edipo no se conformaba con las respuestas, por lo que decidió ir hasta el oráculo de Delfos para que le diera respuestas. El oráculo le pronosticó lo mismo que a los reyes de Tebas, por lo que le aconsejó que no se acercase al lugar que le había visto nacer. Edipo entonces decidió que no volvería a Corinto, por lo que puso rumbo a Fócida.

Durante el camino destacan dos sucesos. Primero, se enfrentó en un cruce al pasajero de un carruaje al que dio muerte accidentalmente; se trataba de Layo, su padre, aunque Edipo desconocía tal hecho. El segundo es el encuentro con un horrible monstruo, la esfinge. Se trataba de un ser con cabeza y manos de mujer, voz de hombre, cuerpo de perro, cola de serpiente, alas de pájaro y garras de león. Estaba situada en lo alto de una colina y a todo aquel que se acercara le hacía una pregunta, ante cuya ignorancia moría en sus manos el desdichado.

El nuevo rey de Tebas, Creonte, hermano de Yocasta, ofrecía como recompensa la mano de su hermana y, por consiguiente, el trono de Tebas, a aquel que consiguiera descifrar el enigma de la esfinge y deshacerse de ella.

Edipo decidió entonces enfrentarse a tal ser. Cuando se encontró con la esfinge, ésta le pregunto: “¿Cuál es el animal que por la mañana anda sobre cuatro pies, dos al mediodía y tres por la tarde?”. Edipo, que contaba con una gran inteligencia, no tardó en responder que se trataba del hombre, ya que en su infancia anda sobre sus manos y pies, durante la época adulta anda sólo sobre sus piernas, pero en su vejez debía de ayudarse de un bastón como si fuera un tercer pie. La esfinge se puso furiosa de que alguien hubiese resuelto el acertijo, por lo que se suicidó golpeándose la cabeza contra una roca.

Como recompensa, Creonte cumplió con lo prometido y le entregó a YocastaEdipo vivió feliz durante muchos años junto a su mujer y a los hijos que había tenido con ella, Etéocles, Polinice, Antígona e Irmene. Pero la felicidad se vio truncada cuando llegó una epidemia de peste, arrasando toda la región.

 src=

Edipo y su hija Antígona

Ante este problema acudió al oráculo de Delfos para que le dijera cómo solucionarlo. El oráculo aseguró que sólo se acabaría cuando se descubriese al asesino de Layo y fuera expulsado de Tebas. Edipo comenzó entonces a investigar hasta que descubrió la verdad, que había sido él el asesino yse había casado con su propia madre.

Yocasta no pudo soportar la verdad y se suicidó. La noticia había afectado en gran medida a Edipo, quien consideró que no merecía ver más la luz del día y decidió sacarse los ojos con una espada. Después fue expulsado de Tebas por sus hijos, aunque Antígona se fue con él para ayudarle y guiarle.

Así llegó hasta Ática, donde vivió como un mendigo. Continuó su viaje hacia Atenas hasta que entró en un santuario dedicado a Erinias donde los lugareños le reconocieron y quisieron acabar con su vida. Respecto al final de la historia hay dos versiones. La primera asegura que las palabras de Antígona consiguieron que le pudiera salvar la vida, tras lo cual fue recogido por Teseo y acogido en su casa.

La otra versión asegura que murió en el santuario pero antes de exhalar su último aliento, Apolo le prometió que el lugar sería sagrado y consagrado a él y que aquello sería provechoso para la ciudad de Atenas.

Fuente: http://redhistoria.com/mitologia-griega-la-historia-de-edipo/#.VBCb6cJ5NIk

Sigue leyendo

Antígona y el traspié de la ironía hegeliana

Antígona y el traspié de la ironía hegeliana

Mónica L. Cabrera y Graciela A. Vidiella

“La femineidad, esa eterna ironía de la comunidad”

Hegel, Fenomenología del Espíritu, p. 281.

I

El modo de considerar a la naturaleza de lo femenino en la obra de un autor como Hegel, parecería que sólo tiene el valor de una curiosidad histórica, por lo obvia­mente anacrónico. Sin embargo resulta aleccionador si se piensa en la vigencia de los prejuicios con que suele juzgarse el rol de la mujer en la sociedad desde los dife­rentes campos del quehacer humano.

