Por Leon Guinzburg
Un tipo entrañable. Estoy seguro que ese es el criterio unificador de todos los que usamos la confitería del a apart – hotel porteño de Suipacha entre Arenales y Juncal como primera o segunda oficina. Allí vivía Facundo Cabral desde hace años y hasta ahora, solo pero acompañado por sus guitarras, sus libros, sus papeles y su grabador.
Entraba lentamente, apoyado en su bastón compañero que compartía su renguera y las cicatrices de múltiples operaciones a que se sometió para expulsar los tumores que tenazmente lo persiguieron por años. Respondiendo saludos casi imperceptiblemente, en una mesa cualquiera se enfrascaba en la lectura de algún libro o escribía en hojas oficio echando miradas al vacío.
“Solitario por derecho propio”, diría su amigo Alberto Cortez. Sigue leyendo