Archivo de la etiqueta: AUTOGESTIÓN

Creer

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Creer o no creer. Mi amigo José cree que vivimos en un universo moral. Es decir, que nuestros actos tienen significado, trascendencia y que si hacemos el mal seremos juzgados, tarde o temprano. ¿Y si hacemos el bien?. “Hacer el bien es tu obligación” y no se hable más. Mis amigos Raúl y Pilar creen en el poder del pensamiento positivo. “Es que no tienes fe” me regañan. “Si es muy sencillo: imagina tu futuro con fe y el universo conspirará a tu favor”. ¿Y si el futuro que deseo también lo desean otros?.¿Y si lo que deseo es lo que quiero y no lo que necesito?. “Eres un caso perdido”, dictaminan. No es tarea sencilla tener fe en tiempos como los que corren. “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” dice una de las fuentes oficiales. Certeza de lo que no se ve. Certeza de que lo que espero y deseo llegará. Mi amigo Pedro no cree. Es decir solo cree en lo que puede ver, oler, sentir. Y no cree en el futuro ni en la vida eterna. “¿Para qué?, ya tengo suficientes problemas para lidiar con el presente y la evidencia de mi mortalidad”. Por mi parte, hay días en que me es fácil creer, todo parece posible y al alcance de la mano. Otros, el universo complota, pero en mi contra. Tal vez tenía razón Simonton y que en ausencia de certidumbres al menos queda la esperanza.

 

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Decidir

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Decidimos como somos. Nuestras decisiones son el reflejo de como vemos el mundo y a nosotros mismos. Claro que podemos tratar de mitigar las angustias que se generan al asumir una posición y decirnos que no tenemos más salida, que las circunstancias nos obligan. Lo cierto es que nuestras decisiones de cada momento son el eco de la compleja urdimbre de las experiencias ya vividas. Así como el viento erosiona la roca, así se ha ido esculpiendo, tal vez sin darnos cuenta, esa manera particular en la que nos enfrentamos al mundo. La realidad es incierta y compleja y nos enfrentamos a ella con un repertorio de saberes, convicciones, prejuicios, temores que, combinados, guían nuestras decisiones. En algunas circunstancias funcionan como piloto automático y es adecuado que así sea pues nos ahorran la energía de analizar e imaginar las posibles consecuencias de cada uno de nuestros actos. Sin embargo, ante circunstancias complejas mejor convendría revisar nuestro set particular de herramientas. Revisar la vigencia y eficacia de las mismas. No vaya a ser que ya haya caducado la garantía.

 

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El taxista y Aristóteles

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Viaja en taxi. Es su manera de lidiar con la ciudad y sus horrores. Que otro se haga cargo del tráfico mientras mira pasar las calles y piensa en las musarañas. Cómo resulta natural, evita con todas sus fuerzas las conversaciones de taxi. Lentes oscuros y una expresión imperturbable son su defensa habitual. “¿Qué le parece lo de Japón?”. No hay atisbo de respuesta. “Me parece interesante lo de Japón” prosigue vehemente el taxista. “Me confirma que todo lo que vemos es frágil y perecedero. Todo puede ser arrasado por un tsunami un día cualquiera”. Ligero atisbo de interés. “Mejor nos iría si, como dijo Aristóteles, buscáramos preservar lo bello, lo verdadero, lo que no puede ser arrasado por nada. ¿No le parece?”. “¿Y que será eso?”, se asombra ante su propia pregunta. “Distintas cosas para distintas personas. Para mi es la fe”. Llega a su destino. “Tendré que pensar en ello” dice mientras desciende apresurado. “No se preocupe”, sonríe amable. “Seguro ya sabe la respuesta”. Y se va. Sigue leyendo

