Viaja en taxi. Es su manera de lidiar con la ciudad y sus horrores. Que otro se haga cargo del tráfico mientras mira pasar las calles y piensa en las musarañas. Cómo resulta natural, evita con todas sus fuerzas las conversaciones de taxi. Lentes oscuros y una expresión imperturbable son su defensa habitual. “¿Qué le parece lo de Japón?”. No hay atisbo de respuesta. “Me parece interesante lo de Japón” prosigue vehemente el taxista. “Me confirma que todo lo que vemos es frágil y perecedero. Todo puede ser arrasado por un tsunami un día cualquiera”. Ligero atisbo de interés. “Mejor nos iría si, como dijo Aristóteles, buscáramos preservar lo bello, lo verdadero, lo que no puede ser arrasado por nada. ¿No le parece?”. “¿Y que será eso?”, se asombra ante su propia pregunta. “Distintas cosas para distintas personas. Para mi es la fe”. Llega a su destino. “Tendré que pensar en ello” dice mientras desciende apresurado. “No se preocupe”, sonríe amable. “Seguro ya sabe la respuesta”. Y se va.
Guardar
Guardar
Es casi medianoche, no sé si es el cansancio o la infelíz idea de probar una infáme cerveza italiana pero me pregunto ( y es en serio) ¿Qué pretendía el taxista?