El lugar donde el filósofo proporciona un tratamiento más sistemático y. conceptual del tema es en la Fenomenolo­gía del Espíritu, al tratar la tragedia de Antígona en el capitulo dedicado a la eticidad griega. La bella prosa hegeliana, puesta al servicio del espíritu absoluto, se empeña en desplegar una serie de conceptos para explicar la carencia de racionalidad que, por naturaleza, le corres­ponde a la mujer.

A fin de comprender cabalmente el análisis de Hegel a este respecto conviene, en primer lugar, presentar una síntesis de las páginas que le dedica en la obra citada.

Según el autor, la eticidad griega se caracteriza por la ausencia de reflexión con respecto a la naturaleza de leyes que conforman la polis. Esta inmediatez es propia de todo primer momento del proceso dialéctico -recuérdese que la eticidad aparece en la Fenomenología como la prime­ra figura correspondiente al espíritu- en el cual la contradicción que permitirá arribar a una verdad más acabada, aún no se ha manifestado. En este contexto apacible y armónico, los ciudadanos tienen conciencia de pertenecer a esa comunidad y se identifican con sus leyes sin juzgarlas, guardando con ellas una relación inmediata y simple que Hegel denomina bella eticidad. Sin embargo, debido a esta adhesión irreflexiva, el equilibrio de la polis es precario, y está por ello destinado a quebrarse cuando irrumpa la acción individual que pondrá de manifiesto la existencia de un conflicto subyacente.

El ámbito de la eticidad está conformado por dos tipos de leyes: la humana y la divina. La primera rige para todos los individuos en el marco de la comunidad política, es clara, manifiesta y conocida, y adquiere su representa­tividad a través del gobierno. Sin embargo, esta ley se nutre de otra, oscura y oculta que se expresa en la fami­lia y los penales. La ley divina es el fondo sobre el que se recorta la acción consciente. Ambas leyes son com­plementarías, la humana se apoya en la divina y esta adquiere su realidad en la humana. A pesar de ello, esta complementariedad no es conocida por los ciudadanos de la polis, que aún no alcanzan un pensamiento especulativo respecto de sus propias instituciones. Desde el punto de vista del sistema hegeliano, esta primera aparición del espíritu es conciencia, es decir, certeza inmediata, pero debe devenir autoconciencia, movimiento reflexivo donde dicha certeza alcance su verdad. Este proceso se llevará a cabo mediante un conflicto que, según Hegel, resulta expresado en forma paradigmática por la tragedia Antígona.

II

La acción dramática de Antígona revela lo provisorio del equilibrio simple de la bella eticidad, al poner de manifiesto el juego de oposiciones cuyo efecto inmediato será el desmoronamiento de la polis.

Según la interpretación hegeliana, esta tragedia evidencia un conflicto entre saberes en relación a las dos leyes mencionadas. Cada protagonista supone que conoce ambas leyes, pero, al actuar, sólo se afirma en una de ellas, quedando así de manifiesto su ignorancia respecto de la otra.

No es casual que quien esgrima la ley divina sea una mujer, Antígona, y el defensor de la ley humana, un hombre, Creonte, ya que la naturaleza, al otorgar los sexos da a cada uno de ellos a una ley. Hegel le adscribe naturaleza femenina un estadio inferior en la eticidad. La acción, de Antígona, a través de la cual se cumple la ley de la mujer, nace de un sentimiento, -y no de un saber de la piedad. Esta “ha sido expuesta fundamentalmente como la ley de la mujer, como la ley de sustancialidad subjetiva sen-sible, de la interioridad que aún no ha alcanzado su perfecta realización, como la ley de los antiguos dio­ses, de los dioses subterráneos”[1]. Con esta determinación el espacio propio de la mujer se desarrolla en la intimi­dad familiar, no pudiendo trascender al ámbito público, destinado exclusivamente al varón. Lo masculino es la expresión de lo espiritual, “el hombre tiene, por ello, su efectiva vida sustancial en el estado, la ciencia, etc..”[2]

