Por Chachi Sanseviero
En nuestro país los grandes proyectos destinados al fracaso reciben el mismo tratamiento que un desastre nacional. Una convocatoria que reclama fe en los propósitos o solidaridad con las víctimas, según sea el caso, es excitada por un verbo divino que eleva al clímax sus propuestas. En los últimos tiempos sufrimos con más frecuencia esos fuegos fatuos que se desvanecen a la vuelta de un nuevo discurso encendido y condenado a caducidad anticipada. El mensaje a la Nación del presidente y el informe al Congreso del primer ministro se han caracterizado por una verborrea de buenas intenciones como si no estuvieran iniciando el cuarto año de una gestión con visos de desconcierto imparable.