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El miedo al futuro, condición natural de nuestros días. Entrevista a Zygmunt Bauman

El miedo al futuro, condición natural de nuestros días
28.10.2008

Entrevista a Zygmunt Bauman

Bauman

Yo creo que, en estas circunstancias, la pérdida de la esperanza es el mayor desastre que le puede acontecer a la humanidad. Tener esperanzas es nuestra obligación .

El sociólogo y escritor Zygmunt Bauman nacido en Poznan- Polonia, ascendencia judía, tuvo que abandonar su país, formándose en la URSS y regresando a Polonia tras finalizar la II Guerra Mundial. Luego se vio obligado a abandonar de nuevo Polonia en 1968, pasando a impartir docencia en la universidad de Tel Aviv y más tarde en la de Leeds (1971), de la que es profesor emérito de Sociología.

Bauman es uno de principales referentes del pensamiento contemporáneo. La imprevisibilidad, la incertidumbre, la fragilidad que asumieron los lazos humanos se traducen tanto en la inestabilidad de los sistemas políticos como en las afecciones familiares, son alguno de sus tópicos de reflexión. Es el padre intelectual del concepto amor líquido y Modernidad Líquida , para referirse a la incertidumbre de los vínculos personales en las sociedades contemporáneas. Su producción data desde los años 50 y se ocupa, entre otras cosas, de cuestiones tales como clase, socialismo, hermenéutica, modernidad y posmodernidad, globalización y nueva pobreza.

En la entrevista que sigue a continuación- inicialmente publicada por la revista Debate – Bauman aborda sus ideas y las relaciona con el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, los blogs y los fotologs. Considera que su origen está en la necesidad de exposición cada vez más presente en las personas, los califica como el culto a la celebridad .

– Podemos considerar a la Web como un correlato de esta sociedad líquida

– Yo creo que las personas que nacieron y crecieron en el mundo saturado por la electrónica y lo digital sienten la presión de crear identidades más amplias para sí, como la de las celebridades que aparecen en los medios.

– ¿A qué se refiere cuando habla de identidades más amplias?

– Identidades más amplias significa una mayor exposición, más gente mirando, más usuarios de Internet disponibles para mirar, más devotos excitados y entretenidos con lo que ven, estimulados lo suficiente como para compartirlo con sus contactos, rebautizados por el consejo de los Web sites como amigos . Myspace, Facebook, Second Life y la variedad de blogs personales reivindican el imaginario de la revista Hola, reproducen el culto a la celebridad. Son una copia, de menor calidad, que radica en la esperanza que tienen las personas de que sus sueños ordinarios pasen a ser lo mismo que las ambiciones de los héroes de esas tapas.

– En realidad, es un fenómeno instalado en nuestra cultura desde hace años

– Por eso, ¿se puede culpar a los más jóvenes por desgastar su vida en esta carrera tras una ilusión? La verdad que no. Son igual que el resto de nosotros, seres racionales al igual que sus antecesores, que hacen lo mejor que pueden para responder a las demandas sociales y a los nuevos de-safíos. Ellos no eligieron esta condición líquida de la sociedad, o la modernidad, en la cual las representaciones individuales por un momento pueden ser exitosas pero nunca son seguras a largo plazo, en donde lo que hoy es lo mejor, al día siguiente está pasada de moda. En otras palabras, en donde mantenerse actualizado es una tarea que demanda las 24 horas.

– Podría decirse que Internet se volvió en una interpelación social constante

– Y la capacidad de interacción que ofrece Internet está hecha a la medida de esa necesidad. Ayuda a estar enterado del último momento, a conocer el tema más escuchado, el último diseño de ropa, los festivales y las fiestas más de moda, etcétera. Simultáneamente ayuda a actualizar los contenidos y redistribuir el énfasis en la representación de uno mismo. Es una endemia de la cultura de lo rápido.

– En uno de sus libros, también cita el caso de Gran hermano.

– El formato de Gran Hermano tuvo un éxito inesperado, fue reproducido incontablemente por los show masivos de televisión. Ya en esta instancia, la audiencia del reality logró focalizar su interés en los momentos de eliminación. Fíjese cómo se comporta la audiencia cuando alguien es suspendido, rechazado, echado, públicamente humillado y rápidamente olvidado. Se está taladrando la cabeza de la gente con la idea de que ser más débil es una razón suficiente para ser expulsado, que las personas inferiores se deben ir y que esas personas merecen irse por su inferioridad. La exclusión pasa a ser un momento de justicia. En este adoctrinamiento, la idea de los derechos humanos universales, de la dignidad o el derecho de plena participación en la vida comunitaria, han sido dejados a un lado o convenientemente olvidados. Creo que los realities nos dicen más acerca de nosotros que los eslóganes que usan los líderes políticos.

– Ahora, la concentración y universalización con la que contribuye la Web, ¿no resulta alarmante?

– Es que lo que se volvió universal es lo particular solamente. El mundo on line se está convirtiendo en un cruce de diásporas de manera distinta al mundo off line en tanto no es territorial. Todo el mundo virtual está dibujado digitalmente, esto significa que la supervivencia de cualquier entidad está sujeta a la posibilidad de conexión. En el mundo digital habitado por los más jóvenes, las fronteras se dibujan para separar a aquéllos con intereses similares del resto, los cambios y vueltas implican distintos grados de atención y lealtad, pero no necesariamente deben ser exclusivos. Evitar a aquéllos que no piensan como uno es más fácil en el universo virtual que en la ciudad, donde se requieren elaboradas técnicas de separación espacial para mantener distancia, como un circuito cerrado de televisión, guardias armados, cercos.

-¿Y cómo afecta este fenómeno a las relaciones interpersonales?

– Y, por ejemplo, hay actualmente una tendencia universal de reemplazar los votos matrimoniales -unidos a la idea de que hasta la muerte nos separe – por otro tipo de prácticas, como el estar en pareja o la convivencia. Ahora la idea es: Siempre y cuando la satisfacción dure . Lo que resulta peor es que esta tendencia es generalmente confundida como un síntoma de que se está cayendo la viabilidad del matrimonio. Usted está en lo correcto al arriesgar que esa tendencia está relacionada con la atmósfera de incertidumbre más amplia. El matrimonio comparte la crisis que atraviesan los compromisos a largo plazo en general. Los hombres y mujeres se enfrentan a un estado de ambivalencia que parece no tener una solución fácil. Porque, por un lado, necesitan un compañero estable y confiable más que nunca. Pero, por el otro, sienten temor de quedar atados cuando la situación cambie y nuevas demandas y oportunidades aparezcan.

-¿A esto se refiere cuando afirma que nuestra cultura contribuye con una ciencia sexual en vez de desarrollar una ars erótica?

– Yo hago referencia a lo que plantea Volkmar Sigusch, y es que el erotismo, que es un fenómeno multifacético o multifuncional, ha quedado reducido a un sólo aspecto: el sexo. Las relaciones sexuales hoy desconocen su conexión histórica con cada uno de los aspectos de la vida humana, y la gente comenzó a creer que el placer sexual reside en el resultado y no entiende que se pierde con el resultado. Esta tendencia se ajusta a la sociedad líquida. Emancipado de su conexión social, el encuentro sexual queda purificado de consecuencias duraderas. Se vuelve, como cualquier otro aspecto de la vida contemporánea, flexible, ajustable. Se ofrece pura satisfacción sin ningún tipo de ataduras. Lo que aquí debemos resaltar es que parece que ganamos con esto, pero también estamos perdiendo. Las relaciones demandan tiempo, crecen con el tiempo. El placer del amor no es algo que se pueda encontrar y ya, es algo que debe construirse, que resucita todos los días. Es una debilidad de las obligaciones individuales, que está totalmente en línea con la crisis que atraviesan los compromisos a largo plazo. Se cuestionan los derechos y deberes, y las obligaciones con excepción de las obligaciones con uno mismo. Fíjese cómo siempre escuchamos o decimos me lo debo a mí mismo , yo merezco esto . El amor, por su parte, o es perfecto o es un fracaso desde el comienzo. Y en ese caso resulta mejor abandonarlo y reemplazarlo por uno nuevo, que de paso sea mejorado. No se espera que ese amor sobreviva ni a la primera pelea, o al primer desacuerdo o confrontación.

