Corpse Bride es un pequeño cuento de amor y muerte, conceptos que, para una narración victoriana como esta, terminan siendo prácticamente lo mismo. Amor y muerte, luces y sombras de un mismo fenómeno, dos formas de percibir y experimentar la realidad, los deseos y los temores. Amor y muerte en Emily, la eterna novia, la mujer que espera por siempre y que encuentra un sentido de vida en la espera, una figura canónica del folclore de Occidente y la mejor alegoría de la crueldad del destino y la imprevisibilidad del amor. Emily, la novia del vestido azul y los ojos como la luna, es el corazón de una historia trágica e inquietante, el mismísimo descenso al inframundo, cortesía de una de las mentes más originales del cine moderno. A través de Emily y su mundo de cadáveres y muertos, Tim Burton dibuja una curiosa alegoría sobre la condena del amor, su potencial liberación y todo lo del medio. Como todo cuento de amor, Corpse Bride puede ser bastante empalagoso, casi siempre melancólico y a veces imperfecto, pero concibe una conmovedora secuencia de sentimientos y anhelos, de cariños y perdones, todo, decorado por el delicioso y perturbador estilo de su realizador.
Nos distraemos tanto por el estilo de Burton que nos olvidamos que toda la historia en Corpse Bride sucede en un período de menos de un día. La historia se narra en términos muy sencillos, el amor entre los personajes varía de una escena a otra; se requiere la complicidad de la audiencia para darle sentido a los afectos, desordenados y cambiantes, además, de Víctor van Dorton, larguirucho y pálido, de semblante triste, la epítome de la mayoría de protagonistas de otras películas de Burton, desde Edward Scissorhands hasta Ed Wood. Victor está forzado a casarse con Victoria, una muchacha de buen corazón, narrada desde el arquetipo común de la feminidad sensible y atenta. Curiosos desvaríos del destino (que involucran un caótico ensayo de boda, los gritos de un aterrador pastor anglicano y la ira de ambas familias) llevan a Victor a “desposar” a Emily y ser arrastrado al mundo del más allá.
El film de Burton, codirigido por Mike Johnson, ofrece, de plano, un interesante comentario sobre el significado del matrimonio, las promesas y los rituales. Es particularmente irónico, diríamos hasta absurdo, que una propuesta accidental como la de Víctor le lleve a estar casado con una novia cadáver. Ahora bien, si lo pensamos a fondo, podríamos notar que la boda original de Víctor no hace mucho sentido tampoco: es un ritual rápido y forzoso, excesivamente formal y carente de sentido. Víctor repite una y otra vez las mismas palabras, sin nunca reparar en lo que estas significan. Al final de la historia, cuando Emily es libre y Víctor y Victoria se quedan juntos, vemos que nadie termina casado con nadie: el amor, desde la idealizada (quizás hasta infantil) versión de Burton, no tiene nada que ver con el matrimonio, y los personajes parecen bastante conscientes de esto.
Sin embargo, la cuestión principal en Corpse Bride tiene que ver con una celebración -diríamos bombástica y solemne- de la muerte y la pérdida, una visión esperanzadora, incluso idealista, del más allá de la existencia. El mundo de los muertos de Burton es significativamente mejor que el de los vivos. Pensemos en los colores: grises y débiles claroscuros en el mundo de arriba frente a una chillona selección de verdes, azules y pastel en el mundo de abajo. Pensemos en los protagonistas: tristes desdichados en el mundo de los vivos, intentando hacerle frente a las presiones absurdas (casarse, tener status, avanzar económicamente), que se acaban por completo una vez que se muere. Los personajes del inframundo, por otra parte, parecen destinados a un dolce far niente permanente: el más allá que avizora Burton es un lúcido paraíso jazz, una fiesta subterránea y clandestina sin orden ni reglas, un festín de corporalidades disruptivas y diversas. Todos, incluso Víctor, encuentran un espacio mejor, de mayor alivio y libertad, una vez descienden al inframundo.
En el mundo de allá arriba, los personajes se involucran en diferentes estratagemas para poder sobrevivir, o para ascender socialmente. Los padres de Víctor hacen lo posible por asumir un status que no se siente suyo, y se obsesionan con que cada detalle vaya bien con la boda. Los padres de Victoria, que odian a sus suegros, tienen que “humillarse” para mantener su posición económica a la par que su buen nombre. Victor y Victoria son apenas piezas de un esquema mucho mayor, dependientes del maniqueísmo de sus padres. La propia Emily es víctima de un feroz sistema de poder en el que todos pueden decidir excepto ella. ¿Será que Burton considera que el factor de la supervivencia es lo que degrada la vida en la tierra, que sería mejor si no hubiese esa constante búsqueda de sentido y mejora, eso que motiva al poder y la manipulación en favor, por ejemplo, de ascender en la escala social? ¿Será que el antídoto ante la presión existencial no es sino la muerte, el consuelo de una vida sin sentido?
Reflexiones filosóficas aparte, podemos volver al tema que más interés (y hasta morbo) nos genera: ¿por qué tener una “novia cadáver”? Corpse Bride es la excusa de Tim Burton para echar rienda suelta a los extraños delirios de su cabeza, materializar los mundos que emergen de su inconsciente, constituir un conjunto de personajes sugieren una nueva forma de entender la corporalidad. A Burton le fascina el cuerpo incompleto, abyecto, contradictorio, ese cuerpo que puede desprenderse, intercambiarse, perecer, resurgir, revivir y demás. No le interesa una concepción esencialista de los cuerpos, sino todo lo contrario: un cuerpo fluido, móvil, que se hace y deshace a merced de quien lo encarna. El estilo de animación de CorpseBride, si bien replica el stop motion de otros góticos de Burton como NightmareBeforeChristmas (1993), tiene algo muy propio. La extensa paleta de azules y grises, que erigen una visión muy propia de la vida y la muerte; trucos técnicos en la composición de los muñecos, que les permiten mucha mayor expresividad y gesticulación; imágenes genuinamente aterradoras de cadáveres y fantasmas, pero con un diseño comprometido con la audiencia.
El mundo que no presentan Burton y Johnson se nos va rápido: apenas 77 minutos de metraje antes del cierre. Mejor así: la historia consigue una cúspide emotiva memorable y luego no presiona más; nos presenta a Emily, nos fuerza a quererle y luego la deja libre. La novia cadáver, la del vestido azul y los ojos de luna, se entrega con fe, suspira plácidamente y se transforma en tantísimas mariposas azules, mientras que Víctor y Victoria, más confidentes en su amor, se abrazan mientras despiden a Emily. Es una escena maravillosa: dura apenas dos minutos, no hace nada nuevo, se torna algo predecible, pero funciona y muy bien, nos deja con ese mismo aura fantasmagórico de amor que representa Emily. Digan lo que quieran de Burton y sus excentricidades, pero nadie puede decir que no filma con el corazón. Y en una historia cómo esta, de morbo y muerte, corazón es justo lo que más se necesita.
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