Eso que llamamos amor – Sobre el cine de Ira Sachs

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Contiene spoilers

El cine de Ira Sachs no es un cine amigable con el espectador. Las historias son limitadas, demasiado concisas, demasiado metidas en sí mismas. El formato es pulcro, pero sin mayores luces ni recurso estilístico. No hay música. No hay una edición afinada ni mucho menos vertiginosa. La cámara es estática y poco inspiradora. Tales características, por supuesto, influyen en su difusión. A diferencia de otros favoritos del indie estadounidense, Sachs no es un nombre muy reconocido. No se representa en antologías ni especiales. Su nombre es apenas un card más en el Independent Spirit, en el circuito de festivales underground y en proyecciones de hipsters neoyorquinos que parecen no tener mayor reconocimiento social. Y, a pesar de todo, el cine de Ira Sachs es un cine que merece atención: un cine que, auqnue no lo parezca, resulta pasional e impulsivo, mucho más emocional que racional, mucho más empático que analítico, un cine de extremos: amor y desamor. Lo que está en el medio no es tan relevante. Queda, entonces, preguntarnos por las razones que tiene Sachs para hacer de su cine algo distinto, que cuestione las normas de lo mainstream e incluso del común denominador independiente. Quedaría, además, otra interrogante, al parecer inevitable, de si esas razones son las mismas que mantienen sus películas en el anonimato. Quizá.

Para Ira Sachs, lo primordial es el conflicto desde su expresión más cotidiana, el cual, entonces, no es disruptivo, sino rutinario, de todos los días. Por tanto, sus filmes, más que tramas, tienen un par de acciones estimulantes, casi excusas antes que disputas en específico. Sabe cómo jugar con la audiencia: los entretiene con lo entrañable de los personajes principales y, de tal forma, consigue impactar de forma insospechada en quien sigue la historia. Pensemos, por ejemplo, en el par de adorables amantes que componen Love is Strange (2014). ¿Hay alguien que se opondría a recibirlos? Tenemos a Ben, un pintor risueño y reflexivo, algo inoportuno, pero siempre dedicado al resto y su bienestar. A su lado, tenemos a George, un musicólogo igual de refinado y serio, atento a las necesidades de sus seres cercanos y bastante ingenuo frente al rechazo de terceros. Son características que, en contextos cotidianos, consideramos entrañables. La razón principal está en la honestidad de la interpretación y en la fragilidad de los personajes: los queremos porque se parecen a nosotros, porque sufren como cualquier otra persona y, por supuesto, porque sufren con aquellas cosas que a cualquiera le hacen sufrir. Todo eso nos da confianza; nos consuela.

Pensemos, ahora, en los personajes de Keep the Ligths On: dos amantes sin nombre, que se manejan en misterio y extrañeza. ¿Quién no ha tenido una relación anónima, espontánea y riesgosa; capaz de exigirle demasiado en cuanto a la responsabilidad emocional? Son ese tipo de encuentros, los rastros del amor juvenil, los que perfilan la confusión y nos hacen crecer. Tomemos en cuenta otra de sus pequeñas películas, Little Men. Jake y su familia se mudan a Brooklyn tras la muerte de su abuelo. Allí, dan con la arrendataria del lugar, una rígida migrante y su hijo, Tony. Reconocemos la amistad y la picardía. Nada del otro mundo.

El conflicto es ocasionalmente amor. La idea de amor de Sachs, por supuesto, está en contraponer las nociones clásicas de romance con una visión fresca, marginal y, a su estilo, bastante incómoda. En Love is… el amor, por más tierno y cuidadoso que resulte, parece sepultado por el prejuicio de la sociedad, el ímpetu de las hipotecas y el mercado financiero, y la presión de una familia alejada y poco simpática. A pesar de tanto tiempo juntos, los amantes tienen que enfrentarse a una ciudad que, irónicamente, no ha avanzado a su ritmo, que es moderna y comprensiva para lo que le conviene, y que parece darles la espalda. En Keep the Lights…, a su vez, el amor juvenil, aun siendo lujurioso y deseable, nos conmina y nos acecha al ponerse agrio, real. Aquí, por el contrario, no hay vínculo de años que lo soporte: ya sean el desenfreno, la ira acumulada o los incómodos silencios; todos continúan como perjuicios de una relación desmedida.