Lo impredecible

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Se planea el viaje con la debida antelación. Se consulta con diversas fuentes de información. Se verifica la existencia de los fondos necesarios, se consulta las tasas de interés y la vigencia de las tarjetas de crédito. Se contrata los servicios de un proveedor de absoluta seriedad (esto se sabe porque se verifican las referencias). La vigencia de los documentos de identidad también esta acreditada. Se hacen las maletas, se asegura uno de tener lo necesario: una chaqueta abrigadora que combine con el resto del guardarropa, los zapatos de los materiales y los colores adecuados, los accesorios que combinen con la chaqueta y los zapatos. Y así. Se llama al taxi de agencia (por lo de la seguridad, claro). Se parte feliz ante la proximidad de la aventura. Aventura hiper programada, claro esta (ya no estamos para otros trotes). Lo que no se sabe es que lo impredecible nos espera a la vuelta de la esquina. Vuelos que se pierden, cambios en la programación de los servicios, presupuestos desbordados. Buses carcochas que deben ser tomados al filo de la medianoche: alta probabilidad de asalto en carretera. Llegada casi al borde de la hora límite. Ataque de nervios inminente. Pero, finalmente, se llega y el destino supera las expectativas o uno se convence a sí mismo de ello. Y olvida que ha tenido que viajar por aire, tierra y mar para llegar. Como la vida misma, digamos

 

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La tentación del fracaso

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¿Es posible desear algo intensamente y, al mismo tiempo, complotar contra uno mismo para no lograr lo deseado?. Al fracasar podemos distribuir culpas: que el karma, que el clima, que la genética, que el infierno es el otro. Podemos llorar y lamentarnos y apelar a la conmiseración del respetable que, en la mayoría de los casos, alienta al que va perdiendo: “pobrecito” claman, ” no es justo” insisten, “tanto nadar para morir en la playa”.

Después de todo perder es una experiencia que iguala. Al ganar es cuando nos elevamos de entre la multitud. Y allí comienza el trabajo duro. Al ganar, al obtener lo que se desea estamos obligados a probar que, luego de tantos intentos y lucha, somos capaces de cumplir lo prometido, de llevar adelante la tarea, de comportarnos a la altura de las circunstancias.

Sobrellevar el éxito requiere de voluntad, energía, perseverancia, de una gran autoestima. ¿Y que pasa cuando es una mujer la que tiene que lidiar con la ambición y el deseo de éxito?. Un hombre es, por naturaleza, ambicioso. Es lo que se espera de él. En cambio, una mujer ambiciosa, suscita recelos y prevención.

Ser capaz de ganar sin morir en el intento puede resultar una tarea atemorizante. ¿Será que el temor a ganar es más apabullante que el de perder?

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¿Decir siempre la verdad?

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En el spot el padre dice al niño: “Horrible tu gol, hijo. Yo creo que lo tuyo es el ajedrez”. Resulta evidente: el hombre ama más a la verdad que a su retoño. Duela a quien le duela y caiga quien caiga. La honestidad como valor máximo, asumiendo las consecuencias de decir lo que se piensa, sin enmascarar la realidad por temor o conveniencia. ¿No es acaso esta una virtud deseable?. Sin embargo, el spot ha sido duramente criticado por presentar una presunta situación de abuso infantil. Es posible, los niños deben tener el derecho inalienable de creer que el mundo es un lugar amable y los padres tienen la obligación de preservarles esa ilusión lo más que puedan.

Pero volvamos a la anécdota retratada en el spot. ¿Sería este caballero capaz de decirle lo mismo a su jefe, por ejemplo?, ¿sería capaz de asumir las consecuencias de ejercer ese amor sin límites por el ejercicio de la verdad? Imaginemos que un día nos despertamos sin la capacidad de mentir, que durante 24 horas solo diremos y oiremos la verdad y nada más que la verdad. ¿Sobreviviría el mundo a tal cataclismo? ¿Lo haría yo? ¿Y tú?. Sigue leyendo

¿Buscar, peregrinar en la búsqueda o aceptar la realidad?

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“Usted perdone —dijo el jóven pez —. Usted es más viejo y tiene más experiencia, probablemente pueda ayudarme. Dígame, ¿dónde puedo encontrar eso que llaman océano? He buscado por todas partes y no lo encuentro.
—El Océano —respondió el viejo pez— es donde estás ahora mismo.
—¿Esto? Pero si esto no es más que agua… Lo que yo busco es el océano —contestó el joven pez. Y se marchó decepcionado a buscar en otra parte

¿Quién tendrá la razón: el joven pez en su búsqueda de sentido o el viejo pez y su aceptación de las cosas tal como ellas son?

 

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