Las líneas que marcamos

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Un día aparece una caja en la puerta de tu casa. Dentro de la caja un artefacto sencillo con un gran botón rojo en la parte superior. También viene una nota: “Recibirá una visita a las 5 de la tarde”. A la hora exacta llega el visitante misterioso. El mismo te informa, con toda seriedad, que al apretar el botón del artefacto te será entregada una cuantiosa suma de dinero (deja volar tu imaginación). Para demostrar la seriedad de sus intenciones, muestra un montón de billetes que lleva, vistosamente, en un maletín. Un detalle adicional: al apretar el botón alguien, en alguna parte, morirá. Ningún conocido, nadie familiar. Solo alguien en alguna parte. Te asegura, además, que nada se sabrá acerca de la operación ni del dinero entregado. Es la trama de una película. La misma resulta fallida. La premisa, en cambio, resulta intrigante. Me recuerda esas preguntas que vienen en los cuestionarios que se hace a gente famosa: “Si pudiera cometer un delito sin ser juzgado ¿cuál sería?” .La mayoría responde, cándidamente y para la platea, que robaría libros o cosas semejantes. Consulto el tema con un amigo quien tiene fama de incorruptible. Primero me insiste en que no existe tal condición. Que todo somos falibles, que todos podemos ser tentados, que todos podemos fallar a lo grande. En resumen, que dadas circunstancias singulares, todos podríamos apretar ese botón rojo. Me precisa que es una cuestión de estándares. Líneas que marcamos y decidimos no atravesar. Líneas marcadas en concreto y no solo en arena.

 

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