Esta caracterización de la mujer circunscripta al gine­ceo está explicada por la función social que Hegel le asigna a la familia en la Grecia clásica. A esta institu­ción le compete llevar a cabo dos tareas decisivas para la vida social. En primer lugar educar al joven, futuro ciudadano de la polis. Desde este punto de vista, el rol que desempeña es meramente negativo, porque la educación culmina con el abandono de la familia y el pasaje del joven a la esfera pública. En segundo lugar, el culto a los muertos, como su función más específica, ya que a través de éste hace cumplir la ley divina. Este rito reviste una significación cultural importante porque posi­bilita la interrupción de la acción destructora de la naturaleza, y hace perder a la muerte su sentido meramente biológico. Si este oficio no se lleva a cabo, se condena al alma a vagar eternamente sin hallar su lugar de reposo.

En la tragedia de Sófocles, este culto es realizado por Antígona, respecto de su hermano Polinices. Su insis­tencia en efectuar el acto, a pesar de la prohibición de Creonte, es explicada por la propia heroína: “¿En virtud de qué principio digo esto? Que esposo, muerto uno, podría tener otro, y un hijo de otro hombre, si un hijo perdiese; pero no hay hermano que pueda nacer ya, cuando padre y madre están ocultos en el Hades.” [3] Teniendo en cuenta este argumento, Hegel le atribuye al vinculo hermano-herma­na una investidura ética peculiar, que no alcanzan otras relaciones familiares. Por una parte lo considera como una relación ética exenta de naturalidad, y, por ello, genuinamente espiritual, característica que no reviste el vínculo de la mujer con su marido o hijos En el primer caso, la relación espiritual entre los esposos está afecta­da por un elemento natural, 1a sexualidad, que impide un reconocimiento ético. Este, en la relación de los padres hacia los hijos no puede ser simétrico, porque se tiene conciencia de que ese otro, el hijo, es, en parte, un extraño que no encontrará su identidad en el lazo con sus padres sino sólo cuando logre separarse de ellos. Respecto de los hijos hacia los padres, aquellos saben que no pueden reconocerse en un otro destinado naturalmente a desaparecer primero.

Estas son las razones que esgrime Hegel para explicar por qué la mujer, en ambas relaciones sólo es tenida en cuenta en su rol de mujer en general, es decir, como esposa y madre, pero no como una persona singular. Este reconocimiento sólo se dará a través del vínculo con el hermano, “puro y sin mezcla de relación natural…” que es, por tanto, la única constitución ética posible para la mujer en la comunidad política, “pues se halla
vinculado al equilibrio de la sangre y a la relación exenta
de apetencia. Por eso la pérdida del hermano es irreparable para a hermana, y su deber hacia él es el más alto de todos”[4]. En una sociedad patriarcal como la griega, en la que el reconocimiento social de la mujer depende exclu­sivamente de los varones de su familia, resulta así expli­cada la seguridad con la que Antígona lleva a cabo su acción, aún a sabiendas de que el único resultado es su muerte. Con la desaparición de todos los hombres de su familia, su identidad social pierde el sustrato.

Las razones expuestas por Hegel a fin de privilegiar la relación hermano-hermana en su conexión con la natura­leza de lo femenino, le sirven para explicar la acción de Antígona. Tanto en el contexto de la tragedia como en el de la bella eticidad, ésta es interpretada como el resultado de su piadosa adscripción a la ley divina, opuesta a la racionalidad de la ley de la polis.

Aunque ambos protagonistas son considerados como igualmente responsables del derrumbe de la eticidad bella, es posible comprender su incidencia en la tragedia con matices diferentes. Si bien Creonte es culpable de ruptura del equilibrio por desconocer a la ley divina, en la cual se asienta la polis, representa a la ley mani­fiesta y transparente, a la legalidad universal instaurada por los hombres Por tanto, desde la perspectiva del espíritu absoluto, su actuación puede ser evaluada como más progresista porque contiene, aunque en forma embrionaria, los elementos fundantes del orden político que instituye la razón.

