Cuesta mucho aceptar lo diferente. Lo diferente asusta, repele, incomoda. Remueve temores que no nos atrevemos a confesar. Esquivos monstruos agazapados en las esquinas oscuras de nuestro interior. Ese temor nos impide arriesgarnos a conocer, a tratar de entender. A otros y a nosotros mismo. Es más fácil colocar vistosos letreros en las cosas y personas y así darles el visto bueno o, por el contrario, condenarlos al exilio de lo diferente, lo inconveniente. Se observa y juzga desde una pequeña torre vigía investida de normalidad. Pero ¿qué pasaría si todas aquellas peculiaridades que escondemos a otros fuesen, de pronto, visibles para todos?. ¿Sí todas esas filias y fobias que no compartimos y que escapan a toda carrera de lo habitual y esperado, salieran a tomar el sol?. Imagino el caos, la anarquía.Tal vez sea por eso que se nos complica la tan ansiada y, a la vez, temida intimidad: por que de cerca, nadie es normal. Sigue leyendo