“¿Cómo es posible que tengamos fondo indígena y que quienes lo manejen sean colonos y campesinos?”, pregunta. “Aquí se puede producir de todo. No necesitamos carretera, sino recursos. Pa’ qué queremos carretera si tenemos ríos. Si las vacas salen en chata por el río, ¿por qué no podría salir por ahí mismo nuestra producción de caña?”, pregunta de nuevo.
Las comunidades que están sobre el Isiboro y en el bajo Sécure nunca podrán utilizar la carretera. No hay conexión de la ruta con ríos y deberán seguir sacando sus productos hasta Trinidad a través del agua, pero los encargados de realizar la consulta en el territorio ligan la carretera al progreso, a la salud, educación, servicios básicos y proyectos productivos.
Don Simón es sólo uno de los que sueñan despiertos en este inmenso parque. Tiene su chaco en Gundonovia y ahí la caña crece con los patujúes y el chuchío. También se siembra yuca, arroz, maíz, camote, verduras, árboles frutales y el cacao.
En este pequeño universo de 12.000 personas, los moxeños, yuracarés y tsimanes aprendieron a bailar con las aguas, a sembrar en época seca y a cosechar antes de que los ríos vuelvan a desbordarse y ahora quieren prosperar.
Desde hace 20 años, el Tipnis busca su camino para desarrollarse. Fernando Vargas, presidente de la Subcentral del Tipnis, recuerda que antes se vivía de auges. El más terrible fue el de las parabas, cuando en los 80 los narcos pagaban hasta 300 bolivianos por una paraba viva.
Luego vino el auge del cuero de lagarto y se disparaba a cualquier par de ojos que brillara al borde de los ríos en la noche. Todo era recolectado por comerciantes que intercambiaban pieles por jabón, azúcar, harina y otras maravillas del mundo exterior que valen oro en el Tipnis.
A todo eso hay que sumarle un desorden organizacional. Supuestas ventas ilegales de madera dividieron las organizaciones y dificultaron la administración conjunta del Tipnis con el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap). Pero eso comenzó a cambiar en el último lustro.
Primero, unas 30 comunidades se unieron para “cosechar” lagartos. Luego apareció la oportunidad de vender el cacao y los cueros en conjunto. En la última gran cosecha, ambas actividades reportaron medio millón de bolivianos que beneficiaron a unas 40 comunidades.
Benigno Noza, corregidor de Nueva Galilea, cree que en la ganadería hay futuro. Detrás de los bosques, hay pampas enormes con pastos donde podrían crecer las vacas de las comunidades, pero se necesita plata para comprar vacas. Por el momento, hay cuatro centros experimentales en Isiboro, Sécure y el Ichoa.
Los que sí quieren vía
En el Alto Sécure, la situación es distinta. Allá quieren carretera, aunque les quede a uno o dos días de viaje por río. Gracias a su apoyo han conseguido que vuelva el turismo y por cada extranjero que llega a pescar les queda 500 dólares.
Ese dinero es administrado por Waldo Pizarro, colono de Oromomo y activista progobierno que asegura que luego se transformarán en proyectos para las comunidades. Los tsimanes y yuracarés de Oromomo quieren vacas pastando, árboles de mara creciendo en sus parcelas junto al arroz y el maíz, que sirva para hacer chicha.
“Aquí ya no nos van a manejar. Con los dirigentes nunca nos llegó ningún proyecto. Tenemos que seguir trabajando unidos, de nada nos sirve pelearnos con el Gobierno”, dice Lada Gutiérrez.
Fuente: AINI