¿Por eso habla del amor líquido?

Y un líquido se caracteriza por la imposibilidad de mantener su forma, cambia ante la menor presión. En esta modernidad líquida, las nuevas tendencias son demasiado breves para cristalizar en formas duraderas, los modos de conducta cambian demasiado rápido para transformarse en hábitos persistentes.

– ¿Esto también se puede aplicar a otros ámbitos de la vida social y política?

– Por supuesto, esta liquidez se presenta en diversas dimensiones de la vida social, incluidos los sistemas políticos y también la vida política, es decir aquella conducida por individuos que actúan bajo estos parámetros. Las condiciones futuras son menos predecibles que nunca, el pensamiento a largo plazo y los modos de actuar a largo plazo nunca fueron tan pocos factibles.

¿Esta liquidez no erosiona la base de poder de los Estados nacionales?

Y con las presiones de la globalización, los Estados han quedado privados de un buen manejo de su poder, y han tendido a tercerizar sus políticas, dejándolas en manos del mercado. Es decir, lo que tenemos hoy es un planeamiento individual, en función de un riesgo individual y una responsabilidad individual. La consecuencia de esto es, por un lado, una libertad sin precedentes de la voluntad individual, pero por el otro, las personas deben cargar con varias cuestiones que no son capaces de cumplir o satisfacer por la falta de conocimientos y recursos para hacerlo. Esto, sumado a una falta real de poder y la incertidumbre provocada por la debilidad de las instituciones políticas, profundiza considerablemente la sensación difundida de inseguridad. El miedo acerca de lo que el futuro pueda deparar parecería ser una condición natural de nuestros días.

Fuente: http://www.uruguaypiensa.org.uy/noticia_476_1.html Sigue leyendo

”Pensar es resistir”, Las enseñanzas de Gilles Deleuze.

”Pensar es resistir”, Las enseñanzas de Gilles Deleuze

27.06.2006

”Para Deleuze, el pensamiento es un conjunto de fuerzas que se resiste a la muerte. Si pensar es resistir, filosofía, política, crítica y clínica son un mismo movimiento. Lo esencial del pensar no está en el pensamiento sino afuera, en lo que fuerza a pensar.”
Gilles Deleuze, nacido en 1925 y muerto hace diez años.

Deleuze

Por Osvaldo Saidon

Más de diez años después de la muerte; 30 años desde que comenzamos a ser infiltrados, habitados por esa potencia que anunciaba el pensamiento de Deleuze. Más de diez años ya sin Deleuze publicando, dictando clases, respondiendo, comentando, y la potencia continúa. Diez años esperando que esta época seca que nos anunciaba poco antes de su muerte empiece a terminar. Diez años apostando a que la consistencia de lo minoritario se afiance. El foro mundial, Seattle, Génova, las luchas antiinstitucionales, los más diversos enfrentamientos a la hegemonía del Imperio en estos diez años, todos estos movimientos están atravesados, infiltrados por la filosofía de Deleuze, por su modo de intervenir, por todos esos devenires que ya hace más de treinta años venía anunciando.

Para Deleuze el pensamiento es el conjunto de fuerzas que se resiste a la muerte, ése es su vitalismo. Pensar es resistir, y entonces filosofía, política, crítica y clínica son un mismo movimiento. Es un funcionamiento donde lo esencial del pensar no está en el pensamiento sino afuera, en lo que fuerza a pensar. Es la vida tratada como campo abierto de los encuentros y la inevitable necesidad de pensarla que nos incitó a una clínica y a una política mas allá de todos los ismos, o las escuelas dominantes en las distintas coyunturas. Ernesto Hernández, colega colombiano traductor de innúmeros trabajos de Deleuze al español, dice: ”Sentimos que se inaugura un nuevo género de relato en la filosofía, una nueva narratividad, pues con Deleuze la filosofía realiza la literatura, tanto como de Borges a Carroll la literatura realiza la filosofía”. Nosotros pensamos que esta filosofía nos habilita una clínica, que realiza una crítica, una narratividad que apunta hacia una vida artista, a una isla desierta, que se desprende de un territorio apoderado por una psicopatología puramente edipizante.

Justamente porque de fechas se trata, queremos referirnos al trabajo recientemente publicado de Deleuze, escrito en 1953, que se llama Causas y razones de las islas desiertas. Hace ya mas de 50 años, Deleuze anunciaba un estilo y una preocupación, la de expandir el desierto como geografía de la creación. Decía Deleuze: ”Los hombres que llegan a la isla la ocupan realmente y la pueblan, pero en realidad si han llegado a estar lo suficientemente separados y a ser lo suficientemente creadores, no harán otra cosa más que otorgar a la isla una imagen dinámica de sí misma, una conciencia del movimiento que la produce, hasta el punto de que a través del hombre la isla tomara finalmente conciencia de sí misma como isla desierta y sin hombres”. Nos dice entonces que la isla, en la mitología y en la literatura, es un recomenzar. Y que se trata no de una creación sino de una recreación; basta con que todo comience; es preciso que se repita una vez acabado el ciclo de las combinaciones posibles. Ya están allí, en este texto de juventud y para ser recreados, conceptos como separación y origen, derivar y crear, corte y flujo, habitar y expandir el desierto.

¿Quiénes toman hoy el lugar de exigirnos el pensamiento, el de expandir el desierto? ¿Negri, Virilio, Prigogine Agamben? El había designado al número uno, el más veloz entre todos, el más militante, el más clínico. Murió antes del tiempo que necesitábamos todos para de una vez por todas rifar la prepotencia de lo simbólico, la frivolidad posmoderna, las recaídas estalinistas de los microgrupos llenos de certezas.

Y entonces, desde hace 30 años nuestra clínica ya no es más la misma, ni se parece siquiera a nosotros mismos. La habita un extraño, que no se confunde ni con un ideal del yo ni con un superyó, ni un pequeño ni grande otro. Es u na extraña disconformidad con la academia, con la institución, con la transferencia. con la Iglesia, con la moral, con lo simbólico. Es el esquizo, es el psicótico, es el extraño, es el puto, es el judío, es el negro, es el niño, son todos esos extraños que comienzan a hablar, en un paradigma más estético que ético. Surge el escándalo ante las recaídas posmodernas de este pensamiento. Los representantes de la tradición académica critican las relaciones caóticas que propician estas nuevas voces; un recalentado humanismo intenta recordarnos la función social de las ciencias humanas. Hemos visto cómo detrás de estas propuestas se alimentan los intentos de recuperar los arcaísmos instituidos que ya no dan cuenta del acontecimiento que lo desborda por todos lados.

En la clínica concreta que hoy realizamos, vemos que el sufrimiento, la mortificación se nos presenta en formas que escapan a las tradicionales clasificaciones que emergen de las dos grandes categorías: las neurosis por un lado y las psicosis por el otro. Las ”nuevas patologías” pánico, adicciones, anorexia, bulimia estaban de algún modo anunciadas en El antiedipo, donde Deleuze y Guattari nos convidaban a pensar el inconsciente y sus producciones a partir de la psicosis y no de la neurosis, como lo venía haciendo el psicoanálisis hasta ese momento. Mejor todavía, ya anunciaban un pensamiento entre un campo y otro: entre la neurosis y la psicosis, entre lo social y lo individual, entre Freud y Marx, entre el discurso de Lacan y el pensamiento del cuerpo de Melanie Klein. Todos estos ”entre…” adquirían autonomía, inventaban nuevos sentidos pero no articulaban nada; inventaban un nuevo y extraño paisaje, un no lugar, un desierto.

