Un niño con desnutrición crónica y con anemia en sus primeros años de vida no podrá desarrollar plenamente sus capacidades humanas, tendrá dificultades para superar las exigencias básicas del sistema educativo, y difícilmente podrá insertarse en forma sostenible en alguna actividad productiva.
La última Encuesta Nacional Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) cuyos resultados se publicaron hace algunas semanas, revela que el porcentaje de niños menores de 5 años que padecen desnutrición crónica en el Perú alcanza el 12,1%; y la prevalencia de anemia en niños entre 6 a 36 meses afecta al 40,0%. Estas son cifras totales, pero si abordamos el problema por lugar de residencia, las brechas cobran su real dimensión. En la zona urbana la desnutrición infantil llegó a 7,2% pero en el área rural fue de 24.7%. Entre tanto, la anemia infantil afectó al 36,7% de los niños de zonas urbanas, pero al 48,4% de los infantes que viven en áreas rurales.
Recordemos que la anemia es una afección por déficit de hierro y se determina por el nivel de hemoglobina en la sangre. En promedio, la anemia en el 2020 afectó a cuatro de cada diez infantes menores de tres años (Informe Perú: Indicadores de Resultados de los Programas Presupuestales 2015-2020, ENDES. INEI, marzo 2021).
Desde la óptima de las regiones naturales, cabe decir que la anemia fue mayor en la sierra (48,6%) y la selva (46,3%) que en la costa (33,5%). Estos contrastes son equivalentes a las oportunidades de acceso a los medios de vida que tienen los infantes, un drama que el próximo gobierno tiene que abordar.
La alimentación, la salud y la educación, son elementos básicos para el desarrollo humano y es alarmante que las cifras de desnutrición crónica infantil apenas hayan descendido 2,3 puntos porcentuales entre el 2015 y el 2020; y la anemia en 3,5 en el mismo periodo (el dato comparativo entre el 2019 y 2020 muestra un progreso ínfimo de -0.1% para ambos indicadores).
Estos magros resultados reflejan no solo los problemas de la gestión de la salud pública en el país (lo vivimos cada día con la pandemia). La desnutrición y la anemia son fenómenos multidimensionales que están asociadas también a nuestros problemas estructurales: pobreza monetaria (escasos ingresos familiares), pobreza no monetaria (falta o limitado acceso a servicios de agua, saneamiento, vivienda y otros), y a factores culturales (hábitos alimenticios y de higiene).
Dos temas claves para las políticas públicas y un gran desafío para el nuevo gobierno.