Por Miguel Rodríguez Mondoñedo*
Uno de los acontecimientos claves para la creación de la lingüística moderna fue el descubrimiento de que todos hablamos según las inexorables reglas que hemos construido al adquirir nuestra lengua, y que por tanto no existen lenguas ni dialectos mejores o peores que otros. Por esa razón, nadie se puede atribuir la versión correcta del español: simplemente no existe tal versión.
A veces esto es fácil de aceptar: nadie cree que sea mejor decir aguacate que palta, o papa que patata. Como estamos acostumbrados a crear nuevas palabras, toleramos las diferencias léxicas. Otras propiedades gramaticales, en cambio, son más estables y la variación genera resistencia. Y ante variedades adquisicionales, es decir, ante gramáticas formadas durante la adquisición de una segunda lengua, el rechazo es realmente feroz, aunque estas sean también un producto regular de la facultad lingüística.