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21/11/24: Desarrollo y democracia: La “promesa peruana” incumplida

DESARROLLO Y DEMOCRACIA: La “promesa peruana” incumplida

Efraín Gonzales de Olarte

Las relaciones entre crecimiento económico y democracia se fundan en las correspondencias entre economía y política. Por un lado, la economía de mercado se caracteriza por su desigualdad intrínseca y el crecimiento económico tiende a mantener o incrementar dichas desigualdades, a menos que el Estado intervenga para reducirlas. Por otro lado, en la democracia todos somos iguales: un ciudadano un voto.

Estamos, pues, frente a un sistema dual, en el que la economía capitalista se basa en la desigualdad de capitales, de productividades, de ingresos y de oportunidades. Y el Estado democrático, que nos representa como sociedad, se convierte en un igualador de capacidades y oportunidades para poder garantizar viabilidad y sostenibilidad social.

Veamos qué factores generan crecimiento económico y los que generan democracia. El crecimiento económico depende del ahorro/inversión, las innovaciones tecnológicas, la mejora del capital humano (educación, salud, cultura y experiencia), de las productividades y de la demanda efectiva. La democracia depende del pasado histórico (Path dependency) de cada país, de clases medias robustas, desigualdades moderadas, instituciones políticas estables, Estado de Derecho, políticas públicas inclusivas. Se trata de un complejo conjunto de componentes que históricamente se han ido constituyendo, aunque con variados resultados tanto en el crecimiento como en la democracia.

El crecimiento económico es una condición necesaria para la democracia, pero no es suficiente, se requiere que el crecimiento sea distribuido equitativamente a la población, ya sea porque el modelo económico es intensivo en capital humano y genera una clase media robusta o ya sea porque el Estado interviene a partir de sus políticas sectoriales y sociales para generar oportunidades de desarrollo tanto para emprendedores como para trabajadores. Es aquí, en la mezcla de una economía inclusiva y un estado redistribuidor, donde el crecimiento se convierte en desarrollo económico, que es la condición sine quanon para una democracia estable. Esta combinación ha sido exitosa en los países europeos y algunos países latinoamericanos como Uruguay y Costarrica.

En América Latina el desarrollo económico ha sido intermitente e inestable, razón por la cual también sus democracias han sido también perturbadas y frágiles. Sin embargo, existen dos enemigos de la consolidación democrática y del desarrollo: las desigualdades productivas y sociales persistentes en el tiempo y las democracias delegativas y las populistas.

Las desigualdades persistentes de las productividades, de la riqueza y de los ingresos generan, desaliento, incertidumbres y a menudo conflictos sociales, que no abonan a la consolidación social y económica. La igualdad democrática choca con las desigualdades socioeconómicas y generan inestabilidad económica y política, que impide construir modelos o procesos de desarrollo inclusivos con los cuales la gente se identifique y los haga suyos. Es decir, si el crecimiento macroeconómico no genera desarrollo humano de todas las personas, la democracia resulta siendo un cascarón sin sustancia.

Las democracias delegativas -analizadas por el politólogo argentino Guillermo O’Donell)- son la deformación de la democracia representativa, pues genera concentración de poder en el ejecutivo, debilita las instituciones, reduce los mecanismos de rendición de cuentas (accountability horizontal), se basan en el plebiscitarismo y desprecia los límites legales. Al cabo de un tiempo generan gobiernos autoritarios, como es el caso de Venezuela. Finalmente, sus resultados son negativos tanto en la economía como en la política.

Los gobiernos populistas, según el historiador francés Pierre Rosanvallon, son una respuesta a las crisis de legitimidad y representatividad de las democracias modernas, y considera al populismo como una forma empobrecedora de la democracia, aunque reconoce que surge de problemas reales, como el desencanto con las democracias representativas. Los populismos plantean soluciones simplistas que a menudo llevan a crisis fiscales e inflación, además son peligrosos porque eliminan el pluralismo, destruyen las instituciones democráticas y producen gobiernos autoritarios.

En América Latina y en particular en el Perú, hemos tenido democracias delegativas y populistas como las de Alberto Fujimori que siguiendo la ideología neoliberal, generaron crecimiento económico con desigualdades socioeconómicas y regionales, con alta informalidad laboral, lo que debilitó las representaciones políticas y al cabo de algunos años generó una crisis de representación y atomización política, que hace difícil aspirar a la “promesa peruana” de construir un país con desarrollo y con democracia.