Dependiendo de nuestra relación con los bienes económicos y sociales, y considerando los espacios territoriales donde nos encontremos, podemos estar o no dentro del universo de la vulnerabilidad, una situación de precariedad que nos expone a muchos o todos los riesgos.
Esto ocurre porque en tanto vulnerables -una condición variable de riesgo e inseguridad- estamos expuestos a cambios bruscos que alteran o nos alejan de los medios de vida sostenibles. En esta categoría se ubica la población no pobre pero susceptible de caer en pobreza, es decir, aquel sector que desde el punto de vista de los ingresos se encuentra en el umbral de la Línea de Pobreza, el costo monetario de una canasta básica de consumo de alimentos y no alimentos (para el año 2020 era de S/ 360 mensuales por habitante, según el INEI).
Esta es la situación de miles de familias peruanas de la costa, sierra y selva, en un país que antes de la pandemia del Covid-19 se preciaba de ser una nación de ingresos medios no obstante su alto nivel de informalidad.
La vulnerabilidad es un fenómeno multidimensional, pero tiene obviamente características propias con un rango más amplio de consideraciones. El Programa de las Naciones Unidades para el Desarrollo identifica cinco dimensiones claves: vulnerabilidad monetaria, vulnerabilidad alimentaria, vulnerabilidad laboral, vulnerabilidad financiera y vulnerabilidad hídrica, y sus umbrales son, en ese orden, línea de pobreza total, línea de requerimientos calóricos mínimos, salario mínimo vital por ley, fuente de ahorro con mayor liquidez, y fuente de abastecimiento de agua por red pública (Vulnerabilidades: más allá de la pobreza. PNUD Perú, 2021).
En febrero pasado el INEI presentó el Mapa de Vulnerabilidad Económica a la Pobreza Monetaria, y dio cuenta que el 34.0% de la población peruana era “no pobre vulnerable”; y apenas el 45.8% “no pobre no vulnerable”.
Estas cifras no recogen los impactos de la pandemia pero revelan desde ya la gran magnitud de la vulnerabilidad monetaria en el Perú, pues ha de tenerse en cuenta que la pobreza total para entonces llegaba al 20,2% y hoy es del 30.1% de acuerdo al último Informe de Pobreza Monetaria publicado en mayo de 2021, un incremento de diez puntos porcentuales en tan solo un año.
Y es que si bien la pandemia del Covid-19 es una amenaza de origen biológico, las vulnerabilidades con las que interactúa en los hogares peruanos son de carácter económico y social.
Las cuatro provincias más vulnerables a la pobreza monetaria son Purús, Padre Abad (departamento de Ucayali), Puerto Inca (Huánuco) y Atalaya (Ucayali) con una incidencia entre el 61.9% y el 53.3%, en ese orden; y las cuatro provincias menos vulnerables son Lima, Ilo, Trujillo y Arequipa, que se ubican entre 23.3% y 24.2%, respectivamente. Así estamos.