Los esfuerzos de la lucha contra la pobreza en América Latina, y sus significativos avances desde una perspectiva global en las dos últimas décadas han sido arrasados por la pandemia del coronavirus en menos de dos años.
Los impactos sociales y económicos del virus del Covid-19 que se propagó por el planeta son enormes y develan la fragilidad de aquel crecimiento que elogiaron muchos solo porque las cifras crecían en azul para el capital financiero y rentista, soslayando el desarrollo social que reclamaba su espacio para el acortamiento de las brechas de la desigualdad y la exclusión, hoy con indicadores de escándalo en la región.
Las secuelas de este enfoque economicista son dolorosas. En este año, cuando el acceso a la vacuna es desigual para muchas naciones y cuando el Perú procura nivelarse a pasos más acelerados que en los meses precedentes, tenemos un escenario que ofrece una engañosa esperanza de recuperación.
Las previsiones recientes que ha hecho UNCTAD, la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, apuntan a que el crecimiento económico promedio de 5.3 por ciento para este año, será la tasa promedio más alta en medio siglo, pero insuficiente para recuperar los niveles pre pandemia debido que caímos más hondo de lo que imaginamos. Tal crecimiento se licuará en el hoyo apenas atisbe sus bordes desiguales.
El Perú se esfuerza para subir al menos hasta la línea de flotación, de modo que el ascenso hacia a la superficie pueda consolidarse como una plataforma de salvataje para sobrevivir y ganar tiempo, y tal vez recuperar parte de lo perdido; pero para entonces, una nueva generación de ciudadanos reclamará legítimamente sus necesidades en un proceso de superación de la crisis que se extenderá más allá del año 2025, según estimación de la UNCTAD.
Estamos pagando muy caro lo que como país dejamos de hacer, no haber fortalecido ni ampliado la base productiva, como tampoco haber reducido la informalidad; es más, “descuidando” las inversiones en salud y en educación con los propósitos transformadores que el desarrollo social y los derechos ciudadanos demandan.
En estas condiciones y en medio de la crisis, muchos sectores han volteado a mirar y a pedir la mano del Estado invocando ayuda, obligaciones y derechos, precisamente aquellos que cuestionaron y cuestionan su rol en la construcción de una sociedad democrática, un discurso que revela la doble moral y el interesado comportamiento político de sus voceros.
Y, sin embargo, “el mundo ha vuelto a descubrir el papel y la importancia del Estado tras muchos años de aplicar políticas que fracasaron frente a los pobres y a la clase media”, ha reconocido la nueva secretaria general de la UNCTAD, la costarricense Rebeca Grynspan, entre otras cosas, porque de pronto “descubrimos que países como el nuestro han sido más golpeados por la actual crisis de la pandemia que por la crisis financiera del 2008”.
Tenemos todavía encarnado el mal endémico de soslayar la construcción del bienestar con más equidad y oportunidades, sabiendo inclusive que es la ruta que hace viable y sostenible un mundo mejor para todos.