Antígona es responsable de infringir la ley humana y, en tal sentido, también causante de la caída de la polis, Pero no hay en ella, por ser mujer, el elemento de racionalidad que Hegel rescata en la actitud de Creonte. La femineidad aparece como un poder disolvente de la comunidad, La acción de Antígona se opone a la universalidad política desde la particularidad natural de la familia y convierte lo público en un fin privado y contingente.

III

En síntesis, según la interpretación hegeliana, la obra de Sófocles presenta dos héroes trágicos que se rela­cionan de manera simétrica. Esta relación se constituye a partir de un saber y un no saber, ambos parciales, con respecto a cada una de las leyes. Este desconocimiento de una parte de la verdad los impulsa a cometer hybris.

Sin embargo, si nos atenemos a la caracterización clá­sica del héroe trágico, podría pensarse que sólo Creonte la cumple de manera cabal. En efecto, si bien los factores desencadenantes del conflicto serían tanto la prohibición de Creonte como la acción de Antígona de enterrar a Polini­ces, las peripecias sólo le ocurren al rey. Él es el único que, en el desenlace, reconoce su responsabilidad en las desgracias acaecidas y se arrepiente[5]. Esto estaría más de acuerdo con la intención del mismo Sófocles de atribuir a Antígona el saber de una justicia superior a la pretendida da por Creonte[6]. La ley de éste desconoce el elemento sustancial (la ley divina) en el cual se asienta y resulta arbitraria e injusta por no concordar con “aquellas leyes no escritas…” reconocidas por todos. Esto se pone de manifiesto en las intervenciones de otros personajes, que intentan disuadir a Creonte de su actitud, advirtiéndole, asimismo, de las consecuencias trágicas que puede acarrear su obcecación[7].

Para sustentar su versión, Hegel, como se dijo, realiza una caracterización de la subjetividad femenina que parte de la adscripción, por naturaleza, de una ley para cada sexo. La ciega sujeción a la ley divina representa un estadio inferior en el progresivo desarrollo de la comuni­dad política humana. Por ello, aunque Hegel presente a ambos personaje como simétricos en cuanto a lo que saben y a lo que desconocen, intentando de esta manera explicar su comprensión de la  eticidad griega, esta simetría no resulta acorde con su propio punto de vista. En efecto, Creonte da cumplimiento a la ley humana desconociendo a la divina, a partir de una elección política. Pudo haber
desistido de su actitud, evitando la tragedia, como, en efecto, intentó hacerlo conveniido por Tiresias, aunque ya tarde. A Antígona, en cambio, no le cabía posibilidad de elección. Su propia naturaleza femenina la condicionaba a no poder tener comprensión de otra ley que no fuera la divina. Tal como ya se indicó, la pérdida del hermano significaba, para la mujer, la pérdida de su propia identi­dad y de su reconocimiento en el seno de la comunidad.

Podría señalarse otra inconsistencia en la versión que estarnos considerando. Según se mostró, la irrupción de la acción individual pone de manifiesto la inestabilidad inmanente a la bella eticidad. En el sistema hegeliano, toda inmediatez se revela como insuficiente, y este carácter resulta explicitado por la contradicción inherente al movimiento dialéctico. En ella se hacen presentes, de manera incipiente, las características propias de la figura subsiguiente, más integradora, y, por lo tanto, superior. Por ende, si es la irrupción de la acción indi­vidual la que provoca la caída de la polis, podría sospecharse que en ambos protagonistas de la tragedia aparecen ciertos que adelantan el desarrollo ulterior. Es en el Estado del derecho romano, donde se logra un primer reconocimiento del derecho del individuo como persona jurídica. Según esto, puede advertirse un aspecto negativo en el resultado de la dialéctica anterior: la destrucción de la comunidad ética, pero también un aspecto positivo, la revalorización del individuo. En efecto, en el mundo ético, éste quedaba subsumido por la familia y por el Esta­do[8]. Siguiendo esta línea argumentativa, podría preguntarse por qué razón Hegel no reivindica enAntígona este rasgo que insinúa un proceso de individuación. Dicho proceso culminará, en figuras posteriores, con el reconoci­miento pleno del individuo por el Estado, y viceversa. En lugar de ello, presenta su acción subsumida a la con­tingencia disolvente de los intereses familiares.

