La espera de navidad – The Holdovers (2023)

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The Holdovers
(2023) es un film que el Hollywood de los 60 hubiese producido sin problemas. Es una historia de esperanzas perdidas y recobradas, de cierto anhelo nostálgico por el pasado e incertidumbre por el presente, una película amable con la audiencia y muy atenta con sus personajes. Es el cine de interiores, de silencios y diálogos, de confrontaciones sutiles y tensión cómica, un cine de moralejas y lecciones. Es el tipo de película que, aun con sus limitaciones y lugares comunes, sirve para unir -aunque sea una vez- a las audiencias del cine comercial y los interesados por el cine de autor, esa divergencia de público que no existía en los 60 y que no tendría por qué seguir si nos quedasen más películas así.

Algo me dice que películas como The Holdovers merecen su propio subgénero. Pienso en el cine de Jason Reitman (Juno -2007-; Up in the Air -2009-; o hasta Tully -2015-), el de Lisa Cholodenko (The Kids Are Alright -2010-), Tamara Jenkins (Private Life -2018-), Kenneth Lonergan (You Can Count on Me -2000-; Manchester By The Sea -2016-); Tom McCarthy (The Station Agent -2003-; Win Win -2011-), y, por supuesto, del propio Alexander Payne: About Schmidt (2002), Sideways (2004), The Descendants (2011), Nebraska (2013). Podríamos hablar de un melodrama indie, quizás una tragicomedia moderna, un tipo de drama familiar, de conversaciones en mesas de cocina y viajes por carretera, de monólogos interiores y humor ácido, revelador. Un tipo de cine que recoge la tradición narrativa del Hollywood clásico, con personajes robustos, una historia simple y bien contada, un montaje entretenido, humor inteligente y poco intromisión del director. Una narrativa  que confía en el libreto, sus diálogos y sus intérpretes. Este subgénero, en la frontera entre el arthouse y el cine comercial de Hollywood, para nuestra suerte, no parece haberse perdido incluso con la invasión del streaming y  la predominancia del cine franquicia. The Holdovers, disponible en Max para cualquier espectador distraído, así lo demuestra.

Si algo destaca en este tipo de cine, y también en consonancia con sus inspiraciones, es la sutileza de sus discusiones temáticas, en consonancia con la pulcritud de su puesta en escena. No hay que confundirnos: el drama pequeño, familiar, de tinte amoroso y apacible, puede servir como punto de partida alegórico, o testimonio preciso de una serie de interesantes cuestiones sociales, distintas facetas del panorama político estadounidense. Así como Up in the Air examinaba astutamente las consecuencias de la crisis del 2008 en formato comedia romántica, y The Kids Are Alright exhibía las políticas de género a partir de una tragicomedia erótica, también el cine de Alexander Payne lidia con distintas cuestiones sociopolíticas desde un empaque digerible y conmovedor. Nebraska es una oda al EEUU rural ante los cambios neoliberales post Clinton, y Election (1999) utiliza un setting escolar para convencernos de las maquinaciones políticas propias del ciclo electoral estadounidense.

The Holdovers va exactamente de lo mismo. Es un film sobre las distintas tensiones raciales, económicas y socio educativas que, en un EEUU subsumido en las secuelas de Vietnam, parecen llegar a un punto de ebullición. El colegio que funge como escenario, la escuela Barton, es una suerte de microcosmos de lo que sucede allá afueras. Es un prestigioso colegio de élite para niños ricos, dominado bajo una estricta moral católica. Los profesores, de clase media y cierta aspiración burguesa, deben lidiar con los problemas de familias significativamente más adineradas que las suyas, lo que supone distintos juegos de negociación y poder. Quizás por eso Paul Hunham, uno de los profesores más experimentados de Barton, la pasa tan mal en la Navidad de 1970, dado que ha sido “promovido” para quedarse en la escuela durante las vacaciones de fin de año, cuidando de aquellos estudiantes varados, forzados a quedarse en el campus. Hunham está allí por órdenes del director, una medida que sirve como castigo, dado que el profesor de Antiguas Civilizaciones ha reprobado al hijo de un senador y lo ha dejado fuera de Princeton. Durante estos días, Hunham se queda a cargo de cuatro chicos, también con la compañía de Mary Lamb, la cocinera principal de Barton, mujer afroamericana que acaba de perder a su hijo en la guerra, recién enlistado como una forma de conseguir dinero para pagarse la universidad.

