El aumento de los precios (no quisiera llamarla inflación aun) tiene, según los especialistas, dos causas. La primera, el aumento de la cantidad de dinero en la economía, es decir, la existencia de mayor masa monetaria sin que ello tenga un correlato en un aumento, en la similar proporción, en la producción nacional. El equilibrio en el mercado – uno de los axiomas de la economía – genera que los precios se equilibren con los bienes existentes en el mismo, en una lógica aplicación de las leyes de oferta y de demanda. Una razón de ello estriba en el mayor gasto corriente del Estado, el mismo que no genera un aumento de la producción, a diferencia del gasto de inversión; el cual, como su nombre lo indica, genera un aumento de las capacidades productivas respectivas.
Es evidente que ahora, a través de la existencia de un mayor control a la emisión monetaria por parte del Banco Central de Reserva, las presiones inflacionarias no son ni medianamente las mismas que se generaron en los años 80. De hecho, gran parte de la situación es más psicológica que propiamente económica, y es claro que resulta imposible que el BCR haga uso de la tristemente célebre “maquinita” para generar un aumento artificial del gasto público, al cual más bien hay que encauzar debidamente.
Por otro lado, una razón a tomar en cuenta de dicho aumento de precios es el incremento de determinados precios clave en el ámbito internacional, como los de ciertos productos agrícolas y en especial, los del petróleo. A lo que hay que agregar que los precios en el verano normalmente se elevan, por factores que son de índole climático, propiamente estacional, e incluso de naturaleza tributaria.
En este contexto lo único realmente efectivo es mejorar el perfil del gasto público por parte del Estado, procurando evitar que la cantidad de circulante se eleve por razones que no tienen que ver con el equilibrio que debe existir en el mercado entre bienes y precio; a lo cual puede agregarse mecanismos como una mayor reducción de aranceles o el aumento de la productividad en sectores sensibles precisamente porque existen trabas a la inversión. Debemos tener en cuenta que el control de precios, así como la persecución a los supuestos especuladores, ha demostrado dolorosamente su falta de eficacia para controlar el incremento de los precios. Como es evidente, la clave siempre va a ser una intervención limitada en el mercado por parte del Estado.
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