Hegel no rescata en la protagonista, como podría hacerlo, una actitud justiciera y, en tal sentido, expresión de ciertos valores universales, sino que caracteriza a lo femenino como un elemento perturbador del orden políti­co. La polis se derrumba devorada por la intriga femenina, “la eterna ironía de la comunidad”, que hace prevalecer lo particular por sobre la universalidad del Estado. Resul­ta en este punto interesante la comparación entre el tra­tamiento dado por el autor a la figura de Sócrates y a la de Antígona. En Lecciones sobre 1a filosofía de la historia universal se refiere al juicio del Estado atenien­se contra Sócrates  y considera justa la condena porque el filósofo ponía en cuestionamiento las leyes estableci­das. Sin embargo, desde el punto de vista del espíritu absoluto, Sócrates[9] representa un desarrollo superior de la eticidad. A diferencia del hombre griego, que actuaba de manera irreflexiva, aquél poseía conciencia moral, es decir, era capaz de indagar sobre los fundamentos uni­versales de las acciones. En cambio, en la tragedia, ni Creonte ni Antígona podían acceder a esta reflexión, pero en el caso de Antígona, por tratarse de una mujer, ni siquiera podía aspirar a la eticidad. Hegel es aún más explícito al respecto en la Filosofía del Derecho, cuando, al tratar la institución familiar, afirma: “La diferencia entre el hombre y la mujer es la que hay entre el animal y la planta; el animal corresponde más al carácter del hombre, la planta más al de la mujer, que está más cerca­na al tranquilo desarrollo que tiene como principio la unidad indeterminada de la sensación. El Estado correría peligro si hubiera mujeres a la cabeza del gobierno, porque no actúan según exigencias de la universalidad, sino si­guiendo opiniones e inclinaciones contingentes”[10]. Aunque pueda admitirse que entre los griegos la mujer cumplía el rol descripto por Hegel, resulta sospechoso que el filósofo de la dialéctica, empeñado en explicitar todo acaecer como una manifestación cultural e históricamente determinada, trate a la subjetividad femenina, -y a su contrapartida, la masculina- con carácter de esencias inmodificables.

       Tal vez una lectura prejuiciosa de la tragedia de Sófocles permitiría mostrar a Antígona como una mujer capaz de desafiar un orden que considera injusto y con

Convicciones tan firmes que la llevan a subordinar el interés particular de su propia vida al valor universal de la justicia. Parecería que la intención del mismo Sófocles apunta en esta dirección. A pesar de que Hegel hace comprensiva la acción de la protagonista desde un lugar exclusivamente femenino, el propio desarrollo de la tragedia muestra a todos los personajes masculinos con excepción de Creonte, haciendo causa común con la muchacha.

Por otra parte, la versión hegeliana disminuye la talla de Antígona hasta presentarla como un personaje reacciona­rio aún para su época, polque asume un principio inferior en las relaciones sociales constitutivas de la eticidad, y, en tal sentido, más ligado a la irracionalidad de la naturaleza, que a la racionalidad de la política. Sin embargo, la actitud de Antígona es doblemente revolucionaria. No sólo desafía, como ya se indicó, la ley positiva que considera injusta sino también el lugar de sumisión de la mujer, condenada al espacio privado de la familia, convirtiendo su reclamo en un objetivo público del cual se apropia el resto del pueblo.

IV

No hemos elegido el tratamiento dado por Hegel a tragedia de Antígona como una simple curiosidad histórica. Resulta obvio que la presencia de la  mujer en la vida pública suele prestarse aún hoy a  interpretaciones prejuiciosas, sobre todo si implica algún cuestionamiento al orden establecido.

