¿Es posible desear algo intensamente y, al mismo tiempo, complotar contra uno mismo para no lograr lo deseado?. Al fracasar podemos distribuir culpas: que el karma, que el clima, que la genética, que el infierno es el otro. Podemos llorar y lamentarnos y apelar a la conmiseración del respetable que, en la mayoría de los casos, alienta al que va perdiendo: “pobrecito” claman, ” no es justo” insisten, “tanto nadar para morir en la playa”.
Después de todo perder es una experiencia que iguala. Al ganar es cuando nos elevamos de entre la multitud. Y allí comienza el trabajo duro. Al ganar, al obtener lo que se desea estamos obligados a probar que, luego de tantos intentos y lucha, somos capaces de cumplir lo prometido, de llevar adelante la tarea, de comportarnos a la altura de las circunstancias.
Sobrellevar el éxito requiere de voluntad, energía, perseverancia, de una gran autoestima. ¿Y que pasa cuando es una mujer la que tiene que lidiar con la ambición y el deseo de éxito?. Un hombre es, por naturaleza, ambicioso. Es lo que se espera de él. En cambio, una mujer ambiciosa, suscita recelos y prevención.
Ser capaz de ganar sin morir en el intento puede resultar una tarea atemorizante. ¿Será que el temor a ganar es más apabullante que el de perder?