Este extraño es el que habita a esos jóvenes que ante la llegada de lo intempestivo, de la velocidad, de la comunicación y la información en tiempo real, se derrumban en esas patologías de borde, sin consistencia, casi sin identidad; se automutilan, se accidentan, se suicidan, entran en la criminalidad con una frivolidad que nos deja aterrorizados. La clínica no puede quedarse en denunciar los cambios, en resentirse con la velocidad y lo intempestivo, en la añoranza de otras condiciones para el análisis. Debe generar contraefectuaciones frente a este desmantelamiento de las singularidades, esta homogenización de la banalidad, creando espacios para aprender a resistir inventando nuevos modos de subjetivación.

Nuestros dispositivos son burbujas de enlentecimiento (psicoanálisis y esquizoanálisis), espacios de experimentación de una multiplicidad productora de sentido (esquizodrama), construcción de grupúsculos instituyentes (análisis institucional), todos ligados a ese intento político clínico de recrear un pensamiento que expanda la alegría de la resistencia.

* Fragmento de un texto leído en el Coloquio de Homenaje a Gilles Deleuze, a los diez años de su muerte, en la Universidad Fluminense de Río de Janeiro.
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El mundo de la “hiperrealidad” . Rememorando a Braudillard

El mundo de la “hiperrealidad”

Por: Miguel Wiñazki

Braudilard

La clave de su pensamiento es simple, pero estremecedora: vivimos bajo el imperio del simulacro. Y la parafernalia global y comunicacional en la que estamos inmersos es ese universo sin sustancia por el que transitamos sin pena ni gloria. Eso creía. Que los medios son los que construyen el mundo en el que vivimos, y que eso no es la realidad, sino, lo que él denominaba “la hiperrealidad”. La representación mediática (esencialmente) ha disuelto a la realidad: el mapa borró al territorio. Pensaba los medios desde la filosofía. El silencio, señalaba, por ejemplo, está expulsado de la televisión”. En realidad suponía, y tal vez con razón, que los medios en general “huyen del silencio”. El sonido y la furia de la revolución mediática bombardea a las audiencias con ilusiones, con construcciones, y disuelve lo inconveniente. Por eso afirmaba, en relación a la primera batalla de Irak que George Bush Senior sostuvo en 1991 contra Saddam Hussein y los suyos, que la guerra, esa guerra, no había tenido lugar. Las pantallas transmitían fulgores verdosos de misiles, se oían sonidos de bombas sin cesar pero no aparecía ninguna víctima. La guerra había sido un espectáculo apabullante, que coincidió con la irrupción de la CNN en todo el mundo, como vehículo transmisor de las batallas que convocaban tanto o más que un Mundial de Fútbol. Pero los espectadores no veían nada. Nada más que destellos y sonidos sin destino. La CNN había descompuesto la guerra conocida, en la que los cuerpos sangran y se desagran y gritan y caen, en un show surrealista de imágenes sucesivas pero sin lógica.

La guerra y la vida y la muerte se convirtieron en filme, en simulación, en ilusión. Los medios son máquinas de producir fantasmas, y entre ellos vivimos. Baudrillard fue una suerte de filósofo, de pensador de las apariencias, pero a diferencia de sus ilustres antecesores, desde Lucrecio hasta Descartes, aludió no sólo a lo aparente, sino a las factorías que las producen a cada segundo: los medios.

Concebía a los Estados Unidos como al reino mayúsculo de los simulacros, como al simulacro de los simulacros, y consideraba que su capital simbólica es Disneylandia.

Fue criticado, y muy critado, por Alan Sokal y Jean Bricmont en el libro Imposturas intelectuales. Lo acusaban junto a otros pensadores, en general franceses, de utilizar de manera abusiva y sin fundamentos conceptos científicos, aún desconociéndolos. Sokal, que es físico, se burla del concepto de espacio no-euclideano que utiliza Baudrillard, definido por el francés como aquel en el que todas las trayectorias se desvían por una “curvatura maléfica”. En ese contexto había considerado que el espacio real de la guerra del Golfo se había disuelto “por una curvatura maléfica”, en una suerte de no espacio o hiperrealidad. Sokal considera a eso mera cháchara y barniz lingüístico, y pura falta de rigor. Baudrillard se reía de sus detractores. “Simplemente utilizo metáforas”, dijo.

Para él la globalización convirtió a la vida en un videogame. Sin embargo la muerte elude al game. Es real y no hiperreal. De hecho, Baudrillard ha muerto.

Fuente: Clarin.com MIERCOLES 07 MAR 2007 Sigue leyendo

PETER SLOTERDIJK: LA UTOPÍA HA PERDIDO SU INOCENCIA

PETER SLOTERDIJK: LA UTOPÍA HA PERDIDO SU INOCENCIA

Entrevista con Fabrice Zimmer, publicada en Magazine Littéraire, mayo de 2000.
Traducción del francés de Ramón ALCOBERRO

Sloterdijk

Desde su monumental Crítica de la razón cínica de 1983, saludada por Jürgen Habermas como el acontecimiento más importante en la historia de las ideas desde 1945, el alemán Peter Sloterdijk se ha impuesto como uno de los pensadores europeos más fecundos e innovadores. De una gran cultura filosófica, este pensador libre que ha escrito también sobre la obra de Nietzsche (El pensador en escena), tiene además la particularidad de ser uno de los pocos en interesarse por el mundo actual. Gustosamente provocador, practica feliz el arte de dinamitar nuestras certezas. En su última obra traducida al francés (La hora del crimen y el tiempo de la obra de arte), cuenta así la historia de las hipótesis científicas como la historia –sabrosa- de una serie de “vejaciones” hacia las autoilusiones del género humano, e incluso aprovecha el pretexto de una larga digresión sobre el pensamiento de la técnica en Heidegger para notar que nuestra visión sobre Platón no tiene en cuenta la “ironía” que ésta contiene; y en un último corto ensayo sobre Cioran califica la actitud filosófica de este último como “revanchismo desinteresado” y explica la calidad de sus textos por su voluntad de “no condescender con la madurez”. Se comprende que Peter Sloterdijk es un inconformista, lo que –por demás- asegura a su pensamiento una seducción y un aura raras en el campo intelectual contemporáneo. Sobre la utopía, permaneces fiel a su manera. El resultado podrá a primera vista despistar a algunos; pero queda el hecho que –sea cual sea el tema que trata- Sloterdijk es un pensador apasionante, cada una de cuyas observaciones –o casi- abre nuevas perspectivas.

Fabrice Zimmer: ¿Cómo interpreta usted el hecho de que se vuelva otra vez a hablar de utopía?

Peter SLOTERDIJK: Debo confesar que me he sentido bastante sorprendido al ver, en las librerías de París, la cantidad de nuevas obras sobre el tema. Ahora bien, la vida temática de una sociedad es un síntoma importante de su estado. En los temas que se propone una sociedad se expresan lo que Ernst Bloch denominaba “sueños despiertos”, ¿De qué se trata, pues? ¿De un ritual de adiós? ¿De una renovación? Para empezar recordaría que la utopía fue en principio un género literario, una forma de apropiarse de lo lejano. Y ese modo de apropiación de un mundo lejano fue la manera como los europeos, alrededor de los siglos XVI y XVII efectuaron lo que Carl Schmitt denominó su Weltnahme su “toma del mundo”. La utopía fue la forma mental, literaria y retórica de un cierto colonialismo occidental imaginario: nos ha servido a la vez para proyectar la realidad exterior de nuestra sociedad sobre nuestro imaginario y para exteriorizar nuestros sueños interiores sobre lugares alejados. En este sentido constituye un elemento esencial de nuestra “toma del mundo” – por “nuestra” entiendo la de Occidente; es un “nuestro” local, no un “nuestro” afirmativo.