Durante la última dictadura militar argentina, las únicas que lograron desafiar el imperio del terror ganando un espacio público,  no sólo nivel nacional sino también internacional, fueron mujeres, las Madres de Plaza de Mayo. A partir de una actitud profundamente comprometida supieron crear una efectiva de lucha  que se convirtió en el único foco de resistencia activa. Pero, por esos años y, en cierta forma, aún hoy, la “opinión pública” argentina se ocupó de degradar esa acción con explicaciones similares a las hegelianas. El reclamo de las Madres fue impugnado desde discursos de diversa extracción. Para algunos eran “las locas”, otros, con argumentos pretendidamente racionales, objetaban la validez universal de la denuncia porque provenía de madres, de mujeres motivadas únicamente, igual que Antígona, por los “oscuros lazos de la sangre”

Cabe preguntarse por qué es objetable hacer pública una demanda ética por el mero hecho de que probablemente esté motivada por un interés particular, como si fuera posible determinar exhaustivamente si son los grandes ideales intangibles o las oscuras pasiones lo que impulsa las acciones de los hombres.

Así como la figura de Antígona ha recorrido, desde Sófocles a Marechal, y a pesar de Hegel, la historia del teatro como un símbolo de rebeldía a la arbitrariedad del poder, probablemente las Madres serán recordadas como el último baluarte ético de una sociedad desgarrada por otra tragedia.



[1] Hegel,  Principios de la filosofía del derecho, Bs.As., Sudamericana, 1975, &166, obs., p.213.

[2] Hegel, op. cit. &166, p 212.

[3] Sófocles, Antígona, en “Teatro Griego”, Madrid, Aguilar, 1978, p.299.

[4] Hegel, Fenomenología del espíritu, México, Fondo de cultura económica, 1966, p. 269.

[5] Sófocles, op. cit., p. 306

[6] Ver, por ej. Antígona, Introducción, notas y trad. de L. Pinkler y A. Vigo, Biblos, 1987.

[7] Sófocles, op. cit. intervenciones de: Guardia (p.289), Hemon (p.295- 6, 301), Tiresias (p. 300-1 ).

[8] Vals Plana, R., Del yo al nosotros, Barcelona, Editorial Laja, 1971, p.218 y siguientes.

[9] Hegel, G.W.F., Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid, Revista de Occidente, 1974, p.484.

[10] Hegel, G.W.F., Principos de la filosofía del derecho, Bs.As., Sudame­ricana, 1975, &165, Agregado, p.213.

Fuente: http://www.hiparquia.fahce.unlp.edu.ar/numeros/volii/antigona-y-el-traspie-de-la-ironia-hegeliana

Sigue leyendo

El modelo triádico de Gerard Genette

El modelo triádico de Gerard Genette

 

 

El modelo que Genette presenta en Figuras III, en 1972, se distingue del resto de la producción estructuralista en virtud de reconocer la insuficiencia del esquema dicotómico mantenido hasta ese momento e inaugurar un modelo triádico que incluye nuevas categorías.
Genétte distingue, en el texto narrativo, tres instancias:• La historia es el conjunto de los hechos o acontecimientos narrados, presentados de acuerdo a un orden lógico y cronológico -en el cual jamás podrían sucederse, ya que algunos hechos ocurrirán simultáneamente, pero la narración no permite dar cuenta de ello. La historia no es un objeto sino un concepto que señala el significado o contenido narrativo.
• El relato es el discurso oral o escrito que materializa la historia, es decir, el texto narrativo concluido que conforma un todo significante. Las teorías de análisis del discurso lo denominan enunciado o texto.
• La narración es el hecho o acción verbal que convierte a la historia en relato; es el hecho narrativo productor; y, por extensión, la situación real o ficticia en que se produce el acto narrativo. En los textos narrativos es una situación ficcional.La historia y la narración no existen, para el lector, si no es por mediación del relato.

Los actuales estudios narratológicos, que se dedican especialmente a la elucidación de la construcción del sentido en los textos, privilegian la aplicación del modelo triádico de Genette como metodología conceptual básica para este tipo de análisis.

Gerard Genette mantiene el concepto estructuralista a partir del cual el sentido se construye al identificar las relaciones entre los distintos niveles. Por lo tanto, en su teoría, afirma que la articulación entre los niveles de la historia con el relato, la narración con el relato y la historia con la narración se puede estudiar mediante la observación y el análisis de tres instancias o categorías que surgen de las relaciones anteriores:

• Tiempo, que expresa las relaciones posibles entre el Relato y la Historia.

• Modo, o modalidades (formas y grados) de la “representación” narrativa en que se expresan las relaciones entre la Narración (o situación de enunciación) y el Relato (o texto).