Para Little Men, no hay amor como sí amistad. Una amistad de contrastes: Tony, extrovertido, inmigrante y carismático aspirante a actor; Jake, tímido, neoyorquino de siempre y refugiado en sus dibujos y pinturas. A pesar de eso, y el inminente estado de tensión entre sus familias, ambos siguen confiando: uno confía en el otro. Tony defiende a Jake de los bullies y Jake se atreve a desafiar a sus padres solo para proteger a su amigo. Para dos adolescentes confundidos y solitarios, vale más la pena una amistada afable antes que intereses egoístas. Claro que, para conseguir este efecto, la relación debe ser creíble. En este caso, Sachs filma una que otra escena sin ningún propósito aparte de describir a detalle esta relación, sus códigos, sus momentos más francos y adorables. En todo caso, la idea se mantiene: el amor parece un acto necesario, incluso cuando lleve a un drama insuperable. De todas formas, queda el humor. Queda claro que Sachs no es un director de comedias. Y, aun así, como la vida misma, da tiempo para reír. George y Ben, enamorados, aún bromean entre ellos. Los amantes de Keep the Lights… tienen su propia forma de burlarse del resto. Tony y Jake, como cualquier otro adolescente, toman cada día con expectativas positivas. Todo eso lleva a un efecto cálido, certero, amigable. Incluso lo más doloroso puede sacarnos una sonrisa. Como la vida misma.

La vida misma. Sachs prefiere filmar de forma sencilla, evitando cualquier recurso estilístico exagerado, cualquier elemento distractor de lo que narra en la pantalla. Los conflictos familiares se dan desde la cotidianidad, desde episodios simples que, de alguna forma, empiezan a escalar de forma precipitada. Pensemos en cómo se narra la rutina en Love is... Ben trata de incomodar lo menos posible: pinta en la terraza, camina silente por las habitaciones, no interviene en los problemas de la familia. Aun así, inevitablemente, vivir tanto tiempo arrimado con una familia casi desconocida le pasa factura. En sus buenas intenciones, Ben ofrece unos cuantos consejos a su sobrina, alterándola mientras ella recibe a un cliente importante. Utiliza al ingenuo amigo de su sobrino nieto como modelo, solo para despertar la incomodidad del resto. Entorpece la discusión de padres e hijo, quienes se frustran por no hallar la forma cordial de pedirle que se marche. Son pequeños momentos que, puestos sobre la pantalla, parecen importantes, más importantes de lo que deberían. A fin de cuentas, ¿quién no dramatiza?

En Keep the Lights…, por otro lado, la normalidad resulta íntima, demasiado estrecha entre los personajes. Sachs apenas utiliza música, filma de forma rústica, prefiere un estilo pausado y cuidadoso. Parece que estamos ante found footage, grabaciones íntimas de una pareja que, por supuesto, no deberíamos ver. Ello aumenta el morbo y con eso nuestro interés.

La normalidad en Little Men se basa en retratar, con detalle y frescura, la juventud, la amistad que perdura, los días ociosos en la metrópoli. Poco sucede en los primeros minutos del film, pero, aun así, nos entretenemos. Dejamos que esos personajes nos sigan hablando, sigan gravitando en sus crisis y anhelos. Es un estilo fresco, con música instrumental de fondo y un montaje cómodo, escenas cálidas y urbanas, fácilmente relacionables.