Es, pues, interesante preguntarse como una noción tal pudo salir de la retórica para entrar en el lenguaje corriente, y, también, naturalmente, en que condiciones ha podido asumir un significado positivo; por qué hemos acabado adoptando con tal propósito un nuevo juego de lenguaje. Porque hace todavía veinte años, la utopía representaba una noción muy problemática: a ojos de las clases medias, burguesas o conservadoras, la palabra contenía sobretodo el reproche de haber faltado al respecto a la “realidad”. Pero hoy tiene, más bien, la tonalidad positiva de eso que antes expresaba la palabra “sueño”.

Personalmente, pienso que el uso contemporáneo del término “utopía” refleja, de entrada, el éxito social del psicoanálisis. Hacia el fin de su vida, Ernst Bloch, que contribuyó mucho en la carrera “hacia lo alto” del término decía, por su parte, que si el concepto de utopía había dejado de constituir un reproche o un insulto, era debido al hecho que él había reconstituido el trabajo del sueño colectivo del género humano a través de esta categoría. Bloch distinguía entre por una parte los sueños nocturnos, los sueños regresivos, los sueños que no llevan a ningún sitio; y por otra, los sueños que tienen razón. En él, la antítesis realidad-irrealidad se ve, pues, reemplazada por un campo tripolar donde surgía un valor intermedio que se inserta entre lo real y lo irreal. Ese valor intermedio es lo que él llamaba la “tendencia” y Popper la “propensión”: hay irrealidades portadoras de realidades; y en el soñar despierto, que es el que nos conduce al porvenir, se puede ya esbozar lo que pude acontecer.

Fabrice Zimmer: Acaba usted de hacer en cierta manera la arqueología de la noción actual de utopía Pero, hoy, para retomar sus palabras, ¿nos hallamos en presencia de un resurgimiento verdadero de dicha noción o de una constatación disimulada de su muerte, de un ritual de adiós?

Peter SLOTERDIJK: El nuevo discurso sobre la utopía me parece que refleja también un cambio importante que se ha producido en el interior de la comunidad psicoanalítica o de la que se interesa por la psicología llamada “de las profundidades”: nos comenzamos a dar cuenta de que, finalmente, no es el inconsciente quien va a salvarnos. Ésta ha sido, en efecto, una de las grandes utopías de nuestro siglo, pensar que el descenso a los infiernos de nuestros deseos escondidos podría liberar un flujo de energías productivas que nos llevaría hacia un porvenir más claro. Pero, ahora, nos parece que más bien es necesario esforzarse por crearse un inconsciente a la altura de nuestas preguntas. Porque la banalidad de nuestro inconsciente es tan evidente y la esterilidad del tipo de sueños que gotean de él se ha vuelto tan obvia, que necesitamos recurrir a otro mecanismo psicológico anterior al psicoanálisis. A partir de entonces se piensa, remontando la evolución histórica, y se reencuentra la hipnosis. La utopía es, precisamente, esa función autohipnótica, a través de la cual el individuo moderno, y sobre todo el grupo moderno, reencuentra una motivación, una fuerza motivadora universal.

Fabrice Zimmer: Si le he comprendido bien, la utopía actual debe ser leída, ante todo, como una voluntad consciente de utopía.

Peter SLOTERDIJK: Eso es. De la misma manera que el psicólogo pragmatista americano William James hablaba, a propósito de la fe, de un will to belive, de una “voluntad de creer” que ya no es la buena y vieja fe religiosa, ni el cinismo estratégico de los ideólogos o de los diseñadores de publicidad, sino una nueva sabiduría consistente en gestionar la propia vida dándonos cuenta que la reserva de energía e ilusión sobre la que reposamos no es infinita, también hemos entrado, por lo que concierne a la utopía y de una manera absolutamente lúcida, en el reino de una autohipnosis consciente. El inconsciente clásico había sido representado bajo la forma de una infinita subjetividad, como una fuente infinita que nos alimentaba de energías inagotables. Pero ahora descubrimos que ése no es del todo el caso. Nuestro tema principal no es el deseo, es la fatiga. Dicho de otra manera, la finitud del deseo deviene nuestra evidencia primera. Baudelaire, por lo demás, había percibido muy bien ese agotamiento des de fines del siglo XIX: frente a la antiutopía de nuestra vida cotidiana en las ciudades, solamente el arte nos permite escapar a esa situación de fatiga. Ese es el credo del intelectual moderno…

Fabrice Zimmer: La utopía, así concebida, difiere profundamente de lo que era antes…

Peter SLOTERDIJK: Efectivamente. Es una utopía que ha perdido su inocencia, que ha entrado en la época de la psicología reflexionante. Ya no se opera un descenso al inconsciente del siglo XIX; se fabrica un inconsciente artificial para motivarse uno mismo. Se podría casi decir que hay una especie de nuevo maquinismo humano, porque hemos comprendido que nuestros motores habituales no nos proporcionan suficiente energía y como hoy todos estamos obligados a mostrar que nuestra máquina gira más deprisa que las otras, descubrimos que la utopía puede ser, al mismo tiempo motor y gasolina y que nos permite participar, a nuestra manera, en esa carrera a la felicidad que está en la base de la vida americana desde Jefferson.

Fabrice Zimmer: Se trata, pues, de una utopía en alguna manera, “construida” …

Peter SLOTERDIJK: Las utopías no emanan ya, en efecto, del interior de las personas, sino de fuera de ellas. Este tipo de utopías –si se quiere mantener el nombre- conduce, por lo demás, a una nueva situación social, en que las utopías colectivas se ven reemplazadas por utopías individuales. Y la utopía individual tiene otro nombre menos bello pero también muy eficaz: el éxito. Es necesario preguntarse si la cuestión de las utopías no es simplemente más que el seudónimo actual de esa búsqueda radical, radicalizada, de nuestro tiempo: la caza del éxito. Eso plantea, por lo demás, la cuestión crucial de saber que deviene la utopía de la sociedad solidaria en una sociedad que, precisamente, se quiere, ahora mismo, regida por esa tendencia a la des-solidarización. Porque todo ocurre como si la sociedad estuviese cambiando de estado de agregación. Como el agua que, bajo el efecto del calor, pasa de hielo a estado líquido y después a vapor, algo comparable se produce actualmente en la sociedad: pasando al estado de evaporación, sus partículas elementales se liberan. Me parece que se trata de una tendencia innegable del tiempo presente: los lazos y los valores se redefinen hoy en una tendencia a la inestabilidad creciente…

Fabrice Zimmer: Me parece que lo que dice se ejemplifica bastante bien, en Francia, en la nueva ruptura que aparece entre quienes han hecho la elección de la mundialización neoliberal y tienen éxito en ello, y los otros, los que no llegan a hacerse con la nueva idea central de la modernidad.

