Al cumplir cierta edad, comenzamos a sentirnos invisibles. Cuando nuestro éxito se deteriora, se desvanece, una niebla de invisibilidad nos amenaza. Nuestras llamadas ya no son devueltas, las invitaciones a eventos dejan de llegar.
Esa amenaza nos golpea más en la medida que nuestro valor se estime por el valor que me otorga la mirada del otro: Cuantos “likes” obtienen mi presencia, mis decisiones, mis posesiones, mis relaciones.
Somos animales sociales, no hay duda. Requerimos de otros para existir, persistir, prosperar. Nadie tiene éxito solo. “Ningún hombre es una isla. Completo en sí mismo, cada hombre es una pieza de un continente, una parte de algo mayor” apuntó John Donne en el siglo 17.
Requiero de otros. Otros requieren de mí.
Pero al final, el aplauso indispensable para seguir adelante, a pesar de todo, ese es el aplauso interior.