El humor y la normalidad dan pie a la tragedia. Sachs reconoce que la vida misma no es como el cine: no existe clímax, no hay la capacidad de adelantar la revelación final, no se manipula a los personajes para tener un final ideal. Ello implica, entonces, tener que mostrar tragedias disruptivas, amenazantes, episodios que, por más que la audiencia los evada, parecen inevitables. En Love is…, por ejemplo, la tragedia viene sin avisar, y casi sin tener relación con el resto del film. Cuando Ben cae enfermo y deja a George más solo que nunca, solo nos queda pensar en lo irónico de la situación: después de casados, Ben y George apenas si pasaron tiempo juntos. ¿Qué cosa cruel existe en el destino que permite que algo tan temido suceda de forma tan rutinaria? En Keep the Lights…, la tragedia se va cultivando de a pocos: con cada mirada de rechazo, con cada conflicto luego de hacer el amor, con las palabras de reproche masculladas con vergüenza, pero determinación. En Little Men, a su vez, la tragedia parece venir de forma desprevenida, silente. De a pocos, la relación entre Jake y Tony, sencilla y sincera, se ve atravesada por el riesgo del conflicto, el conflicto de adultos, absurdo e incapaz de resolverse. Los padres de Jake no pueden hablar con él al respecto, porque probablemente no encontrarán una buena justificación para sus acciones. Tiene sentido. De a pocos, el drama familiar se vuelve social, con tensiones entre ricos y pobres de fondo, disputas entre neoyorquinos y migrantes, sin saber cómo resolverse sin escalar a lo grande.

Con Sachs, entonces, hay espacio para la crítica social, una que, a su modo, parte desde un concepto simple: la propiedad. Para Sachs, la propiedad define la estabilidad o inestabilidad de una familia: es la venta de la casa lo que pone en jaque el matrimonio entre Ben y George en Love is…; es la disputa por la tienda  lo que desestabiliza la amistad entre Jake y Tony en Little Men. Tiene sentido. Para alguien nativo de New York, no es sencillo evadir los estragos del catastrófico mercado de bienes raíces estadounidense: los barrios son transformados sin tregua, las personas son puestas contra la pared, y la violencia escala contra los más pobres, incapaces de pagar una renta. Tiene sentido, entonces, que la mayoría de conflictos entre parejas, familias y amigos tengan una disputa por propiedad de por medio. Resulta particularmente irónico: una propiedad implica refugio, un espacio seguro, un estilo de vida estable y compartido. Sin embargo, conseguir algún tipo de propiedad que pueda cumplir con estas características -como también seguridad ciudadana, economía estable y posibilidad de un futuro- parece una posibilidad muy escasa. Incomoda.

La lucha por la propiedad, entonces, lleva a la confrontación, y con ella, el egoísmo. Cada quien parece actuar por su propio interés. Así funciona el sistema: todos encontrando una excusa para ser duros con el resto y evitarse cualquier rastro de culpa. Pensemos en cómo la familia de Ben decide cerrarle la puerta a su familiar y, a pesar de las desgracias, mantenerse firmes en su rechazo. Si lo habían aceptado a regañadientes, no sorprende ver cómo de a pocos desean que se marche. Pensemos en cómo los amantes se rechazan en Keep the Lights…, evitando cualquier sacrificio amoroso. Pensemos en la disputa que asumen los padres de Jake. Uno puede entender que, desde lo estrictamente formal, tienen el derecho de hacer lo que les plazca con su propiedad. ¿Eso, sin embargo, legitima el sacar de su hogar a una inmigrante y su hijo, considerando la cercana relación de la mujer con el patriarca de la familia y la entrañable amistad entre Tony y Jake? Vemos que, más allá de las excusas, sigue siendo lo mismo: gente abogando por sí misma. Rechazo que se hace normalidad. Cada uno toma el camino que quiere. Parece no mirar atrás. Es más sencillo así.

En tiempos de egoísmo, sin embargo, prima la compasión. Ya lo habíamos adelantado antes: la mirada de Sachs, ante todo, ofrece alguna posibilidad de redención; dentro de todo, alguna nota de esperanza. Keep the Lights… puede terminar su romance de forma agreste, pero, de alguna forma, parece dejar a su protagonista con mucha más madurez que antes, incapaz de cometer el mismo error. En Love is …, a pesar de la absurda tragedia, el recuerdo de Ben en George parece ser suficiente como para inspirar a la audiencia a seguir amando a pesar de las circunstancias. En Little Men, a pesar de todo, la amistad adolescente parece ser mucho mejor ejemplo que la actitud de los adultos: el cariño y la ternura todavía se mantienen.

Aún queda chance de amar. De confiar. Lo vale.

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Acerca del autor

Anselmi

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