Peter SLOTERDIJK: No conozco suficientemente bien la situación francesa como para incidir en este punto. Pero lo que me dice parece verosímil. En ese caso, casi deberíamos concluir que la utopía es el sueño de los perdedores. .. Esto sería la traducción de su discurso del resentimiento contra la “realidad”. Dicho esto, si esto es verdad, no habría que reírse de un discurso tal, sino más bien preguntarse cómo se pueden disminuir los estragos causados por esas proposiciones aberrantes sobre la situación del mundo. Porque no tenemos ninguna garantía de hacer el bien a las personas cuando se colabora en su resentimiento. Normalmente, el intelectual no está ahí para hacerse cómplice de las máquinas de ilusiones que dan vueltas a los individuos. Tiene que haber, teóricamente, algo mejor a hacer contra la “realidad”. No tenemos ninguna garantía de hacer el bien a las personas cuando se colabora en su resentimiento. Normalmente, el intelectual no está ahí para hacerse cómplice de las máquinas de ilusiones que dan vueltas a los individuos. Tiene que haber, teóricamente, algo mejor a hacercontra la “realidad”. Dicho esto, si esto es verdad, no habría que reírse de un discurso tal, sino más bien preguntartenemos nitenemos ninguna garantía de hacer el bien a doxa por la episteme, representa siempre algo bueno, constituye un “progreso”. Pero después hemos aprendido algo más sobre la psicología humana. Si, por lo demás, hubiésemos comprendido que la desnuda desilusión no es siempre un medio legítimo de comunicación con quienes tienen necesidad de ilusiones, el papel del intelectual habría cambiado hace tiempo. La estrategia del desvelamiento se habría substituido por una actitud más terapéutica, apta para no empujar a los perdedores de quienes usted me hablaba antes a las relaciones malsanas. ¿Qué es finalmente el fascismo sino la política del resentimiento en estado puro? Para evitar que se desarrollen las corrientes micro y macro fascistas que existen en la sociedad, sería necesario que el intelectual se convirtiese a otra manera de hacer y de pensar; que acepte su responsabilidad social que consiste en impedir que los decepcionados adopten la política de lo peor. Eso es todo lo contrario a lo que se ha visto hasta ahora y todavía recientemente en Austria con el ascenso de Jörg Haider. Hace doce años que voy con regularidad a Austria y hace doce años, Heider era no más que un pequeño político de provincias, ciertamente elocuente pero tímido, timorato, sin importancia ni porvenir. Y fue la izquierda cristiana quien, conduciendo una especie de campaña electoral permanente contra él, a través de una estrategia absolutamente idiota de diabolización, le entregó su energía, fabricó su nuevo poder. El ascenso de Haider es, pues, un ascenso irresistible en las condiciones de la ingenuidad, pero absolutamente resistible desde el momento en que se salga lúcidamente de una lógica bivalente, maniquea, de una visión paranoica del mundo.

Fabrice Zimmer: Un cambio tal implicaría también una nueva manera de construir las utopías sociales, ya no, como antes, partiendo de un sueño personal que a continuación uno se esfuerza por hacerlo “descender” a la realidad; sino intentando hacerlas surgir de abajo, a partir de las tensiones sociales concretas.

Peter SLOTERDIJK: Efectivamente, si la utopía social se confunde con la necesidad de construcción de lazos sociales, con la energía capaz de garantizar la coherencia del grupo, no veo otro medio, si se elimina éste, reactivo, de la paranoia para construir un proyecto común, que hacerlo surgir de las tensiones de la sociedad. No sé si conoce el hermoso librito del ingeniero, utopista y arquitecto americano Buckminster Fuller que lleva por título Manual para gestionar la nave espacial Tierra, pero es exactamente la solución a que llega. Proponía el concepto de una nueva arquitectura, de un nuevo modelo o de paradigma de coherencia constructiva a través de lo que llamaba “tensintegridades”, un híbrido construido por el elemento tensión y el elemento integridad. Las “tensintegridades” son arquitecturas en que en que el conjunto se aguanta por la sinergia de elementos que en el fondo no están juntos. Las fuerzas que quieren crear el hundimiento del sistema son los que, de alguna manera, lo mantienen en pie.

Fabrice Zimmer: Es una versión positiva de la observación crítica de Baudrillard según la cual, en la sociedad actual, todo lo que está “contra” acaba por asegurar la permanencia del “por”.

Peter SLOTERDIJK: En un cierto sentido, sí. Excepto que en lo que digo no hay de ninguna manera una noción deceptiva, que era propia de los años sesenta, según la cual, se haga lo que se haga, siempre se encuentra “en” el sistema. Pertenezco a una generación que ha definido la utopía como lo que se extrae forzosamente de lo que existe. Era un concepto casi ontológico de la utopía. Pero esa actitud conduce directamente al angelismo o la esquizofrenia. Porque el esquizofrénico es exactamente el que encuentra en la imposibilidad de participar. En el esquizofrénico la reflexión y el sentimiento de no-pertenencia provienen siempre del rechazo a eso que Cioran llamaba “la tentación de existir”, porque la tentación de existir se confunde naturalmente también con la tentación de participar. El esquizofrénico no participa porque su lucidez no le permite entrar en el juego. Pero ya no estamos en el tiempo de esa esquizofrenia iluminada: estaríamos más bien en la de los jugadores. Por primera vez permitimos a la realidad de alguna manera hacernos “un hijo por la espalda”. Era una metáfora que, como sabe, gustaba a Deleuze pero me parece particularmente exacta: la nueva situación consiste en que, en vez de encerrarnos en un rechazo heroico, en la armadura eterna de nuestros principios, de nuestras reglas morales, aceptamos desde ahora, constituirnos por la realidad. Descubrimos, además, que esa realidad no es siempre la violadora que denunciábamos antaño. No es tan tonta como para eso. Nos acaricia, nos halaga. Tiene también su ironía Por lo demás, mientras continuemos en una lógica de dos elementos, solamente la ironía podrá salvarnos Porqué en el ámbito de la proposición, el hecho es que estamos condenados a escoger entre un sí o un no. En resumen, estamos perdidos. A la espera de una lógica formal rigurosa pero de diversos valores, son las modalidades del espíritu de humor las únicas que pueden liberarnos de la tentación paranoica de nuestras opiniones –a menos, naturalmente, que tomemos la opción de escoger sistemáticamente la actitud positiva en una lógica bivalente cerrada y de disfrutarlo; que no es otra cosa que la definición de sadismo.

Fuente: Filosofia y pensament. http://www.alcoberro.info/
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Conversaciones con Giorgio Agamben

Giorgio Agamben (Roma, 1942), catedrático de Filosofía en la Universidad de Roma y editor y traductor de Walter Benjamin en italiano, ha pasado por Barcelona para participar en el encuentro del CCCB Arxipèlag d´excepcions. Sobiranies de l´extraterritorialitat. Figura intelectual de primer rango en el campo de la filosofía política, aborda en la siguiente entrevista temas de calado.

En el núcleo de sus reflexiones acerca de la política se halla la “biopolítica”. ¿Qué es la biopolítica?

Es un concepto de Foucault. La biopolítica se inaugura cuando la vida natural de los ciudadanos y de los hombres se convierte en uno de los asuntos fundamentales del Estado. Creo que no es sólo un hecho moderno, sino que la política griega ya se fundó sobre la distinción clara entre la vida biológica centrada en la casa, en el oikos, y la vida política, dándose así un proceso de inclusión y exclusión simultáneas de la vida natural.

Si se concibe el fenómeno de la nuda vida como la base de la biopolítica de los Estados modernos, ¿qué sucede con el ser humano entendido como sujeto libre y consciente dotado de derechos inalienables?

En primer lugar hay que destacar que la primera declaración de 1789 afirmaba los derechos del hombre y del ciudadano. Pienso que es necesario reflexionar sobre esta y, ya que con ella se consolidan los presupuestos de la biopolítica. Los derechos representan el tránsito del modelo de la soberanía fundado sobre el derecho divino a una fundada en el hombre como ser que ha nacido. Y no hay que olvidar aquí que nación no significa otra cosa que nacimiento. Recordemos las palabras iniciales de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: “Los hombres nacen libres…” La ciudadanía es, así pues, el momento en que el ser vital se inscribe en el orden político. El umbral entre el hombre y el ciudadano es el lugar en el que se escenifican gran parte de los problemas de la política actual.

Pero ¿no constituyen los derechos humanos una instancia desde la que proteger a los individuos?

