Por César Hildebrandt
Por ejemplo, cuando Elena Yparraguirre Revoredo escribe el prólogo del libro “De puño y letra”, de su marido y funeral secuaz Abimael Guzmán, demuestra de qué modo están imbricadas su pasión por el hombre, su admiración por la muerte y su regusto por la sintaxis estalinista.
La señora Yparraguirre escribe lo siguiente en relación a su amantísimo consorte:
“En la dirección de la Guerra Popular devino: iniciándola, dirigiéndola y desarrollándola hasta alcanzar el equilibrio estratégico Jefe del Partido y la revolución. Llevó el Partido al mayor prestigio de su historia…” (Penal de Chorrillos, julio del 2009).
No es infame decir que quien puede escribir eso podría dar la orden de reventar con un camión de anfo un edificio de la calle Tarata.
Pero la señora Yparraguirre no se queda satisfecha masacrando también el idioma. Se vuelve una abogada formalista cuando lamenta que los jueces incluyeran en su caso y el de su pareja “el prescrito caso de Lucanamarca”.