• Voz: se refiere a la forma cómo se encuentra implicada, en el Relato, la propia Narración como instancia narrativa. En ella se encuentran sus dos protagonistas: el narrador y su destinatario, real o ficticio. La Voz designa una relación con el sujeto (y, de forma más general, la instancia) de la enunciación.

Por lo tanto, estas categorías (Tiempo, Modos y Voz) se relacionan con las anteriores (Historia, Relato y Narración) de la siguiente forma:
Tiempo y Modo funcionan, las dos, en el nivel de las relaciones entre H y R; mientras que la Voz designa, a la vez, las relaciones entre narración y R y entre narración e H.
Las categorías de Tiempo, Modo y Voz –que expresan, a su vez, las relaciones entre Historia, Relato y Narración- pueden ser observadas únicamente en el Relato ya que éste es el objeto concreto. Como decíamos arriba, “la historia y la narración no existen, para el lector, si no es por mediación del relato”. Por lo tanto, Genétte afirma que debe realizarse el “Discurso del Relato”.

TIEMPO

Genette propone analizar el tratamiento del Tiempo en el Relato a partir de las alteraciones que se presentan de acuerdo a las relaciones entre el Tiempo de la Historia (TH) y el Tiempo del Relato (TR); y, por otra parte, entre el TR y el Tiempo de la Narración (TN). Las alteraciones producidas siempre estarán en función de producir un determinado efecto de sentido.
Las alteraciones son agrupadas en tres tipos diferentes: distorsiones de orden, de velocidad y de frecuencia.

Distorsiones de Orden

Tienen que ver con la decisión del narrador de alterar la secuencia cronológica de la historia. Puede adelantar acontecimientos o interrumpir el fluir de los hechos para evocar un hecho anterior, es decir, producir anacronías.

Anacronías son las diferentes formas de discordancia entre el orden de la H y el orden del R. La posibilidad de incorporar al relato anacronías supone la existencia de una especia de GRADO CERO –o “tiempo base”-, que sería un estado de perfecta coincidencia temporal entre el tiempo de la H y el tiempo del R. Hablaremos del alcance de la anacronía, de acuerdo a su relación con el presente; y de amplitud, de acuerdo a la duración de la historia que abarque.
Relato primero: se denomina así el nivel temporal de R con relación al cual una anacronía se define como tal; es el conjunto del contexto.

Las anacronías posibles pueden ser: analepsis y prolepsis.

• Analepsis: es un relato segundo realizado en forma retrospectiva. Puede estar a cargo del narrador extradiegético o de cualquiera de los personajes de la Historia.
• Prolepsis: es una alteración en el orden temporal del Relato que implica un adelanto, una anticipación de sucesos en relación con los que se narran en el tiempo base. Es un relato segundo prospectivo. La anticipación es menos usual. Se presenta, no obstante en los textos predictivos o apocalípticos. Como en el caso anteror, Genette distingue entre internas y externas.

Distorsiones de Velocidad (o Duración)

En el análisis de la velocidad, los dos tiempos que actúan como referentes son el TH y el TR. El narrador puede presentar los hechos que han ocurrido durante diez años consecutivos en una sola frase; o detallar minuciosamente, a lo largo de varias páginas, un gesto que tuvo lugar en un instante (como el caso del narrador de En busca del tiempo perdido).
Genette propone analizar la relación entre TH y TR comparando el lapso temporal al que alude la historia y la cantidad de espacio físico –en el texto, es decir, páginas, renglones o palabras- que el relato le adjudica.
Este tipo de discordancia entre la velocidad del TH y el TR da lugar a cuatro clases de alteraciones de duración: escena, pausa descriptiva, resumen o sumario y elipsis.
Genétte hablará de la existencia de cuatro formas fundamentales del movimiento narrativo. Los extremos son la elipsis y la pausa descriptiva; y los intermedios, la escena -la mayoría de las veces, dialogada (con un movimiento determinado, al menos en principio)- y el sumario o resumen, entendido como forma de movimiento variable que abarca con gran flexibilidad de régimen todo el campo comprendido entre la escena y la elipsis.

