ACERCA DE FRACASAR

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Pedro es un hombre exitoso. Cuando digo exitoso me refiero a que tiene una buena reputación, dinero suficiente ganado en una actividad que le encanta, una familia que lo quiere, amigos. Vive con la conciencia razonablemente tranquila y, cada que puede, intenta hacer el bien. Cuando en la prensa especializada le preguntan cuál es su secreto, él responde amable, educado, que todo es gracias a la formación dada por sus amados padres, a las generosas oportunidades que le dieron en los inicios de su carrera, que sí la persistencia en el esfuerzo, que sí la consistencia en la intención.

Pedro es mi amigo y le he preguntado lo mismo, a solas y con un café de por medio. Me ha confesado que en realidad no lo tiene del todo claro. Se considera inteligente, tal vez un poco más que el promedio, trabajador sí pero confiesa que casi siempre ha trabajado en lo que le apasiona. Carismático, lo normal digamos.

Pero sí hay algo en lo que se diferencia de la mayoría de personas es en su actitud frente al fracaso: “Es algo que tenemos en mi familia. Mi abuelo paterno, a quién adoraba, llegó a este país con una mano adelante y otra detrás. Lo poco que tenía lo invirtió en el negocio de venta de ropa de un paisano quien terminó estafándolo poco tiempo después. Pobrísimo y amargado se fue al norte en busca de trabajo. En el bus conoció a mi abuela, una profesora recién graduada que había conseguido su primera plaza. Se enamoraron al instante, tiempo después se casaron y juntos levantaron una familia y un negocio que florecieron con los años.

Cuando tenía 14 años postulé a una beca para estudiar fuera y fallé en el examen por muy poco. Fue una tragedia. Estaba tan deprimido que ni hablaba ni comía. Mis padres convocaron de urgencia a mi abuelo. Lo recuerdo como si fuese ayer. Se sentó en mi cama y con su media sonrisa me dijo “Te das cuenta que sí el desgraciado de mi amigo no me hubiese estafado, no me hubiera visto obligado a irme de viaje entonces no habría conocido a tu abuela, no habría nacido tu papá y no existirías tú. Así que hijito, levántate de una vez, que tu abuelita te ha mandado las cocadas que tanto te gustan”

Cada vez que la vida me ha dicho no, recuerdo esa historia e intento convencerme de que, tal vez, en ese fracaso pueda encontrar la semilla de una oportunidad”

 

 

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