“Elegante Jeane” por María del Rosario Zúñiga

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Ella terminó de beberse la copa de vino tinto de un solo golpe. Tras llevarse un cigarrillo a medio acabar hacia los labios, con manos temblorosas contestó el teléfono luego de siete timbradas.

Del auricular ella escuchó la voz de él.

– ¿Estás sola? –
– Sí – le dijo – Estoy en la habitación del hotel –
– Perfecto. Ya sabes lo que tienes que hacer –

Ella no respondió. Llevaba un vestido de seda. Era guinda, su color favorito. Por unos cuantos segundos ella pareció perderse en el brillo de las lentejuelas que lo adornaban. Tras una larga bocanada de humo, apretó la colilla del cigarrillo sobre el cenicero al lado del teléfono. La demandante voz de él volvió a aturdirla.

– Jeane, ¿me estás escuchando? –
– Sí, y ya te dije que no me llamaras Jeane – le increpó.
– Ah. Lo siento. Olvidaba tus aires de fama –
– Ya basta Os – A poca distancia, ella se dirigió frente al espejo ovalado que se encontraba colgado sobre la pared. Moviendo la cabeza de lado a lado lucía un chal de blanca piel que caía elegantemente sobre sus hombros desnudos.
– No es el momento para tus tonterías –
– ¿Ah no? ¿Y entonces cuando? Mientras tú vistes joyas de inimaginables quilates, yo tengo que soportar este estúpido trabajo en el almacén –
– Os, cariño, no es mi culpa que te vaya tan mal. Deberías agradecer que al menos tengas trabajo – Ella se dirigió a la cama y se sentó en el borde cruzando las piernas. Sus dedeos jugaban con el cordón del teléfono.
– Jeane, yo no quiero un trabajo. Quiero justicia. Ese hombre que se hace llamar demócrata estuvo jugando con nosotros. La muerte de muchos ha sido en vano. Los cadáveres siguen pudriéndose sin reconocimiento alguno en tierra cubana. ¿Hasta cuando esperar, Jeane? ¿Hasta cuando? –

Ella ahora tocaba la piel del chal blanco una y otra vez, mirando el perfecto corte de uñas que se había hecho la noche anterior.
– Os, esto de la guerra te tiene muy ofuscado. Es hora de que lo olvides. Matar a John no va a revivir a tus amigos de la muerte –
– ¿John? ¿John? ¿Ahora le dices John? ¿No deberías llamarlo acaso Sr. Presidente o algo por el estilo? –
Ella pareció titubear.
– Pues…pues sí. Es sólo que nos estamos haciendo amigos. Es un buen tipo. No es cómo lo pintas –
– Maldita prostituta –
Las manos de ella empezaron a temblar nuevamente. Tratando de evitar una voz quebrada le dijo:
– ¿Perdón? –
– Lo que oíste. Eres una prostituta. ¿Te has acostado con él verdad? ¡Ese no había sido el maldito plan! –
– ¿Y qué si no quiero seguir el plan? ¡Tú y tu maldita paranoia de la guerra contra los comunistas me tienen harta! ¡Ya no quiero ser tu herramienta! Tengo una nueva vida. ¡Puedo hacer lo que quiera! –
– ¡Ni se te ocurra querer dejarme en esto solo, Jeane! Sabes que me debes demasiado. ¡He sido prácticamente tu única familia! ¡Yo te saqué de esa pesadilla que tenías por hogar! –
Ella se levantó de la cama y alzó el rostro bien en alto.
– Lo siento Oswald. Él me ama y yo también –
– ¡Jeane! ¡Jeane! No cuelgues el maldito teléfono, ¡¿me oyes?! ¡No cuel…-

Demasiado tarde. Ella colgó el teléfono justo en el preciso instante en que llamaron a la puerta.
– ¿Si? – dijo ella sin abrir.
– ¿Srta. Monroe? ¿Marilyn Monroe? –
– Sí, con ella –
– El Sr. Presidente desea verla –

Marilyn no pudo evitar sonreír.
– Un momento, por favor. Dígale al Sr. Kennedy que en seguida salgo –

Dando pequeños y excitados saltos hacia el espejo ovalado, dio un beso al aire ligeramente de perfil para asegurarse que el lápiz labial rojo aún permanecía intacto sobre sus labios.

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