Lo que no se puede decir – Le jeune Ahmed (2019)

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Le jeune Ahmed es un film que sabe hacer las preguntas correctas. Se dispone a interpelar a la audiencia, sometiéndola a una realidad que, a pesar de parecer distante, termina siendo cercana a cualquiera. Todos sufrimos de soledad. Todos transitamos activamente en busca de un propósito, en la incipiente y tortuosa labor de buscarse una identidad —y de preservarla, ni menos—. Ello, por supuesto, se agudiza en la etapa adolescente. Y parece hacerse aún más difícil de aceptar en un contexto de odio, un contexto de restricción, resentimiento y disputa como la Francia contemporánea. Con una premisa sencilla —incluso más sencilla que propuestas anteriores de sus realizadores— el filme consigue incomodar a la audiencia, mostrar la otra cara del extremismo religioso y distinguir, si tal cosa es posible, el punto de división, la línea trazada entre bien y mal, la contención y la compasión como alternativas al caos. A su forma, sugiere mucho. Enfrentamiento. También lo dice a través de a imagen.

Ahmed. Hombre joven, de menos de dieciocho, aún en etapa escolar. En conflicto por su identidad: es musulmán y musulmán devoto. Parece vivir sumido en sus creencias y sus pensamientos; le cuesta relacionarse con el resto y ser sociable, si quiera cortés. El conflicto llega a su vida cuando, luego de una tensa clase, tiene un conflicto con su profesora, uno que acaba en violencia. Debido a esto, Ahmed es castigado y obligado a hacer servicio comunitario. En el proceso, se relacionará con un granjero y su nieta, curiosa por Ahmed. Será la oportunidad para acercarse a mundo exterior y, de alguna forma, conciliarlo con el mundo de adentro, el de las creencias.

Los hermanos Dardenne han decidido apostar por un film que, si bien igual de discreto que otros suyos, parece ser mucho más ambicioso en su subtexto. Será esa la razón de por qué, luego de su estreno, pareció no congraciarse con a crítica de forma tan provechosa. Será que, al querer abarcar mucho —y filmarlo todo— los Dardenne se han limitado a decir lo básico, lo evidente. Pero no hay razón para pensar que lo evidente sea negativo. De alguna forma, es a través de las intuiciones sociales, las formas visibles que disputa, que entendemos a raíz de conflicto. A través de situaciones precisas, enfrentamientos rutinarios y graves, y la tensión de la cámara, los belgas han ideado una extraña visión de Francia y sus heridas internas, depositadas en Ahmed y sus reacciones, en las miradas incrédulas de quienes lo rodean, y en cómo los conflictos parecen escapar sin control aparente y sin una resolución que convenza. Un país que defiende la laiceté a rajatabla termina alienando a creyentes como Ahmed, quienes, desprovistos de alternativas frente al dogma, se mantienen en un estado liminal: demasiado occidentales para sus comunidades, demasiado ajenos para Francia. 

Ahmed elige el islam —y la versión más extrema del mismo— porque no se encuentra en otro lugar. Es alguien que, a su modo, no sabe bien lo que quiere. Tampoco tendría que hacerlo. Es joven, temeroso, confundido. No siempre tiene las respuestas. Se levanta cada día víctima de prejuicio. Prejuicio en la escuela. Prejuicio en as miradas de sus amigos y maestros. Prejuicio en la TV y el cine. Frente a un mundo que no se entiende, solo se queda el Corán, el alivio de la palabra escrita y toda su relevancia. Sorprende, pero funciona. Tal contexto, no hace sino caer un círculo vicioso: mientras más se aleja de mundo y se refugia de lo que lee, más ajeno le parece el mundo, o que le motiva a seguir resguardado en sus enseñanzas. Mismo ciclo. Una y otra vez. Lo vemos en cómo asume el rol de bicho raro de la escuela. Lo vemos en las preguntas —incluso bienintencionadas— de Inés, la joven —y laica— amiga de Ahmed, que más parece fijarse en el muchacho como un objeto de estudio, una fantasía. Lo vemos en las constantes miradas de resto, que sugieren separación. Y todo, cada detalle, vuelve remitirnos a Ahmed.