Los derechos son el lugar en que los hombres se inscriben en el mecanismo del poder, pero son también, efectivamente, el lugar a partir del cual pueden enfrentarse a éste. Hay que pensar en la biopolítica como una máquina con dos componentes: la vida política y la nuda vida.

¿En qué consistiría esta puesta en cuestión?

Individuos que son sólo hombres, seres sin papeles, refugiados. Tal vez puedan conseguir papeles, entonces se inscribirán en la máquina biopolítica. En lugar de que el problema sea dar papeles a los sin papeles, los ciudadanos mismos deberían renunciar a sus papeles, poner de manifiesto las contradicciones del concepto mismo de derechos del hombre y del ciudadano.

¿Se puede esto considerar una alternativa no utópica a nuestros actuales regímenes políticos?

Sólo hay que echar una ojeada al mundo para darse cuenta de que los derechos del hombre no funcionan. Un individuo sin ciudadanía apenas logrará nada apoyándose en los derechos del hombre, no saldrá de su precariedad. La clave para entender esto se halla en la zona de indiferencia situada entre la nuda vida y la ciudadanía: ahí se halla el estado de excepción, el momento en que se suspenden las leyes.

¿En qué medida es éste un fenómeno relevante para entender nuestra normalidad política?

Para definir verdaderamente un fenómeno hay que tomarlo en sus casos extremos, en este sentido se puede decir que la excepción define la regla. El estado de excepción se hace regla en el siglo XX, vivimos en un estado de excepción permanente. Benjamin, que vivió en el régimen nazi, pudo observar cómo se aplicó legalmente este estado de excepción para llevar a cabo los crímenes nazis aprovechando el artículo 48 de la Constitución de Weimar. Los juristas nazis podrían haber hecho algo, pero el problema está en este artículo 48. El paradigma actual de la seguridad, la insistencia en el terrorismo, conducen a una justificación de las medidas excepcionales. El estado de derecho se basa en una posibilidad oculta, a saber, que la excepción es lo que permite la normalidad. El derecho sólo se puede aplicar porque hay una zona caótica en la que de momento no se aplica.

¿Qué piensa de los movimientos de la sociedad civil contra este estado de cosas?

Es bueno que la sociedad civil luche por tener un estado de derecho y por evitar el estado policial en que vivimos. La policía es un elemento central de los estados de derecho: policía y política son, no sólo etimológicamente, lo mismo. Para la bipolítica la policía es el medio con el que el estado cuida de toda la vida de los ciudadanos. El derecho mismo presupone la necesidad de la policía. Incluso la guerra de Irak es una guerra policial en la que se buscaba arrestar a un criminal.

¿De qué modo se puede renovar el pensamiento político?

Hay conceptos jurídicos en la historia del derecho y de la política, de la Edad Media, por ejemplo, que podrían ser útiles. El caso de Jerusalén me parece paradigmático. Mientras se siga pensando que la única solución es la creación de dos Estados, uno israelí y otro palestino, no hay posibilidades de éxito. El concepto de ciudadanía no es operativo y, tal vez, habría que recurrir al de refugiado. Pienso en una ciudad con un derecho distinto al actual en la que los ciudadanos hayan sabido reconocer al refugiado que ellos mismos son. En el derecho civil encontramos fórmulas mucho más ricas para articular estas situaciones que en el lenguaje de la política o en el derecho privado. Lo mismo se puede decir de la Unión Europea. Su creación y su Constitución han sido una oportunidad perdida de recuperar categorías novedosas, aunque presentes también en nuestra tradición. Creo que a los juristas les ha faltado imaginación para proponer un nuevo modelo de soberanía no basado en los presupuestos del Estado-nación.

Daniel Gamper, lavanguardia/Culturas, 23-XI-05 Sigue leyendo

LOS LIBROS Y LA LECTURA. UN TEXTO DE GILLES DELEUZE

LOS LIBROS Y LA LECTURA

GILLES DELEUZE

Tampoco puede decirse que El Anti–Edipo esté libre de todo aparato de saber: todavía es muy universitario, demasiado serio, no se trata de la filosofía pop o del popanálisis soñado. Pero hay algo que me sorprende: aquellos que consideran que se trata de un libro difícil se encuentran entre quienes tienen una mayor cultura, especialmente una mayor cultura psicoanalítica.

Dicen: ¿qué es eso del cuerpo sin órganos? ¿qué quiere decir “máquinas deseantes”? Al contrario, quienes saben poco y no están corrompidos por el psicoanálisis tienen menos problemas, y dejan de lado alegremente lo que no comprenden. Esta es una de las razones que nos impulsaron a decir que este libro se dirigía a lectores entre quince y veinte años. Y es que hay dos maneras de leer un libro: puede considerarse como un continente que remite a un contenido, tras de lo cual es preciso buscar sus significados o incluso, si uno es más perverso o está más corrompido, partir en busca del significante. Y el libro siguiente se considerará como si contuviese al anterior o estuviera contenido en él. Se comentará, se interpretará, se pedirán explicaciones, se escribirá el libro del libro, hasta el infinito. Pero hay otra manera: considerar un libro como una máquina asignificante cuyo único problema es si funciona y cómo funciona, ¿cómo funciona para ti? Si no funciona, si no tiene ningún efecto, prueba a escoger otro libro. Esta otra lectura lo es en intensidad: algo pasa o no pasa. No hay nada que explicar, nada que interpretar, nada que comprender. Es una especie de conexión eléctrica. Conozco a personas incultas que han comprendido inmediatamente lo que era el “cuerpo sin órganos” gracias a sus propios “hábitos”, gracias a su manera de fabricarse uno.

Esta otra manera de leer se opone a la precedente porque relaciona directamente el libro con el Afuera. Un libro es un pequeño engranaje de una maquinaria exterior mucho más compleja. Escribir es un flujo entre otros, sin ningún privilegio frente a esos otros, y que mantiene relaciones de corriente y contracorriente o de remolino con otros flujos de mierda, de esperma, de habla, de acción, de erotismo, de moneda, de política, etc. Como Bloom: escribir con una mano en la arena y masturbarse con la otra (¿en qué relación se encuentran esos dos flujos?). En cuanto a nosotros, nuestro Afuera (o al menos uno de nuestros afueras) es una cierta masa de gentes (sobre todo jóvenes) que están hartos del psicoanálisis. Están, para decirlo con tus palabras, “atascados”, porque, aunque siguen psicoanalizándose, piensan de hecho contra el psicoanálisis, pero piensan contra él en términos psicoanalíticos…

Gilles Deleuze: Conversaciones.Carta a un crítico severo, pp. 16-18

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“Los filósofos no me interesan, busco a los sabios”. Entrevista a Alexander Kojève

Entrevista a Alexander Kojève[*]
“Los filósofos no me interesan, busco a los sabios”

Kojève

No es muy frecuente que Kojève escriba un libro, pero la aparición de alguna de sus obras siempre deja huellas perdurables. Una sola, publicada hace veintidós años, lo consagró como “el lector” de Hegel. Después de eso, lo ha acompañado una curiosa gloria. Gloria a la vez universal y rara, lejana y reverencial, inquebrantable. Hoy nadie se internaría en los caminos de Hegel sin la brújula de Kojève. Kojève ocupa Hegel como se ocupa un territorio.

Resulta intimidatorio interrogar a Kojève en ocasión a la aparición de un nuevo texto[1]. su vertiginosa lectura de los presocráticos nos deja un poco empequeñecidos. ¿Y qué cara podría tener este Señor Filósofo, a fuerza de codearse con Parménides y Hegel? Me lo imagino como los sabios pintados por Rembrandt, con larga barba y el rostro surcado de arrugas, meditando apartado del mundo.

Pero no es así. Sin barba ni arrugas, sabemos que Kojève tiene 66 años sólo por su biografía. Este filósofo tiene un increíble rostro de funcionario.