Distorsiones de Frecuencia

Frecuencia narrativa se refiere a las relaciones de frecuencia (o más sencillamente, de repetición) entre los hechos sucedidos y los hechos narrados. Las posibilidades de frecuencia pueden reducirse a cuatro tipos virtuales: acontecimiento repetido o no; enunciado repetido o no.
El Relato (el texto) puede presentarse de la siguiente forma:

• Relato Singulativo: se narra una vez lo que ha ocurrido una vez en el nivel de la historia (1R/1H);
• Relato Singulativo anafórico: contar n veces lo que ha ocurrido n veces (nR/ nH);
• Relato Iterativo: contar n veces lo que ha ocurrido una vez (nR/1H);
• Relato Repetitivo: contar una vez lo que ha ocurrido n veces (1R/nH).

MODOS

• Relato de acontecimientos
• Relato de palabras
• Perspectiva o punto de vista restrictivo

 id=

Otras conceptualizaciones

 id=

Genette prefiere evitar los términos “visión”, “campo” y “punto de vista” para utilizar el término más abstracto de FOCALIZACIÓN.

• Relato no focalizado o de focalización cero: el relato clásico.
• Relato de focalización interna:
a- Fija: no se abandona casi nunca el punto de vista con que se inició. Su restricción de campo es particularmente espectacular.
b- Variable: el personaje focal es primero uno y luego otro; o
c- Múltiple: como en las novelas epistolares, en las que se puede evocar el mismo acontecimiento varias veces según el punto de vista de varios personajes epistológrafos.

• Relato de focalización externa: el héroe actúa ante nosotros sin que nos permita, en ningún momento, conocer sus pensamientos ni sus sentimientos. (Dashiel Hammett).

• El empleo de la “1ª persona”, es decir, la identidad de persona del narrador y del protagonista no entraña una focalización del relato en éste.

• Doble focalización: una focalización en las acciones visibles y audibles en un centro, pero que, en cambio, en cuanto a los pensamientos y los sentimientos, está enteramente focalizada en un personaje (Marcel cuando espía a la señorita Vinteuil, el testigo adivina los pensamientos del otro.

VOZ

Genette parte del concepto de Benveniste, de buscar la “subjetividad en el lenguaje”, es decir, pasar del análisis de los enunciados al de las relaciones entre dichos enunciados y su instancia productora: lo que hoy se llama su enunciación. (Figuras, 271)
Genette introduce tres categorías que se relacionan con la Voz: el tiempo de la narración, los niveles narrativos y la persona.
Tiempo
Se especifica el tiempo de la narración y no el lugar. Existen cuatro tipos de narración, de acuerdo a su posición temporal:

• Narración ulterior: es el relato de hechos pasados.
• Narración anterior: es el caso del relato predictivo (profético, apocalíptico, etc.)
• Narración simultánea: relato en presente. Es el caso de la literatura objetiva, la escuela de la mirada, el nouveau roman.
• Narración intercalada entre los momentos de la acción. Existe una distancia temporal mínima entre los hechos y el relato. Es el caso de “El extranjero”.

También se habla de Narración en primer grado, cuando la voz se relaciona con el narratario en primer grado, es decir, con el lector del relato; y de Narración en segundo grado cuando narra un personaje.

Niveles narrativos
Lo que separa el acto narrativo de la acción contada es una especie de umbral figurado representado por la propia narración. Es una diferencia de nivel que se define de la siguiente forma: “todo acontecimiento contado por un relato está en un nivel diegético inmediatamente superior a aquél en que se sitúa el acto narrativo productor de dicho relato”.

 id=

Para simplificar y operativizar la teoría se preferirá hablar de Narrador afuera de la historia (en 3º persona –omnisciente o focalizado) o narrador adentro de la historia (en 1º persona –protagonista o testigo). No obstante esto, la observación de los distintos niveles narrativos, deberá ser atendida a los efectos de identificar la presencia del relato metadiegético (según Genette) o enmarcado (según la terminología tradicional).

Fuente: http://entretextosteorialiteraria.blogspot.com/2010/02/el-modelo-triadico-de-gerard-genette.html

Sigue leyendo