Es un personaje que siempre parece decir algo, a pesar de que casi siempre se encuentre callado. Una pregunta evidente, y que se va acrecentando conforme avanza el film, es si la crisis en Ahmed puede ser subsanable. No parece existir respuesta evidente, a menos, no una que nos convenza. De todas formas, el trabajo de los Dardenne es minucioso en cuanto a su construcción y desarrollo. Miradas contenidas. Pocas palabras intervenidas en silencios, que hacen que cada una valga más. Actos que el joven realiza con precisión, como entendiendo las consecuencias y valoración de cada una de sus acciones, una por una, con importancia. De a pocos, nos convencemos. Ahmed vive. Vive a pesar de todo.

Contrastes. Incluso desde la vestimenta. Ahmed encara un arquetipo, o las consecuencias de un arquetipo: anteojos redondos, añejados; cabello ensortijado, denotando su origen diferente; overoles, uniforme sencillo y disciplinario. El contraste se ve reflejado en su amiga: de cabello rubio, de ropa moderna y argot contemporáneo. Dos mundos, dos Francias, muchas veces reducidas y muchas veces separadas de forma irrenunciable. No queda otra. Uno y otro, a verse, colapsan. De a pocos, Ahmed intenta ubicarse en el mundo. De todas formas, los Dardenne juegan con la ambigüedad. A ratos, no estamos seguros de las intenciones de nuestro protagonista. Parece extraño, pero, aun así, la audiencia quiere creer en algún tipo de redención de Ahmed. Queremos creer que Ahmed aún puede alejarse del odio y el rechazo, que puede confiar en el otro, que puede ingresar en e mundo de otros y, de alguna forma, creer en ello. Implica crecer.

Francia sigue siendo caldero de odio. Francia es a tierra de la multiculturalidad de Europa, y, a su vez, tierra de confrontación, de un macartismo occidentalizante: plagada de discursos ultraderechistas, discriminación disfrazada de laicismo radical y diversos insultos ocultos bajo bromas en TV y apelación a la seguridad. Por supuesto, esto puede con cualquiera. Se nos hace obvio. Los Dardenne mantienen el mismo ojo crítico de siempre. Al parecer, su cine parece una forma de responder a la situación socia particular: si Le fils (2005) parece recoger los testimonios de abuso escolar en el primer mundo y Deux jeurs, une nuit (2014) replicaba las dinámicas luego de la crisis del euro, así también Le jeune Ahmed (2019) parece replicar la crisis intercultural que parece infectar cada rincón de Europa. Los discursos de odio continúan: la gente no puedo sino dejarse llevar por una oleada de rechazo sin sentido. Uno podría pensar que los Dardenne fallan en su intención, ya que siguen ventilando un mismo arquetipo que, si somos rígidos, parece compartir la misma base de estos discursos extremistas. Bueno. Quizás se trate, en el fondo, de comprender el fenómeno desde una arista independiente, entender el porqué del conflicto y dilucidar algunas razones que podrían acercarnos a un fenómeno que, de forma irónica, parece tan extraño como previsible: diseñar un crimen sin tregua, todo, por un símbolo. Que sea un adolescente quien asume la fe a rajatabla añade mayor matiz a la caracterización, que demuestran que el Islam, ante todo, puede ser un modus vivendi, que se afianza ante el rechazo y se hace extremo ante el miedo. 

La redención de Ahmed parece igual de difícil que la conciliación en la Francia de Macron y LePen. Los últimos minutos son capaces de entumecer a cualquier espectador. ¿Será capaz Ahmed de perdonar lo que considera imperdonable? Podría entrar el cálculo racional —si tal cosa es plausible en tiempos caóticos como estos— y empezar por la reconciliación. Este no es un cuento de hadas. Tampoco una tragedia. Es la vida misma: silencios, ansiedades, rechazos. Odio y amor, jugadas de siempre. La pulcra, ascética mirada de los Dardenne sigue siendo confiable. Siempre.

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Anselmi

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