Después del Muro de Berlín, la libertad de los pueblos

Editorial de El Comercio de hoy

Hoy el mundo conmemora la caída del Muro de Berlín, uno de los hitos más importantes en la historia del siglo XX, no solo por lo que significó en el pasado, sus causas y consecuencias, sino por las lecciones que ha dejado de cara al futuro de la humanidad.

En estos días en que la democracia liberal enfrenta momentos difíciles producto de los desbalances de la crisis económica, la caída de la cortina de hierro recuerda que la historia es cíclica, que los fenómenos sociales y políticos más relevantes son fruto de largos procesos y que el reto principal siempre será respetar la voluntad y los derechos de los individuos y de los pueblos.

El Muro de Berlín, símbolo de la arbitraria división del mundo en bandos ideológicos irreconciliables, representa los crímenes y la opresión del totalitarismo que conculcó frontalmente la dignidad y la libertad de miles de alemanes. Su derrumbamiento, fruto del colapso del sistema que representaba, puso de manifiesto la lucha por la libertad frente a una era oprobiosa impuesta por la dictadura hegemónica soviética que llegó al extremo de proclamar que aquellos países no alineados con ese sistema solo tenían derecho a una soberanía limitada.

La caída del muro abrió un camino nuevo que conduciría finalmente a la reunificación de las dos Alemania, la desaparición del Pacto de Varsovia, de la URSS, de todos los gobiernos que propugnaban el “socialismo realista” y de la Guerra Fría. Fue el punto de quiebre para eventos que instauraron la unipolaridad, la globalización, la mundialización y el liberalismo.

Sin embargo, como expresaron los embajadores de Alemania, Rusia, Estados Unidos y Polonia, así como destacados internacionalistas en la mesa redonda que organizó recientemente El Comercio, el nuevo orden no es perfecto, exhibe peligros y amenazas que deben enfrentarse para que la historia no se repita.

Un tema pendiente se relaciona con las ventajas y desventajas de un mundo que más que unipolar o multipolar, debe apuntar a la consolidación de un sistema basado en la resolución pacífica de las controversias, la convergencia en los intercambios interestatales, el reforzamiento de la democracia y la gobernabilidad, y la institucionalización de las relaciones internacionales.

En el siglo XX se avanzó en el desarme nuclear, en las alianzas militares, económicas y políticas, y se demostró que de todos los sistemas políticos el democrático es el menos imperfecto.

Fuente: El Comercio

No obstante, así como durante la Guerra Fría se hablaba de países con soberanías limitadas, hoy se sostiene la vigencia de las llamadas guerras preventivas, cuya legitimidad está cuestionada. Así, se ha alejado el fantasma de una tercera guerra mundial, pero subsiste el riesgo de confrontaciones bélicas de otro tipo: las asimétricas o de cuarta generación, previstas a partir de la lucha contra el terrorismo internacional, cuyo pico fue el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York. Son las guerras que tienen por objetivo enfrentar a grupos inorgánicos, pero con una panoplia que antes solo estaba reservada para las potencias. ¡Qué decir de las armas nucleares y de destrucción masiva en Corea del Norte, Irán, entre otros gobiernos, que ponen en cuestión los tratados internacionales de no proliferación!

En lo económico, si bien después de la caída del muro el libre mercado se convirtió en el sistema universal, subyacen esquemas de un liberalismo extremo que se encuentran muy lejos de resolver problemas sociales acuciantes. Ni siquiera la Alemania unificada ha podido superar las inequidades que siguen separando al Este del Oeste. Se trata de una agenda pendiente mientras el protagonismo de China, como gigante asiático y motor de la economía mundial, crece frente al liderazgo de Estados Unidos.

En lo político, está el peligro de los fundamentalismos, los conflictos de raíces culturales y los nacionalismos que en América Latina son como una sombra que deambula en la región y que se autodenomina el nuevo socialismo del siglo XXI.

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