Desde inicio de la trama, queda claro que las políticas de Barton (y del sistema educativo estadounidense en general) afectan de forma desproporcionada a quienes no están arriba en la pirámide. Mary lleva el dolor por dentro, acostumbrada a los malos tratos de niños ricos que la ven como su sirviente. Hunham opta por una estricta disciplina ante la desidia de sus alumnos, a quienes considera demasiado acostumbrados a una vida fácil. Mientras avanza el film, nos daremos cuenta de otras tantas lagunas en el sistema educativo en EEUU, incluyendo la academia y la universidad, siendo Hunham una suerte de chivo expiatorio ante los problemas de los más ricos. Por suerte, el estilo de Payne jamás se siente predicador ni propagandístico, y el texto de David Hemingson jamás abandona el matiz ni los mensajes implícitos. Aquí no hay resentimiento ni sermón político: solo queda la tensión dramática como excusa y la posibilidad de involucrarnos con los personajes más de lo que solemos hacer.

Esto último se consigue gracias a la introducción de Angus Tully, un muchacho rebelde, pero talentoso, que lleva un año atrasado en la escuela y un historial de dos expulsiones previas, a una sanción educativa de terminar en la escuela militar. Aquí el film vuelve al lugar común del coming of age, la clásica relación entre el mentor improbable y el aprendiz rebelde. Pero este solo es el punto de inicio. Tully lleva un tipo particular de rabia e impotencia por dentro, que el film irá desentrañando de a pocos conforme avanza el metraje. Tully, talentoso para las clases de Hunham, se gana la simpatía de la audiencia porque, en contraste con otros personajes parecidos, nunca intenta ser algo que no es. Haciendo de Hunham, Giamatti resulta hasta convincente y encantador, un personaje bastante extraño, apático, pero entrañable, con la mirada perdida y el tono agrio, con diálogos teatrales,  de otro tiempo.

Giamatti y Dominic Sessa son bastante convincentes en el constante toma y deja, ataque y defensa del guión, numerosas escenas de conflicto y resolución, confesiones y momentos memorables. Como pieza de engranaje entre los dos está Mary, en una conmovedora interpretación de Da’Vine Joy Randolph. Su Mary Lamb pasa por las distintas capas del duelo: el silencio permanente, la ira y la impulsividad, la nostalgia inescapable, el miedo a la soledad y cierto tipo de humor negrísimo y confrontacional. El estilo rápido e histriónico por el que la actriz es bastante famosa (basta con ver lo que hace en Dolemite Is My Name -2019-) queda muy bien en una película de Alexander Payne. Así, a partir de la relación entre estos tres personajes, sus traumas y sus anhelos, el film escapa sus pretensiones de cine clásico y moraleja simple, y se vuelve una experiencia muy valiosa y memorable, como una tarde cálida en casa durante las fiestas, lo que parece justificar su éxito en la taquilla.

Payne vuelve al estilo de The Descendants: una puesta en escena elegante y sobria, un ritmo lento, pero nunca pesado, escenas que duran lo suficiente para ir del drama a la comedia y de vuelta al drama sin que nos parezca disruptivo. Deja que los actores lideren la escena y no al revés: no los invade con primeros planos innecesarios ni secuencias sin cortes, deja que el humor y la tragedia se entremezclen, que se acompañen mutuamente, tal y como en la vida real. La película no prueba casi nada nuevo. Sus tres actos están muy bien definidos desde el inicio. La progresión de una secuencia a otra sé cómo esperábamos. Payne y Hemingson saben que los personajes (y su pasado y futuro) valen mucho más que la historia por la que viven y no intentan convencernos de lo contrario.

Bueno. The Holdovers no hace nada nuevo, pero lo que hace lo hace con compromiso y valía, y mucho corazón. Es el tipo de películas con personas de verdad para personas de verdad, una película afectuosa y consciente, propia para las fiestas. No sé ustedes, pero yo podría pasar cualquier encierro bajo la tutela de Alexander y Paul Giamatti. Suena muy divertido.

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Acerca del autor

Anselmi

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