Elegancia en el vestir, lentes que ocultan la malicia de la mirada, vigor y soltura en el cuerpo, modales refinados. Uno de esos hombres que surcan el mundo y que habitan los palacios internacionales. No como en Rembrandt..

Lo romántico está perimido. Kojève es más formal: tiene el rostro que conviene a su empleo: el más profundo lector de Hegel –el más legítimo, en suma– un “gran empleado” del estado. Su vida transcurre entre los sombríos corredores de Branly y las capitales del mundo, donde se ocupa de quejosos y aburridos asuntos económicos. Lo que lo enorgullece no poco. Hay en Kojève un extraño desplazamiento de la vanidad: el mundo lo admira porque lee a Hegel como quien lee Tintin y él se enorgullece de haber inventado un sistema de preferencias tarifarias y de haber logrado imponerlo.

Todo esto, desdichadamente, pertenece al pasado. Alexandre Kojève murió súbitamente algunos días después de esta entrevista. No había concedido otras. Esta había sido la última.

Kojóve está aquí. Sonríe, bromea, desliza risas sardónicas e indulgentes. Es provocador, petulante, subversivo, lleno de paradojas, grave y profundo, sagaz, ingenuo.

Y como sus lentes brillan, creo que está confundiéndome y se esconde. Y como la verdad no es lo que dice, invento otra: su mayor dicha, como funcionario, es pertenecer a ese equipo de hombres que se reúnen en Roma, Nueva Delhi o Ginebra y que poseen el verdadero poder, lejos de los efectos superficiales de la política. Lo que es seguro es que le encanta hablar de economía política. De modo que, habiéndome dispuesto para aprender todo sobre Anaximandro, me veo amenazado a hablar sobre la tasa al valor agregado.

Debo reaccionar con urgencia. Apelar, por ejemplo, a su memoria. En la vida de Kojève hay un episodio que siempre me fascinó: los seminarios sobre Hegel que dictó entre 1933 y 1939 en la Ecole de Hautes Etudes. Entre los asistentes, no muy numerosos, se encontraban Jacques Lacan, Maurice Merleau-Ponty, Raymond Queneau, Georges Bataille, Raymond Aron, el Padre Fessard, Robert Marjolin, a veces André Breton.

A. K.: –¡Ah, sí! Fue muy bueno, lo de la Ecole de Hautes Etudes. Allí fue donde introduje la costumbre de fumar en clase. Y luego íbamos a comer con Lacan, Queneau y Bataille a un restorán griego del barrio que todavía existe, el Athénes. Pero la historia de eso comienza más atrás.

Hegel vio a Napoleón a caballo
–Más atrás quiere decir hasta el año 1770 que vió nacer en Stuttgart a Georg Friedrich Wilhelm Hegel. Y si no, hasta el 13 de octubre de 1806, cuando el mismo Hegel vio pasar a Napoleón, a caballo, bajo su ventana. Y sino, hasta 1902, que Kojève eligió para venir al mundo en Moscú. Dieciocho años más tarde, en 1920, deja Rusia y desembarca en Alemania.

–¿Por qué? Yo era comunista. No había razón para huir de Rusia. Pero sabía que el establecimiento del comunismo significaba 30 años terribles. A veces pienso esas cosas. Un día dije a mi madre: “Después de todo… si me hubiera quedado en Rusia…”. Y ella respondió: “Te hubieran fusilado por lo menos dos veces”. Puede ser… Mikoyan, sin embargo…

–En Alemania pasa por Heidelberg y Berlín. En esa época había un profesor de filosofía, llamado Husserl, que no carecía de cierto talento.

–No. Evité voluntariamente a Husserl. Cursé con otro profesor, que era muy estúpido, y luego con Jaspers. Perdí el tiempo aprendiendo sánscrito, tibetano, chino. El budismo me interesaba por su radicalismo. Es la única religión atea. Pero profundizando más, me di cuenta de que iba por el camino equivocado. Comprendí que algo había pasado en Grecia, hace ya 25 siglos, y que ésa era la fuente y la llave de todo. Allí fue pronunciado el comienzo de la frase.

Hablar ante Breton, Bataille, Lacan, Queneau
–Traté de leer a Hegel. Leí cuatro veces, íntegra, la Fenomenología del Espíritu. No entendía una palabra. Años después, en París, un tío comerciante en quesos murió y quedé en la ruina. Un día, en 1933, Koyré, que dictaba cursos sobre Hegel, debió interrumpirlos y me ofrecieron reemplazarlo. Acepté. Releí la Fenomenología y al llegar al capítulo IV comprendí que la clave era Napoleón. Empecé mis clases. No las planificaba. Leía y comentaba, pero todo Hegel se había vuelto luminoso. Experimenté un placer intelectual excepcional.

Es que era excepcional hablar de Hegel ante Breton, Bataille, Lacan, Queneau… Había un señor a quien nadie conocía, que asistía con su mujer y ostentaba una condecoración. Vino durante tres años. Un día me anunció que dejaría París y me dio su tarjeta. Supe, ese día, que había enseñado Hegel a un Contralmirante de la flota.

Seis años. Hasta que comenzó la guerra. Pura coincidencia. Casualmente terminé la lectura de la Fenomenología cuando estalló la guerra. Fui movilizado y recibí mi fascículo azul de soldado de segunda clase. Durante algunos días me paseé aún por el Quartier Latin y un día en un café del Boulevard Saint-Michel uno de mis alumnos, indochino, se me acercó y me dijo afablemente, señalando mi uniforme: “Bien, Sr. Profesor, veo que ha pasado usted finalmente a la acción”.

En momentos así la risa de Kojève se vuelve extraña.

–Luego de la guerra, vinieron los asuntos económico. Ya le dije que entre mis “hegelianos” estaba Marjolin. Me ofreció trabajar aquí por un interín de tres meses, y llevo aquí veinticinco años. Adoro este trabajo. Para el intelectual, el éxito ocupa el lugar del logro. Si se escribe un libro, se obtiene éxito, es todo. Aquí es diferente, porque hay logros. Le he dicho el placer que sentí cuando mi sistema aduanero fue aceptado. Es como una forma superior de juego. Se viaja, se pertenece a una elite internacional, que ha reemplazado a la aristocracia, y se conocen personas que no son novatos. Un hombre como P. Schweitzer, director del F.M.I., o Edgar Faure, entre otros. Le aseguro que sus cabezas funcionan bien. Y contar con su estima…

No sé si Kojève se burla o está desesperanzado. Sin duda son sorprendentes las preferencias tarifarias, y también la estima de un financista, pero ¿y la estima de un filósofo? (gesto)

–¿Los filósofos? ¿Heidegger? Como filósofo, no siempre ha acertado. Y aparte de Heidegger ¿quién? Por otra parte, los filósofos no me interesan, busco sabios. Y encuentre usted un sabio. Todo esto tiene que ver con el fin de la Historia. Resulta divertido. Hegel lo dijo. He explicado que Hegel lo dijo, y nadie quiere admitirlo. Nadie soporta que la Historia está cerrada. A decir verdad, yo mismo pensé al principio que se trataba de una tontería, pero reflexioné y vi que era una idea genial. Consideré, que simplemente, Hegel se había equivocado por 150 años. El fin de la Historia no era Napoleón, sino Stalin, y yo era el encargado de difundirlo. La única diferencia era que yo no había visto pasar a Stalin a caballo bajo mi ventana, pero… Luego vino la guerra y comprendí. No, Hegel no se había equivocado. Había fechado correctamente el fin de la Historia en 1806. Después de esa fecha ¿qué pasó? Nada. El alineamiento de las provincias. La revolución china no es más que la introducción del código de Napoleón en China. La famosa aceleración de la Historia de la que tanto se habla, ¿no ha notado usted que al acelerarse cada vez más el movimiento histórico avanza cada vez menos?

