Por Saúl Bermejo Paredes (Bajo la lupa)
Dicen que los indígenas no entendemos de desarrollo ni de interés colectivo, somos unos irracionales que nos oponemos a la inversión y al desarrollo del país. No obstante, la racionalidad indígena permitió por miles de años convivir armónicamente entre el hombre y la madre naturaleza. La naturaleza estuvo “intacta”, libre de contaminación y calentamiento global. Aún persisten las taras xenofóbicas que discriminan y excluyen y redundan en la marginación de los pueblos. El reconocimiento oficial se limita a considerarnos en las estadísticas como los pobres y los extremos pobres (aquellos que se tutean con la muerte), aquellos que no producen arte sino artesanía, los que no desarrollan cultura sino son folclóricos, los que no hablan idiomas sino dialectos, los que no tienen religiones ni conocimientos sino supersticiones y pseudociencia. De este modo, la exclusión, en contextos de gran polaridad e injusticia económica y social se enquista en lugar de ceder. No hay desarrollo ni democracia posible si esta situación no cambia.