Publicado el 18-05-2008 , por Marta Garijo
En una sociedad donde prima la sonrisa superflua y la felicidad aparente, la melancolía siempre aparece como un elemento negativo. Sin embargo, para muchos es fundamental como motor del proceso creativo.
Pastillas para combatir el desánimo, píldoras para luchar contra la ansiedad y un número casi infinito de fármacos para crear un estado irreal de felicidad aparente. Medicamentos para lograr un efecto acorde con los mensajes que nos bombardean desde la publicidad y los programas de televisión. Sonríe, Tienes que ser feliz, No hay lugar para la tristeza, y mil esloganes más que nos llevan a huir de la melancolía.
En un entorno en el que todos los mensajes se dirigen hacia la búsqueda de la sonrisa fácil, Eric G. Wilson ha alzado la voz y ha roto una lanza por la melancolía, por la tristeza como parte vital de la vida y como parte esencial del proceso creativo. “Lo más importante es no confundir la depresión con la melancolía. Para mí, la principal diferencia entre ellas reside en que la depresión es un estado de letargo; por el contrario, la melancolía es un estado muy activo en el que se tiene una estrecha relación con el mundo”, señala Wilson.
Y es que el autor de Contra la felicidad. En defensa de la melancolía, (Taurus) defiende que este estado es parte clave del proceso creativo, no sólo de aquel que desemboca en obras de arte, sino también en el proceso que nos ayuda en la relación con el mundo o en el desarrollo de nuevas formas de pensamiento.
Wilson denuncia la existencia de una felicidad americana, que define como una forma de vida superficial en la que sólo se aspira a una satisfacción inmediata. Y en la que se utiliza la medicación para acabar con todos los obstáculos que impidan llegar a este objetivo.
Una sociedad que recuerda a la que Ray Bradbury retrató en Fahrenheit 451, donde además de quemar los libros se mitigaba con pastillas cualquier tipo de pensamiento que obligara a plantearse los problemas.
Una forma de medicación para crear un Un mundo feliz como el de Aldous Huxley. “En una encuesta reciente, el 80% de los americanos aseguraba que era feliz o muy feliz. Una actitud que demuestra que se están dejando de lado muchos de los problemas del mundo y se vive de forma superficial. Es normal estar tristes, es un estado natural”, señala Wilson.
Respecto a la pregunta de si la melancolía es una condición necesaria para la creación, Wilson explica que “no es indipensable para crear arte. Sin embargo, muchos artistas la han utilizado. Porque lleva a un estado de inconformismo con el mundo, que hace que queramos cambiarlo y busquemos nuevas formas de relación. Si estamos melancólicos, desarrollamos nuevos modos de relación con el mundo. Es una forma de revolución interior”.
Mientras que con la felicidad desaparecen las preocupaciones del mundo y no se busca un cambio de plantemiento, la tristeza llama a la instrospección, lo que sirve como canalizador del sufrimiento en nuevas formas de relación con el resto de la sociedad. “Al estar melancólico, tienes mayor capacidad de empatía con aquellos que están sufriendo o atravesando momentos difíciles”, explica el humanista.
T. S. Elliot, John Keats, Ludwig Van Beethoven o John Lennon son algunas de las figuras que cita Wilson en su libro. Una serie de artistas cuya vida ha estado marcada por episodios trágicos que han dejado huella en sus creaciones. “La idea de la muerte estuvo muy presente en la vida de John Keats, pero en vez de verla como un condicionante de su futuro la asumió como parte vital de su obra, lo que le permitió desarrollar su arte”, explica Wilson.
Aunque en la sociedad actual se rehúya la melancolía, no siempre ha sido así, y ha habido deteminados momentos en los que ésta ha sido el motor creativo de toda una generación. El autor asegura que el Romanticismo del siglo XVIII fue la corriente en la que más se plasmó esta tendencia. “En mi opinión, existen dos tendencias generalizadas de creación: por un lado, el modelo clásico, que quiere expresar su conocimiento a la sociedad; y por otro, el espíritu romántico que expresa valores personales, como por ejemplo William Blake”, asegura Wilson.
Filosofía de bolsillo
Los libros de autoayuda se han convertido en una constante en los escaparates de las librerías y de los grandes centros comerciales. Se trata de pequeños manuales para tratar de solucionar los grandes problemas de la vida. Una larga lista de títulos se presentan cada año y tratan de hacer que sus lectores afronten con perspectiva sus preocupaciones del día a día. Sin embargo, más allá de estos libros, que en muchas ocasiones se basan en planteamientos simplistas, se han publicado títulos divulgativos con un marcado carácter filosófico.
‘El mundo de Sofía’, del noruego Jostein Gaarder, fue concebido como un recorrido para acercar a los más jóvenes a la filosofía a partir de la historia de una chica de 15 años. Con un objetivo similar, Fernando Savater publicó uno de sus libros más conocidos: ‘Ética para Amador’. En este volumen pretendía ofrecer a los jóvenes reflexiones sobre la vida y la filosofía de una forma sencilla. Un libro que el autor completó con ‘Política para Amador’ .
En el año 2000, el título ‘Más Platón y menos Prozac’ revolucionó este mercado y se convirtió en un éxito de ventas. Su autor, Lou Marinoff, pretendía enseñar a abordar la vida a partir de las teorías de los grandes filósofos y de sus teorías. Tras el éxito del primer volumen, Marinoff publicó la continuación de este libro bajo el título ‘Pregúntale a Platón. Más Platón y menos Prozac’. Todo con el objetivo de acercar la filosófia al gran público para poder afrontar los problemas cotidianos desde la perspectiva trascendental de los grandes pensadores.
Eric G. Wilson