Hay que precisar bien el sentido de las cosas. ¿Qué es la historia? Una frase que refleja la realidad pero que nadie había dicho antes. En este sentido se habla de fin de la Historia. Siempre se producen acontecimientos, pero desde Hegel y Napoleón no se ha dicho nada más, no se puede decir nada nuevo. Algo nació en Grecia y la última palabra ya se dijo. Tres hombres lo comprendieron a la vez: Hegel, Sade y Brummel. Sí, Brummel, que supo que después de Napoleón no se podía más ser soldado.

El fin de la Historia
–Mire a su alrededor. Todo, incluyendo las convulsiones del mundo, muestra que la historia está cerrada. Berlín es hoy el Quartier Latin de mi juventud. Desde el punto de vista político, vamos hacia el estado universal que Marx predijo (aunque él situó esta idea en la época de Napoleón). Una vez instalado este estado universal y homogéneo –y claramente allí nos dirigimos– podremos ir más lejos. Y si usted dice que el hombre es dios, ¿puede ir más allá? Queda el arte, pero después de la música concreta y la pintura abstracta ¿cómo decir una frase nueva? Nos dirigimos hacia un modo de vida ruso-americano, antropomórfico pero animal, quiero decir sin negatividad.

Kojève pronuncia este discurso fríamente. Constata hechos, no abre juicios. Al escucharlo, diríase que entramos en el mañana de la historia y sus frases son tan tristes como la de Hegel. “Cuando la filosofía pinta gris sobre gris, una forma de la vida ha envejecido, y no se deja rejuvenecer con gris sobre gris: deja sólo ser conocida: el ave de Minerva abre las alas al anochecer”.

–¿Y cómo será? No podemos imaginarlo, pero considere usted el Japón: un país que se protegió deliberadamente de la historia durante tres siglos, que puso una barrera entre la historia y él. Deja entrever nuestro propio porvenir. Es un país verdaderamente sorprendente. Por ejemplo, el snobismo, por naturaleza, es patrimonio de una minoría. Pero Japón nos enseña que se puede democratizar el snobismo. En Japón hay ochenta millones de snobs. Al lado del pueblo japonés, la alta sociedad inglesa parece una banda de marineros borrachos.

Japonizar Occidente
–¿Qué tiene que ver esto con el fin de la Historia? Es que el snobismo es la negatividad gratuita. En el mundo de la Historia, la Historia misma se ocupa de engendrar el modo de la negatividad que es esencial a lo humano. Si la Historia ya no habla, se fabrica ella misma la negatividad. El snobismo puede llegar muy lejos. Se puede morir por snobismo, como los kamikazes. Conoce sin duda la historia de Federico II, en el campo de batalla, cuando escucha los gritos de un joven herido mortalmente en el vientre: “Hay que morir como es debido”, y pasa. O César, atravesado de puñales y que cubre con los pliegues de su toga las heridas de sus piernas. Quiero decir que si lo humano se funda en la negatividad, el fin del curso de la Historia abre dos vías: japonizar occidente o americanizar Japón, es decir, hacer el amor de modo natural o como monos sabios.

–Basta de Japón. Hay gran curiosidad de parte de las ciencias humanas, que usted opone apasionadamente a la filosofía.

–A grosso modo, se podría decir que empiezo por definir la filosofía. Esta no posee un dominio reservado. Es un discurso, no importa cual, pero que se distingue de los otros no sólo en el sentido de lo que habla, sino por el hecho de que habla de y es aquello de lo que habla. Todo discurso que no habla de sí mismo se sitúa fuera de la filosofía. Este discurso filosófico, que nació en Grecia, junto a un hombre llamado Thales, conoció enseguida dos vertientes extremas: Parménides, cuyo discurso conduce al silencio, y Heráclito, que prefiere un discurso ininterrumpido, un discurso infinito en el que cada frase puede seguirse de otra. De ese discurso provienen los retóricos y los sofistas. Y bien, los sofistas modernos, hijos de Heráclito, son los sociólogos e historiadores cuyo discurso se caracteriza principalmente por ser infinito. Es el río de Herádito.

El fin del discurso filosófico
–Son comprensibles, entonces, las pretensiones de las ciencias humanas. Si es verdad que el discurso filosófico fue clausurado por Hegel, no debemos sorprendernos de que proliferen las ciencias humanas. Se hace mucho ruido en torno al debate que opondría Historia y estructura. Qué divertido. Si la Historia terminó, si su discurso es silencioso, convengamos en que tal debate sería un poco académico. Por otra parte, es normal que las ciencias humanas tengan algo para explorar, es decir, que reconozcan en el hombre algo más que lo humano. En el hombre hay un 1% de humano y el resto es, digamos, animal; esto da un alto margen de territorio impenetrable. En lo sexual, lo humano es la prohibición del incesto, esto ha sido dicho y es verdad ¿pero el resto?

Sabemos que se puede, gracias a la ciencia, crear artificialmente el instinto maternal. Pero si un antropólogo nos explica que todo proviene del neolítico y que todo estaba ya en el neolítico, olvida que algo faltaba en el neolítico y que es el antropólogo mismo. Pero este olvido es coherente porque el antropólogo no es filósofo. Es un hombre de ciencia, y su discurso versa sobre un objeto o acontecimiento, no sobre el discurso.

El discurso filosófico, como la Historia, está cerrado. Sorprendente idea. Es por eso que los sabios, que suceden a los filósofos y de los que el primero es Hegel, son tan raros, por no decir inexistentes. Es verdad que no se puede adherir a la sabiduría más que si se cree en la propia divinidad. Pero la gente sana de espíritu es rara. ¿Qué quiere decir ser divino? Podría tratarse de la sabiduría estoica o el juego. ¿Quién juega? Los dioses. Como no tienen obligaciones, juegan. ¡Son dioses holgazanes!

Soy holgazán
Después de tanta seriedad, curioso modo de anunciar la ironía por un movimiento de rostro, y la luz juega de modo diferente entre los lentes y los ojos.

–Soy holgazán. Escribí este libro hace ya 18 años, porque estuve enfermo un año entero, me aburría y lo dicté. Lo consideraba parte de mis obras póstumas, pero Queneau y Gallimard insistieron. Hace 4 años escribí otro volumen pero dudo en publicarlo ¿para qué? Soy holgazán y me gusta jugar… como ahora, por ejemplo.

–Le recuerdo que estas reflexiones no concuerdan con la acción tan predicada antes de 1939, antes de recibir el fascículo azul…

–Es que en esa época había leído a Hegel, pero no había comprendido, como hoy, que la Historia había terminado.

¿Es preciso agregar que estas líneas no alcanzan para testimoniar el brío que anima el discurso de Kojève? Bajo el aparente desorden y mezcolanza de temas, reposa un orden secreto que lo gobierna y que no he sabido transcribir. Me he propuesto sólo ser lo más fiel posible y decir a la vez lo que fascina y lo que irrita, por un lado el saber y la inteligencia extremos, por otro la manía de las paradojas, o bien esa extraña vanidad, demasiado evidente para no funcionar como máscara. Me pregunto cuál es el peso de esa vanidad, si este filósofo deja pasar 20 años antes de dar a conocer las pesadas construcciones que forman sus obras. De todos modos, es imposible dibujar más de una de las figuras de Kojève. El es, ante todo, la extensa y deslumbrante lección de dialéctica que su libro despliega. Nada anticiparé de este libro, más que el alentador subtítulo: “Introducción histórica del concepto en el tiempo en tanto que introducción filosófica del tiempo en el concepto”. Siguen 360 páginas.

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[1] Alexandre Kojève, Essai d’une histoire raisonnée de la philoso-phie païnne T. 1. Les Presocratíques Gallimard éd. 260 p.

[*] Fuente: Virtualia

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